Vicente Fatone

 

"El reloj de las horas en blanco"

Mi abuelo me sorprendió el otro día con esta observación, que debe de haber leído en alguna parte:

―En este mundo todos somos un poco raros, menos tú y yo. Y no vayas a creer: tú también a veces tienes tus rarezas.

Por toda contestación, dirigí una mirada al reloj que mi abuelo pone de noche en su mesa de luz y de día en su escritorio. Es un reloj al que primero se le rompió el vidrio y después se le cayeron las agujas. Mi abuelo está empeñado en no mandarlo a la relojería. El reloj anda, es cierto. Pero, ¿para qué diablos puede servir un reloj así? ¡Si eso no es chifladura...!

Mi abuelo es inteligente. Adivinó en seguida lo que yo pensaba y aprovechó para darme una conferencia ―como en sus buenos tiempos de profesor― sobre su reloj en blanco:

―Mi reloj anda, y ése es tal vez el único defecto que le queda. Un reloj que anda es menos útil que un reloj parado... Y bien te podrías ahorrar esa sonrisita insolente. De un reloj que anda nunca sabrás si señala o no la hora exacta. El mismo reloj del Ministerio de Marina confiesa una posibilidad de error de un décimo de segundo. En cambio, de un reloj parado se sabe que, por lo menos, dos veces diarias señala la hora exacta. Todo está en mirar el reloj en el momento oportuno. Tú no sabes en qué momento tienes que mirarlo para sorprenderlo señalando la hora exacta: pero eso no es culpa del reloj: es culpa tuya.

Este reloj sin agujas es aún más exacto que los relojes parados. Es inútil que lo mires para saber qué hora es. Si el reloj estuviese parado, eso no te fastidiaría. Lo que te fastidia es que mi reloj no señale la hora y, sin embargo, marche. Y lo que más te fastidia es que yo todos los días le dé cuerda y que lo ponga aquí, sobre mi escritorio.

Pero éste es un reloj despertador; y todas las mañanas suena a las siete en punto. Ya ves: mi reloj no tiene agujas y, sin embargo, anda bien. Por eso no quiero llevarlo a que le pongan las agujas. Si el relojero se equivoca y no se las pone con precisión (para lo cual tiene que tomar como guía otro reloj), el despertador dejará de tocar como hasta ahora a las siete en punto, para tocar a las siete y cuarto o a las siete y media.

No me vengas ahora con que no te interesa mi reloj sin agujas. Yo sé que te intriga... Y es lógico porque con este reloj he realizado un milagro un poco difícil de explicar, como todos los milagros. Y especialmente difícil de explicártelo a ti, que hablas a veces de los tiempos nuevos y del nuevo ritmo de las cosas, y que a cada rato estás diciendo que es hora de hacer esto o aquello y que es hora de acabar con esto y con aquello.

Lo que yo he conseguido, con este reloj, es quedarme solo. ¿Entiendes? ... ¡Qué vas a entender! No quiero decir que me he quedado solo en el espacio: no. Eso ya lo han conseguido ustedes arrumbándome en este rincón del escritorio. Me he quedado solo en el tiempo, que era lo que buscaba. No sincronizo con nadie, y menos contigo. A mi reloj en blanco y a mí nos sucede lo que ya estaba dicho en los versos del Martín Fierro:

El tiempo sigue sus giros
Y nosostros solitarios...

Hay un momento, por la mañana ―cuando el reloj me anuncia que son las siete―, en que sincronizo contigo, que tienes que ir a la oficina. Pero en cuanto me despierto ya dejo de sincronizar porque me he quedado solo, sin hora, a pesar de que mi reloj marcha y es exacto. Mi reloj ya no señala ninguna hora: no me permite, nunca, saber qué hora es. Y, sin embargo, mi reloj no me deja nunca fuera del tiempo, como tú crees. Mi reloj marcha y, por lo tanto, yo estoy en el tiempo aunque no veo las agujas. Para ti, es como un reloj parado. Pero no está parado: anda y anda bien. Yo lo oigo andar y sé que mide mi tiempo. A veces me quedo mirándolo y escuchándolo. Tic, tac... tic, tac... tic, tac... No tiene agujas: es cierto. Parece un reloj fantasma. Es el único reloj que no ha sido cantado por aquel discreto poeta que casualmente era hijo de un relojero. Pero este reloj sin agujas es en definitiva el que

marca su hora intachable, su hora que nunca yerra
sobre el desmesurado cuadrante de la Tierra.

Este reloj te ha hecho pensar que el chiflado soy yo. ¡A quién se le ocurre guiarse por un reloj así!... Pero es que éste es el reloj de las horas en blanco: de esas horas que no se apuran por mucho que tú estés apurado y por mucho que hables del nuevo ritmo de los tiempos: de esas horas que tú, obsesionado por ese nuevo ritmo, acaso no llegues a conocer nunca. ¿Entendiste ahora qué significa mi reloj sin agujas? ... ¿No? ... Bueno, no importa.

C. Juárez Melián

[Fuente: El Mundo, Buenos Aires, 29 de abril de 1943. Fatone firmaba sus artículos en El Mundo con el seudónimo de C. Juárez Melián]

 

© José Luis Gómez-Martínez
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