Teoría, Crítica e Historia

José Luis Gómez-Martínez

Teoría del ensayo

 

El que escribe un ensayo se lanza a un
etéreo espacio, donde prácticamente nada
cohíbe ni dirige su albedrío.
José Ortega y Gasset

13. EL ENSAYO CARECE DE ESTRUCTURA RÍGIDA

En los estudios generales sobre la ensayística se ha ponderado en exceso este aspecto peculiar del género, cuyo estudio aun cuando constituyendo una de sus características primordiales, sólo puede ser significativo si se efectúa desde un ángulo de comparación. Con frecuencia se ha mencionado la falta de estructura sistemática en los ensayos para después, despectivamente, considerarlos como algo incipiente, primerizo; y es que las afirmaciones de los mismos ensayistas sólo deben de ser interpretadas en el conjunto de su obra. Así, se cita frecuentemente a Montaigne para destacar el carácter informal del ensayo, sin advertir que la afirmación de que su estilo es "un decir informe y sin regla, una jerga popular y un proceder sin definición, sin división, sin conclusión" (620), representa un formidable grito de libertad y de madurez.

Al decir que el ensayo no posee una estructura rígida, se pretende establecer una distinción entre éste y aquellos escritos, destinados a la comunicación depositaria, caracterizados precisamente por una rigurosa organización tanto formal como de contenido. En esta categoría entran entre otros el tratado —que la creciente especialización moderna ha hecho prácticamente desaparecer—, el discurso, el artículo de las revistas especializadas, la monografía. Cito estas formas de la prosa didáctica para dar énfasis a lo inoperante de la extensión del escrito en el momento de establecer diferencias. Por otra parte, en lo externo tampoco parece haber distinción entre dichas formas de la didáctica y el ensayo; para encontrarla hemos de sobrepasar lo superficial y penetrar en su desarrollo y contenido.

En el tratado —y por extensión en el discurso, en la monografía aunque en lo sucesivo no se mencionen— destaca lo metódico, mientras que en el ensayo prevalece lo aforístico. Esto de ningún modo significa que el ensayo se escriba a tono de prueba, sino que para el ensayista el método, en la manifestación mecánica del discurso depositario, es secundario y negativo, pues entorpece la libertad creativa del escritor. En realidad el ensayista, como Unamuno, piensa que "el lector sensato pondrá el método que falta y llenará los huecos" (En torno, 145). De ahí que el ensayo, en proyección orgánica, progrese por medio de asociaciones y de intuiciones en oposición al orden lógico que sigue el científico. Y por ello, mientras el científico, una vez establecido el propósito de su investigación, pierde en gran medida la libertad al verse forzado a seguir el orden que su método le determina, el ensayista es libre de continuar, aplazar o simplemente interrumpir el tema comenzado, como Pérez de Ayala señala en expresión cuyo sentido es propio de la ensayística: "Nos hemos extendido demasiadamente. En ocasión próxima proseguiremos este deshilvanado palique" (III: 483). En el tratado la información se presenta sin ambigüedad, proyectando una sola posible interpretación, mientras que el ensayista, cuyo objetivo es problematizar el discurso axiológico del estar, únicamente reflexiona sobre el tema sin pretender imponer una posición ni tratar de ser exhaustivo, y su ideal bien podría quedar representado por las siguientes palabras de Unamuno: "Examinar digo, y mejor diría dejar que examine el lector, presentándole indicaciones y puntos de vista para que saque de ellos consecuencias, sean las que fueren" (En torno, 51).

En realidad el ensayista se considera parte de la aristocracia de los escritores, despreciando en cierto modo la labor metódica del investigador por considerarla como algo mecánico, carente de ingenio y de valor estético. De esta forma pueden ser interpretadas las siguientes palabras de Ganivet: "Esas ideas, que sin orden preconcebido, y pudiera decir con desorden sistemático, irán saliendo como buenamente puedan, tienen el mérito, que sospecho es el único, de no pertenecer a ninguna de las ciencias o artes conocidas hasta el día y clasificadas con mejor o peor acierto por los sabios de oficio; son, como si dijéramos, ideas sueltas, que están esperando su genio correspondiente que las ate o las líe con los lazos de la lógica" (I: 61-62). No debemos, sin embargo, deducir de lo indicado que el ensayista sea ajeno al pensamiento científico; nada más lejano. Lo que sucede es que mientras para el científico lo estético es accidental, para el ensayista es esencial. El investigador busca como fin el exponer los resultados de su labor, por lo que subordina lo artístico a la rigidez del método, la claridad a la precisión técnica: su objetivo es la comunicación depositaria. El ensayista es ante todo un escritor y como tal busca la perfección en la expresión, contando con su propia personalidad para dar unidad a sus reflexiones: como obra literaria se propone una comunicación humanística. "Aquí tolere el lector [nos dice Unamuno] que, dejando por el pronto suspendido este oscuro cabo suelto, prosiga el hilo de mis reflexiones" (En torno, 20). Y si bien resultaría en vano el intento de buscar una uniformidad temática o estructural en el ensayo, el "yo" del autor está presente en cada una de sus frases; en tanto que en el tratado se retrae hasta desaparecer en el anonimato. El tratado interesa por el tema sobre el que diserta; en el ensayo es más importante el autor que escribe, que el tópico sobre el cual escribe.

