Manuel Martínez Báez

 

Manuel Martínez Báez (1894-1987)

 

Ana Cecilia Rodríguez de Romo

Para Aurora Palomo de Martínez(+),
Antonio Martínez Báez(+)
y Pedro Daniel Martínez(+), seres humanos
que tuve el privilegio de conocer.

Acerca del maestro Manuel Martínez Báez, han escrito el sociólogo, el microbiólogo, el historiador o el amigo [Romo, 1992, 1993, 1994, 1997]. Sus aportaciones fueron muchas y muy variadas; su interés en las humanidades médicas lo llevó a escribir ensayos o biografías analíticas [Martínez Báez, 1972] en el campo de la microbiología y la parasitología, sus publicaciones rebasan la centena, en la salud pública y la sociología médica, fue figura importante para la política científica mexicana en el periodo 1935-1965.

Si hubiera que escoger una palabra para definir su vida, congruencia sería la indicada. Congruencia de sus experiencias familiares y de juventud, con sus inquietudes intelectuales y actividades profesionales; congruencia entre el pensamiento y las acciones; congruencia de vida con su vocación, sus gustos y sus actividades en general.

Determinantes de una vida

Manuel Martínez Báez perteneció a la élite michoacana que floreció en Morelia entre el siglo XIX y el XX. Familias cuidadosas de la educación, las costumbres y los principios. En su formación y en su vida en general, fueron esenciales su familia y lugar de origen, su escuela y su generación, las relaciones que estableció en su adolescencia y juventud, y un código de conducta basado en la lealtad y la fidelidad [Camp, 1980: 313-335; Varios, 1985]; Nació el 2 de septiembre de 1894 en Morelia y falleció en la ciudad de México el 19 de enero de 1987.

Su abuelo, el licenciado Ramón Martínez Avilés (1837-1911), ejerció la carrera de leyes poco tiempo antes de dedicarse definitivamente a la música, campo en la que tuvo un papel relevante en Morelia. Martínez Avilés fue pianista, violinista y compositor. Creó la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia, la Revista Euterpe y fue maestro de música en el Colegio de San Nicolás y en la catedral de Morelia.

Su padre, el doctor Manuel Martínez Solórzano (1862-1924), además de médico era naturalista y realizó muchos trabajos importantes sobre la flora y fauna de Michoacán. Fue director del Museo Michoacán. El doctor Martínez Solórzano recibía desde Europa la más reciente información que el joven Manuel leía con interés precoz. Conocía bien el positivismo y el darwinismo, a más de ser liberal. En el campo político fue presidente municipal de Morelia y formó parte del Congreso Constituyente que en 1917, redactó nuestra Constitución. Como médico destacado de Morelia, era el encargado del suero vacunal.

Su madre, la señora Francisca Báez de Martínez era maestra de escuela, situación privilegiada si se recuerda la pobre condición de la mujer mexicana en el siglo XIX. En una visita que el joven Manuel hizo con ella a la ciudad de México, conoció al naturalista Alfonso L. Herrera, quien le dejó profunda huella. De su madre, el doctor Martínez Báez decía que leía y traducía francés e inglés, y que era religiosa.[1]

La infancia del doctor Manuel Martínez Báez estuvo claramente marcada por la música, la biología, la medicina y la política, las mismas corrientes que desarrollaría el resto de su vida. Quizá además, la combinación de un padre liberal, perseverante, con curiosidad científica y una madre preparada y religiosa moderada, modelaron el sentimiento de independencia y el código ético que lo caracterizarían. Fue además el primogénito de una familia numerosa, cuyo padre enfermó y despareció siendo todos muy jóvenes, circunstancias que en parte, deben haber condicionado su alto sentido de responsabilidad.

Manuel Martínez Báez pasó en Morelia los años que estructuran la vida de las personas. En su prosa se adivinan las campanas de la ciudad, se camina por la calle entre el Jardín de las Rosas y el Carmen, cerca del antiguo Hospital del Corazón de Jesús, se ve la atmósfera límpida después de llover, se huelen los pinos y las macetas regadas de los balcones. Una vez más congruente con ese sentir, se entiende su gusto (y afinidad yo agregaría) por el escritor español Azorín, que tan bien plasma en su literatura la delicada y profunda influencia del paisaje y que igual que nuestro autor, es tan sensible a la angustia por el paso del tiempo y a la miseria y el atraso de los pueblos. Hizo todos sus estudios en el Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo [Zavala, 1991: 101-109], cuya fragantes magnolias y hermosísima araucaria del patio central, gracias a él nos es tan familiar. El Colegio fue constante en el horizonte político, ideológico y cultural en la historia de Michoacán. Ahí aprendió a: “buscar la verdad, a reconocerla, a preciarla como alto valor, a sostenerla como un ideal y hacer de su culto cimiento y estructura de la personalidad”.

