Documentos finales de Medellín

 

XV
"Pastoral de conjunto"
  

I. Hechos

1. En nuestro continente, millones de hombres se encuentran marginados de la sociedad e impedidos de alcanzar la plena dimensión de su destino, sea por la vigencia de estructuras inadecuadas e injustas, sea por otros factores, como el egoísmo o la insensibilidad. Por otra parte, en él se está imponiendo la conciencia de que es necesario poner en marcha o activar un proceso de integración en todos los niveles: desde la integración de los marginados a los beneficios de la vida social, hasta la integración económica y cultural de nuestros países.

2. La Iglesia debe afrontar esta situación con estructuras pastorales aptas, es decir, obviamente marcadas con el signo de la organicidad y de la unidad. Ahora bien, cuando se examina la realidad desde este punto de vista, se constatan algunos hechos de signo positivo y otros de signo negativo.

3. Entre los primeros podemos mencionar:

  • a) La conciencia bastante difundida, aunque a veces imprecisa y vaga, de las ideas de "Pastoral de conjunto" y de "Planificación pastoral", como también diversas realizaciones efectivas en estas líneas;
  • b) La vitalización de las vicarías foráneas, la creación de zonas y la constitución de equipos sacerdotales, por exigencias de acción pastoral conjunta;
  • c) La celebración de Sínodos y la constitución, ya comenzada en muchos lugares, de los Consejos presbiterial y pastoral propiciados por el Concilio;
  • d) El deseo de los laicos de participar en las estructuras pastorales de la Iglesia;
  • e) La importancia adquirida por las Conferencias Episcopales y la misma existencia de la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del CELAM.

4. Entre los hechos de signo negativo figuran los siguientes:

  • a) Inadecuación de la estructura tradicional en muchas parroquias para proporcionar una vivencia comunitaria;
  • b) Sensación bastante generalizada de que las curias diocesanas son organismos burocráticos y administrativos;
  • c) Desazón en muchos sacerdotes, proveniente de no encontrar un lugar claro y satisfactorio en la estructura pastoral; esto ha sido a menudo un factor decisivo en algunas crisis sacerdotales, como también, por analogía de situaciones, en las crisis de un número considerable de religiosos y laicos;
  • d) Actitudes particularistas de personas o instituciones en situaciones que exigen coordinación;
  • e) Casos de aplicación desacertada de la Pastoral de conjunto o de la Planificación, sea por improvisación o incompetencia técnica, sea por excesiva valoración de los "planes", sea por una concepción demasiado rígida y autoritaria de su puesta en práctica.

II. Principios doctrinales

5. Toda revisión de las estructuras eclesiales en lo que tienen de reformable, debe hacerse, por cierto, para satisfacer las exigencias de situaciones históricas concretas, pero también con los ojos puestos en la naturaleza de la Iglesia. La revisión que debe llevarse a cabo hoy en nuestra situación continental, ha de estar inspirada y orientada por dos ideas directrices muy subrayadas en el Concilio: la de comunión y la de catolicidad.

6. En efecto, la Iglesia es ante todo un misterio de comunión católica, pues en el seno de su comunidad visible, por el llamamiento de la Palabra de Dios y por la gracia de sus sacramentos, particularmente de la Eucaristía, todos los hombres pueden participar fraternalmente de la común dignidad de hijos de Dios, y todos también, compartir la responsabilidad y el trabajo para realizar la común misión de dar testimonio del Dios que los salvó y los hizo hermanos en Cristo.

7. Esta comunión que une a todos los bautizados, lejos de impedir, exige que dentro de la comunidad eclesial exista multiplicidad de funciones específicas, pues para que ella se constituya y pueda cumplir su misión, el mismo Dios suscita en su seno diversos ministerios y otros carismas que le asignan a cada cual un papel peculiar en la vida y en la acción de la Iglesia. Entre los ministerios, tienen lugar particular los que están vinculados con un carácter sacramental. éstos introducen en la Iglesia una dimensión estructural de derecho divino. Los diversos ministerios, no sólo deben estar al servicio de la unidad de comunión, sino que a su vez deben constituirse y actuar en forma solidaria. En especial, los ministerios que llevan anexa la función pastoral, episcopado y presbiterado deben ejercer siempre en espíritu colegial, y así obispos y presbíteros, al tener que actuar siempre como miembros de un cuerpo (colegio episcopal o presbiterio, respectivamente), "ejemplar" de comunión: "forma facti gregis".

