Daniel Rubín de la Borbolla

 

Daniel Rubín de la Borbolla:
su pensamiento humanista en acción

 

Bertha Teresa Abraham Jalil

Daniel Rubín de la Borbolla Cedillo, nació en la ciudad de Puebla el 4 de junio de 1907 y falleció en la ciudad de México el 12 de diciembre de 1990.

 Es uno de los antropólogos mexicanos que formó parte de esa generación de personajes destacados que instauraron las bases y desarrollaron las instituciones culturales y humanísticas en las que los principios de la Revolución Mexicana se plasmaron. Sus conocimientos, profundos y diversos en varias disciplinas, fueron aplicados en importantes proyectos en los ámbitos de la arqueología, el indigenismo, la educación, la museografía, así como en el rescate e impulso de las artesanías y del arte popular, en México y en América Latina.

En el ámbito de los museos, creó una nueva concepción ya que los transformó en recintos vivos y didácticos, y sentó las bases de la museografía contemporánea en el antiguo Museo Nacional de Antropología, en la calle de Moneda. Fundó más de 15 museos, entre ellos el Museo Nacional de Artes e Industrias Populares de México y el Museo de Ciencias y Arte de la Universidad Nacional Autónoma de México, y reorganizó otros.

Participó en el diseño, organización y creación de diversas instituciones en el país, entre ellas La Escuela Nacional de Antropología, de la cual fue su primer director. Actuó como consejero de la Presidencia de la República, y en diversas ocasiones representó a México en misiones especiales, en el país y en el extranjero. Fue el primer Director Técnico del Centro Interamericano de Artes Populares y Artesanías (CIDAP), de la Organización de Estados Americanos, con sede en Ecuador.

Daniel Rubín de la Borbolla fue un profundo creyente en la humanidad, por lo que su trayectoria se caracterizó por la creación de diversos caminos para favorecer el desarrollo de las personas, los grupos y las sociedades. Inició su labor profesional a la luz de los valores planteados por José Vasconcelos, procurando la creación de una nación de y para los mexicanos. El pensamiento de Manuel Gamio también influyó, en sus convicciones y actuación, aunque Rubín de la Borbolla lo trascendió en la práctica.

Daniel Rubín de la Borbolla fue un gran humanista, promotor de la cultura, poseedor de conocimientos multidisciplinarios y, sobre todo, formador de importantes profesionales que enriquecieron a Latinoamérica con sus aportaciones.

Es importante hacer notar que Daniel Rubín de la Borbolla fue un hombre profundamente académico, de conocimientos enciclopédicos y multidisciplinarios; sin embargo, dentro de ese academicismo fue eminentemente práctico. ¡Fue un hombre de acción! Le interesaba dar respuestas a las necesidades nacionales del momento que le correspondió vivir; así, más que teorizar, y plasmar su pensamiento en publicaciones, que las tiene, sus propuestas, valores y posturas gnoseológicas habrá que descubrirlas, principalmente, en sus trabajos y en los innumerables proyectos e instituciones que diseñó y puso en marcha. Desde esa perspectiva se puede decir que Rubín de la Borbolla fue uno de los pioneros de lo que hoy en día se llama “Antropología aplicada”.

Formación

En la formación de Daniel Fernando Rubín de la Borbolla fue determinante la influencia de su padre, el médico Juan Rubín, quien lo envió a estudiar a los Estados Unidos de Norteamérica con el renombrado científico checoslovaco- estadounidense Alex Hrdlicka, Jefe del Departamento de Antropología Física de la Institución Smithsoniana, impulsor de la corriente del difusionismo alemán, y con quien se especializó en anatomía comparada. Además, su estancia en la ciudad de Washington le permitió acceder a importantes museos y bibliotecas que le abrieron un panorama amplio de la cultura y del mundo, pues eran instituciones ya consolidadas en el sistema norteamericano con un enfoque didáctico y nacionalista. El aprendizaje junto a ese brillante científico le tuvo que haber dado una disciplina de estudio y una metodología que fueron fortalecidas en la siguiente etapa de su preparación en Cambridge, Inglaterra, al lado de otro brillante investigador, el antropólogo Alfred C. Haddon, amigo de Hrdlicka.

Trayectoria:
Ambiente en que se inicia

En 1930, Rubín de la Borbolla regresó a un México que estaba viviendo la postrevolución; un país en vías de reconocer la existencia de sectores oprimidos, y cuyos programas políticos se basaban en las demandas de los grupos revolucionarios, y del pueblo, los que solicitaban un sitio en la nueva estructura político social, como producto del movimiento que comenzó en 1910. Un país que estaba redescubriendo y revalorando sus raíces indígenas, aceptando su mestizaje, y cuyo gobierno pugnaba por fortalecer su nacionalismo. En el desarrollo de estos enfoques fueron determinantes, de manera primordial, las propuestas de dos humanistas: el antropólogo Manuel Gamio, y el filósofo José Vasconcelos.