Manuel Martínez Báez asimiló muy bien ese patrimonio. La enseñanza en el Colegio era óptima y rigurosa; aprendió muy bien inglés y francés, circunstancia que años más tarde le permitiría desenvolverse con soltura en el medio internacional. Algunos de sus compañeros de escuela fueron Eduardo Villaseñor, Isaac Arriaga, Samuel Ramos, Salvador González Herrejón, Daniel Cosío Villegas e Ignacio Chávez. Con todos habría pasado momentos felices, aunque especial aprecio sentía por González Herrejón y Samuel Ramos. Años más tarde, todos ocuparían posiciones importantes, pero en la época escolar, junto con su hermano Antonio, eran conocidos como el "esprit coupole" del Colegio[2]. Esas relaciones de adolescencia y temprana juventud, jugaron un papel importante en su vida futura; relaciones que se forjan cuando las diferencias y la competitividad todavía no condicionan la sinceridad.

Probablemente la autodisciplina y obediencia que distinguían al doctor Martínez Báez, se hayan gestado en su experiencia militar que no fue escasa. En 1913 atendió a los heridos de guerra en la Revolución, en 1916 fue médico cirujano en la brigada sanitaria del jefe revolucionario Alfredo Elizondo. En 1917 fue médico en la armada de Venustiano Carranza y en 1918 trabajó en la Cruz Blanca Neutral. En 1920 participó en la fundación del Hospital Militar de Morelia.

A propuesta de su amigo González Herrejón, fue nombrado secretario general de la Escuela de Medicina. En el periodo 1924-1925 fue rector de la Universidad de Michoacán. Pero la vida cultural y social de la ciudad de México se acomodaba muy bien a la intelectualidad de Manuel Martínez Báez, así que “... cortó los sutiles lazos que lo unían con su romántica ciudad” [Maillefert, 1963: 107] y se trasladó a la capital del país.

En la ciudad de México llegó a vivir con Mariano Azuela y además de sus antiguas amistades, se relaciona con Raúl Fournier, Alfredo Robles Domínguez, Diego Rivera, las hijas de Justo sierra, Antonieta Rivas Mercado. Apoyado por su conocidos de escuela, empezó a trabajar como conferenciante en el Servicio de Educación para la Salud del Departamento de Salubridad y como profesor en la Escuela de Medicina, este fue el inicio del doctor Martínez Báez en la política y la academia, sus actividades permanentes. En lo que es la actual Secretaría de Salud llegaría a ser subsecretario (1943-1946) y en la Universidad Nacional Autónoma de México fue profesor emérito y miembro de la Junta de Gobierno.

“Por hacer bien las cosas y dar más de lo que le correspondía”, en 1929 fue enviado a Europa para participar en la organización de la Exposición Ibero-Americana de Sevilla. En España nace su simpatía por la causa de los republicanos y se relaciona con Primo de Rivera, Tomás Perrín y Pío del Río Ortega. En Francia conoció al profesor Emile Brumpt, cuya influencia determinó que en 1933 estudiara parasitología en la Universidad de París. Como becario Rockefeller, estudió malariología en el Instituto Antipalúdico de Navalmoral de la Mata, España y en la Escuela Experimental de la Lucha Antimalárica en Roma. Estando en París, fue nombrado representante de México en la primera organización internacional para la cooperación sanitaria, la Oficina Internacional de Higiene Pública. Al regresar a México la vida de Manuel Martínez Báez ya estaría decidida, abandonó definitivamente la medicina clínica para dedicarse a la enseñanza, la investigación en parasitología y salud pública y a la política científica. Tenía entonces 40 años.

La aportación al mejor entendimiento de las enfermedades tropicales

Manuel Martínez Báez publicó 133 artículos cuya distribución es interesante apuntar. El 50% se refieren a temas científicos sobre parasitología y principalmente fueron escritos entre los años cincuentas y sesentas. Alrededor de 25% abordan temas histórico-humanísticos, publicados en el periodo 1960-1970, aquí abundan los ensayos biográficos. El 25% restante toca a la Salud Pública y la Sociología Médica, aparecen durante toda su vida, pero principalmente en los últimos años. Además publicó 6 libros.

