Teorías en
debate
Álvaro Márquez-Fernández
"Globalización neoliberal y
filosofía intercultural"
Introducción
La globalización es el nuevo fenómeno de la hegemonía de la
sociedad capitalista neoliberal.
Unos le atribuyen a este fenómeno características civilizatorias,
pues cada vez más el orden cultural, ético, político y económico
se encuentra regulado por los intereses e ideales de un modo de
vida social que confiesa su preferencia por el pensamiento
uniforme y homogéneo.
Otros, por el contrario, consideran que este fenómeno no es más
que la expansión del poder tecno-ideológico de la racionalidad
capitalista cuyo objetivo es modelar e intervenir en los
sistemas de representación social, las prácticas políticas y los
procesos comunicativos de la ciudadanía en general.
Pudiera entenderse, entonces, que la globalización representa,
no sólo otro tiempo y otro momento de un orden histórico, que
indiscutiblemente no puede dejar de estar asociado al desarrollo
de las relaciones de producción y de consumo capitalistas que le
han dado su génesis. También representa otro espacio y otra
realidad en la que, sin embargo, los conflictos sociales, las
desigualdades, las diferencias, las injusticias, entre los seres
humanos, no terminan por resolverse sino que se acentúan más y
más. Las principales contradicciones de la sociedad capitalistas
no dejan de reproducirse y universalizarse a nivel mundial.
El análisis de la globalización y su contexto histórico,
requieren, por consiguiente, de una filosofía intercultural. Es
decir, de una reflexión en la que el diá-logos sea el proceso de
comprensión y de interpretación sobre los medios y fines que no
pueden seguir siendo unívocos para una formación cultural y/o
política particular, sino que ahora deben ser compartidos
discursivamente con otros universos culturales.
Esta idea de un diá-logos, recupera el ámbito de una alteridad
en la que los otros (pueblos, sociedades) hoy día ponen en
práctica su derecho a la palabra, al discurso, a la imaginación,
a lo simbólico, desde un deber ser que se resiste a su
reducción, a su exclusión, a su des-conocimiento.
La filosofía intercultural se propone como un proyecto liberador
de las prácticas sociales y discursivas de las culturas entre
sí, sin hegemonías ni restricciones, sometimientos o vasallaje
neocolonizador. Busca insertarse en la pluralidad compleja de
las existencias humanas, sin detrimento de alguna de ellas.
Busca abrir las riquezas propias del mundo intersubjetivo, como
un proceso que tiende a favorecer el acceso a la diversidad
racional, la pluralidad ideológica, como alternativa a un mundo
en el que la globalización de la razón y del dominio técnico
limita las auténticas libertades de los seres humanos.
Cuestionamiento a la
globalización del pensamiento uniforme (acrítico) y la
masificación de las relaciones sociales (alienadas)
El análisis y la interpretación del fenómeno y la realidad de la
globalización, siempre deben partir de los contextos en que ésta
se sitúa y desarrolla. Es importante, por lo tanto, considerar
que la globalización es principalmente un fenómeno de expansión
económica que resulta de una formación social, política,
cultural, históricamente determinada, y que conlleva un orden
ideológico, un sistema de representaciones sociales y una
filosofía que se instala en el imaginario ciudadano como forma
de vida consentida.
En este sentido la globalización responde a una concepción del
mundo, como cualquier otro proceso expansivo del que se ha
valido la racionalidad occidental para instaurar el orden de
legalidades y legitimidades que permitan arbitrar los
comportamientos ciudadanos frente a los desafíos y conflictos
propios de su desarrollo y progreso social.
La globalización es, entonces, un proceso con el que se culmina,
por un lado, esa dimensión de la economía en su afán por
construir el mercado único organizado por el dominio de las
redes telemáticas de la información, orientadas exclusivamente a
favorecer el tiempo de reproducción del capital a través de los
intercambios de consumo, y, por otro, darle continuidad a esa
dimensión de la razón técnica para controlar el campo simbólico
de las libertades y el espacio discursivo donde el pensamiento
se realiza desde sus particularidades individuales y colectivas.