Ya en 1922 Gamio, había promovido una nueva forma de aplicar la antropología y la arqueología, enfocándolas a la atención de los grupos sociales más desprotegidos del país.1 Por su parte, José Vasconcelos, nombrado Secretario de Educación Pública Federal por el Presidente Álvaro Obregón para el período 1921 - 1924, introdujo una nueva era cultural en el país, con influencia en toda Latinoamérica, ofreciendo oportunidades de educación al pueblo, difundiendo la cultura e impulsando el arte.2

            Los valores vasconcelistas, más algunas de las propuestas de Manuel Gamio, se manifiestan en los proyectos y la práctica profesional de Rubín de la Borbolla, como se verá líneas adelante.

El antropólogo

En ese contexto, al repatriarse, Rubín de la Borbolla se encontró con un país que continuaba construyéndose a la luz de los principios de la Revolución Mexicana. Las investigaciones arqueológicas estaban siendo plenamente impulsadas, primero por instituciones extranjeras y posteriormente por los propios mexicanos, y el joven antropólogo físico se integró a esos trabajos, desde 1931 y hasta 1949.

Rubín de la Borbolla llegó a México con la conciencia de que contaba con una enorme preparación, aunque no tuviese los títulos académicos, debido, precisamente a su proceso educativo. Regresó a una nación en la que muchos de los grandes hombres que la estaban construyendo en las diferentes áreas de la antropología, participaban de la condición de ser autodidactas, sin que eso constituyera un problema, ya que en ese ámbito del conocimiento, el país aún no contaba con una institución que formase a sus científicos. Lo interesante es que este grupo de profesionales destacó por su creatividad, tenacidad, disciplina y por sus abundantes frutos, resultado de su compromiso y de su amor por México. Fueron ellos los que sentaron las bases de importantes instituciones educativas y gubernamentales que contribuyeron a la construcción de una nueva etapa.

El joven antropólogo se instaló en la ciudad de México y fue nombrado Jefe del departamento de Antropología Física del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía, en el lugar de su anterior titular el desaparecido don Nicolás León. Es de notar que Rubín de la Borbolla fue quien en 1931 reinició los trabajos a cargo de ese destacado científico, los que se interrumpieron por varios años al no haber alguien que tuviese la preparación para sustituirlo.

En el museo conoció a Alfonso Caso, Jefe del Departamento de Arqueología, quien lo invitó a colaborar en los trabajos de excavaciones en la zona de Monte Albán en Oaxaca. Fue entonces que se inició una relación entre ambos, que se extendió por largos años y en diversos proyectos. Cabe decir que en muchos de ellos, Rubín de la Borbolla fue el brazo derecho de Caso, debido a su extraordinaria inteligencia, sus múltiples conocimientos y que contaba con numerosas relaciones internacionales.

En ese campo tuvo responsabilidades a su cargo como: encargado de las exploraciones antropológicas en Michoacán, así como Jefe de la zona arqueológica del occidente, de 1938 a 1948 y Jefe de las Exploraciones de salvamento arqueológico en Chupícuaro, Guanajuato, a raíz de la creación de la presa Solís Michoacán, de 1942 a 1944.

La educación como eje de su quehacer

Si bien a Rubín de la Borbolla le atraía trabajar como antropólogo, desde sus inicios y a lo largo de su trayectoria, se caracterizó como docente, como un verdadero Maestro. Él estaba convencido de que era necesario buscar diversos caminos para favorecer el desarrollo de las personas y de las instituciones; esos caminos tuvieron un eje rector que fue la educación y la capacitación. Alrededor de tal interés giraron los diversos campos del conocimiento en los que incursionó y en los distintos proyectos que desarrolló a lo largo de su vida. Más que teorizar, Rubín de la Borbolla actuaba, creaba; fue un ejemplo de antropólogo y humanista práctico.

Sus primeras inclinaciones didáctico-pedagógicas se manifestaron en el Museo, donde desde un principio tuvo la inquietud de ordenar y presentar la colección de huesos, de tal modo que los visitantes pudiesen entenderla y aprender. Aunado a ello, empezó a formar como su auxiliar en los conocimientos de la antropología física a Javier Romero – contratado y pagado por él-, quien llegó a ser uno de los grandes especialistas nacionales en la materia. Este es un ejemplo de la generosidad académica que mostró Rubín de la Borbolla desde que comenzó su práctica profesional. Su interés en el ámbito de la educación las desarrolló desde diferentes posiciones:

a) Como docente, tarea que principió en 1931 y continuó de manera casi ininterrumpida a lo largo de su vida, hasta 1979, pues la suspensión de sus trabajos como profesor coincidieron, generalmente, con responsabilidades o designaciones en el extranjero; cabe hacer notar que parte de esa trayectoria lo constituye una institución pionera en América Latina: la Escuela de Turismo de la Universidad Autónoma del Estado de México, de la que fue profesor fundador en 1958.

b) Como creador y/o directivo de importantes instituciones educativas tales como la Escuela Nacional de Antropología, de la cual fue fundador y primer director, de 1942 a 1947; El Colegio de México, A. C., del que fue Secretario, de 1944 a 1948 y el Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares de la Organización de Estados Americanos (CIDAP), en Cuenca, Ecuador, el cual fundó, siendo su primer director técnico de 1975 a 1979. En esos organismos también desarrolló labores docentes.