En el campo de la parasitología estuvo particularmente interesado en la oncocercosis, helmintiasis endémica en el sur de México y norte de América Central. Es significativo que su segundo artículo científico y el último se refieren a oncocercosis [Martínz Báez. 1935: 357-386 y Martínez Báez, 1977: 1007-1018]. Sus estudios fueron importantes para el mejor conocimiento del parásito y el tratamiento para combatirlo.

Su actividad científica se desenvolvió principalmente en el “Instituto de Salubridad y Enfermedades Tropicales”, ISET, de donde fue su primer director y jefe del laboratorio de anatomía patológica. El ISET fue el primer centro para la investigación de los problemas de salud en México, actualmente se llama “Instituto Nacional de Diagnóstico y Referencia Epidemiológica Manuel Martínez Báez". El ISET se creó (1939) a instancias del Plan Sexenal que arrancó Lázaro Cárdenas y que en materia de salud, contemplaba la creación de un lugar para estudiar problemas de salubridad y las “enfermedades tropicales”.

Una de las aportaciones más relevantes de Martínez Báez, se refiere al mejor entendimiento de los aspectos sociales, económicos y culturales de las enfermedades tropicales. Esta inclinación no fue fortuita y a mi modo de ver, se gestó con el tema de su tesis; amibiasis y su estancia de dos años en Huetamo, pueblo de la zona cálida de Michoacán. Ahí se vio confrontado a los problemas de salud provocados por la pobreza y las malas condiciones sociales. Muy sensible a la incongruencia entre la realidad mexicana y las ideas que sobre sanidad había en los libros que sólo estaban escritos por extranjeros, Manuel Martínez Báez adecuó a la situación de los países subdesarrollados, el conocimiento que sobre enfermedades tropicales surgió en países ajenos a esta problemática. En un sentido más realista, pero sobre todo vanguardista, Martínez Báez concluyó que el interés por las enfermedades tropicales surgió por la necesidad de cuidar la salud de los extranjeros que viajaban a países lejanos, la preocupación por la salud de los nativos surgió hasta que se afectó la mano de obra y por tanto la producción. El maestro Martínez Báez pensaba que la idea de enfermedades tropicales, se refería a una realidad diferente que los extranjeros necesitaban conocer, la base real de las enfermedades tropicales estaba en la triste situación de la salud pública que sufren los países subdesarrollados. Martínez Báez plasmó estas ideas en muchos artículos pero sobre todo en el libro Factores económicos, culturales y sociales en la génesis de las llamadas enfermedades tropicales [Martínez Báez, 1969]. Él pensaba que para combatir las enfermedades tropicales, era fundamental mejorar las condiciones de vida de los pueblos. Esto sólo era posible a través de la ciencia y la buena voluntad, partidario sincero de una utopía científica y social, en sus escritos dijo que estaba convencido que en el futuro disminuirían la pobreza, la ignorancia, el carácter primitivo de la cultura y el menoscabo de la libertad y mala distribución de la riqueza.

La historia de lo que se conoce como enfermedades tropicales, está íntimamente relacionada con el colonialismo, circunstancia que Manuel Martínez Báez entendía muy bien y que curiosamente, los historiadores de la ciencia tardaron en percibir. En la concepción europea, a mediados del siglo XIX no había enfermedades tropicales, había "enfermedades de los trópicos", no existía el concepto de “medicina tropical”, si acaso se hablaba de “patología exótica”. Los médicos entonces practicaban la medicina en las condiciones geográficas del lugar en que estaban y que podía ser cálido-tropical. Es decir, las enfermedades tropicales se abordaban como entidades nosológicas aisladas y fuera de un cuerpo de conocimiento médico integral [Davidson, 1983: 1-24].

Las enfermedades tropicales o la medicina tropical se han vuelto importantes para el sociólogo, el historiador y el antropólogo hasta fecha relativamente reciente. Antes en la historia, eran el recuento de las campañas gloriosas que muchas veces no fueron tales o la crónica romántica de los descubrimientos de los agentes causales de la malaria, la leishmaniasis, la esquisostomiasis o la tripanosomiasis. Considerando lo anterior, la posición de Manuel Martínez Báez fue muy innovadora, ahora los historiadores están en el punto donde él estaba hace cuarenta años, ya no abordan la medicina tropical o las enfermedades tropicales, estudian la "medicina colonial", consideran la gran variedad de circunstancias políticas, sociales, económicas, geográficas y culturales que modulan el binomio salud-enfermedad y se analizan históricamente. Siguiendo su óptica, en nuestros días se reflexiona en los factores que condicionaron campañas sanitarias, en la creación de instituciones para estudiar las enfermedades tropicales en los países pobres, incluso, en el apoyo económico aparentemente desinteresado, que actualmente brindan los países ricos a los pobres, condicionando veladamente su investigación [Rodríguez de Romo, 1996: 292-316].

