Emilio Carballido

 

Emilio Carballido:
una visión del teatro, una revisión de la realidad

 

Eugenio Núñez Ang

El teatro no es sólo aquello que logra su objetivo al ser representado en el escenario. En gran medida el teatro empieza y alcanza su permanencia en el texto dramático, en esa esencia literaria que le da origen. En correspondiente armonía, ambos —texto y espectáculo— buscan su vigencia en todo aquello que, fuera de ellos, se piensa acerca de los medios y los fines confluyentes en lo que denominamos arte dramático. Como es deseable, en toda representación del pensamiento: artística —denominada también como “ficción” (plástica, literatura, cine, teatro...)— o expositiva —igualmente conocida como “no ficción” (estudios, ensayos, investigaciones, filosofía...)— debería existir una relación adecuada entre lo que se hace y lo que se piensa, entre teoría y práctica, entre realidad representada y realidad original. Es decir, así como la representación teatral debe ser la propuesta humana sobre el escenario de un texto dramático; o una exposición plástica, la objetivación de la mirada en su exhibición pública; o la lectura de un texto narrativo o poético, en su correspondiente puesta al aire en lecturas públicas, compartidas, socializadas; resulta indispensable dejar constancia —como lo plantea el proyecto de investigación internacional “El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana...” que ahora nos convoca— el papel que desempeña en “... la valoración de las ideas sobre la esencia o la presunta naturaleza humana, la relación del hombre con la naturaleza, Dios, el Estado, la escuela, la sociedad civil, la pareja humana, las generaciones, las razas, las clases sociales, la solidaridad etc. y el papel que desempeña la educación en el proceso de perfeccionamiento humano”. En suma, la palabra para modificar la realidad, para provocar un cambio social más favorable, más humano, más auténtico.

En el caso del teatro, la representación escénica parece estar condenada a lo efímero. Si bien le va, alguna reseña dejará constancia de su paso por el escenario. A veces, el video, regularmente traicionando la esencia del hecho teatral, capturará algunos de sus elementos, aunque por desgracia se perderán muchos de los valores propios de su propuesta para las tablas. Tal vez algunas críticas serias, especializadas, pretenderán plasmar en tinta aquello que sólo tiene vigencia en el aquí y ahora del actuar humano sobre un escenario y ante un público. La fotografía detendrá, fijará, capturará algunos momentos, aunque jamás la acción, la palabra, es respuesta emotiva.

La historia de la literatura se ha ocupado de situar al texto dramático, desde sus orígenes hasta nuestros días. El estudio de, entre muchos otros, Sófocles, Esquilo, Shakespeare, Moliére, Ibsen, Chéjov, Brecht, Williams nos ha permitido adentrarnos en el alma humana para reconocernos, proyectarnos, encontrar en sus personajes el proceso de la evolución humana, en lo individual y en lo colectivo, en su momento y en su devenir histórico. Sin embargo, la crítica literaria ha sido parca en estudiar a los dramaturgos contemporáneos, no sólo para encontrar los enormes valores dramáticos, literarios, estéticos que poseen, sino para establecer de que manera reflejan a la sociedad que retratan, que configura en sus conflictos y sus enfrentamientos; en sus necesidades dramáticas para provocar un cambio, una toma de conciencia, la solución de los conflictos allí planteados.

En México, autores como Rodolfo Usigli, Sergio Magaña, Hèctor Azar, Luisa Josefina Hernández, Emilio Carballido, Wilberto Cantón, Hugo Argüelles, Víctor Hugo Rascón Banda, Sabina Berman, para citar unos cuantos de una extensa lista de dramaturgos que han producido una obra abundante y rica, ya como texto literario y sus consecuentes puestas escénicas, pero también como reflejo de nosotros mismos, de qué y quiénes somos, cuál es nuestra realidad, cuáles nuestros anhelos, nuestras luchas cotidianas. A pesar de la importancia histórica y cultural que reviste la dramaturgia mexicana durante el siglo XX, sus creadores han sido poco estudiados y aún publicados. Una buena parte de obra dramática sólo tuvo una limitada vida escénica y no alcanzó jamás su edición en papel; muchas obras, sólo tuvieron una primera edición que, al agotarse, difícilmente han sido republicadas. Los estudios de investigación sobre la producción dramática es casi inexistente y aún están por descubrirse de que forma el teatro mexicano ha capturado la realidad nuestra de cada día y cuál ha sido su capacidad de penetración en la cultura nacional y aún más allá de nuestras fronteras.

