Teoría, Crítica e Historia

José Luis Gómez-Martínez

Teoría del ensayo

 

Der grosse und echte Essayist ist nicht
nur Fachmann, er schreibt nicht in erster
Linie als Fachmann und nie für den Fachmann.
Bruno Berger

7. EL ENSAYO Y EL ESPECIALISTA

El ensayista es el último en aparecer en la historia literaria de un país. Esta realidad que apenas ha sido tenida en cuenta, puede llegar a ser una de las claves primordiales para la comprensión del género ensayístico. Si el ensayo fuera algo incompleto, preliminar, lo lógico sería que estuviera a la vanguardia de cualquier movimiento. ¿Por qué, pues, se escribe cuando ya todo parece estar hecho? En busca de una explicación, traigamos a la memoria algunos de los temas tratados por Ortega y Gasset: sobre Don Quijote, sobre la novela, sobre la deshumanización del arte, sobre las masas, sobre el pasado de España. En todos ellos encontramos un común denominador: versan sobre algo ya existente. Lo cual, lejos de suponer una nota negativa para el género, es una de sus características decisivas. Su misma existencia depende no sólo de un "algo" ya creado, sino de que ese "algo" haya sido asimilado por los posibles lectores: sus escritos abundan en referencias y alusiones que deben ser comprendidas para que estos adquieran su verdadera dimensión. Antes de escribir Ortega y Gasset su ensayo "Meditaciones del Quijote", fue necesario que un Cervantes lo concibiera y que un pueblo lo adoptara como a hijo predilecto. Después, viene el ensayista a dar nueva luz, a abrir nuevas ventanas a la comprensión, ya que, con palabras de Fryda Schultz, "la mirada del ensayista ve lo que otros han descuidado o todavía no aciertan a ver" (18). Así Alfonso Reyes, por ejemplo, en su ensayo "Discurso por Virgilio", motivado por la celebración en México de su segundo milenario. Reyes recoge una frase del anuncio oficial, "gloria de la latinidad", que proyecta en unas reflexiones que con más propiedad podrían haberse titulado "Discurso al pueblo mexicano".

El especialista investiga y el ensayista interpreta. Tal afirmación es sin duda exagerada y, por tanto, inexacta: el ensayista es también un especialista, especialista de la interpretación. A pesar de ello puede servir para determinar dos procesos en el acercamiento a las cosas. El especialista comunica sus descubrimientos después de una rigurosa investigación y lo hace con el dogmatismo —discurso depositario— de quien se cree poseedor de la verdad. El ensayista, por el contrario, siente la necesidad de decir algo, pero sabe que lo hace desde el perspectivismo de su propio ser y por lo tanto nos lo entrega no como algo absoluto, sino como una posible interpretación que debe ser tenida en cuenta. El especialista, formado dentro de la tradición, se muestra reacio a cualquier interpretación heterodoxa. El ensayista, libre de tal peso, afloja las riendas al corcel de su ingenio en una revaluación de lo establecido ante los valores del momento. Los verdaderos ensayos pueden estar escritos por especialistas del tema tratado; generalmente, sin embargo, no sucede así. El valor del ensayo no depende del número de datos que aporte, sino del poder de las intuiciones que se vislumbren y de las sugerencias capaces de despertar en el lector.

