María Rosa Palazón

 

"Mi conversación con un defensor de la analogía"

María Rosa Palazón
Instituto de Investigaciones
Filológicas, UNAM

Acerca de un yo amable o digno de ser amado. En un salón universitario de Puebla de los Angeles se realizó un congreso. Participaba un joven filósofo, Mauricio Beuchot Puente, que dio a conocer varias inquietantes teorías de la lógica colonial mexicana. Oyendo aquella lección me enteré de cuánto me falta por conocer de mi propio país; de cómo, en contra de condiciones económicas, políticas y educativas adversas, nuestros coterráneos han hecho grandes aportaciones en cualquier área del conocimiento. Pasaron muchos años antes de reencontarme con aquel ponente que me dejó encandilada con su sabiduría. Luego supe de su labor como investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM y como coordinador del Centro de Estudios Clásicos de este mismo. Siendo miembro del Consejo Interno de nuestra institución, tomé conciencia de que la obra del doctor Beuchot es tan extensa que, excepto pruebas en contrario, no la iguala ningún filósofo mexicano de la misma, o casi, edad. ¿Su debilidad estaba en esta amplitud o prolijidad? Después de leer con detenimiento y, cabe decirlo con deleite, sus ensayos específicos sobre la hermenéutica, llegué a la conclusión de que sus escritos son básicos para la filosofía contemporánea y concretamente para la Estética en México. No deja de causarme azoro que, tomando en cuenta sus años de vida, la cantidad no esté reñida con la calidad de su producción.

Además Mauricio es sencillo, accesible y abierto a un diálogo que, para ser tal, implica las concordancias y también las discrepancias. Es alguien centrado en sí mismo, liberado de las desgastantes competencias académicas en que nos hallamos inmersos por necesidad. En la escena ha asomado la parte fea de la gente envidiosa, que cree autoensalzarse si ataca, desacredita y estigmatiza al otro, echando mano de complicadas falacias cuyo mensaje es: el otro no piensa, no vale, y yo sí. Una bella persona es lo contrario a la imposición autoritaria, porque está abierta al intercambio de argumentos y a la "conversación hermenéutica" con el texto escrito, mediante los que siempre resultan mútuamente enriquecidos quienes actúan como interlocutores, debido, en primer lugar, a sus diferencias. Unicamente existe tal conversación si, y sólo si, los sujetos se escuchan con atención y respeto al tú informativo, concediéndole sus aciertos, lo que dice y sugiere, sus omisiones y los que, desde la perspectiva del hablante, son puntos de vista equivocados. Luego Beuchot está agraciado con una bella personalidad.

El perverso contra el diálogo juguetón

El anterior párrafo laudatorio lo he escrito partiendo de la misma filosofía hermenéutica y de sus antecedentes. En "Tradición e innovación desde la hermenéutica", Beuchot explica que entre los escolásticos se establecieron formalmente las obligaciones a que comprometían los debatientes. Éstas fijaban la reglamentación a partir de la cual se puede ser creativo en las teorías. Es decir que desde entonces el intercambio de ideas era pensado como un 'juego' enriquecedor, categoría que ha sido retomada por Schiller, Marcuse y Gadamer. A partir de los pitagóricos y los escolásticos se sabe, pues, que el diálogo entre dos o más, así como la conversación con lo escrito, requieren escuchar y tratar de entender lo que dice el otro con respeto (lo cual no lleva necesariamente a una coincidencia), esto es, no negarlo con la siempre improductiva actitud "perversa" (retomo el término de 'perversión' o negación del otro de Gilles Deleuze: La lógica del sentido) de un yo que quiere aminorar la importancia del tú con la intención fallida (a largo plazo) de encumbrarse él, hasta que termina desertificando la isla intelectual que habita, de modo que en ella sólo se acaba escuchando el mismo y redundante eco, el suyo. Las órdenes, los discursos perversos o autoritarismos de toda laya niegan los diálogos o conversaciones, porque quienes los sustentan temen que, paralelamente a la emergencia del valor del tú u otro, ellos pierdan sus cuotas de poder. Los perversos son gente fea, cuya moral es débil. En contrario, cuando se recibe el texto, cuando se conversa con él, o se dialoga con un tú, se accede a otro marco de referencia, a otro horizonte que amplía el propio, llegando a una "fusión de horizontes", dice Mauricio Beuchot en "Dependencia y autonomía de la hermenéutica".