Hasta ahora los médicos y los científicos sociales de los países desarrollados, aceptan que las enfermedades tropicales son consecuencia de la pobreza, la desnutrición y la insalubridad, y que el término "tropical" tiene una connotación inocente asociada a la naturaleza, más que a factores económicos, políticos y sociales, como lo entendió Manuel Martínez Báez. Pero esa aceptación, no significa que también compartan la confianza que él tenía en la buena voluntad política y en las bondades de la ciencia para resolver los problemas de salud de los pobres:

 ... es razonable creer que en la continuidad del progreso de la salud pública de los pueblos que todavía hoy padecen por el bajo nivel que en ellos tiene. En cuanto a la altura que algún día podrá alcanzar ese nivel, nada impide pensar sensatamente en que ha de llegar a ser como la que hoy tiene en los países más desarrollados... [respecto a la sanidad] es evidente la posibilidad de que ambos grupos de población alcancen igual nivel de salud cuando los nativos lleguen a vivir como viven los blancos [Martínez Báez, 1969: 170-171].

Manuel Martínez Báez pensaba que muchas enfermedades desaparecerían al desaparecer el vector por la acción de los entonces nuevos insecticidas.[Martínez Báez, 1969: 171]. ¿Qué pensaría el maestro Martínez Báez del incremento en la incidencia de cáncer por acción de los insecticidas?

Él confiaba en que el desarrollo de nuevos medicamentos disminuiría progresiva y considerablemente enfermedades tenidas por tropicales y la prevalencia de otras como la tuberculosis [Martínez Báez, 1969: 173]. ¿Cómo entendería el repunte alarmante que está teniendo la tuberculosis en nuestros días?

Respecto a las enfermedades carenciales, el doctor Martínez Báez creía que:

... mejoraran a medida que ocurrieran cambios favorables en las condiciones económicas y en las culturales que fomenten una alimentación más correcta y que las actividades sanitarias apliquen las medidas adecuadas para contrarrestar carencias en el ambiente. ...Ha de ser bien fácil que todos los seres humanos, tan luego como puedan hacerlo coman hasta satisfacer su apetito. Este declinar del hambre no se producirá tan pronto como es deseable, pero apenas se inicie, será difícil que se detenga y tendrá muchas consecuencias favorables [Martínez Báez, 1969: 174 y 176].

Qué bueno que el maestro Martínez Báez no presenció las noticias sobre las poblaciones que mueren de hambre en todo el mundo.

Manuel Martínez Báez era creyente sincero de una utopia científica y social.

El hombre

Todavía muchas personas recuerdan al doctor Martínez Báez y la opinión es unánime: un hombre íntegro, honesto, inteligente y muy culto; pero también poco tolerante, intransigente de temperamento fuerte y carácter difícil. De sólidas convicciones que se reflejaban en sus actos, el maestro Enrique Beltrán cuenta que tuvo un laboratorio de análisis clínicos, que al poco tiempo cerró porque a él no le gustaba esa cuestión ni dar malas noticias a la gente, además eso nada más le quitaba tiempo para leer.

Sus alumnos lo evocan como maestro ejemplar, cuya cátedra se caracterizó por la sabiduría, seriedad y sencillez. Más especulando que basada en evidencias, me atrevo a pensar que mucho le hubiera agradado ser director de la Facultad de Medicina de la UNAM, es decir, influir directamente en los jóvenes.

Manuel Martínez Báez siempre estuvo consciente de la historia y de su deber social, lo que ilustran bien las siguientes líneas tomadas de su discurso de ingreso a El Colegio Nacional en 1954.

