Antonio de Guevara
 
 

 

Epístola 10 (Libro I)

LETRA PARA DON ÍÑIGO DE VELASCO, CONDESTABLE DE CASTILLA, EN LA CUAL EL AUCTOR TOCA LA BREVEDAD QUE TENÍAN LOS ANTIGUOS EN EL ESCREBIR

 
Aquí, en Valladolid, a cuatro de octubre, rescebí una letra de Vuestra Señoría, hecha en Villorado a treinta de septiembre, y según lo mucho que hay de aquí allá, y lo poco que tardó la carta de allá acá, a mi parescer, aunque fuera trucha llegara acá bien fresca. Pirro, rey de los epirotas, fue el primero que inventó correos, y fue en este caso príncipe tan cuidadoso, que teniendo tres exercitos en diversas partes derramados, estando él de asiento en la ciudad de Tarento, sabía dentro de un día de Roma, y dentro de dos de Galia, y dentro de tres de Germania, y dentro de cinco de Asia, por manera que sus mensageros más parecían volar que caminar. Es el coraçón humano tan inventor de cosas nuevas y amador de vanidades, que cuanto la cosa que le dicen o escriben es más estraña, y por otra parte es más nueva, tanto él más se regala y alegra, porque las cosas viejas ponen hastío y las que son nuevas despiertan el apetito. Esta ventaja nos tenéis los que podéis mucho a los que tenemos poco, que en breve espacio escribís a do queréis y sabéis do queréis, aunque también es verdad que alguna vez sabéis alguna nueva dentro de tres días, la qual no quisiérades saber aún dentro de tres años. No hay placer ni alegría ni regocijo en este siglo que no traya algún inconveniente consigo, de manera que en lo que muchos días gozamos en un día escotamos. Digo esto, Señor, para que tengáis en mucho a Mosén Rubín, vuestro contino, el cual por la data de vuestra carta paresce muy bien haber caminado y no mucho dormido, porque traxo la letra tan fresca que apenas venia enxuta la tinta.

Escrebísme, Señor, que os escriba qué sea la causa porque, siendo yo de linage tan antiguo, y de cuerpo tan alto, y en los mementos de la misa tan prolijo, y en el predicar tan largo, como soy en el escrebir corto, en especial en la carta última que le envié desde el monesterio de Fres del Val, cuando estaba allí predicando a César, la cual dice que no llevaba más de cuatro razones y ocho renglones. En esto, Señor, que aquí me habéis escripto, materia me habéis dado para no responderos corto, y si por caso lo hiciere assí, dende aquí digo y protesto que si me arrojare a lo hacer, será más por os complazer que no por yo lo querer.

A lo primero que decís, señor, de mi linage que es antiguo, bien sabe Vuestra Señoría que mi abuelo se llamó don Beltrán de Guevara, y mi padre también se llamaba don Beltrán de Guevara, y mi tío se llamaba don Ladrón de Guevara, y que yo me llamo agora don Antonio de Guevara, y aun también sabéis, señor, que primero hubo condes en Guevara que no reyes en Castilla. Este linage de Guevara trae su antigüedad de Bretaña y tiene seis mayorazgos en Castilla: es, a saber, el conde de Oñate, en Alava; don Ladrón de Guevara, en Valdallega; don Pero Vélez de Guevara, en Salinas; don Diego de Guevara, en Paradilla; don Carlos de Guevara, en Murcia, y don Beltrán de Guevara, en Morata; los cuales todos son valerosos en sus personas, aunque pobres en estados y rentas; de manera que los de este linage de Guevara más se prescian de la antigüedad de do descienden que no de la hacienda que tienen. Descender hombres de sangres delicadas y tener parientes generosos aprovecha mucho para honrrarnos y no embota la lança para salvarnos, porque la infamia nos tienta a desesperar y la honra a nos mejorar. Christo y su madre no quisieron descender del tribu de Benjamin, que era el menor, sino del gran tribu de Judá, que era el mayor y mejor. Había en Roma una ley que llamaban Prosapia, que quiere decir ley de linages, por la cual era ordenado y mandado en Roma que, habiendo competencia en el Senado sobre los consulados, que excediesen y precediesen a todos los opositores los que descendiesen del linage de los Silvios, y Torcatos, y Fabricios, y esto se hacía así porque estos tres linages en Roma eran los más antiguos y que descendían de romanos muy valerosos. Los que descendían de Cathón, en Athenas, y los que descendían de Ligurguio, en Lacedemonia, y los que descendían de Cathón, en Utica, y los que descendían de Esigilao, en Licaonia, y los que descendían de Tuscides, en Galacia, no sólo en sus provincias eran privilegiados, mas aún de todas las naciones eran muy honrados, y esto no tanto por lo que los vivos merescían cuanto por lo que aquellos antiguos varones habían merescido. Era también ley en Roma que todos los que descendiesen de los Tarquinos, Escauros, Cathilinos, Fabatos y Bitontos, no tuviesen oficios en la República, ni aun morasen dentro del ámbito de Roma, y esto se hizo por amor del rey Tarquino, y el cónsul Escauro, y el tirano Cathilina, y el censor Fabato, y el traidor Bitinio, los cuales todos fueron en sus vidas inhonestos y en sus gobernaciones muy escandalosos. Esto digo, Señor, porque ser hombre malo descendiendo de buenos, cierto es gran infamia; mas descender de buenos y ser bueno no es pequeña gloria, que al fin fin, no son más los hombres que los vinos, los cuales saben algunas veces a la buena pega, otras al mal lavado y otras al buen viduño. Ánimo para no huir, generosidad en el dar, criança en el hablar, coracón para osar y clemencia para perdonar, gracias y virtudes son éstas que pocas veces se hallan en hombres de bajos suelos y muchas en los que descienden de linages antiguos. Según esta hoy el mundo, sobre quien sois vos, mas quien sois vos, no me paresce que puede uno tener mejor alhaja en su casa que ser y descender de sangre limpia, porque el tal terná de qué se loar y no habrá de qué le motejar.