El ensayista es consciente de su limitación y, sin ocultarla, no duda en mostrar sus ideas en el mismo proceso de adquirirlas. Confía así en que alguna, aunque no sea nada más que una, inspire al lector en un pensamiento gemelo al de su propia alma. Esta característica del escritor de ensayos es tan antigua como el ensayo mismo. Santa Teresa de Jesús nos lo indica varias veces en su obra Las moradas: "Son tan oscuras de entender estas cosas interiores, que a quien tan poco sabe como yo, forzado habrá de decir muchas cosas supérfluas y aún desatinadas, para decir alguna que acierte" (15). Con Montaigne adquiere tal aspecto la consistencia de una peculiaridad del género ensayístico: "Si se trata de una materia que no entiendo, con mayor razón me sirvo de él [del ensayo], sondeando el vado desde lejos; y luego, si lo encuentro demasiado profundo para mi estatura, me detengo en la orilla. El convencimiento de no poder ir más allá es un signo del valor del juicio, y de los de mayor consideración" (289). De las anteriores citas no debemos deducir, sin embargo, que el ensayista desconozca por completo la materia que trata, ningún ejemplo mejor que Santa Teresa, ni que se proponga mantenerse en el plano de las generalidades. Dejemos a Ortega y Gasset precisar lo ya apuntado por Montaigne: "En 1943, el Iris-Verlag, de Berna, me pidió que escribiese unas páginas sobre Velázquez... Respondí que yo no era historiador del arte y que en cuestiones de pintura mi conocimiento era ínfimo. El editor contestó, a su vez, que su deseo era precisamente hacer hablar sobre Velázquez a un escritor ajeno al gremio de los entendidos en historia artística. Enunciado paladinamente de este modo, el propósito no dejaba de tener gracia, pues en él transparecía una curiosidad que muchos hemos sentido en ocasiones varias, a saber: qué es lo que un hombre algo meditabundo puede decir sobre un asunto del que profesionalmente no entiende" (Velázquez, 9). Pensamiento que completaría años más tarde en unos escritos sobre Goya: "Mas ¿no debe ello, por lo mismo, interesar a ciertos buenos lectores? Y, más en general, ¿no es conveniente y, acaso, muy fecundo que escriban también sobre las cuestiones quienes no 'entienden' de ellas, quienes no son del gremio que las practica, quienes se enfrentan con ellas 'in puris naturalibus'? Repárese bien: no se trata de que hable de un asunto quien, ignorándolo, cree que sabe de él, que es el uso más frecuentado, sino todo lo contrario, quien sabe muy bien que sabe muy mal la materia" (Goya, 18).

En realidad, el ser o no ser especialista en la materia tratada es algo muy secundario en el verdadero ensayo. Recuérdese que como obra literaria persigue ante todo una comunicación humanística. Octavio Paz reconoce esta peculiaridad del ensayo cuando señala en El ogro filantrópico: "Mis reflexiones sobre el Estado no son sistemáticas y deben verse más bien como una invitación a los especialistas para que estudien el tema" (9). En ocasiones, según el tema que se trate, el ser especialista puede convertirse en un serio impedimento. Albert Einstein, como escritor, es un celebrado ensayista. Sus mejores ensayos, sin embargo, no son los que examinan los fenómenos físicos. Basta comparar dos de ellos —"On Education" y "The Theory of Relativity"— para observar como su ingenio es más vivo y sugeridor cuando reflexiona sobre la educación. El segundo "ensayo" posee un carácter distinto: no es algo que se medita, sino una simplificación de lo ya establecido (Ortega y Gasset en "El sentido histórico de la teoría de Einstein" elevaría el tema a categoría ensayística). Y de aquí pasamos a un aspecto que ha dado lugar a confusiones: En el ensayo no tiene cabida la "vulgarización", pues, repitámoslo, lo importante no son los datos, ni las teorías que se aclaren, sino el proceso mismo de pensar y las sugerencias capaces de ser proyectadas por el mismo lector. Si la vulgarización no tiene cabida en el ensayo, tampoco la tienen los términos ni las expresiones técnicas, las cuales, por otra parte, sólo son necesarias cuando se trata a un nivel de profundidad lo particular, y el ensayo enfoca lo particular en el fondo de lo universal. Este carácter del ensayo está determinado, en cierto modo, por el público a quien se destina. Eduardo Nicol dice al propósito: "El ensayo se dirige a 'la generalidad de los cultos'. Sea cual sea la especialidad de cada uno, la lectura de un ensayo no requiere en ninguno la especialización. A la generalidad de los cultos corresponde 'la generalidad de los temas' que pueden tratarse en estilo de ensayo, y a la generalidad en el estilo mismo del tratamiento. El ensayista puede saber, sobre el tema elegido, mucho más de lo que es justo decir en el ensayo. La obligación de darse a entender no implica solamente un cuidado de la claridad formal, sino la eliminación de todos aquellos aspectos técnicos, si los hubiere, cuya comprensión implicaría en el lector una preparación especializada" (207).

 

© José Luis Gómez-Martínez. Teoría del ensayoSegunda edición. México: UNAM, 1992 (Esta versión digital sigue, con modificaciones menores, el texto de la segunda edición española de Teoría del ensayo).  Se publica únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines deberá obtener los permisos correspondientes.

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