La globalización unifica sintéticamente estos dos mundos de la
realidad: el de la producción y reproducción material de la
vida, entendido como sustrato innegable de la condición de
existencia más inmediata, y el espiritual, para llamarlo de
alguna forma, en el que los pensamientos acerca de nuestros
deseos y voluntades se orientan por principios de convivencia
democrática que pudieran hacerse realizables e pro de un bien
social compartido en comunión.
La globalización nos enfrenta a un mundo que plantea la
respuesta a los conflictos de intereses y las necesidades de la
sociedad de clases, desde una ideología neoliberal de los
intercambios equivalentes capaz de simplificar las diferencias
estructurales del sistema social (léase contradicciones), en una
igualdad funcional y operativa que garantiza el orden político
instituido. El asunto de fondo es que se cancela, bajo el
supuesto de la cohabitación institucional y pública, la compleja
y rica trama de diferencias y diversidades culturales que
deberían tener acceso a las formas de expresión y comunicación
social de los ciudadanos entre sí. Es decir, en ningún momento
se considera como posible la interacción social desde el punto
de vista de la participación discursiva. La totalidad histórica
que encubre la globalización pasa por ser homogénea, sin
espacios deliberativos y de contestación que impliquen un poner
en duda el valor del mundo de vida aceptado. En desmedro de las
auténticas relaciones humanas, que deben ser reconocidas
originarias en todos los sentidos, actúa la cultura de la
globalización que propicia la estandarización como principio
socializador de la diversidad originaria.
La globalización, por otra parte, apologetiza con excesiva
pasión publicitaria, un liberalismo democrático que termina en
fuerte oposición práctica con los derechos humanos. Se admite
que este tipo de democracia es el único escenario que puede
garantizar de manera efectiva la libertad de los individuos, sin
embargo no trasciende más allá de sus fines utilitarios; la
democratización de la política debe ser entendida como un asunto
de todos, una instancia de reconocimientos de los sujetos como
ciudadanos que le permita una participación social que goce del
respaldo de las instituciones civiles a fin de ejercer las
libertades públicas con suficiente autonomía.
Aquellos beneficios que se dice aporta la globalización, los
consideramos completamente aleatorios y nuestras sospechas sobre
el carácter redentor de los mismos se confirman a diario. El
nivele cada vez mayor de exclusión y desintegración social que
se vive en las sociedades modernas, así lo demuestra.
La globalización ha dado paso a una sociedad de la información
donde el poder de la información construye la opinión pública y
los modelos de representación social con los que se legitima. En
tal sentido, se descubre un contexto en el que la cultura de
masas siguen actuando en el trasfondo de la sociedad globalizada
e induciendo con ello una esfera pública en la que el poder de
la comunicación discursiva está en manos de quienes siguen
dominando el orden social desde el punto de vista de un modelo
de producción que continúa desarrollándose a través del capital,
la mercancía y el mercado. La gran diferencia es que hoy día la
globalización que propugna el neoliberalismo, hace invisible a
través de las redes telemáticas y el ciberespacio el orden
material de una realidad que no ha dejado de ser irracional,
pragmática y deshumanizadora, presumiendo que con esta nueva
abstracción los determinante históricos que reproduce el sistema
capitalista, han sido, si no eliminados por completo, superados.
Lo que resuelta ser obviamente una falsedad.
La globalización neoliberal está generando una "cultura" de
identidades adaptativas, en plena conciliación y equilibrio con
el modelo societal de un Estado que ha abandonado su rol
asistencialista, por el de gestor en los mercados de capitales
internacionales. El poderío transnacional de la globalización no
es neutro, tiene una intención e identidad: la racionalidad del
mercado. La desaparición de las fronteras nacionales del Estado,
por un poder que las trasciende es la verdadera libertad de la
globalización para nuclear en este espacio de control la
diversidad y la pluralidad social. El dominio técnico hace
posible esta reducción de la diversidad cultural a la
uniformidad que impone la cultura hegemónica. Esta manera de
entender la democracia ciudadana responde en el fondo a un
monismo, siendo que el único horizonte al que deben responder
los individuos está preestablecido por el orden social que los
dirige y al que se debe total subordinación, so pena de quedar
excluidos de sus beneficios. Es muy poco o escaso el valor ético
que pueda atribuírsele a ese fin, que no termina siendo el fin
de todos.
