Leopoldo Zea
El
pensamiento latinoamericano
introducción
EL
POSITIVISMO COMO FILOSOFÍA PARA UN NUEVO ORDEN
Después
de la escolástica, ninguna otra corriente filosófica ha llegado a
tener en Hispanoamérica la importancia que tuvo el positivismo. Por lo
que se refiere a la escolástica, su arraigo y vigencia dependieron de
la concepción que sobre el mundo y la vida tuvieron los pueblos que
conquistaron y colonizaron esta parte de América. La península ibérica,
España y Portugal, había venido a ser, en la época del descubrimiento
y colonización de América, uno de los últimos baluartes de la
concepción del mundo ya en su retirada frente a lo que se ha dado el
nombre de modernismo; esta concepción se encontraba encarnada
especialmente en Inglaterra. España y Portugal trajeron a estas tierras
la religión católica y con ella la filosofía que la justificaba
racionalmente. La escolástica, como filosofía organizadora de la
mente, vino a completar la obra que el catolicismo realizaba desde el
punto de vista religioso y España y Portugal como poder político
efectuaban: la colonización de Iberoamérica.
A esta
parte de América llegaron también otras corrientes filosóficas, las
mismas que en Europa habían ido minando, cuando no destruyendo, la
autoridad de la filosofía católica. El cartesianismo, el sensualismo,
la ilustración, el eclecticismo, la ideología y el utilitarismo fueron
dichas corrientes. Sirviéndose de ellas, los iberoamericanos se fueron
enfrentando a la filosofía impuesta por la Colonia y que sentían como
tal. Sin embargo, ninguna de estas filosofías
llegó a tener la importancia del positivismo. Mientras las demás
doctrinas filosóficas ya citadas no jugaron otro papel que el de
instrumentos destructivos, útiles para desembarazar paulatinamente a
los iberoamericanos de la serie de ideas que les habían impuesto,
rompiendo el cerco mental dentro del cual se había pretendido
encerrarlos, el positivismo pretendió ser algo más: la doctrina filosófica
que reemplazaría a la escolástica. Mientras las otras doctrinas fueron
vistas como instrumentos destructivos o de combates, el positivismo fue
visto como un instrumento de orden, constructivo. La filosofía positiva
trató de ser, en nuestra América independiente, lo que la escolástica
había sido en la colonia: un instrumento de orden mental. Quienes
enarbolaron esta doctrina trataron de realizar algo que no había sido
posible hasta entonces a pesar de la emancipación política: la
emancipación mental. El problema de esta emancipación se planteó con
mayor dramatismo en la América hispana que en la lusitana.
Diversas
circunstancias históricas condujeron a los países hispanoamericanos
por caminos distintos a los seguidos por el Brasil en su evolución política
y social. Los primeros, los hispanoamericanos, trataron de romper
violentamente con su pasado colonial; el segundo, sin proponerse
abiertamente tal cosa, evolucionó en forma casi natural en sus diversas
etapas de independencia. La emancipación política de los primeros fue
seguida de las más violentas guerras intestinas; por lo que se refiere
al Brasil, su emancipación política, así como los demás cambios políticos
que se realizaron, se alcanzó dentro del más completo orden: un buen día,
el pueblo que se había acostado siendo colonial despertaba siendo un
imperio independiente; para despertar, otro día, siendo república.
Los
hispanoamericanos vieron en el positivismo la doctrina filosófica
salvadora. Éste se les presentó como el instrumento más idóneo para
lograr su plena emancipación mental y, con ella, un nuevo orden que había
de repercutir en el campo político y social. El positivismo se les
presentó como la filosofía adecuada para imponer un nuevo orden mental
que sustituyese al destruido, poniendo así fin a una larga era de
violencia y anarquía política y social. Por el contrario, a los
brasileños, el positivismo se les presentó únicamente como la
doctrina más apta para enfocar las nuevas realidades que se ofrecían
en su natural evolución social. Para los hispanoamericanos el
positivismo fue visto como un instrumento para cambiar una determinada
realidad; para los brasileños sólo fue un instrumento puesto al
servicio de la realidad que se les ofrecía. Los primeros quisieron
orientar la realidad, los segundos simplemente adaptarse a ella.
Los
hombres de Hispanoamérica, aun cuando sólo pretendían restablecer el
orden, actuaron siempre como revolucionarios, ya que para asegurarlo
intentaron, nada menos, que cambiar la mente, los hábitos y costumbres
heredados de la Colonia. Los brasileños, por el contrario, como hombres
de orden que eran, no pretendieron otra cosa que poner su país a la
altura de las nuevas circunstancias.
Por esta razón, el positivismo en Hispanoamérica no habrá de ser, al
final de cuentas, sino una nueva y gran utopía; mientras en el Brasil
fue el instrumento adecuado para una realidad determinada. En este
sentido los brasileños fueron verdaderos positivistas al seguir el
camino de la evolución y no el de las revoluciones. En su evolución no
se encuentran las rupturas violentas que encontramos en nuestros países.