Decísme también, Señor, en vuestra carta que soy en el cuerpo largo, alto, seco y muy derecho, de las cuales propiedades no tengo yo de qué me quexar, sino de que me presciar, porque la madera que es larga, seca y derecha, en más es tenida y por mayor prescio es comprada. Si la grandeza del cuerpo despluguiese a Dios, nunca Él criara a Palas el Numidano, ni a Hércules el Griego, ni a Milon el Bosco, ni a Sansón el Hebreo, ni a Thindaro el Thebano, ni a Hermenio el Corintho, ni a Hena el Etheo, los cuales eran en la grandeza de sus cuerpos tan monstruosos y espantosos, que parescían los otros hombres delante dellos lo que parescen las langostas delante los hombres. El primero rey de Israel, que fue Saúl, quanto hay de los hombros a la cabeza era mayor que todos los hombres de su reino. El gran Julio César era en el cuerpo alto y seco, aun que en el rostro no era muy hermoso. De Augusto, el emperador, se dice que era de tan alta altura, que de los altos árboles cogía con su mano propria la fruta. También se escribe del cónsul Silla que era tan excesiva su grandeza, que siempre se baxaba al entrar de cada puerta. Tito Livio dice que Scipión el Africano era de tan grande estatura, que ninguno se le igualaba en ánimo ni le sobrepujaba en la altura del cuerpo. Plutarcho dice del Magno Alexandro que, según el ánimo que tenía, al mundo le parescía que tenía harto en Alexandro y Alexandro le parescía que para él era poco aún todo el mundo.

Esto digo, Señor, para que averigüemos aquí cómo podrá caber un coraçón humano en un cuerpo pequeño, pues se le hace estrecho aún todo el mundo. Ser un hombre muy grande, o ser muy pequeño, de estos dos inconvenientes el menor es ser grande, porque la ropa larga fácilmente se acorta, mas la que es pequeña sin fealdad no puede ser añadida. Alonso Enrríquez, Alvargómez, Salaya, Valderrábano y Figueroa, los cuales son pequeños de cuerpos, aunque no de ánimos, siempre que los veo andar por esta Corte me paresce que están orgullosos, briosos, turbados y enojados, y desto no me maravillo, porque las chimeneas pequeñas siempre son algo humosas. En el monesterio de los Toros de Guisando hallé un fraile muy pequeñito, el cual, porque llamé tres veces arreo, riño muy malamente conmigo, y como yo le dixese que tenía muy poca paciencia y él me respondiese que tenía yo menos criança, roguéle mucho me diese de beber y que cesásemos de reñir, a lo cual me respondió: "Vos, Hermano, aunque me veis, no me conoscéis. Hago os saber que yo soy, como veis, chiquito, mas junto con esto soy un pedaço de azero, y los hombres grandes y desaliñados como vos, si de día me hablan, de noche me sueñan, porque este otro día me hice medir, y hallé que llevaba el coraçón al cuerpo, cinco varas de medir." A esto le repliqué yo: "Gran necesidad hay, padre, que tenga el coraçón cinco varas de medir en alto, pues en todo vuestro cuerpo no hay dos codos y medio." De que esto oyó aquel padre, cesó de reñir, y aun dexóme sin beber. Creedme, Señor, que las escopetas cortas más aina revientan, los lugares pequeños más aina se cercan, en las mares baxas más aina se ahogan, en los caminos estrechos más aina se pierden, las ropas angostas más aina se rompen y los hombres chiquitos más aina se enojan. En los animales pequeños, no sólo hay tantas fuerças, más aun ni tantas gracias como hay en los grandes, porque el elephante, el dromedario, el buey, el bufano y el caballo, que son animales grandes, aprovechan para servir; mas la pulga, el ratón, la lagartija, la mosca y la cigarra no sirven de más de enojar.