¿A quienes unifica la globalización neoliberal, con su ideología
universalista? No a aquellos seres humanos sitiados por
condiciones infrahumanas de existencia, pues le niega el derecho
a la vida al excluirlos de los beneficios del capital que por
definición es consecuencia de un modo de producción que no
contempla al trabajador como un sujeto dentro de la producción
social con derechos económicos. Por el contrario, el trabajador
ha sido siempre el gran ausente de los beneficios del capital, y
se ha quedado limitado al espacio de aquellas negociaciones de
carácter reivindicativo que le sirven para paliar sus
condiciones de subsistencia.
La unificación neoliberal es sinónimo de uniformización de
conductas, deseos, valores, representaciones, creencias,
tradiciones, etc., continuamente inducidas por los sistemas de
intercambios y de consumo, principal ley de la competencia
supervivencia depredadora del capitalismo postindustrial. Es
fácil observar estos procesos de confiscación de la conciencia
social y las libertades políticas ciudadanas, en los modelos
homogéneos con que se rigen las discusiones públicas y la
función masificadora de los medios de comunicación,
dependientes, como se sabe muy bien, de grupos financieros
comprometidos con los sectores de poder que dirigen las
políticas públicas del Estado.
La globalización tiende a la creación de una sociedad virtual
que se interconecta a través de códigos que obvian la presencia
del otro como ser que está en una relación implicativa y de
compromiso con la realidad. La sociedad telemática, la telepolis,
es la nueva versión de un contrato social en el que el discurso
está mediado por un dispositivo informático y audiovisual, más
que argumentativo y crítico. Se suple el mundo del diálogo por
el de la imagen y una estética de la sensorialidad que
contribuye a crear los cánones de la adaptación sin resistencias
ni compulsiones. Consensuada la sociedad de clases a través de
este nuevo aparato ideológico de la globalización postcolonial,
la realidad humana continúa siendo reprimida y coactiva. La
semiótica de la imagen nos da una realidad virtual que parece
incuestionable en sí misma y autosuficiente para pasar la dura
prueba de la desobediencia y el desacato por parte de aquellos
que siguen considerando que la auténtica realidad es presencial
y no diferida.
La filosofía intercultural: la
inclusión del otro como interlocutor válido en un diálogo que se
construye y realiza éticamente a través de la praxis liberadora.
Aunque la globalización se pronuncia por una libertad (de
intercambios económicas) en las relaciones sociales de
producción, esta concepción de la libertad no es aquella que
apunta a una visión del mundo y de la vida comprometida con el
valor de la libertad como un auténtico proceso de humanización
histórica, en donde los seres humanos puedan hacer de la
libertad ese espacio en el que las relaciones de convivencia
humana conlleva la gestación y desarrollo de una genuina razón
dialogal entre los individuos desde sus respectivas culturas. Se
trata entonces, de oponer a la racionalidad que subyace en la
globalización neoliberal y sus modelos conductuales, otra forma
de pensar las realidades históricas más allá de lo que es el
pensar monocultural de la razón moderna.
Lo primero es reconocer y sentar las bases para un pensar
dialógico y diatópico, un pensar que parta de la pluralidad
histórica del logos, que debe dar acceso a sus múltiples
manifestaciones, sin excluir a ninguna. Y que verse más sobre la
vivencia existencial de los sujetos dialógicos, y ponga al
descubierto los fetiches materialistas con los que se le ha
pretendido tipificar en la sociedad de consumo.
La interculturalidad como una transformación histórica del
pensar filosófico, también pasa por la crítica al discurso de la
racionalidad positivista que le sirve de contexto legitimador.