Queda sobrentendido que diálogo y conversación se establecen porque se interroga al interlocutor o al texto, es decir, porque se le formulan preguntas en espera de respuestas; las primeras inicialmente surgen de una precomprensión o de unos "prejuicios", cuyas respuestas del otro ratificarán en parte y en parte los pondrán entre paréntesis, de modo que de la respuesta hemos siempre de esperar que diga "así o de otra manera", según frase descriptiva gadameriana, o mejor, repito, en parte así, como fue presupuesto, y también en parte de otra manera. Y digo esto porque si los prejuicios fueran totalmente improcedentes, el mensaje no sería interpretado ni, consiguientemente, se ganaría un horizonte. Tampoco se alcanzaría esta ganancia, ni sobrevendría una fusión de horizontes, si tal mensaje fuera totalmente redundante (lo sabido, lo que no aumenta la información) desde la perspectiva de quien lo recibe con ánimo de enriquecerse.

La escisión del sujeto

En "La verdad hermenéutica y pragmática en Karl-Otto Apel", Mauricio Beuchot apunta que desde el último periodo de la filosofía griega se distinguió aistheta, la cosa perceptible, la representación, la fantasía, de noeta, la razón, lo lógico, lo conceptual. Esta escisión, útil en principio, cuando es absolutizada pierde de vista la complejidad del sujeto, y específicamente del sujeto cognoscente, además de confundir la lógica del proceso con la lógica de la explicación aplicable a las manifestaciones en cuestión. La hermenéutica, enterada de las nuevas teoría científicas y filosóficas, sostiene que se ha establecido un signo de igualdad entre ciencia y con-ciencia, y un abismo entre la emisión de las artes tradicionales y las más "conceptuales", sean éstas la pintura cubista o la música dodecafónica. Esto es, que los productos culturales generados a partir de un método, de una intención creativa, y específicamente los que son argumentativos —los noetas—, o bien al tenor de complicados cálculos matemáticos, como los arquitectónicos, se deben sólo a una intención consciente muy exacta del sujeto, mientras que los debidos a la imaginación, y a las sensación y sensibilidad —la aisthesis— más inmediatos, son más espontáneos, menos precisos o más laxos. Sin embargo, ni la experiencia estética ni la reflexión ni los conocimientos previos ni cualquier descubrimiento o invención dejan de intervenir tanto en la emisión cuanto en la recepción de cualquier obra humana. Luego, aún admitiendo algunas diferencias en los procesos creativos y receptivos, las ponderaciones tanto de su exacta planificación y "racionalidad" cuanto de su carácter irreflexivo son simples exageraciones: errores que explican de manera plausible y retroactivamente un resultado mediante sus fases compositivas.

Ya Husserl hablaba de todas las "sombras" que intervienen en la percepción. Hoy sabemos que los afectos propician líneas y efectos de la investigación y en ella misma; que aprendemos más por vías no conscientes que conscientes; que la misma argumentación y aun las obras "racionales", asimismo, aparecen como un acudido del cual el sujeto no puede dar razones (el mito griego de la inspiración vuelve a estar a la orden del día), y que las posdicciones explicativas son engaños o autoengaños si su hacen valer para los procesos creativos. Levinas registraba el papel del "otro" en la identidad personal, en la mismidad e ipseidad (en la identidad idem e ipse), en el sí mismo como otro, según título de Paul Ricoeur. Al respecto, en "Sujeto e intencionalidad en la filosofía hermenéutica" y en "Dependencia y autonomía de la hermenéutica", Mauricio Beuchot acepta las precisiones de este último hermeneuta —Tiempo y narración— de que el sujeto es un ente intencional, lleno de motivos, de orientaciones, aunque no voluntarios ni conscientes: no es solamente un sujeto autoposeído, sino que también está envuelto en lo involuntario, en lo no-consciente y en lo impersonal: él vive, recuerda, organiza, prevee e imagina sin que esté en plena posesión de sí mismo. El sujeto actuante, valorativo e interpretativo, se realiza en un ámbito de intersubjetividad; al ejercer la crítica deja de autodisolverse, mostrándonos una intencionalidad en su creación sígnica en general y lingüística en particular, aunque no las tenga todas consigo.