Ese interés por la educación lo manifestó, igualmente, en instituciones museísticas, en las que parte de su misión giraba alrededor de dicha tarea y de la capacitación, tal como lo fue en el Museo Nacional de Artes e Industrias Populares, de 1948 a 1960 y en el Museo de Ciencias y Arte de la UNAM, de 1959 a 1960, establecimientos de los que fue fundador y primer director, así como en más de 20 museos en el país a los cuales dio vida, creándolos o reorganizándolos.

El concepto de la educación de Rubín de la Borbolla tenía un enfoque integral, y podríamos decir que multidisciplinario. Esto es, consideraba que para formar profesionales había que ofrecerles todos los medios y recursos que necesitasen tanto a los profesores, como a los estudiantes, a fin de que ambos se concentraran en el papel que les correspondía en el proceso enseñanza-aprendizaje, proceso que debería ser una combinación de teoría y práctica. Estos conceptos los aplicó ampliamente al crear la Escuela Nacional de Antropología, consiguiendo una planta de profesores especializados de primera calidad. Varios de ellos procedentes del extranjero y se habían formado científicamente en instituciones de reconocido prestigio. Rubín de la Borbolla logró, además, que se les otorgaran importantes compensaciones económicas, de modo que consolidó un excelente claustro de profesores que enriqueció con la contratación de científicos sociales que llegaron de Europa y de los Estados Unidos de Norteamérica, para trabajar en la nueva institución educativa. Con estas estrategias promovió la internacionalización de la enseñanza de la disciplina, en México.

Por otro lado, consiguió que se becaran a jóvenes, no sólo de México, sino de Centroamérica, a fin de que viniesen a estudiar la carrera de modo que se preparasen cuadros de profesionales que resolvieran problemas similares a los de México. Con acciones como éstas Rubín de la Borbolla contribuía a construir la propuesta de Vasconcelos de hacer de América Latina el centro de una gran síntesis humana.

La carrera de Antropología tenía un enfoque multidisciplinario, siguiendo la “escuela europea” -según palabras del connotado arqueólogo Román Piña Chán- de modo que los alumnos contaran con diversos conocimientos y disciplinas para enfrentarse a un problema, lo cual iba mucho más allá de la super especialización, tan en boga hoy en día. Además, se alternaban períodos de clases en aulas con temporadas de prácticas de campo que eran parte de los proyectos que llevaba a cabo el Instituto Nacional de Antropología e Historia, fundado desde 1938.

Más tarde, al consolidarse la Escuela Nacional de Antropología y ser albergada en el Museo Nacional de Antropología, en la calle de Moneda, Rubín de la Borbolla integró el trabajo de los estudiantes a los programas del propio Museo, empleando también el recurso de las becas. De ese modo resolvía, tanto las necesidades de la institución como las de los alumnos, quienes aprendían en la práctica, es decir, haciendo. Al referirse a ello, Rubín de la Borbolla dijo:

Y así fue como la escuela, francamente tuvo que absorber de muchas maneras al Museo Nacional; pudo mejorar la biblioteca y los archivos históricos para dar oportunidad a consultar éstos, y realizar investigaciones en donde tenían obligación de participar los alumnos. Es decir, darles la práctica aplicada que necesitaban para comenzar a trabajar [...la que desde entonces se convirtió en una de las claves para el conocimiento antropológico e histórico. En este aspecto, poco a poco la realidad fue marcando la utilidad de los trabajos de los primeros estudiantes], ya que las llamadas de los presidentes municipales se atendían siempre, enviando a los alumnos más destacados... [Abraham Jalil, 1996: 144-145].

Ésta es una muestra de un principio más que subyace en la actuación de don Daniel como docente y que es parte de los postulados de la educación centrada en la persona: “Los individuos aprenden haciendo, y aprenden lo que le es significativo” [Rogers, 1972 y Moreno, 1979].

El Doctor también obtenía becas con facilidad, por medio de sus relaciones internacionales con instituciones norteamericanas. Inclusive, llegó a ser el primero y único Director Ejecutivo mexicano que ha tenido el Instituto Mexicano Norteamericano de Relaciones Culturales, instancia que otorgaba las becas Rockefeller.