El supuesto de lo diferente, lo opuesto, lo contrario, lo otro,
es de innegable valor para la correcta comprensión de la
interculturalidad, como un proceso de discusión y aclaración de
lo que son los registros de la conciencia y memoria cultural de
cualquier colectivo social. No se puede suprimir este supuesto
que está directamente relacionado con la comprensión el tiempo y
el espacio de la episteme de cada época o etapa histórica.
Implica, en consecuencia, un reconocimiento amplio del derecho a
la diversidad y a la diferencia, como prolegómenos de una
existencia con posibilidad de ser compartida con otros, sin los
sesgos y las dominaciones del poder cuando éste es asumido
solamente como extensión de una práctica de cohesión donde los
otros terminan siendo excluidos o anulados.
La importancia del análisis y la interpretación intercultural
del mundo globalizado, es que retoma y amplia para la filosofía
(especialmente la latinoamericana), su dinámica liberadora a
través del pensamiento y de la palabra. Este es un derecho
inalienable a todo contexto cultural con su respectiva formación
histórica. Se convierte así el pensar filosófico en un pensar
dialéctico, en una razón dialógica que se desenvuelve
históricamente en una práctica comunicativa que no puede ignorar
la presencia de los otros, menos aún negar sus particularidades.
La convivencia intercultural se realiza a partir de nuestros
referentes antropológicos y simbólicos y de relaciones sociales
más intersubjetivas y públicas que sirven de asideros para la
construcción de la ciudadanía democrática que se requiere, para
la puesta en práctica de un diálogo con suficiente autonomía
argumentativa como para dejar de lado cualquier tipo de
adoctrinamiento ideológico. La democracia dialógica y discursiva
es la génesis de la sociedad intercultural, puesto que sin dejar
de reconocer el conflicto inherente en cualquier tipo de
relación social, es capaz de trascenderlo a través del acuerdo
en los medios y fines compartidos.
La pluralidad discursiva es el protocolo socrático para la nueva
sociedad democráticamente interculural. Ésa donde la tolerancia
y el respeto al otro, es el punto de partida para concebir un
derecho a la deliberación que no sea en modo alguno ni dominante
ni obligado. El derecho a la palabra se autolegitimará en el
cumplimiento ético y moral de unas prácticas políticas que no
permitan la distorsión del diálogo que se aleje
significativamente de los proyectos de vida de la ciudadanía. El
diálogo, que también es un diálogo de intereses prácticos, debe
servir de guía a los interlocutores para que sin coacciones,
puedan responder y resolver a los problemas ya que se consideran
a los dialogantes descentrados de cualquier estructura de poder
y/o dominio.
La interculturalidad responde a una heurística y a una
hermenéutica filosófica que parte de la alteridad para la
comprensión del mundo de pluralidades existenciarias con formas
y contenidos racionales y discursivos que deben ser puestos en
un eje de articulaciones lo suficientemente complexo, que no
permita la ausencia, negación o neutralidad, voluntaria o
consciente de ninguna de las culturas. Todas son correlativas en
este sentido, es decir, en su forma y contenido de estar
presentes frente al otro, porque las culturas no son realidades
puras ni abstractas, desconectados de sus actores materiales. Su
heterogeneidad es lo que nutre el dinamismo interno y externo de
sus cambios.
No puede, ni debe, entenderse por interculturalidad
confrontación de culturas, ni el abrirse de una cultura a otra
con el interés, expreso o tácito, de subsumirla o asumirla a su
contextualidad. Se trata de un reconocimiento interior de las
culturas y sus propias "lógicas" discursivas; al derecho de
construir sus contextos desde sí mismas con sus analogías y
contradicciones; de no arriesgar su libertad de acción y de
creación mítica, mágica, científica o técnica. Lo que la
filosofía y el diálogo intercultural buscan es conjugar en el
mundo una visión de la existencia cuya totalidad no sea opresora
y el saber sea un saber contextual que parta de la experiencia
de los sujetos. Es por esta razón que R. Fornet-Betancourt
(2001, p.257), considera que "hay, por tanto, un saber práctico
de la interculturalidad como experiencia que hacemos en nuestra
vida cotidiana en tanto que contexto práctico donde ya estamos
compartiendo vida e historia con el otro. Se trataría entonces
de cultivar ese saber práctico de manera reflexiva, y con un
plan para organizar nuestras culturas alternativamente desde él,
para que la interculturalidad se convierta realmente en una
cualidad activa en todas nuestras culturas."