Por los caminos de la retórica

Gracias a las aclaraciones anteriores, el horizonte de Beuchot, desembarazado de prejuicios que obstaculizaban la evolución de las teorizaciones, se adentra en asuntos de capital importancia que están sobre la mesa en las nuevas orientaciones de la Epistemología y de sus repercusiones en la Estética y fuera de ella, centrándose, entre otros temas, en la interpretación de los textos literarios, analizados en sus aspectos sintácticos y semánticos, sin olvidar su recepción o aspecto pragmático. Por lo mismo, quedan fuera del radio de sus intereses las manifestaciones artísticas "abstractas" y la música, pausas y sonidos (que a veces son combinados con los naturales, como la "Pastoral" de Beethoven) que crean el ritmo, la melodía y la armonía, y que nos ofrecen un lenguaje autorreferido ajeno a la verdad como "encuentro de hombre y mundo ", diré apropiándome de una expresión de Beuchot ("La verdad hermenéutica y pragmática... ").

Si damos un sentido analógico a la trilogía de Austin, diremos que para que una obra tenga efectos en los receptores, o cumpla su aspecto perlocucionario o pragmáticos, éstos han de captar sus locución e ilocución, qué dice o comunica y cómo lo hace. Intervenciones de la retórica, o modos de significar que conllevan una gramática y una lógica, diré generalizando metonímicamente las "artes sermocinales del trivium" que actualiza Mauricio Beuchot en "La verdad hermenéutica y pragmática..." La retórica de la antirretórica es, como deja ver esta misma paradoja, un engaño. Acerca de esto Beuchot en este último ensayo informa que gracias a Morris se renovó el programa medieval de los modus significandi, dentro del cual la designación científica-informativa de un estado de cosas es una manifestación retórica; y la poética, otra. Cada una válida dentro de sus reglas operativas y las expectativas que éstas generan. Sin embargo, este paso teórico aquél lo da en contra de estigmatizaciones, de viejo cuño platónico actualizadas por las veneraciones positivistas de la ciencia (así en singular, porque según esto sólo existe un, y sólo un, método científico), según las cuales la literatura no es verdadera ni falsa, porque no se explica de manera usual, sino animistamente, porque usa deliberadamente ficciones y porque se ocupa primeramente de su manera de expresarse, sacrificando las inquietudes de explicar y describir fielmente los acontecimientos y las cosas. La conclusión más brutal y sincera de esta tendencia fue que las formas de designación literarias son artimañas manipuladoras que, deleitando, logran la conversión de los poco atentos y de los ingenuos, sin proporcionarles un conocimiento verdadero del asunto en cuestión. A juicio de Beuchot, en cambio, no hay discurso exento de valores y valoraciones, ínsitas en las cosmovisiones, y, además, dice, el poder de la literatura, entre otras actividades expresivas o comunicadoras, también es consecuencia de su capacidad de incursionar en el ámbito de los conocimientos.

La analogía y la metáfora

Uniendo sus ideas sobre la retórica y sus convicciones epistemológica, Beuchot se ocupa de la principal figura retórica, que, por lo demás, aparece en la etimologías como una constante, siendo el recurso lingüístico y asociativo más obviamente analogizador, a saber, la metáfora.

En sus inicios la expresión metafórica es un uso extraordinario hasta que deja de serlo para convertirse en un estereotipado uso literal, escribe nuestro filósofo, ejemplificando con "se me durmió una pierna." Cada una de ellas mismas o varias metáforas enlazadas sintáctica y semánticamente comunican explicativamente lo que de otra manera no se diría tan económica y expresivamente, sea el caso el enunciado de que "la inflación devora las ganacias". El encadenamiento metafórico de la alegoría de la caverna es la mejor y más directa exposición de la teoría platónica del conocimiento, ilustra Beuchot. Y lo es porque descubre la capacidad arquitectónica, constructiva y sintetizadora del pensamiento analógico, uno de los métodos asociativos y de intelección más usuales, que él cualifica como el "camino de la clarividencia" y, adaptando una expresión de Pascal, como el "espíritu de fineza".