8. Es esencial que todas las comunidades eclesiales se mantengan abiertas a la dimensión de comunión católica, en tal forma que ninguna se cierre sobre sí misma. Asegurar el cumplimiento de esta exigencia es tarea que incumbe particularmente a los ministros jerárquicos, y en forma especialísima a los obispos, quienes, colegialmente unidos con el Romano Pontífice, su Cabeza, son el principio de la catolicidad de las Iglesias. Para que dicha abertura sea efectiva y no puramente jurídica, tiene que haber comunicación real, ascendente y descendente, entre la base y la cumbre.

9. De todo lo dicho se desprende que la acción pastoral de la comunidad eclesial, destinada a llevar a todo el hombre y a todos los hombres a la plena comunión de vida con Dios en la comunidad visible de la Iglesia, debe ser necesariamente global, orgánica y articulada. De aquí, a su vez, se infiere que las estructuras eclesiales deben ser periódicamente revisadas y reajustadas en tal forma que pueda desarrollarse armoniosamente lo que se llama una Pastoral de conjunto: es decir, toda esa obra salvífica común exigida por la misión de la Iglesia en su aspecto global, "como fermento y alma de la sociedad que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios".

III. Orientaciones pastorales

Renovación de estructuras pastorales

Comunidades cristianas de base

10. La vivencia de la comunión a que ha sido llamado, debe encontrarla el cristiano en su "comunidad de base": es decir, una comunidad local o ambiental, que corresponda a la realidad de un grupo homogéneo, y que tenga una dimensión tal que permita el trato personal fraterno entre sus miembros. Por consiguiente, el esfuerzo pastoral de la Iglesia debe estar orientado a la transformación de esas comunidades en "familia de Dios", comenzando por hacerse presente en ellas como fermento mediante un núcleo, aunque sea pequeño, que constituya una comunidad de fe, de esperanza y de caridad. La comunidad cristiana de base es así el primero y fundamental núcleo eclesial, que debe, en su propio nivel, responsabilizarse de la riqueza y expansión de la fe, como también del culto que es su expresión. Ella es, pues, célula inicial de estructuración eclesial, y foco de la evangelización, y actualmente factor primordial de promoción humana y desarrollo.

11. Elemento capital para la existencia de comunidades cristianas de base son sus líderes y dirigentes. éstos pueden ser sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas o laicos. Es de desear que pertenezcan a la comunidad por ellos animada. La detección y formación de líderes deberán ser objeto preferente de la preocupación de párrocos y obispos, quienes tendrán siempre presente que la madurez espiritual y moral dependen en gran medida de la asunción de responsabilidades en un clima de autonomía.

Los miembros de estas comunidades, "viviendo conforme a la vocación a que han sido llamados, ejerciten las funciones que Dios les ha confiado, sacerdotal, profética y real", y hagan así de su comunidad "un signo de la presencia de Dios en el mundo".

12. Se recomienda que se hagan estudios serios, de carácter teológico, sociológico e histórico, acerca de estas comunidades cristianas de base, que hoy comienzan a surgir, después de haber sido punto clave en la pastoral de los misioneros que implantan la fe y la Iglesia en nuestro continente. Se recomienda también que las experiencias que se realicen se den a conocer a través del CELAM y se vayan coordinando en la medida de lo posible.

Parroquias, vicarías foráneas y zonas

13. La visión que se ha expuesto nos lleva a hacer de la parroquia un conjunto pastoral vivificador y unificador de las comunidades de base. Así la parroquia ha de descentralizar su pastoral en cuanto a sitios, funciones y personas, justamente para "reducir a unidad todas las diversidades humanas que en ellas se encuentran e insertarlas en la universalidad de la Iglesia".

14. El párroco ha de ser, en esta figura de la parroquia, el signo y el principio de la unidad, asistido en el ministerio pastoral por la colaboración de representantes de su pueblo, laicos, religiosos y diáconos. Mención especial merecen los vicarios cooperadores, quienes aún estando bajo la autoridad del párroco, no pueden ser ya considerados como simples ejecutores de sus directivas, sino como sus colaboradores, ya que forman parte de un mismo y único presbiterio.

15. Cuando una parroquia no puede ser normalmente atendida o contar con un párroco residente, puede ser confiada a los cuidados de un diácono o de un grupo de religiosos o religiosas, a ejemplo de lo que se ha hecho en algunas regiones con resultados muy positivos.