En realidad, Rubín de la Borbolla era un educador todo el tiempo, pues cualquier conversación con él era motivo de aprendizaje. Impartía verdaderas cátedras durante la comida, tomando café o como acompañante de viaje. Su erudición era impresionante; sus conocimientos abarcaban diversas áreas y en todas poseía la profundidad que caracteriza a un experto. Gerardo Novo, uno de sus discípulos lo resumió así: "Él era una maestro de veinticuatro horas; su conversación, su plática, sus comentarios, eran siempre una clase viva... [Sus conocimientos eran los de] un hombre del Renacimiento" [Abraham Jalil, 1996: 141-154].

Sus trabajos en favor del indigenismo

Con la creación de la Escuela de Antropología se buscaba responder a un vacío nacional, dado que se requerían profesionales que ayudasen a solucionar problemas de vital importancia, relacionados con las raíces de México y su población indígena, cuya situación jurídica y social, así como su trato, se estaban atendiendo con nuevas políticas promovidas desde la Presidencia de la República por el general Lázaro Cárdenas. Dichas políticas se basaban en los postulados de Gamio y Vasconcelos.

A ese respecto, gracias a que Rubín de la Borbolla era, desde 1936, Consejero de la Presidencia ante el Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas, y miembro del Consejo Directivo de dicho departamento, pudo tener contacto con la serie de problemas e injusticias a las que se enfrentaban los indígenas: una disfrazada venta de indios para llevarlos a los cafetales de Chiapas o el robo de tierras a los campesinos por parte de los hacendados, ante los cuales Rubín de la Borbolla se cuestionó si la Revolución había servido para algo, llegando a la conclusión que esa era solamente una parte del camino “cuya meta todavía estaba lejos; vi que México no estaba preparado, que había que capacitar a los hombres”[Carminatti, 1982: 10]. En esto último coincidía con el principio vasconcelista de “... mexicanizar el saber, haciendo objeto de estudio la antropología y el medio natural del país” [www.itlp.mx].

En su contacto con los indígenas, especialmente, Rubín de la Borbolla también vio la necesidad de capacitar y preparar a los individuos; esto lo llevó a involucrarse en el apoyo a tales grupos, así como en la comprensión de su mundo a través de diversos proyectos. Destacó entre ellos, la "Primera Asamblea de Filólogos y Lingüistas de México” celebrada en 1939, una de las más relevantes actividades encaminadas a atender la urgencia de integrar los pueblos nativos a la nación, y en la que estuvieron representados catorce idiomas indígenas. Para tal proyecto Rubín de la Borbolla consiguió la autorización del Instituto Politécnico Nacional a fin de organizarlo como un acto legal. Participó, además, como moderador y ponente, lográndose de manera exitosa, que los 45 delegados llegaran a acuerdos y resoluciones importantes para la investigación lingüística de México, así como para la alfabetización de quienes no hablaban el español.

Uno de los acuerdos de la Asamblea fue la creación del “Consejo de Lenguas Indígenas”, al cual se encomendó el estudio y un plan para la alfabetización de quienes eran monolingües [Comas, 1950: 112] Surgió, además, un alfabeto único para todas las lenguas, lo más cercano al español, que se utilizó posteriormente para llevar a cabo la alfabetización. Fue así como se inició dicho programa de alfabetización indígena, pionero en América Latina, con apoyo de la Presidencia [Carminatti, 1982: 10-11 y Campos, 1990: 33-35]. Rubín de la Borbolla tuvo el tino de involucrar en este proyecto a un lingüista de renombre internacional, el norteamericano Mauricio Swadesh, quien actuó como líder en el desarrollo del mismo. Las metas propuestas se lograron de manera espléndida, pues a las lenguas que no tenían alfabeto se les creó el propio, contribuyéndose, además a la revaloración de las culturas del México antiguo, muy incipientemente estudiado. Eso fue muy novedoso para aquella época, pues se pretendía alfabetizar a los indígenas de manera bilingüe, como se está haciendo en la actualidad. La diferencia estriba en que entonces se les quería incorporar a la nación a través del abandono de sus costumbres, y actualmente se busca que cada pueblo conserve sus características propias. A ese respecto, Rubín de la Borbolla tuvo la suficiente visión para entender que el camino adecuado para el indígena consistía en respetar sus costumbres, actitud que se manifestó en programas posteriores relacionados con el desarrollo de los pueblos artesanos.

Otro asunto en el que el Doctor participó ampliamente, fue el “Primer Congreso Indigenista Interamericano”, realizado en 1940. El Objetivo central -explicó el Doctor- era

... discutir todos los problemas comunes dentro de la estructura y soberanía de cada uno de los países y buscar soluciones ante la pobreza de los mismos. También se pretendía tener una visión de la situación de la población indígena en cada lugar, para tratar de encontrar nuevos caminos dentro de la estructura de la nación, a fin de que estos grupos pudiesen vivir como seres humanos y no como ciudadanos de segunda clase [Campos, 1990: 36].

Los acuerdos que se tomaron en ese primer congreso fueron de tal magnitud que sirvieron para definir la acción indigenista en los países del continente, manifestándose nuevamente el ideal vasconcelista de “...hacer de América Latina el centro de una gran síntesis humana” [www.itlp.mx].