Esta posición intermedia que hace al ensayo cabalgar a los lomos de lo científico y de lo estético, en la búsqueda de un difícil equilibrio, es lo que le da carácter al género y al mismo tiempo lo relega a un lugar secundario en el momento de ser estudiado en los centros docentes. La literatura española abunda en ejemplos al propósito, y quizás ninguno tan representativo como el de Ortega y Gasset. Sus lectores están de acuerdo en considerar su obra como algo excepcional tanto por las ideas que expone como por el valor literario de sus escritos. No obstante, en los cursos de literatura, ofuscados en los tradicionales géneros de teatro, poesía y novela, se omite a Ortega o se le cita de pasada. Los filósofos, por su parte, desinteresados del valor estético de un escrito, prefieren concentrarse en los tratados en busca del orden lógico externo y la enseñanza directa. De ahí que los "filósofos" lo posterguen a un plano secundario por considerarlo "literatura" y los estudiosos de la literatura procedan del mismo modo por considerarlo "filosofía".

Hemos indicado ya que el ensayo carece de estructura rígida y que precisamente una de las diferencias con el tratado es la falta del orden lógico que éste posee. No quiere esto decir, sin embargo, que el ensayo carezca de concierto; lo que sucede es que éste es de disposición distinta. El ensayo es subjetivo y el tratado es objetivo. En el ensayo el orden es interno, es el del yo-subjetivo del autor, mientras que en el tratado es el externo predispuesto por el carácter de la misma investigación. En el ensayo el orden es siempre más real que aparente y se presenta tanto más obvio cuanto más profundizamos en lo escrito. En el tratado el proceso inverso es más frecuente, y, además, como depende de un sistema externo, está sujeto a la marcha del progreso que lo hará inevitablemente caduco. Así, mientras se leen todavía con valor actual los ensayos de Montaigne o Bacon, los tratados que se escribieron en su época han caído decididamente en el olvido. El valor permanente del ensayo se lo proporciona su carácter de íntimo diálogo entre el pensar del autor implícito y las proyecciones que realiza el lector. El ensayista piensa ante nosotros, y la dimensión humana que así consigue será siempre un lazo de unión con el lector de todos los tiempos, pues, repitamos, no es tan importante lo que dice como el ver palpitar a un ser que se vive, y que precisamente por ello nos hace meditar en nuestra realidad íntima en relación con su circunstancia. Unamuno nos dice: "Al llegar aquí tenemos que traer a cuenta algún 'hecho' que sirva de hilo central a nuestras reflexiones, que seguirán, sin embargo, sin atarse a él, ondulando acá y allá, fuera de maroma lógica, para engendrar en el alma del lector el nimbo, la atmósfera de donde vaya surgiendo algún tema" (En torno, 63). Este es el secreto de la permanencia del ensayo: el ser fragmentario, el ser incompleto sin la participación del lector. Por ello todo buen ensayo tiene siempre algo de actual, distinto para cada época y para cada lector; es la atmósfera de que nos habla Unamuno, que luego motivará infinitas intuiciones y proyecciones, no tanto por lo escrito en el ensayo, como por la aportación del lector eterno.

De este modo, aquello que en un principio parecía ser defecto del ensayo, vemos ahora que es una de las características que lo hacen ser parte del discurso humanístico. El tratado, en busca de la objetividad, se expresa en un monólogo didáctico que se dirige al especialista con el propósito explícito de mostrar algo concreto —incluso en el caso de los tratados filosóficos (téngase en cuenta que no me refiero a los ensayos filosóficos que son en definitiva ensayos y no tratados)—; de ahí que caduque tan pronto como el progreso lo supere o varíe la mentalidad de la sociedad que lo produjo. El tratado pretende enseñar, es la dimensión depositaria de la educación, el ensayo sugerir, incitar; el tratado se expresa en términos técnicos como corresponde al especialista, el ensayo se encamina a la generalidad de los cultos en un ansia de ser trascendental.

En conclusión, nada más a propósito para cerrar las reflexiones de esta sección que la siguiente cita de Unamuno, extremada si se quiere, pero que en sí encierra la esencia ensayística: "Si quieres, lector X, leer cosas coherentes, y transparentes y claras, y enlazadas lógicamente, y que tengan principio, medio y fin, y que tiren a enseñarte algo, búscalas en donde quieras, menos aquí" (Soledad, 20).
 

 

© José Luis Gómez-Martínez. Teoría del ensayoSegunda edición. México: UNAM, 1992 (Esta versión digital sigue, con modificaciones menores, el texto de la segunda edición española de Teoría del ensayo).  Se publica únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines deberá obtener los permisos correspondientes.

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