Cuando me asomé a la juventud, me deslumbró el súbito incendio de nuestra Revolución, cuyo fulgor alumbró duras e hirientes verdades y en cuyas brasas se incineraron viejos prejuicios, rancias mentiras y falsos valores. La Revolución dejó una marca indeleble en todos los de mi generación… Todos entramos en una nueva y azarosa existencia… pero en lo sucesivo, todos tuvimos siempre ante nuestros ojos una realidad patente, que sufría, que anhelaba y que exigía. La realidad de nuestro pueblo, que mostraba al desnudo su verdad y que nos hacía compartir su angustia y su esperanza. Mis casi ingénitas aficiones al estudio de la naturaleza me encaminaron por el sendero de los estudios médicos, los cuales hice mal y de prisa, debido en parte a circunstancias ligadas con accidentes de la época. Prematuramente me encontré ya lanzado a la lucha por la vida, teniendo que servir a soldados y campesinos, con bagaje científico y técnico bastante exiguo, sin mucha oportunidad para adquirir experiencia médica provechosa, pero con amplia ocasión para saber de la vida real de nuestro pueblo. Viví después, por pocos años, como médico en un pueblo; entonces tuve más clara conciencia de la escasez de mis conocimientos y de mis habilidades y sufrí por la carencia de recursos para servir bien a quienes debía, y comprendí lo absurdo de tener que vender mis servicios a quienes los necesitaban pero no tenían con que comprarlos. Adquirí la convicción de que en la medicina no todo es mera biología y aprendí que el ser humano, por más que parezca solitario, forma parte siempre, ineludiblemente, de una comunidad, a la que lo atan lazos que sería torpe desconocer y menospreciar [Martínez Báez, 1954].

De hecho, Martínez Báez pensaba que el gobierno debía crear un sistema de atención a la salud para la sociedad, que ésta misma financiara de modo razonable, adelantándose así, a la creación del IMSS y del ISSSTE.

También estaba convencido que una sociedad debía tener creencias o ideales homogéneos, con objeto de luchar por el bien común. En una entrevista expresa este pensamiento con claridad cuando cuenta que siendo rector de la Universidad de Michoacán, formó una casa de estudiantes con la idea de conveniencia de un grupo social, que todos se manejen dentro de un esquema, digamos de un cartabón para conseguir los resultados que son provechosos al grupo social que se forma con determinado fin. En esta misma línea de deber social, en los años cuarenta el pensaba que en América Latina había que facilitar el intercambio de personas de todos los grupos sociales en busca de trabajo, inversiones, materias primas o simple esparcimiento. Con los mismos fines, era necesario incrementar la población, pero una población saludable porque; mejorar la salud es impulsar la eugenesia que formará la verdadera y nueva raza de América. Como muchos de sus contemporáneos, Martínez Báez no acordaba al término eugenesia un contexto racista, lo entendía y lo aplicaba en el sentido de facilitar a través de la ciencia, los medios necesarios para tener un pueblo sano y en consecuencia una sociedad próspera y civilizada.

Para los años sesenta, el doctor Manuel Martínez Báez percibe que el intenso crecimiento de la población, se estaba convirtiendo en una seria amenaza para la lucha contra las enfermedades tropicales, incremento que no imaginó sucedería veinte años atrás. Entonces le parece que sería necesario controlar la natalidad, entre otros, para elevar los niveles de vida y por lo tanto disminuir la incidencia de las enfermedades asociadas a la pobreza.

Aparentemente duro, era muy sensible y de intensa vida interior, le encantaba la ópera, tenía un oído muy desarrollado que se vio afectado por una sordera importante de sus últimos años. Le gustaba mucho leer, además de Azorín admiraba a Marcel Proust, en cuya obra quizá encontró respuesta a la insistente búsqueda de la felicidad. Científico sincero, Martínez Báez pensaba que la ciencia no produce la felicidad, pero si ayuda a resolver la conflictiva existencial, facilitando el conocimiento personal y de la sociedad.

Exigente consigo mismo (quizá por eso también con los demás), tenía una gran fuerza de voluntad. Ocho años antes de fallecer, sufrió un accidente vascular cerebral que no le impidió mecanografíar con un dedo su último libro La vida maravillosa de los insectos contada por J. H. Fabre. El curioso Manuel había leído a este autor en la biblioteca de su padre cuando era muy joven.

De las muchas amistades que gozó Manuel Martínez Báez, en mi opinión el doctor Pedro Daniel Martínez fue un caso especial. Hombre muy inteligente y observador y a la vez honesto y generoso, supo entender al ser humano en su totalidad; con defectos y cualidades y fue testigo de situaciones adversas, que en ese marco de congruencia tan citado, Manuel Martínez Báez afrontó con la dignidad y entereza de su sentir agnóstico. Las siguientes líneas provienen de la semblanza que leyó Pedro Daniel Martínez el 31 de julio de 1981, con motivo de la inauguración con el nombre de Manuel Martínez Báez, de un centro de salud en Azcapotzalco, Distrito Federal.