El monoculturalismo y el individualismo de la globalización
neoliberal, a pesar de todos sus esfuerzos mediáticos e
ideológicos por crear una cosmovisión del mundo global homogéneo
y unificado, no puede resolver el conflicto que está en el
origen histórico de su formación social. Una sociedad que
predica el ser igual al otro desconociendo el lugar de
existencia del otro, nunca podrá ser realmente equitativa. La
igualdad formal del liberalismo pretende construir una cultura
de la justicia sin advertir que el contenido material de la
norma entra en contradicción con su aplicación. Es decir, la
compatibilidad entre la igualdad y la justicia, parte del
desconocimiento de las diferencias sociales. Se desconoce esto
en aras de practicar una serie de principios comunes con los que
se quieren neutralizar tanto la diferencia de clases como la
diversidad cultural para crear espacios homogéneos de
convivencias. Esta forma de querer dar respuestas a la
fragmentación per se de la sociedad capitalista, no es en modo
alguno pluralista; menos aún una forma de pensar y gobernar en
sentido intercultural.
La globalización neoliberal trata la diversidad cultural y sus
diferentes manifestaciones, como una variante en la escala de
sus propios valores y comportamientos, esto justifica plenamente
un modelo de agregación en el que los segregados del sistema y
las minorías culturales, son incorporados a la res publica con
el expreso propósito de uniformar y regular cualquier cambio o
desacuerdo con la ideología establecida. Por esta razón es que,
al analizar el discurso ideológico de la globalización
neoliberal, nos encontramos más que con una relaciones
conciliadoras, con el enfrentamiento entre formas culturales que
buscan defender sus particularidades desde los roles políticos
que la sociedad les permite cumplir, considerándose estas
relaciones casi siempre de pugnacidad, principal característica
del ejercicio "democrático" de la sociedad neoliberal.
La interculturalidad lo que realmente se propone, desde la
diversidad y la diferencia de unos y otros, es la trans-formación
de la razón, no su negación ni su abdicación; por el contrario,
es un trans-formar, como dice con todo acierto F. Fornet-Betacourt
(1994, p. 19), que deja "entrar en su proceso de constitución
las voces de aquellos que hasta ahora han sido 'afectados' por
las distintas formaciones vigentes, pero que se han visto
excluidos de la dinámica productiva de las mismas." También
porque el encuentro con el otro, de ninguna manera puede estar
determinado ontológicamente por una sola presencia y entenderse
ese encuentro desde un sólo modelo categorial de
universalizaciones desde el que más que abrirnos al otro, somos
receptores desde nuestra comprensión y nuestro discurso. Luego,
no se realiza efectivamente el diálogo como orden e instancia de
comunicación intercultural. "El encuentro con el otro es así
interpelación; interpelación desde la que debería ser repensada
nuestra manera de pensar..." (Fornet-Betacncourt: 1994, p. 19).