Lo anterior nos lleva a pensar que esas experiencias fueron de tal importancia y profundidad, que ofrecieron a Rubín de la Borbolla una amplia visión de lo que era la situación real de gran parte de la población indígena, no solo en México, sino en América Latina, fortaleciendo al mismo tiempo, su convicción de que era necesario trabajar por un país que estaba en plena formación; en la lucha por liberarse de ataduras externas, por revalorar lo propio y creer en sí mismo; un México que requería de formar profesionales que aportaran respuestas adecuadas a esa realidad. Rubín de la Borbolla descubrió las necesidades del México vivo, representado por los pueblos indígenas, sobre el México del pasado cuyas huellas se encontraban en las osamentas y en las zonas arqueológicas. Tenía él una clara conciencia de la necesidad de construir un país diferente y de fortalecer el nacionalismo. En ese sentido, la creación de la Escuela Nacional de Antropología fue una de las grandes herencias a la educación de México y en cierto modo, a la de otros países hermanos, ya que en la época en que Rubín de la Borbolla la dirigió, egresaron una veintena de brillantes antropólogos con una sólida formación científica, iniciadores de importantes proyectos, quienes continuaron educando a las nuevas generaciones.

Educación, museos y bibliotecas

La convicción en el desarrollo multilineal por parte de Rubín de la Borbolla se reflejó, entre otros aspectos, en una constante preocupación respecto de que las diversas manifestaciones de la cultura fuesen accesibles a más gente. Su perfil de educador denotaba una tendencia a la pedagogía. La facilitación del aprendizaje que siempre pretendía, lo llevó a experimentar con otros medios que le permitieran acercarse a más personas; dos de ellos fueron los museos y las bibliotecas.3 Él estaba convencido de la importancia de estas instituciones como indispensables y benéficas para la educación de los individuos, convicción que se manifestó a lo largo de su trayectoria, tanto así que también fue el responsable de la modernización de las bibliotecas en México. Para lograrlo hizo traer a una especialista de los Estados Unidos de Norteamérica a fin de que se clasificaran las bibliotecas del Museo de Antropología y de El Colegio de México, empleando el sistema del Congreso. Además consiguió becas para enviar a estudiantes nacionales a prepararse en esa rama, en el vecino país.

En 1947, después de haber dejado la dirección de la Escuela Nacional de Antropología, el Doctor fue nombrado Director del Museo Nacional de Antropología, sitio donde tuvo la oportunidad de llevar a la práctica su idea de un museo distinto, de un museo verdaderamente didáctico.4 Un factor determinante en esto fue que en 1948 se llevaría a cabo en México la Conferencia Internacional de la UNESCO, cuya sede sería el propio Museo, por lo que era importante que éste se hallara adecuadamente organizado. Contando con un tiempo muy limitado, el Doctor se dio a la tarea de reorganizar la presentación de las colecciones mediante la aplicación de conceptos museográficos modernos que rompían con la idea del museo como un lugar donde se encontraban objetos amontonados, sin una mayor explicación. Para la realización de este proyecto Rubín de la Borbolla invitó a participar a otros especialistas.5

El trabajo de reorganización que realizaron en el Museo Nacional de Antropología sorprendió a todo el mundo. El resultado fue excepcional y significó un parteaguas en el mundo de los museos, a nivel internacional [Abraham Jalil, 1996: 56 y 147- 150]. El propio Rubín de la Borbolla dejó su intención y concepto, al respecto:

La primera práctica museográfica y de gran riqueza la encontramos en que el arqueólogo compartía sus preocupaciones, pero al mismo tiempo se interesaba por saber cómo se presentaba la religión, o cómo presentar la cerámica. ¿Por qué había tejidos antiguos? ¿Por qué el hombre hizo tejidos? Porque tuvimos que enseñar cómo el hombre pudo tejer con unos cuantos palitos. ¿Cómo, probablemente, una mujer inventó un instrumento de trabajo, como es el telar? ¿Y cómo es el aparato para hacer hilo? Todas estas preguntas enriquecieron a la antropología, pero también a la museografía.

Teníamos que dar una lección correcta, pero para poder darla no sabíamos utilizar el drama; no sabíamos utilizar el color; no sabíamos utilizar el hecho de que el hombre pudiera acercarse a ver con más detenimiento un objeto, sacarlo de una vitrina a pesar de que pudiera ser un objeto muy caro, sagrado.

Todo esto formaba parte de las inquietudes de expresar una cultura en términos de su riqueza y ésta fue la experiencia...

Ese fue el primer experimento que realizamos, al transformar ese museo, que era una bodega abierta al público y que muy poco tenía que ofrecer didácticamente... [Abraham Jalil, 1996: 151-152].

