José Luis
Gómez-Martínez
Teoría del ensayo
Si las reflexiones que voy a apuntar logran sugerir
otras nuevas a alguno de mis lectores, a "uno sólo",
y aunque sólo sea despertándole una humilde idea
dormida en su mente, "una sola", mi trabajo tendrá
más recompensa que la de haber
intensificado mi vida mental.
Miguel de Unamuno
15. EL ENSAYO EN SU FUNCIÓN DE SUGERIR
AL LECTOR
Una vez
establecida en la sección anterior la legitimidad de las digresiones en el ensayo,
debemos ahora señalar que éstas son producto del método utilizado por el ensayista, que
sigue al escribir un proceso intuitivo de asociaciones. Así se expresa Pérez de Ayala en
su ya mencionado ensayo sobre La Bohème: "Esta divagación, un tanto
alegórica, sobre el público, el arte y la crítica, se me ocurrió, junto con otras
muchas divagaciones, oyendo la ópera Bohemia" (III: 475). En realidad, es
precisamente esta exposición asistemática que causa una estructura formada por la
asociación libre de ideas, sin más nexo externo que el propio discurso axiológico y
personalidad del ensayista, la que caracteriza al ensayo y le proporciona un valor que
transciende su época. Analicemos la siguiente declaración de propósitos de Unamuno al
escribir En torno al casticismo: "Pienso ir aquí agrupando las reflexiones y
sugestiones que [se] me han ocurrido pensando en torno a este punto del casticismo"
(14). Y las páginas que siguen no constituyen tanto una búsqueda de España como un
buscarse a sí mismo; con lo que el resultado son siempre reflexiones con valor universal
por lo que tienen de humano: es un ver a España a través de la persona Unamuno. Y
si el aspecto histórico con el tiempo pudiera llegar a caducar, lo que tiene de humano,
precisamente por serlo, mantendrá la frescura del ensayo.
El ensayista en su doble función de escritor -creador- y de científico, comparte
también características de ambos. Como escritor es libre en la elección de tema y en el
tratamiento de éste, es libre de proyectar su personalidad y valerse de intuiciones; como
científico debe ajustarse a los hechos, los datos son los mismos del investigador que
escribe un tratado, pero mientras éste da énfasis a estos mismos datos y no se sale del
campo de lo objetivo (busca la comunicación depositaria), el ensayista transciende lo
concreto del dato, para concentrarse en la interpretación (comunicación humanística) a
través de una proyección subjetiva. Por ello el tratado únicamente enseña, mientras
que el ensayo primordialmente sugiere. El ensayista no pretende probar, sino por medio de
sugerencias influir. Antonio Pedreira inicia los ensayos que reúne en Insularismo
señalando que "estas páginas, pues, no aspiran a resolver problema alguno, sino
más bien a plantearlo" (I: 25), y lo concluye haciendo referencia al discurso
humanístico que pretende: "Ha llegado el momento de abandonar al lector, para que
siga solo en esta peregrinación hacia la patria" (I: 163).
Los ensayistas verdaderos expresan con claridad este propósito, así Alfonso Reyes nos
dice: "Yo mismo ando revoloteando hace rato, a vuestros ojos, en alas de la
imaginación. Conviene frenar. Sólo he querido, en esta charla sin pretensiones,
excitaros" (121); o Unamuno: "No espere el lector hallar aquí más que
indicaciones y sugestiones, meros puntos de reflexión que ha de desarrollar por sí
mismo" (El caballero, 11). Y Ortega y Gasset, más explícito, señala sobre
el particular al hacer referencia a los ensayos que forman su libro Meditaciones del
Quijote: "Con mayor razón habrá de hacerse así en ensayos de este género,
donde las doctrinas, bien que convicciones científicas para el autor, no pretenden ser
recibidas por el lector como verdades. Yo sólo ofrezco 'modi res considerandi', posibles
maneras nuevas de mirar las cosas. Invito al lector a que las ensaye por sí mismo; que
experimente si, en efecto, proporcionan visiones fecundas; él, pues, en virtud de su
íntima y leal experiencia, probará su verdad o su error. En mi intención llevan estas
ideas un oficio menos grave que el científico; no han de obstinarse en que otros las
adopten, sino meramente quisieran despertar en almas hermanas otros pensamientos
hermanos" (23-24).