Así han sido ninguneados, aún autores de tanta importancia como Emilio Carballido, a quien corresponde el honor de ser uno de los dramaturgos más prolíficos, por tanto más reconocidos y difundidos. Sino, además, el de ser un hombre de teatro por su amplia labor como difusor, promotor, maestro. Su labor en la docencia ha producido generaciones de dramaturgos jóvenes de muy alto valor. Gracias a Carballido, estos jóvenes dramaturgos no sólo adquirieron la destreza para escribir; asimismo pudieron ver publicados sus textos. Su labor como editor en la Universidad Veracruzana y en otras empresas editoriales le ha permitido difundir el texto dramático de gente consagrada y de otros que, con el paso del tiempo, han sabido ganarse el reconocimiento dentro de lo que se llegó a conocer como nueva dramaturgia mexicana. Pero también autores de otras latitudes que de otra forma serían desconocidos en nuestro país. Carballido ha sabido relacionar teoría y práctica. Carballido reconoce que no es suficiente la creación dramática, su publicación y puesta en escena; es necesaria la correspondiente crítica, no sólo las palabras de aliento, el aplauso o la recomendación del público como promotor auténtico del espectáculo. De igual manera, la gente de teatro requiere la crítica fundamentada, la retroalimentación del experto para superar su trabajo. Por esta razón, Carballido, además de publicar textos dramáticos, ha procurado la difusión de textos teóricos, de críticas, de reseñas, de reportajes donde se deje constancia de todo lo que conlleva la tarea escénica. Toda esa generosa participación y entrega, nos bastaría para describirlo como una persona solidaria, filantrópica, optimista, enriquecedora, con altos valores humanos y sociales y con un fuerte compromiso con la sociedad en la que le ha tocado vivir.

En todas sus facetas como hombre entregado al teatro, Carballido se ha sabido ganar la estimación, el reconocimiento y el respeto de quienes lo rodean. Sin embargo, al margen de cualquier homenaje que se le pudiera ofrecer, trataré de encontrar como estos valores personales se ven reflejados en su obra de creación, centrándome exclusivamente en su obra dramática. Carballido ha escrito textos dramáticos y narrativos. En ambos géneros ha demostrado su calidad literaria y su capacidad de experimentación. Difícilmente podemos olvidarnos de excelentes novelas como El Norte, El Sol o Las visitaciones del diablo. Por ahora nos interesa su labor como dramaturgo y, por tanto, encontrar en su amplísima bibliografía dramática esos rasgos comunes y diferenciales en cuanto a los temas de reflexión antropológica y filosófica que lo sitúan como representante ineludible del pensamiento latinoamericano en su posición respecto a la condición humana.

Emilio Carballido nació en Córdoba, Veracruz, el 22 de mayo de 1925. Estudió en la Universidad Nacional Autónoma de México la carrera de maestro en letras, especializado en arte dramático y en letras inglesas. Trabajó en la Universidad Veracruzana, en Xalapa, como catedrático y como miembro del Consejo Editorial, fue subdirector de la Escuela de Teatro. Ha sido maestro de, entre otras instituciones, la Escuela de Arte Dramático del Instituto Nacional de Bellas Artes, la Universidad Veracruzana y la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1950 fue becado en Nueva York por el Instituto Rockefeller, obtuvo dos veces la beca del Centro Mexicano de Escritores, además de ser becario del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Ha obtenido numerosos premios con sus obras de teatro, entre ellas Felicidad, Yo también hablo de la rosa, Medusa, El relojero de Córdoba, Te juro Juana que tengo ganas..., Un pequeño día de ira, Las cartas de Mozart. En 1996 fue galardonado con el “Premio Nacional de Ciencias y Artes”. Muchas de sus obras han sido montadas en países como Cuba, Chile, Argentina, Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, España, Francia, Suiza, Bélgica, Noruega, Checoeslovaquia, en español o en traducciones a la lengua correspondiente. Su obra narrativa también ha sido editada en inglés, ruso, italiano, rumano... Ha colaborado con obras suyas en suplementos literarios de periódicos y revistas, así como fundado y dirigido la revista Tramoya, de la Universidad Veracruzana, una de las pocas revistas especializadas en teatro, con más de veinticinco años de existencia. Algunas de sus obras han sido adaptadas para el cine y él mismo ha escrito guiones o adaptado obras literarias —narrativas o dramáticas— para ser llevadas a la pantalla.