Alfonso Soto Soria, quien fue alumno de la Escuela de Antropología en la especialidad en Museografía comentó:

Podríamos asegurar que las innovaciones dieron por resultado el que en su época fue el primer museo de la era moderna, concebido en su totalidad como una lección didácticamente estructurada, polivalente y en la que los colores que nunca habían sido usados en museos, piezas exentas de vitrinas y ambientadas con plantas e iluminación dramática, producían los climas adecuados para cada una de las piezas principales, complementados con la inclusión de gráficos y de ilustraciones [Soto Soria, 1991: 71].

Con la experiencia que le iba dando el caminar en tan diversos ámbitos, Rubín De la Borbolla fue conceptualizando al museo como un importante instrumento en la educación, según sus palabras:

... como la institución pública de enseñanza popular en todas las ramas del saber humano; como órgano de investigaciones científicas, que ha dado valiosas aportaciones en todos los campos de las ciencia, y como organismo libre que estimula la autoeducación, despierta la curiosidad y el sentido de observación; finalmente, como institución única con la que el pueblo está en contacto por su propio albedrío, durante toda la vida.[Soto Soria, 1991: 206].

Este concepto acerca del Museo siempre estuvo presente en los proyectos que Rubín de la Borbolla desarrolló, en esa área, a lo largo de su vida.

De todas esa novedosas experiencias surgió la motivación para diversos programas: la renovación de museos del país; la creación de nuevos recintos museográficos en el interior de la república, el proyecto para un nuevo museo de antropología en la ciudad de México, así como el establecimiento de la carrera profesional de museografía en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, abierta provisionalmente como carrera técnica para el personal de vigilancia y administración de los museos, también a iniciativa de Rubín de la Borbolla y no de Fernando Gamboa, como erróneamente se ha dicho. [Comas, 1950: 131-132] y Soto Soria, 1991: 71-72].

Es importante citar una de las conclusiones de Rubín de la Borbolla con relación a los trabajos en este campo: “En cierto modo, creo que somos pioneros en museografía, cuando menos en este continente, al haber creado un concepto fundamental que es: todo conocimiento, cualquiera que éste sea, puede ser entendido por el otro; así, todo conocimiento es fácil de exponer al público más heterogéneo; y ésta es la función principal del museo” [Abraham Jalil, 1996: 153].

Su interés por los artesanos y el rescate del arte popular

A finales de la década de los cuarenta, durante el gobierno de Miguel Alemán, quien abrió el país a capitales extranjeros, a la industrialización y al turismo, el antropólogo Rubín de la Borbolla manifestó en su actuación, nuevamente, un concepto basado en el desarrollo multilineal, participando de una de las propuestas vasconcelista: “valerse de la industrialización –como un simple medio, nunca como un fin- para promover el progreso de la nación”. De ahí que considerase que el futuro de los pueblos indígenas no estaba en integrarlos a la sociedad industrial, sino en que ellos desarrollaran sus propias tradiciones artesanales. Esto se manifiesta en algunos de sus conceptos como los siguientes:

El arte popular y las artesanías son perdurables como el hombre mismo y comparten igual destino. Han funcionado dentro de todos los sistemas sociales, económicos, políticos y culturales de ayer y de hoy, y sobrevivirán en el mañana por la indisoluble contextura emotiva y creadora del hombre, cualquiera que sea su ideología [...]

El artesano es parte viva y dinámica de la sociedad moderna. Sobrevive dentro de los complejos sistemas económicos actuales porque junto con el campesino y el obrero, forma la médula económica de la producción que satisface las necesidades materiales, culturales y espirituales del pueblo.

Su presencia e importancia en la vida contemporánea lo atestigua el hecho de que existen actualmente millones de artesanos en el mundo, de los cuales América y México, en particular, agrupa un elevado porcentaje que en números absolutos se hace ascender a más de cuatro millones de artesanos activos. [...]

Un fenómeno humano, cultural, artístico, económico y técnico de la magnitud que acabamos de describir, nos revela que el arte popular y las artesanías mexicanas tienen tanta importancia en la vida moderna como la agricultura, la ganadería y la industria mecanizada, en la producción de los bienes de consumo. [...]

El taller familiar sigue siendo la unidad básica de producción que conserva y practica cada una de las treinta y dos artesanías existentes en México... [Centro, A/7/197 y A/7/203].

Los factores antes mencionados a los que hay que agregar otros como el que a partir de la renovación del Museo Nacional, los museos se convirtieron en el centro de la actividad de Daniel Rubín de la Borbolla, más su enorme interés y amor por el arte popular, así como su preocupación por “... el deterioro que estaba sufriendo [...] por el turismo...” [www.itlp.mx], además de su conocimiento y preocupación por la población indígena, encontraron la oportunidad para entrelazarse dando un nuevo fruto, también en 1948.