También me motejáis, Señor, que en el decir de la misa soy largo, y que en el tener los mementos no soy corto, y que tan pesado soy yo en decir una misa, como el Maestro Prexamo en hacer una platica. Pues yo prometo a Vuestra Señoría que si soy largo en el rezar, que no sois vos, Señor, corto en el hablar, porque hartas veces os he visto alguna larga plática començar y no he osado esperar a la acabar; que si esperara, o había de venir de palacio a mediodía, o a dormir a medianoche. Yo, Señor, cotejo los mementos de la musa con los pecados de mi vida, y hallo por mi cuenta que no es cosa justa ser largo en el pecar y corto en el orar. El Hazedor y Redemptor del Mundo en todas las cosas era muy medido, sino en el orar, que siempre era largo; lo cual mostró Él muy claro en el huerto de Gesemaní, a do cuanto más la agonía le apretaba, tanto más la oración alargaba.

También decís, Señor, que en el predicar soy largo y muy enojoso, a lo cual os respondo que no hay en el mundo sermón largo si el que le oye le oye como christiano y no como curioso. Acuérdome que la cuaresma pasada, estando yo con Vuestra Señoría, le presentaron unos salmones de Peña Melera, los cuales loastes de buenos, y os quejastes que eran pequeños; por manera, Señor, que nunca salmón se os hizo largo, ni sermón corto. Treinta y ocho anos ha que fui traido a la Corte de César, en la cual he visto a todas las cosas crescer, sino a los sermones, que se están siempre en un ser. Paresce esto ser verdad, en que en el comer se da más tiempo, en el dormir se consumen más horas, todas las ropas llevan ya de paño más varas, las casas son mucho más anchas, los gastos son más excesivos, los vestidos son más costosos y los hombres son más viciosos; finalmente, digo que en el hablar, ni en otra cosa alguna no se sufre ya tasa, sino es en el sermón, que no ha de pasar de una hora.

A lo que Vuestra Señoría dice que por qué en el escrebir soy tan corto, a esto, Señor, os respondo que, si yo no me engaño, para el hablar no es menester más de viveza; mas para el escrebir es necesario mucha cordura, porque para probar si es un hombre cuerdo o loco no es más menester de ponerle unas espuelas en los pies o una pluma en la mano. En todas las cosas confieso ser largo, excepto en el escrebir, que no me pesa ser corto, porque de una palabra inconsiderada puédome luego retractar, mas la firma de mi mano no la puedo negar. Decir una inocencia es bovedad; mas firmarla de su mano es necedad. Dice Salustio que si el tirano Cathilina y los otros sus compañeros no firmaran la carta de la conjuración, aunque fueran acusados no pudieran ser condenados, por manera que también mata la pluma como la lança. Silaercio, Plutarcho, Plinio, Vegercio, Vulpicio y Eutropio no nos engañan en sus historias; muchos poetas, oradores, philósophos, reyes y príncipes hubo en los siglos pasados, de los cuales se lee que eran en el hablar muy largos, mas en el escrebir muy corregidos. César, en una carta que escribió dende el bello Pérsico a Roma, no decía más de estas palabras: "Vine, vi y vencí." Octavio, el emperador, escribiendo a su sobrino Gayo Drusio, decía así: "Pues estás en el Illirico, acuérdate que eres de los Césares, te envió el Senado, y eres agora moço, y mi sobrino, y ciudadano romano." El emperador Thiberio, escribiendo a su hermano Germanico, decía así: "Los templos se guardan, los dioses se sirven, el Senado pacífico, la república próspera, Roma sana, fortuna mansa y año fértil, esto es acá, en Italia; lo mesmo deseamos a ti en Asia." Cicerón, escribiendo a Cornelio, dice así: "Allégrate, pues yo no estoy malo, que también me alegraré yo si tú estás bueno." El divino Platón, escribiendo desde Athenas a Dionisio el Tirano, dice así: "Matar a tu hermano, demandar más tributo, forçar al pueblo, olvidar a mí tu amigo y tomar a Phocio por enemigo, obras son de tirano." El gran Pompeyo, escribiendo dende Oriente al Senado, decía así "Padres conscriptos: Damasco es tomada; Pentápolis, subjeta; Siria es colonia; Arabia, confederada, y Palestina, vencida." El cónsul Gneo Silvio, escribiendo las nuevas de la Pharsalia a Roma, decía: "César venció, Pompeyo murió, Rufo huyó, Cathón se mató, la dictadura acabó y la libertad perdió."

He aquí, Señor, la manera que tenían los antiguos en escribir a sus peculiares amigos, los cuales, con su brevedad, daban a todos que notar; mas nosotros, como nunca acabamos, damos bien que decir.

No más, sino que Nuestro Señor sea en su guarda, y a mí dé gracia con que le sirva.

De Valladolid, a VIII de octubre de MDXXV.

(Epístolas familiares. Libro I, Epístola 10)

 

 

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