Su primer obra puesta en escena fue Rosalba y los Llavero, en 1950 en el Palacio de Bellas Artes y bajo la dirección de su maestro, Salvador Novo, a quien considera le debe su carrera, así como a otros de sus maestros Julio Torri, Agustín Yáñez, Fernando Wagner, Bernardo Ortiz de Montellano; de igual manera a sus compañeros de generación Rosario Castellanos, Luisa Josefina Hernández y Sergio Magaña y los centroamericanos Ernesto Cardenal, Raúl González, Carlos Illescas y Tito Monterroso. En ese mismo año, 1950, estrenó su auto sacramental La zona intermedia. Como se plantea en el Diccionario de Escritores Mexicanos: ”Estas dos obras mostraron sus dos tendencias: por un lado una especie de neorrealismo escénico, un impulso por incorporar lo cotidiano al mundo del drama, y por otro, un intento de fantasía, de imaginación poética” [DEM, 1967: 59]. Otras constantes aparecerán a lo largo de su extensa bibliografía como el considerar la presencia y participación del espectador. Carballido plantea que “Aún la obra más económica tiene la obligación de ser espectacular. Es decir, hasta una obra de dos personajes es necesario que también llegue a ser un bello espectáculo que sacuda al espectador con el gesto, con la palabra directa, todo eso es muy hermoso. Todos los elementos reunidos en una obra teatral son los que sacuden a la gente, todos reunidos hacen explosión” puntualiza Carballido en la entrevista concedida a Luz García Martínez de la revista Academia.

Otro elemento fundamental en Carballido es la crítica de los males que afectan a la sociedad mexicana —aunque la universalidad de su obra resulta aplicable a cualquier otra sociedad del mundo—. El autor de Los sueños que sueña la tortuga y Rosa de dos aromas, parte de la realidad cotidiana, tanto en lo particular como en lo social, pero en esa relación dialéctica donde lo uno incide en lo otro. Pues en el plano de la sociedad civil, con esa realidad impregnada de injusticias, de falta de oportunidades, de abuso del poder, de corrupción; o en la más elemental vida individual, caracterizada por carencias de todo tipo: económicas, afectivas, de comunicación, de encuentro. Para patentizar esta realidad, Carballido se vale de los recursos dramáticos adecuados, sin evadir convenciones genéricas para retratar esa realidad frecuentemente dolorosa, ineludible. Problemas tan cotidianos y tan cercanos al espectador que, como ocurre en la vida real, parecería que no tienen solución, Carballido siempre encontrará como llevar a la toma de conciencia o a la solución más humana, como si retomara las respuestas de la sabiduría popular: Dios aprieta pero no ahoga, mañana será otro día, no hay mal que por bien no venga. Esto no significa no responsabilizarse, desentenderse, no tomar conciencia; por el contrario, para Carballido siempre hay una solución, una salida, ya sea el actuar sobre esos problemas, ya porque a veces ocurre algo, mágico, imprevisible, inesperado o porque a veces lo único que queda es aceptar la realidad tal como es y lo único que nos faltaba era aceptarlo, tal vez hasta reírse de uno mismo.

Carballido no duda en utilizar la parodia, la farsa, el humor, la risa catártica que nos acerque con mayor intensidad a lo que Jean Paul Sartre denominó èngagement, compromiso, o sea la coparticipaciòn, la conciencia colectiva. Éstas serán las armas para vehicular su crítica, pero igualmente para provocar la catarsis en el espectador. Frecuentemente, echará mano de recursos brechtianos, para impulsar la toma de conciencia.

En este sentido obras como Silencio pollos pelones que ya les van a echar su máiz...; Rosa de dos aromas, Un pequeño día de ira Felicidad, Yo también hablo de la rosa, una buena parte de las obras en un acto contenidas en D. F., como Noticias del día, Cuento de navidad, El censo, nos sitúan en ese mundo de la clase media para abajo que, a pesar de todo, encontrarán la respuesta a sus males en la solidaridad humana, en la toma de conciencia, en, si es necesario, hacerse justicia por propia mano o, muy sabiamente, mediante la burla, el escarnio o el autorreconocimiento que los lleva a reírse de sí mismos.