Tomando en cuenta las dimensiones: sintáctica, o formas de composición u ordenamiento de los signos; la semántica, o relaciones entre el signo y su significado, que, por lo mismo, trata de establecer las reglas del sentido y la referencia; y la dimensión pragmática, o relación de signos y sus efectos en los usuarios y receptores, en "El análisis semiótico de la metáfora", Mauricio Beuchot aborda la importancia que tiene en el conocimiento esta figura retórica que Aristóteles en su Poética caracterizó como el procedimiento que da a algo el nombre que pertenece a otra cosa, producto de la transferencia del género a la especie, y de una especie a otra. En el primero de estos casos también ha sido llamada metonimia. Nelson Goodman la trabajó como tal. Para éste la referencia del tropo funciona como ejemplificación y denotación; la primera consiste en la posesión de la propiedad expresada en el predicado; la segunda, en una representación. Muchas veces la metáfora transforma una posesión en una representación: lo que una cosa posee como propiedad es aplicada a otra, a la cual aquélla representa.

Beuchot discrepa de la opinión de Goodman según la cual la metáfora descansa, igual que otra clase de tropos, en la arbitrariedad del lenguaje, en este aparente fundamento que carece de fundamento. Este filósofo mexicano externa su desconcierto frente a este nominalismo, porque, entonces, ¿en base a qué se realiza y resulta entendible tal transferencia conceptual o traspaso de un dominio a otro? No puede tratarse de un simple transfert de etiquetas, sino de una aclaratoria interacción de términos. Por su parte Max Black —Modelos y metáforas—, siguiendo a I.A. Richards, propone un modelo interactivo, o sea que este tropo no se basa en la semejanza o analogía, sino que en una palabra o en una frase apoya dos pensamiento de cosas distintas que actúan simultáneamente, y el significado de la metáfora es el resultado de tal interacción. Beuchot inquiere al respecto: en base a qué ocurre tal conexión si no es por la analogía, que evita la equivocidad y conduce del uso metafórico al directo. Para entenderla a ella misma o para entender a la metonimia, o el paso de una "especie a otra", es menester, pues, no abandonar la definición aristotélica de la metáfora como analogía ni las etimologías, que la caracterizan como traslado o transporte, o el tropo que, para el Diccionario de la Real Academia, emplea palabras en sentido distinto al que les corresponde, pero implicando una semejanza con el referente. El sentido metafórico, siempre sugerente, lo captamos como un "valor vicario" conducente a otro sentido subyacente o velado; es una conmutación, el producto de una aclaratoria interacción de ideas o el resultado de comparar explicativamente dos realidades: el acto mental que la crea hace concurrir las imágenes y los conceptos que ha comparado y analogado. Es necesario, pues, preservar la comparación que se apoya en la analogía: por la "similaridad" los receptores del discurso poético efectúan la trasferencia de referentes, sintetiza Beuchot. Desde Aristóteles se sabe también, añade, que la analogía emparenta las cosas conservando su diversidad o sus diferencias, que no es la mera identificación.

En suma, si la metáfora tiene que ser una transferencia y representación apropiada, evidente y satisfactoria, según Goodman, Beuchot se pregunta, repito, cómo, fundamentándose en este nominalismo, que desecha de un plumazo la analogía, aquélla logra ser apropiada, evidente y satisfactoria. Por esto mismo, la concibe como la alusión a un objeto por medio de una palabra o frase que sugiere otro gracias a una cualidad que los une, manteniendo las cualidades que los separan: si no llamamos las cosas por su nombre, tampoco entenderíamos los cambios de significado que comunica esta figura retórica.

La otra conclusión, más general, es que resulta difícil concebir que la literatura , actividad simbólica y metafórica por excelencia, no comunica, con sus medios, apreciaciones, conceptos, descripciones y verdades: la retórica en general y la analogía en particular muestran que el literario no es un discurso sin relación de continuidad con otros, sino que es denso, explicativo y transmisor de conocimientos, dentro de sus reglas diferenciales y de las reglas lingüísticas, que comparte con cualquier otra manifestación verbal, y dentro de las peculiaridades de cada texto: no es lo mismo uno netamente simbólico que otro más pretensamente mimético; por ejemplo, el cuento de la "Metamorfosis" de Kafka comparado con la Montaña mágica de Thomas Mann; o una poesía lírica cuyo mensaje es un lamento con otra más filosófica como La muerte sin fin de José Gorostiza.