La vida de Martínez Báez ha sido muy intensa. Ha estado colmada de numerosas y merecidas satisfacciones, pero también de frecuentes angustias, frustraciones y sufrimientos. Ha tenido que enfrentarse no sólo a las catástrofes inevitables de la existencia –lo que ha realizado con admirable dignidad-, sino a la vez a los factores negativos que corroen a la sociedad en la que le ha tocado vivir. Su intachable e insuperable honestidad tuvo que contender en contra de la corrupción generalizada; su austeridad, en contra del consumismo pueril y ostentoso; su mente liberal y antidogmática, en contra de la gazmoñería más retardataria; su auténtico y discreto espíritu revolucionario, en contra de la marejada conservadora; su pasión por la verdad, en contra de la vida de ficción y charlatanería; su disciplina, en contra de la irresponsabilidad y el libertinaje; su anhelo de servicio en contra del egoísmo propio de seres subdesarrollados; su aristocracia espiritual, en contra de la soberbia de la riqueza [Martínez, 1981: 511].

Fue ateo, congruente con su propio código del deber ser. Ni hizo fortuna, no perteneció a ningún partido político, no ocupó puestos de elección nacional. Como intelectual pensaba: Los intelectuales debemos ocuparnos de los problemas de la circunstancia, pero como intelectuales: para buscar y proponer soluciones, pero dejando su realización a los políticos o a los organismos políticos, más que nada, no entrando con ellos en competencia por el poder, por la posesión y ejercicio efectivo del poder, salvo el poder de las ideas, que es nuestro, tan nuestro, que nadie a su vez entrará en competencia por él con nosotros [El Nacional, 1948].

Conclusión

Manuel Martínez Báez siempre estuvo orgulloso de su familia y su región. En su infancia recibió profunda influencia científica y cultural de su padre y su abuelo, siendo adolescente hizo amistades determinantes para su vida futura, perteneció a un grupo selecto en una escuela selecta. Como adulto joven tuvo experiencia militar y se vio confrontado a la pobreza y miseria humanas. Como adulto activo fue parte de un grupo que jugó un papel importante en la creación no sólo del México actual, también de instancias internaciones que perviven hasta nuestros días, como la FAO, la UNESCO y la OMS. Él albergaba la creencia firme de que la ciencia y la buena voluntad eran suficientes como factores de cambio. Su interés en las enfermedades tropicales no fue espontáneo, dependió de la realidad mexicana a la que se vio confrontado, de su formación médico-científica y de la época que le tocó vivir. Su obra fue importante en parasitología, salud pública y sociología médica. Hombre inteligente, honesto, de excelente preparación y fuerte personalidad, dio prestigio a México en los círculos científico-diplomáticos. A él le interesaba la cultura, la ciencia y los seres humanos, respetuoso del principio científico, fue higienista parasitólogo y humanista. Me parece que algunas de sus palabras en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, lo definen muy bien: “…mis raíces provincianas, mi interés por las ciencias de la vida y de la salud y mi conciencia atenta de servir a México y a la humanidad”.

 

Bibliografía

Directa

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  • ________. (1972). Pasteur, vida y obra. Fondo de Cultura Económica. México.

  • ________. (1977). «Ultraestructure of Onchocerca volvulus from Mexico», en Journal of Parasitology. N° 63. París.

  • Las opiniones personales de Manuel Martínez Báez provienen de: “Entrevista con MMB, realizada por Ximena Sepúlveda, 30 de marzo y 6 de abril de 1977, Ciudad de México”. Archivo de la Palabra, Instituto de Investigaciones Dr. José Ma. Luis Mora, PHO/8/4, en el entendimiento que es el Instituto el propietario de este material.

Indirecta

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  • Zavala, Silvio. (1991). “El Colegio de San Nicolás”. Universidad Michoacana. Morelia.


Notas

[1] Esta información proviene de una entrevista grabada de Manuel Martínez Báez y del testimonio de su hermano Antonio.

[2] La expresión es del licenciado Antonio Martínez Báez.

 

Ana Cecilia Rodríguez de Romo
Laboratorio de Historia, Instituto Nacional de
Neurología y Neurocirugía, Dr. Manuel Velasco Súarez/
Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina, Fac. de Medicina/UNAM
Actualizado, octubre 2006

 

© 2003 Coordinador General para México, Alberto Saladino García. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de 2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez.
Nota: Esta versión digital se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

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