El caleidoscopio de personajes bordados por Emilio Carballido nos permite identificar a la naturaleza humana en todas sus facetas. Individuos con los que resulta fácil proyectarse o identificar al otro, a aquellos con quienes convivimos cotidianamente. Hombres y mujeres de variada condición social, económica, política conviviendo en este gran teatro del mundo. Con pequeños o grandes conflictos, solos o en grupo, dispuestos a luchar o pasivos en espera de un milagro que no llega, los personajes de Carballido representan algo más que un personaje dramático: son. como lo es la obra de Carballido, un espejo en el cual mirar la condición humana. Sin embargo, la presencia del autor nos permite visulumbrar un rayo de esperanza, una respuesta solidaria, una salida verdaderamente positiva: siempre es posible hacer algo: “la libertad toma la forma del gesto con que la escogemos” [Carballido, 1966: 72], dirán los personajes al final de Yo también hablo de la rosa. Al finalizar Silencio pollos pelones... los personajes, desdoblados en los actores que los representan, en su larga lista de peticiones pero con la carga sustantiva de “No queremos caridad, sólo queremos justicia” [Carballido, 1978: 92] manifestarán “También pedimos ayuda para poner esta obra al aire libre, donde la viera la gente que no puede pagar boleto.” [Carballido, 1978: 93]; el narrador al finalizar Un pequeño día de ira advierte que “... algo ha cambiado en este pueblo” [Carballido, 1978: 159], que bastó “un día de ira. Sólo un pequeño día de ira”. “Ellos —esto es, los personajes/habitantes de ese microcosmos que un día decidieron hacerse justicia y acabar con el influyentismo, con el mal gobierno de su pueblo— (ellos) lo saben” [Carballido, 1978: 159]. Pero nosotros, el público o los lectores también tomamos conciencia de que nos bastaría un pequeño día de ira para salir de este marasmo en el que nos han sumido desde los gobiernos de la revolución hasta este actual gobierno del cambio o para decirlo foxianamente de la puritita morralla.

Carballido nos plantea la enajenación de sus personajes. A algunos, les permite tomar conciencia y resolver sus conflictos; otros, se quedarán allí. encerrados en sus mentiras, sus autojustificaciones, sus deseos frustrados, como los personajes de Felicidad, con los cuales, finalmente, nos reímos o nos reímos de ellos, pero Carballido nos lleva, asimismo, a solidarizarnos con ellos, a comprenderlos, a vivir su pequeña miseria humana, a compadecerlos porque nos hemos acercado tanto a ellos que nadie se atrevería a tirar la primera piedra.

El optimismo, la fe en el ser humano, la solidaridad del autor con sus creaturas nos es transmitida, contagiada. Carballido, como lo manifiesta Rosario Castellanos, nos lleva a “Creer en la dignidad del hombre”, pero igualmente que esto no significa “cerrar los ojos ante las trampas donde suele perderla”. La risa o el nudo en la garganta, cuando no las lágrimas, serán el vehículo para manifestar, para manifestarse, como espectador en el que se le ha despertado la confianza en sí mismo y en el otro, al entender que la vida es como la rosa de la que nos habla en Yo también hablo de la rosa: lo complejo de la existencia humana y la naturaleza de su realidad en la que a veces, las trampas que nos pone esa misma realidad pueden ser obstáculos abatibles o no; pero después de todo, siempre queda la esperanza o como dice Una brisa, citando a Pellicer en Las Noticias del día:

¡Oh viento del otoño
maravilloso viento del otoño!
...
Dales la fe superior al destino
y la virtud mágica de tu sutil presencia
[Pellicer, 1968: 193].

En una sociedad como la nuestra, en constante crisis ideológica, social y política, el dramaturgo cumple una función crítica para cuestionar de que manera se han traicionado los valores humanos más elementales. Para ello, es necesario un reconocimiento de la dimensión activa del teatro y, en consecuencia, de la realidad, del entorno ideológico, social y político en la que el dramaturgo se desarrolla. De esta manera, los hacedores del teatro —en concordancia con la propuesta del dramaturgo— el director de escena y los actores manifestarán una propuesta, una actitud, a favor o en contra, para enajenar o para liberar, como diversión vacía o como advertencia propiciatoria.

Emilio Carballido, consciente de los conflictos sociales, estructura su teatro partiendo de incidentes reales, aunque él se defienda manifestando que algunas de sus obras han tenido su origen en un sueño. El conflicto entre la realidad y el deseo, entre lo vivido y lo soñado, se traducirá, primero en el papel, luego en el escenario: múltiples caras de una misma realidad, múltiples pétalos de una misma rosa. El locutor de Yo también hablo de la rosa, ante el hecho real de Toña y Polo sobre el descarrilamiento del tren, después de las variadas interpretaciones marxistas, sociológicas, psicológicas, de la madre, de la maestra, de los chavos, de los adultos, concluirá:

Si aceptan una de estas imágenes como cierta, serán falsas todas las otras, porque nadie pretenderá que haya varias contestaciones a una sola pregunta. Cualquier intelectual podrá decirles que una respuesta excluye a todas las demás. Así son las cosas y estamos entre intelectuales, ¿no es cierto? ¿cuál es la imagen verdadera? [Carballido, 1966: 68-69].