La coherencia, la correspondencia y la pragmática unidas en la verdad consensual

Las indagaciones de Beuchot son aún más ricas o sugerentes. Como la metáfora aparece en las raíces de muchas palabras y en los discursos densos, en tanto es obra del pensamiento, o sea que se construye por mediación del intelecto, aclara Beuchot, sintácticamente ella no introduce irregularidades; semánticamente debe cumplir con el sentido —imagen o concepto a que apunta el significante según Frege, o sea con la significatio para los escolásticos—, y con la referencia —la supossitio—. Beuchot complementa negando el supuesto ontológico de las realidades que sólo son mentales, sin algún vínculo con algunas otras fácticas, y contra el nominalismo este filósofo mexicano afirma que un texto literario sin sentido y referencias es también un falso supuesto, porque un sentido sin referencia sería una situación semántica anómala.

Por lo tanto, el discurso poético, que conjunta imaginación y entendimiento, hace necesaria la hermenéutica debido a que se mueve por una cadena de referentes que, por medio de evocaciones —de semejanzas y diferencias, sustituciones, interacción y transferencias— va del hecho poético a la realidad, a la que apunta a veces de manera más inmediata o primaria y otras más mediata o secundaria.

Una vieja pregunta filosófica es ¿cómo se reafirman los vínculos entre el texto literario y los mundos reales que refiere? En mi opinión, una de las soluciones más sugerentes, porque ataja el paso a las confusiones epistemológicas que vacían el discurso literario de contenido, así como a los nominalismos y al burdo realismo objetivista, la aporta la "teoría consensual" de la verdad, defendida por Mauricio Beuchot Puente en "La verdad hermenéutica y pragmática... ". Él la basa en tres criterios, débiles tomados aisladamente, porque ninguno es, por sí mismo, suficientemente fuerte, a saber: la coherencia, o conformidad lógica, condición de posibilidad de los demás, la correspondencia, o conformidad fáctica , y la pragmática. Como la columna vertebral de la discusión o manzana de la discordia no es la verdad como coherencia, centrémonos en ésta como correspondecia.

Beuchot enfrenta la pobre noción de esta última como correspondencia entre el signo y una realidad objetiva y neutra, sustentada por el empirismo y el positivismo, que trataron de asegurar la univocidad acudiendo a una sintaxis lógica y semántica simplistas. Además, él rebate tanto los nominalismos cuanto los exagerados subjetivismos. Respecto de ambos dice que el encuentro de la verdad fáctica se da desde la verdad esencial, o presupuestos del sentido común de los usuarios de un lenguaje, que dotan a los individuos de conceptos y categorías —o supuestos que configuran el horizonte de quienes interpretan—, sin que esto vicie la correspondencia o supuesto ontológico de todas las culturas, afirma con Quine —"Natural Kinds"—, porque al menos existe una recepción del mundo centrada en el cuerpo o "tecnognomía", que facilita, por ejemplo, las apreciaciones, sino precisas, cuando menos con un buen nivel de acuerdo sobre qué objeto es, por ejemplo, una escalera azul. El "a priori lingüístico-cultural" alude, dice Beuchot, a un aspecto intrasubjetivo o de comunidad entre los hablantes, y el aspecto "subjetivo-histórico" se encuentra en el habla o las actualizaciones más personales de una lengua.

Beuchot detalla que el último lenguaje con que se construye el texto literario es el ordinario, en el cual se fundan conceptos y reglas, a las que también se añaden, por ejemplo, las del género hasta dar con la actuación (Chomsky), la parole, donde, según Apel, el uso de las palabras presupone algún tipo de verdad respecto a las cosas y cosas acontecidas, y de verdad respecto a las necesidades humanas. Por ende, en contra de Donald Davidson —"Reality whitout Reference"—, nuestro filósofo sostiene que la literatura maneja alguna intrincada, pero al fin y al cabo correspondencia y referencialidad, lo cual se debe, en primera instancia, al aspecto semántico del habla: el mundo nunca desaparece suplantado por un texto asemántico ni radicalmente "ambiguo", sino que implica referentes (incluyendo los culturemas), que no pueden ser excluidos de una teoría del significado. Luego, ni los estudiosos ni los simples receptores de las artes verbales están dispensados de algún concepto de verdad intersubjetiva, que difiera de las teorías pragmatistas de verdad de William James y Richard Rorty, para quienes lo verdadero es lo bueno de creer para mí. Y que difiera también de la homología o adecuación entre palabra y cosa, que se brinca al sujeto (a la pragmática), siendo que todos estamos ahí donde él está.