Alfonso Caso, entonces director del Instituto Nacional Indigenista (INI), le encomendó fundar el “Museo Nacional de Artes e Industrias Populares” (MNAIP). Rubín de la Borbolla lo diseñó, organizó y fue su primer director y el vocal ejecutivo del patronato. Esto último a partir de su inauguración en 1951, y hasta 1967.

El Doctor fue, desde ese tiempo, uno de los más comprometidos promotores del rescate y desarrollo del arte popular, y su labor se extendió a los ámbitos nacional e internacional. En ésta, que se puede considerar una de sus más importantes misiones, se puede observar su actuación, dentro de lo que hoy se conoce como antropología aplicada. En ella actuó como promotor, asesor, organizador e impulsor de los artesanos y de las artes populares, así como de la creación de museos y talleres al servicio de las mismas.

La concepción del MNAIP contemplaba organizar a los artesanos, proveerlos de tecnología, de materiales, de asesoría y, sobre todo, ayudarlos a comercializar adecuadamente sus productos, de tal manera que ellos se beneficiaran. Rubín de la Borbolla pensaba que el Estado podía ayudar al artesano en “... un mejoramiento de su tecnología para que aproveche mejor su tiempo y sus materiales, que le permitan elevar su estándar de vida de una manera, siempre que pueda tener un elemento mecánico que comercialice el producto” [Duque-Garzón, 1991: 45]. En éste como en otros conceptos vuelve a descubrirse el ideal vasconcelista de “emplear el sentido del servicio y amor fraterno del ser humano como medio de ayuda a los más desprotegidos” [www.itlp.mx].

Cabe aquí resaltar que el Doctor, a la pregunta ¿Qué le ha dado sentido a su vida? , contestó: “Servirle a todo el mundo, cuando se puede. Hacer siempre con una finalidad ‘resolver’. ¡Es un buen propósito! Si no me interesa crear fortuna, si sé que no puedo crear con las manos, tengo que buscar soluciones. Lo más útil es ayudar al prójimo en lo que uno pueda hacer” [Rubín de la Borbolla, 1990].

Esta convicción se manifestó a lo largo de su trayectoria y en cuanto proyecto estuvo involucrado. Los testimonios de muchas personas den fe de ello [Abraham Jalil, 1996].

Desde el MNAIP ­se fundaron otros museos dedicados a ramas específicas del arte popular en diversos estados de la República, así como talleres–escuela, involucrando directamente a los miembros de la comunidad desde la etapa de su organización. Sus objetivos eran el "estudio, conservación protección, defensa y fomento, educación artesanal y asistencia, tanto técnica como económica de y para los artesanos y su obra" [INI, 1964: 160-161 y Soto Soria, 1991: 71-73]. En esta institución se inició de manera formal y sistematizada la investigación alrededor de la producción artesanal de todo el país. Y con los materiales recolectados, cuenta Alfonso Soto Soria, quien participó en ese proyecto, “... se estructuraban exposiciones temáticas que eran presentadas en las salas del museo, dando a conocer sistemáticamente el panorama artesanal del país y difundiendo su trascendencia, con lo que al correr de los años se formó un grupo muy importante de coleccionistas y compradores de productos artesanales” [Soto Soria, 1991: 72-73].

Se crearon también, ferias y concursos para estimular el desarrollo de las artes populares. A resultas de este proyecto, se dio una nueva etapa en el mundo de la producción artesanal, en la cual se recuperaron numerosas artesanías que estaban a punto de desaparecer y se enseñó a los artesanos a revalorar su trabajo. Una de las estrategias económicas que merece destacarse es la serie de créditos que el museo concedió a los artesanos con el apoyo del Banco de México, independientemente de que tuviesen una garantía real. Tales préstamos resultaron exitosos [Abraham Jalil, 1996: 77, 168].

 Lo anterior manifiesta, en síntesis, la experiencia de muchos años de Rubín de la Borbolla en el área del arte popular y de las artesanías, y su convicción acerca de las bondades de la investigación y de la capacitación. A partir de ello, en 1975, fue invitado por las autoridades de la OEA para ocupar el puesto de Director Técnico del Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares (CIDAP), nacido de un convenio entre la Organización de Estados Americanos y el Gobierno del Ecuador. A través de este organismo se trataba de dar vida a uno de los Programas Regionales de Desarrollo: el Programa de Cultura, que incluía el de Artesanías. Sus objetivos eran lograr el reconocimiento del sector artesano con espacios específicos en los planes nacionales de desarrollo, y el apoyo directo a los grupos productores, tarea de titanes, que debería de intentarse por diferentes medios y métodos interdisciplinarios. Fue aquí donde intervino don Daniel, quien se convirtió en la columna central para iniciar tal tarea, la cual tuvo grandes frutos a lo largo del continente [Chamorro, 1991: 79-95].

Conclusión

Daniel Rubín de la Borbolla, reitero, fue un profundo creyente en la educación como un medio de impulsar a la humanidad. Fue pionero en México, en cuanto al enfoque multidisciplinario, a la luz del cual consideraba los problemas y planteaba las soluciones. De igual manera, fue pionero en cuanto a la profesionalización de la antropología, e impulsor de su internacionalización.