16. La comunidad parroquial forma parte de una unidad más amplia: la de la vicaría foránea o decanato, cuyo titular está llamado a "promover y dirigir la acción pastoral común en el territorio a él encomendado". Si varias vicarías foráneas vecinas son suficientemente homogéneas y caracterizadas en su problemática pastoral, conviene formar con ellas una zona, que podría quedar bajo la responsabilidad de un vicario episcopal.

Diócesis

17. El hecho de estar presidida por un obispo, hace que una porción del Pueblo de Dios "constituya una Iglesia particular, en que se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo que es una, santa, católica y apostólica".

El obispo es "testigo de Cristo ante todos los hombres", y su tarea esencial es poner a su pueblo en condiciones de testimonio evangélico de vida y acción. Por consiguiente, sin perjuicio del apostolado que les compete a todos los bautizados en razón de su acción, debe él preocuparse, en forma especial, de que los movimientos apostólicos ambientales que ocupan un lugar tan importante en la estructura pastoral diocesana, se integren armónicamente en la prosecución de dichas metas. En una palabra, el obispo tiene la responsabilidad de la Pastoral de conjunto en cuanto tal, y todos en la diócesis han de coordinar su acción con las metas y prioridades señaladas por él.

18. Pero para asumir esta tarea y responsabilidad debe contar el obispo, antes que nada, con el Consejo Presbiterial, senado suyo en el régimen de la diócesis que debe "ayudarlo eficazmente con sus consejos en su ministerio y función de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios".

Es muy deseable que también pueda contar el obispo con un Consejo Pastoral dotado de consistencia y funcionalidad de vida; a este Consejo, que representa al Pueblo de Dios en la diversidad de sus condiciones y estados de vida (sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas, laicos), le corresponde estudiar y sopesar lo que atañe a las obras pastorales, "de tal manera que se promueva la conformidad con el Evangelio de la vida y acción del Pueblo de Dios".

Si el Consejo Presbiterial debe ser el principal canal del diálogo del obispo con sus presbíteros, el Consejo Pastoral debe serlo en su diálogo con toda su diócesis.

19. La Curia Diocesana, como prolongación de la persona misma del obispo en todos los aspectos y actividades, debe tener un carácter primordialmente pastoral, y sería de desear que tuviera representación dentro del Consejo Presbiterial.

Se recomienda que a los laicos sean encomendados los cargos de la Curia que puedan ser desempeñados por ellos.

20. De trascendental importancia es la figura de los Vicarios del Obispo. La función de los llamados Vicarios Episcopales, y el carácter eminentemente pastoral de su papel, delineado por el Concilio, no requieren mayores comentarios. Pero es oportuno subrayar que no se puede seguir considerando al Vicario General como mero administrador de la diócesis. Siendo el "alter ego" del obispo, ha de ser un Pastor. En la medida misma en que se multiplican los Vicarios Episcopales especializados, es indispensable que el Vicario General sea un hombre penetrado de toda la amplitud de la misión episcopal.

21. "Los obispos, en virtud de la consagración sacramental y por la comunión jerárquica con la cabeza y miembros del Colegio, son constituidos miembros del Cuerpo Episcopal". Por consiguiente deben "mantenerse siempre unidos entre sí y mostrarse solícitos con todas las Iglesias, ya que, por institución divina y por imperativo del oficio apostólico, cada uno juntamente con los otros obispos es responsable de la Iglesia". El cumplimiento de este deber redunda en beneficio de la propia diócesis, pues así la comunión eclesial de sus fieles se abre a las dimensiones de la catolicidad.

Conferencias episcopales

22. La Conferencia Episcopal ha de constituir en cada país o región la expresión concreta del espíritu de colegialidad que debe animar a cada obispo. Ha de fortalecer su estructura interna precisando las respectivas responsabilidades mediante comisiones formadas por obispos competentes, con asesores especializados. Es recomendable que se empleen una dinámica de grupo y una técnica de organización operante, con amplia utilización de los medios de comunicación social y de opinión pública.

23. Su actividad ha de desenvolverse dentro de una auténtica Pastoral de conjunto y con planes de pastoral que responda siempre a la realidad humana y a las necesidades religiosas del Pueblo de Dios. Debe ser elemento de integración de las diversas diócesis, y en especial, factor de equilibrio en la distribución de personal y de medios. Procurarán también una auténtica integración de todo el personal apostólico que se ofrece al país desde el exterior, en particular mediante el diálogo con los organismos episcopales que lo ofrecen.

24. Las Conferencias Episcopales han de asumir decididamente todas las atribuciones que les ha reconocido o concedido el Concilio, en los campos de su competencia, y de acuerdo con su conocimiento concreto de la realidad inmediata.