De lo dicho se desprende el carácter filosófico de las reflexiones y sugerencias de
que se vale el ensayista en la composición de sus ensayos. Y el término "filosófico"
se emplea aquí en el sentido primitivo y más puro de la palabra. Es filosófico en
cuanto se eleva lo particular al plano de lo universal, en cuanto trata de profundizar en
las primeras causas, en cuanto problematiza el propio discurso axiológico. Pero se
diferencia de la filosofía como "ciencia" en que no es sistemático y, por lo
tanto, no se encuentra sujeto a la caducidad que el paso del tiempo marca en todo sistema.
Léase a Santa Teresa o a Montaigne y se verá la frescura que sus escritos todavía
poseen; léanse los escritos sistemáticos, sean místicos o filosóficos, del siglo XVI y
se verá que su interés para el hombre del siglo XX es únicamente el de documento
histórico. Al señalar el carácter filosófico del ensayo no pretendemos de ningún modo
limitar su campo de acción, más bien al contrario. La variedad de los ensayos es tan
grande como la variedad temática misma: un ensayo puede ser histórico, literario,
político, sociológico, autobiográfico, etcétera., según se dé énfasis a temas
históricos, literarios, políticos, etc. Las reflexiones pueden igualmente girar en torno
a problemas pertinentes a las matemáticas, o a la física; se requiere únicamente que se
reflexione sobre un problema particular elevado al ámbito de lo universal, en una
manifestación personal y artística. Ensayos son, y con igual fuerza sugieren al lector,
"El sentido histórico de la teoría de Einstein", de Ortega y Gasset, y
"Sobre la educación" o "La moral y las emociones", de Albert
Einstein.
El ensayo, pues, no pretende probar nada, y por ello no presenta resultados, sino
desarrollos que se exponen en un proceso dialógico en el que el lector es una parte
integral. El deseo de incitar puede ser ligero e indirecto, como propone Ramón y Cajal en
Charlas de café: "No tiro, pues, a adoctrinar, sino a entretener y, cuando
más, a sugerir. En conseguirlo aunque sea muy parcamente, cifraré todo mi empeño"
(14). En la mayoría de los ensayos, sin embargo, el deseo de sugerir a través de una
exposición artística es el fin primordial del ensayista. Así nos dice Unamuno:
"Entremos ahora en indicaciones que guíen al lector en esta tarea, en sugestiones
que le sirvan para ese efecto".10 Y con actitud desafiante señala Octavio
Paz: "Mis palabras irritarán a muchos; no importa, el pensamiento independiente es
casi siempre impopular" (Posdata, 100). En otras ocasiones las reflexiones
tratan de motivar a los profesionales a emprender investigaciones sistemáticas sobre
ciertos temas pobremente estudiados. Tal es el propósito de Octavio Paz en El ogro
filantrópico: "Mis reflexiones sobre el Estado no son sistemáticas y deben
verse más bien como una invitación a los especialistas para que estudien el tema"
(9); así también la siguiente cita del ensayo "Preludio a un Goya", de Ortega
y Gasset: "Quisiera incitar a nuestros historiadores del arte para que acometiesen
con resolución esta empresa" (Goya, 31). En realidad, el ensayo es el género
literario que demanda mayor esfuerzo por parte del lector; nada en él es seguro o
terminado, da la impresión de que apenas se comienza un tema cuando el ensayista nos lo
abandona. Rafael Altamira dice al propósito: "Hago punto aquí, creyendo que lo
dicho basta para dar la medida de todo o que pudiera decirse sobre la materia" (199).
Y Santa Teresa más precisa: "Para un rato de meditación basta esto, hermanas,
aunque no os diga más" (93).
Notas
- 10 Miguel de Unamuno, En torno al casticismo, p. 36. El deseo de
sugerir se hace presente con gran fuerza en todos los ensayos de Unamuno; son muy
frecuentes las citas semejantes a la ya anotada: "Sobre estas sugestiones
metafóricas medite el lector" (62); "Dejo este problema al lector", El
caballero de la triste figura (85); "No espere el lector hallar aquí más que
indicaciones y sugestiones, meros puntos de reflexión que ha de desarrollar por sí
mismo" (11); "Si el lector al contacto de estas deshilvanadas notas siente
resucitar en su entendimiento un concepto, uno solo y propio suyo, y lo vivifica, habré
cumplido con el deber a que me obligo al escribir, y es lo bastante"(36).
©
José Luis Gómez-Martínez. Teoría del ensayo. Segunda edición. México: UNAM, 1992 (Esta versión
digital sigue, con modificaciones menores, el
texto de la segunda edición española de Teoría del ensayo).
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