Aunque inició su trayectoria en los ámbitos de la medicina, la antropología física y de la arqueología, su contacto con los problemas que padecían los pueblos indígenas, lo condujo al impulso y rescate de los pueblos de artesanos, convencido de que el Estado debía de apoyarlos a través de la capacitación y de estrategias económicas que les permitiesen revalorar sus trabajos y continuar desarrollándolos. En ese sentido, fue un iniciador de lo que hoy se conoce como “antropología aplicada”.

Fue un profundo convencido de la importancia del “servicio a los demás”, de modo que sus conocimientos y relaciones siempre los enfocó a ello.

Su postura multilineal ante el desarrollo, también lo llevó, a impulsar los museos y las bibliotecas como medios para la autoeducación y la capacitación de los individuos, a los que conceptualizaba como sitios vivos, dinámicos, que merecían contar con los recursos más modernos para su organización y funcionamiento.

Fue uno de los más grandes conocedores en el campo de las artesanías y del arte popular, y aunque cuenta con diversas publicaciones acerca del tema, la mayoría de sus escritos son inéditos y se encuentran en lo que actualmente es el Centro Daniel Rubín de la Borbolla, A.C. Documentación e Investigación en Arte Popular y Artesanías.

Los reconocimientos nacionales e internacionales a su obra suman decenas y es de notar que la mayoría de ellos se le entregaron a partir de la década de los setenta, etapa en que estaba en plena labor en el CIDAP y continuó, recibiéndolos hasta unas semanas antes de su muerte, en diciembre de 1990.

 

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Notas

1 Esta perspectiva, basada en “la construcción de la idea de nacionalidad”, como indica Gonzalo Aguirre Beltrán, fue el motor para sentar las bases de una política de rescate, conservación e investigación de las antiguas culturas mesoamericanas, combinada con una política indigenista orientada a la “creación de una patria poderosa y una nacionalidad coherente y definida, basada, según Gamio, en la ‘fusión de razas, convergencia y fusión de manifestaciones culturales, unificación lingüística y equilibrio económico de los elementos sociales’. Orientación que la realidad y el tiempo indicaron que no era la más adecuada en algunos aspectos, como el relativo a la “convergencia y fusión de manifestaciones culturales y la unificación lingüística.

2 Con Vasconcelos, se publicaron libros que se distribuyeron masivamente; se creó una inmensa red de bibliotecas de diversos tipos, a lo largo y ancho del país; se crearon escuelas rurales, técnicas e industriales. Las artes visuales fueron puestas al servicio de la Revolución, apoyando el desarrollo del movimiento muralista en la década de los veinte y sus ideales de crear un arte libre, abierto y público. Se impulsaron también las artesanías y la música.

De manera sucinta, Vasconcelos en su filosofía educativa, propuso cinco valores: 1. Considerar a la cultura mestiza como base del concepto de mexicanidad; 2. Mexicanizar el saber, es decir, hacer objeto de estudio la antropología y el medio natural del país; 3. Hacer de América Latina el centro de una gran síntesis humana; 4. Emplear el sentido del servicio y amor fraterno del ser humano, como medio de ayuda a los más desprotegidos, y 5. Valerse de la industrialización –como un simple medio, nunca como un fin- para promover el progreso de la nación. “José Vasconcelos. Trascendente filosofía de un maestro mexicano”, en Boletín Tecnológico, N° 247, p. 12. www.itlp.mx./publica/boletines/anteiores/b247/vasconcelos 12 htm.

3 Hay que tener presente que en la época en que el Doctor estudió en los Estados Unidos de Norteamérica, los museos de la Institución Smithsoniana y las bibliotecas fueron medios determinantes en su formación, de lo cual él dejó constancia. Veáse [Abraham Jalil, 1996: 113].

4 Rubín de la Borbolla encontró que el acervo del Museo, con sede en la calle de Moneda, se hallaba en completo desorden, pues parte de sus colecciones habían sido trasladadas, en 1940, al Castillo de Chapultepec, a fin de constituir el nuevo Museo Nacional de Historia.

5 El Doctor invitó a Miguel Covarrubias, René D'Harnoncourt y Fernando Gamboa, quien era Jefe del Departamento de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes. Sin embargo, es importante hacer notar que no fue este último quien conceptualizó, ni dirigió tal proyecto, como se ha dicho en algunas publicaciones, sino el propio Rubín de la Borbolla junto con Covarrubias, según consta en diversos informes y ediciones de la época, y en los testimonio de quienes participaron en el proyecto o vieron su proceso y resultados.

Bertha Teresa Abraham Jalil
Universidad Autónoma del Estado de México
Actualizado, octubre 2006

 

© 2003 Coordinador General para México, Alberto Saladino García. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de 2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez.
Nota: Esta versión digital se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

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