La globalización neoliberal está globalizando, y es un hecho de
fácil constatación, a través de la sociedad de la información,
el desarrollo de nuevos roles culturales mucho más interactivos
que nunca. Esto no se puede negar a la ligera. Sin embargo, las
nuevas relaciones de producción tecnológica han creado una
realidad, más virtual cada vez, que pasa por una socialización
en la que las identidades personales y públicas de los
individuos siguen esclavizadas por los procesos de reificación
que perviven en el interior de una formación social en la que el
capital sigue reproduciendo una estructura de mercado y consumo
desigual, injusta y arbitraria. Lo que pervive en el fondo del
neoliberalismo global es la liberación de la economía como
estadio acumulativo de la riqueza en una sociedad de clases, no
la liberación de la aquellos sujetos subordinados y dominados
por estas condiciones materiales de producción y a quienes se
les desnaturaliza su existencia genérica y todas sus
representaciones culturales. Es más, el contexto cultural que es
originario a estos sujetos tampoco queda exento de la injerencia
depredadora del principio de "libre mercado" que auspicia el
neoliberalismo. Estamos, entonces, en un proceso de maximización
del mercado y pauperización del sujeto como objeto de consumo y
asiento de la ideología que profesa un orden de pensamiento
único, irreversible e imponderable; contradicción en sus propios
términos, pues ya implica el cierre histórico del devenir humano
al negar dialécticamente el cambio, las alternativas.
La globalización como un estadio superior del monoculturalismo
deja fuera de sí cualquier otra cultura diferente u opuesta;
precisamente, porque no está en su preocupación un diálogo ni
una relación con las intersubjetividades de los otros. Lo que
efectivamente la globalización busca globalizar es el mundo de
algunos, de un tipo de sociedad hegemónica que busca
trascenderse a sí misma en el tiempo y en el espacio porque
detenta el poder político y el poder tecno-científico para
realizar esta empresa postcolonizadora. No existe, o son
mínimamente perceptibles, los indicios que tenemos de una
globalización orientada hacia una sociedad de relaciones
planetarias interculturales, en la que el Estado y la democracia
ciudadana sean verdaderos escenarios de participación y
convivencia.
Nuestra principal objeción y crítica estriba en que la
globalización no contiene ni da la posibilidad, de que
desarrollemos auténticos procesos de interculturalidad para la
inclusión del otro. Hasta ahora la globalización no es un
correlato de más democracia social y política, esto sigue
estando en el terreno de lo utópico, cuando las relaciones de
interdependencias construidas por la globalización debieran
acrecentar y fortalecer los principios democráticos y los
derechos humanos. Lo que las políticas neoliberales de la
globalización suman cada vez, es más productividad a toda costa,
ganancias inmediatas, riqueza acumulativas, roles sociales
conformados según las imágenes mediáticas de una cultura "light"
sin proyecto histórico, etc., etc. Lo que cada vez más restan,
es el diálogo intercultural como el principal medio de
interrelación y reconocimiento, la pluralidad democrática
consensuada a través del discernimiento de los conflictos e
intereses en función del bien común de la mayoría ciudadana, una
opinión pública cuyo objetivo esencial sea la verdad política,
etc.
Frente al monologismo cultural de la globalización neoliberal,
se presenta el dialogismo de la interculturalidad como momento
crítico del pensar filosófico, pues se trata de re-pensar la
realidad existencial desde la alteridad originaria, desde la
cual el otro se realiza y expresa, y a quien mi conciencia debe
concederle todos los derechos para hablar y actuar en libertad.
El derecho al diálogo desde la perspectiva intercultural, es
decir, desde una perspectiva pluralista de la convivencia
humana, es una alternativa válida a la homogeneización y la
estandarización del pensamiento reductivo y único de la
globalización neoliberal, ya que supone la noción democrática de
la inclusión del otro en un nos-otros, entendiendo por esto la
inscripción de todos los individuos de un mundo donde el marco
de tolerancia política, ética, moral, etc., garantice plenamente
el derecho a la vida y arribar a la tan esperada identidad y
ciudadanía compartidas.
Bibliografía
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Sebastián de, Luis: Neoliberalismo. Apuntes críticos de
economía internacional. Trotta, España, 1997.
Álvaro Márquez-Fernández
amarquezfernandez@gmail.com
[Fuente:
Álvaro Márquez-Fernández. "Globalización neoliberal y filosofía
intercultural." Seminario del Grupo de Estudios Peirceanos,
Universidad de Navarra, 30 de marzo de 2006]
© José Luis Gómez-Martínez
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