25. Procuren las Conferencias Episcopales que la voz de los respectivos presbiterios y del laicado del país llegue fielmente hasta ellas. Asimismo, tengan una más estrecha u operante integración con la Confederación de Superiores Mayores Religiosos, incorporándolos en el estudio, la elaboración y la ejecución de la pastoral.

26. Para que la acción sea más eficaz, se hace necesario aplicar lo que dice el Concilio: "el bien de las almas pide la debida circunscripción, no sólo de las diócesis, sino de las provincias eclesiásticas, de forma que se provea a las necesidades de apostolado de acuerdo con las circunstancias sociales y locales". Conviene plantearse la conveniencia de las prelaturas personales, para una mejor atención a ciertos grupos étnicos dispersos en varias circunscripciones eclesiásticas y en situaciones variadas, incluyendo aquí las situaciones migratorias.

27. Las Conferencias Episcopales han de ser los órganos de aplicación de los acuerdos de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano.

28. Para vivir profundamente el espíritu católico estarán las Conferencias Episcopales en contacto, no sólo con el Romano Pontífice y los Organismos de la Santa Sede, sino también con las Iglesias de otros continentes, tanto para la mutua edificación de las Iglesias, como para la promoción de la justicia y de la paz en el mundo.

Organismos continentales

29. A nivel continental, el espíritu de colegialidad de los obispos latinoamericanos en la solución de problemas comunes, se expresa en la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, y en el Consejo Episcopal Latinoamericano, si bien de diversas maneras. Guardada la integridad del CELAM como organismo de índole continental, nada impide que, para una mejor coordinación de los trabajos pastorales, se organicen varios países abocados a problemas o situaciones similares.

30. El CELAM, como órgano de contacto, colaboración y servicio, es una irremplazable ayuda para la reflexión y la acción de toda la Iglesia Latinoamericana.

31. Para la mejor consistencia y funcionalidad de este organismo es urgente una mayor comunicación entre los Departamentos del CELAM y las correspondientes Comisiones de las Conferencias Episcopales Nacionales, en razón de los frentes de trabajo.

32. El CELAM ha de preocuparse mucho en esta época por una reflexión integral y continuada y enriquecedora comunión de experiencias en el campo pastoral. Entre las materias cuyo estudio sería oportuno que abordase, deberían actualmente figurar las comunidades de base.

33. El CELAM debe aumentar sus relaciones con los Organismos Latinoamericanos y mundiales para un mejor servicio al continente.

Otras exigencias de la pastoral de conjunto

34. La Pastoral de conjunto, teniendo en cuenta el momento actual de la Iglesia en América Latina, además de la ya mencionada reforma de estructuras, exige:

  • a) Una renovación personal, y
  • b) Una acción pastoral debidamente planificada de acuerdo con el proceso de desarrollo de América Latina.

35. La renovación personal implica un proceso de continua mentalización y "aggiornamento", desde un doble punto de vista:

  • a) Teológico-pastoral, fundamentado en los Documentos Conciliares y en la teología vigente; y
  • b) Pedagógico, proveniente de un continuo diálogo apoyado en la dinámica de grupo y en una revisión sobre la acción mediante tipos de pastoral, tendiente a crear un auténtico sentido comunitario, sin el cual es totalmente imposible una genuina pastoral de conjunto.

Esta renovación personal debe alcanzar a todas las esferas del Pueblo de Dios, creando en obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, movimientos y asociaciones, una sola conciencia eclesial.

36. Una acción pastoral planificada exige:

  • a) Estudio de la realidad del ambiente con la colaboración técnica de organismos y personas especializadas;
  • b) Reflexión teológica sobre la realidad detectada;
  • c) Censo y ordenamiento de los elementos humanos disponibles y de los materiales de trabajo; el personal especializado se preparará en los diversos Institutos nacionales o latinoamericanos;
  • d) Determinación de las prioridades de acción;
  • e) Elaboración del plan pastoral. Se deben seguir para esto los principios técnicos y serios de una auténtica planificación, dentro de una integración en planes de nivel superior;
  • f) Evaluación periódica de las realizaciones.

 

[Documentos finales de Medellín. Medellín: Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Septiembre de 1968. Edición digital de José Luis Gómez-Martínez; para la presente edición digital se ha seguido la presentación de la edición en libro de Ediciones Paulinas.]
 

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© José Luis Gómez-Martínez
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