El punto de encuentro de la verdad como coherencia y como correspondencia ha de contemplar, pues, a la pragmática, hasta llegar a la "verdad consensual", que no pasa por encima de los acuerdos centrados en el cuerpo y en el lenguaje, ni evade la propuesta de los sentidos y las referencias de los textos, ni las variaciones interpretativas debido a los cambios de horizontes de un mismo sujeto o de varios, y los que ocurren en dos épocas distintas.

La apertura interpretativa y sus límites

Analicemos el problema de la apertura o proyección interpretativa en las obras de arte y de ellas mismas. En "Sujeto e intencionalidad en la filosofía hermenéutica", Mauricio Beuchot establece que, desde la pragmática, la verdad de los enunciados densos, especialmente los escritos, o "inscripciones" en terminología de Ricoeur, implica su "apertura de sentido". Y agrega que esta apertura se debe al "círculo hemenéutico", el cual establece que quienes interpretan se manejan desde los variables, históricos o circunstanciales presupuestos de su lenguaje, y desde el horizonte que, dentro de tales límites, ha sido abierto. En "Tradición e innovación en hermenéutica" él escribe: siempre se interpreta desde una tradición, desde un "horizonte", "el acto de entender está ya incardinado a una corriente interpretativa, a toda una tradición o cultura que nos hace interpretar así y no de otro modo" (p.20). Para enriquecer más la plurinterpretabilidad o multiplicidad de sentidos que el texto va adquiriendo, ocurre que cada quien lo entiende e interpreta dependiendo de la "conversación" que establezca con él. Ahora bien, este proceso será válido si no es perverso, esto es, si el hermeneuta "gana un horizonte" desde el suyo, accediendo así a la eventual "fusión de horizontes" (frases descriptivas de Gadamer), a saber, el del texto y el de quien dialoga o conversa con él. Esta fusividad es una condición sine qua non que modera, sigue Beuchot, la tendencia a la repetición univocista de una interpretación, tan propia de la antigua crítica filológica, que confundió la heurística y la crítica documental con la hermenéutica, o sea, las contextualizaciones del texto con las interpretaciones del documento, y también modera la equivocista interpretación subjetiva ("perversa"), que se brinca el texto y, por lo mismo, no se preocupa de ubicarlo en un contexto, o sea que no respeta ni la distancia histórica ni la alteridad discursiva, no comprobando sus conjeturas intrerpretativas en el mismo texto: la historicidad de la obra y sus apropiaciones sucesivas y también históricas, son complementarias o no excluyentes. Y adicionalmente lo son entre sí tales apropiaciones cuando se ajustan al texto. Hemos de percatarnos, pues, de que la historicidad de las manifestaciones artísticas y de sus (variables) maneras de interpretarlas no puede relativizar éstas hasta el extremo de creer que las sucesivas lecturas de alguien, y las coetáneas o sucesivas de lectores diferentes, y con distinto enfoque temático, jamás tengan puntos de contacto: la obra llama a que colaboremos con ella sin que sea violados sus planos expresivos y de contenido, ni su contextualización, ese su ser o estar ahí de cuando fue creada. Así pues, en fórmula de Umberto Eco citada por Beuchot, la intentio auctoris, ese alter nunca presente, excepto en la literatura oral dicha por su creador, ese tú que creó la obra, dejando repetidas huellas de sus formas expresivas y de sus preocupaciones ideológicas más conspicuas, a partir de las cuales lo pensamos como interlocutor y vamos contextualizando su escrito, se cruza con la intentio lectoris en la intento textus. Por lo mismo, existen reglas para la lectura y relectura, así como para formular conjeturas plausibles o pertinentes. También hay reglas para la validación, la validación parcial y la invalidación de tales acercamientos. Incluso entre las interpretaciones en competencia tales reglas hacen factible establecer un justo "arbitraje" que las califique como más o menos acertadas.