Así, las obras de Carballido responden a las múltiples caras de la realidad. El dramaturgo nos presenta algo tan fácil, tan cercano y tan evidente como la vida cotidiana. El espectador, el lector, verá pasar ante sus ojos ese fragmento de realidad, tal vez sin cuestionar ni plantearse nada: todo es tan cercano a él que, semejantemente a lo planteado por Carballido, le parecerá un sueño en el que se repite la realidad vivida. Algunos reconocerán la necesidad de despertar, de darle una respuesta a ese sueño; otros seguirán almacenando historias, como la Intermediaria de Yo también hablo de la rosa se dirán “pero eso es ya otra historia” [Carballido, 1966: 44]; o como este mismo personaje se plantearán “¿y el fulgor de esa estrella extinguida, desde hace tantos años luz?” [Carballido, 1966: 74]. Pero, probablemente como Carballido propone en las voces entrelazadas de sus personajes Maximino, Toña, Polo y la Intermediaria: “Y ahora todos... en las manos de todos... vamos a oír tan... largamente... el misterio.. de nuestros propios corazones...” [Carballido, 1966: 74]. Y a lo mejor así será posible que el texto sobreviva, pero además se transforme y logre responder a los nuevos cambios, a los nuevos conflictos de las mismas viejas realidades, de las mismas viejas vivencias; y a lo mejor así el espectador, el lector, la sociedad logren reflejar las transformaciones de aquello que la obra reflejaba, profetizaba, denunciaba, pretendía introyectar.

Aunque hemos querido encontrar las tesis de Carballido, a través de sus personajes; hemos encontrado, asimismo, una propuesta contextual en lo que se refiere a la independencia de los protagonistas y el distanciamiento del autor, una relación con la concepción dramática de Pirandello quien dice en el prefacio de Seis personajes en busca de autor, “Nacidos vivos, ellos querían vivir”. Carballido los deja vivir, con la firme esperanza de que primero el actor y luego el público o lector los reviva, como los personajes de Por si alguna vez soñamos, cada uno retome sus sueños para convertirlos en realidad o almacenarlos para un día responder a las preguntas de uno de estos personajes, Sergio: qué planeamos, qué queremos, qué de veras somos; o, de igual manera, como le dice a Apolonio, otro personaje al que le gustaría “mejores cosas para soñar”, “¿Pues por qué no las sueñas?” [Carballido, 1978: 339].

El teatro de Emilio Carballido ha venido a dar respuesta a varias de las interrogantes planteadas sobre la función del teatro en la sociedad contemporánea. Nos obliga a despertar o nos invita a seguir soñando, nos lleva a reflexionar o nos crea un efecto inmedito para actuar en el plano de la realidad. Sin duda, la obra de Carballido lleva consigo una propuesta estética-ideológica: busca el goce, cumplir con la función catártica de la diversión; pero no soslaya el impacto y la praxis social inmediata o a largo plazo, despertar o almacenar los sueños hasta que algún día exploten, y como los personajes de Te juro Juana que tengo ganas, en esa propuesta circular: convertir la realidad, de ese gran teatro que es el mundo, en teatro, o reconvertir el teatro —escrito o representado— en realidad.

 

Bibliografía

Directa

  • Carballido, E. (1966). Yo también hablo de la rosa. INBA. México.

  • ________. (1978). Silencio pollos pelones, Un pequeño día de ira y Acapulco los lunes. Extemporáneos. México.

  • _______.(1978). D. F., 26 obras en un acto. Grijalbo. México.

Indirecta

  • Diccionario de escritores mexicanos. (1967). Universidad Nacional Autónoma de México. México.

  • http://www.hemerodigital.unam.mx/ANUIES/ipn/acdemia/15/sec

  • Pellicer, C. (1968). Las noticias del día. Peregrina. México.

  • Pirandello. (1968). Seis personajes en busca de autor en Teatro. Guadarrama. Madrid.

 

Eugenio Núñez Ang
Universidad Autónoma del Estado de México
Actualizado, septiembre 2006

 

© 2003 Coordinador General para México, Alberto Saladino García. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de 2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez.
Nota: Esta versión digital se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

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