El "círculo hermenéutico" sería círculo vicioso si admitiera cualquier interpretación de un texto, el literario sea el caso; pero se rompe porque su lectura debe ocurrir en los márgenes de la pertinencia que él establece, la cual un lector atento detecta desde el primer acercamiento a él y va afinando con su relectura. En particular, la obra literaria reclama una serie de aproximaciones por su densidad característica y porque lo oferta social de esta última como pasatiempo motiva que a ratos la atención de su lector "flote". La interpretación nunca debe perder de vista, además, el texto como un todo o sistema; la posterior relectura de sus partes ha de terminar bajo el mismo enfoque.

Los enigmas de la apertura, la cual ocurre a nivel pragmático, nos han regresado a la verdad como coherencia y como correspondencia, ahora entre hipótesis conjeturales sobre un texto y éste mismo. La "verdad consensual", como la definió Beuchot, impide que la pluralidad no limitable de interpretaciones de un texto sirva como pretexto para excluir la verificación de ellas, y sí posibilita evaluar las interpretaciones como más o menos pertinentes o sostenibles y como no pertinentes o insostenibles (en el entendido de que las primeras no son unívocas, sino que mediarán semejanzas y diferencias aun entre las de un mismo individuo en dos épocas o lecturas del mismo texto).

En otras palabras, la hermenéutica implica las conjeturas susceptibles de validación o invalidación y las readaptaciones de unos contenidos. La filosofía Hermenéutica toma en consideración las aproximaciones subjetivas y las más objetivas, o que encuentran su correspondencia con el texto, por lo cual defiende el "excedente de sentido", rebasando el dogmatismo de la crítica filológica de que sólo puede haber una y unívoca lectura de cada obra literaria, y los escepticismos relativistas que se quedan con la plurinterpretabilidad o apertura, como si ésta fuera el canto de las sirenas que escuchó Ulises, del que se puede decir cualquier cosa (la indeterminación de los enunciados parciales del texto no es rasgo distintivo y exclusivo de la praxis artística, sino una propiedad de cualquier enunciado no ostensivo y de cualquier texto escrito; los ilustrados con fotografías también llevan grandes márgenes de indeterminación que se prestan a ser actualizados libremente).

Con este apretado resumen he intentado sugerir la riqueza de pensamiento para la Estética y la filosofía en México que nos ha legado una bella persona, Mauricio Beuchot. Invito a su lectura atenta y a que ustedes también dialoguen con su obra. Les auguro un rato placentero.

BIBLIOGRAFIA

M. Beuchot, "Análisis semiótico de la metáfora", en Acta Poética (México, I.I.Filológicas, UNAM), núm. 2 (1980): 113-125.

______. "Dependencia y autonomía de la hermenéutica, la metafísica y la ética", en Intersticios (México, UIC), año 2, núm. 3 (1995): 9-17.

______. "La verdad hermenéutica y pragmática en Karl-Otto Apel", en Hermenéutica, educación y ética discursiva (en torno a un debate con Karl-Otto Apel), S. Arriarán y J. R. Sanabria, comps., México: Universidad Iberoamericana, 1995, pp. 55-71.

______. "Sujeto e intencionalidad en la filosofía hermenéutica", en Pedagogía (México, Universidad Pedagógica de México), 3ª época, vol. 10, núm. 3 (1995): pp. 16-23.

______. "Tradición e innovación desde la hermenéutica", en Beuchot et al., Inter alia hermenetutica. Memorias del Seminario de Hermenéutica y Ciencias del Espíritu. México: ENEP Acatlán/UNAM, 1995, pp. 19-27.

______. Tratado de hermenéutica analógica. México: F. de F. y L., DGAPA, UNAM, 1997.

[Publicado originalmente en José Rubén Sanabria, editor. Diálogos con Mauricio Beuchot. México: Universidad iberoamericana, 1998. pp. 41-57.]

 

 
© José Luis Gómez-Martínez
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