El filósofo católico Jackson de Figueiredo ha dicho del positivismo en
su patria: “Si en vez del positivismo hubiera sido otro el espíritu
filosófico que hubiera animado a los fundadores de la república, ¿dónde
nos hubiera llevado el entusiasmo demagógico? Como brasileño, al
contrario de mucha gente, veo con buenos ojos la influencia más o menos
eficaz del positivismo en nuestros veintiséis años de vida
republicana. El positivismo sabe lo que quiere en medio de la confusión
de ideas y sentimientos egoístas” (Francovich, 1943: 44).
En sus
luchas libertarias los hispanoamericanos reaccionaron siempre en forma
violenta, en cada caso trataron de borrar de una vez y para siempre toda
influencia considerada por ellos extraña. Con la llamada herencia
colonial quisieron acabar desde sus raíces, como si tal fuese
plenamente posible. Creyeron poder poner fin a todos los males que les
aquejaban extirpando esa herencia e implantando en su lugar formas
nuevas de comprender y enfrentarse a la vida. Sirviéndose del
positivismo, los mexicanos creyeron que iban a dar término a la ya casi
perpetua anarquía que los agitaba. En la Argentina se lo consideró un
buen instrumento para acabar las mentes absolutistas y tiránicas que la
habían azotado. Los chilenos consideraron al positivismo como un
instrumento eficaz para convertir en realidad los ideales del
liberalismo. En el Uruguay el positivismo se ofreció como la doctrina
moral capaz de acabar con una larga era de cuartelazos y corrupciones.
Perú y Bolivia encontraron en el mismo la doctrina
que habría de fortalecerles después de la gran catástrofe
nacional que sufrieron en su guerra contra Chile. Los cubanos vieron en
él la doctrina que justificaba su afán de independencia en contra de
España. El positivismo fue en todos estos casos un remedio radical, con
el cual trató Hispanoamérica de romper con un pasado que le abrumaba.
Los brasileños, por el contrario, se sirvieron del positivismo únicamente
en aquellos aspectos en que su realidad así lo reclamaba. Era la
realidad misma la que reclamaba esta doctrina, y no ésta la que se quería
imponer a la realidad.
EL
POSITIVISMO Y SUS DIVERSAS
INTERPRETACIONES EN HISPANOAMÉRICA
Los países
hispanoamericanos se sirvieron del positivismo en diversas formas, de
acuerdo, siempre, con los problemas más urgentes a los cuales trataron
de dar solución. En relación con estas urgencias fueron las
interpretaciones que de esta filosofía hicieron. Y dichas
interpretaciones dependieron siempre de una serie de circunstancias históricas,
dentro de las cuales se plantearon los problemas a los cuales trataron
de dar solución. De aquí que, si bien se pueden encontrar ciertas
semejanzas entre las diversas interpretaciones ofrecidas, lo que más se
destaca son sus grandes diferencias. Se puede hablar de un positivismo
hispanoamericano; pero también, con el mismo derecho, de un positivismo
mexicano, argentino, uruguayo, chileno, peruano, boliviano o cubano. En
cada una de las interpretaciones que se ofrecieron del positivismo late
siempre el conjunto de problemas propio de quienes realizaban
la interpretación.
Lo que se
presenta como general en tales interpretaciones es su rechazo, por lo
que se refiere al comtismo, de la religión de la humanidad. En este
sentido se diferencian de la adopción brasileña, que sí la acepta.
Encontramos, sí, figuras aisladas, como las de Agustín Aragón, Gabino
Barreda y José Torres en México, que siguen el positivismo francés en
su integridad; pero sin que tal devoción llegue a tener mayor arraigo.
En Chile, los hermanos Juan Enrique, Jorge y Luis Lagarrigue realizan
grandes esfuerzos para que sea aceptada la sociocracia comtiana, pero
tampoco encuentran gran eco. En el resto de los países
hispanoamericanos la religión de la humanidad es definitivamente
rechazada; y, en Cuba, por lo que ella puede implicar de negativo para
la revolución de independencia, es rechazado todo el comtismo.
Uniforme
es también la adopción que se hace del positivismo como doctrina
educativa. En algunos países se lo considera como el mejor instrumento
para formar un nuevo tipo de hispanoamericano que no está lejos de su
modelo sajón. En otros se lo ve como un buen instrumento para arrancar
de los educandos todo lo que llaman conjunto de supersticiones que han
heredado de la Colonia. Mediante una educación positivista se cree que
se llegará a formar un nuevo tipo de hombre libre de todos los defectos
de que le hizo heredero la Colonia y con un gran espíritu práctico, el
mismo que ha hecho de los Estados
Unidos e Inglaterra los grandes pueblos conductores de la civilización
moderna.
En el plano político las diferencias van a
depender de las
determinadas situaciones con las cuales se van a encontrar los teóricos
del positivismo hispanoamericano. Por ejemplo, el rechazo que se hace
del comtismo en Cuba y la adopción del positivismo inglés, tiene
relación con el interés político perseguido por los forjadores de la
emancipación política de la isla. En México el comtismo es aceptado
en el campo educativo, tal como se expresa en la reforma realizada por
Gabino Barreda; en cambio, en el campo político es el positivismo inglés,
principalmente Spencer, el que es seguido dando sus elementos teóricos
a la política del régimen de Porfirio Díaz.
En la Argentina el comtismo influye en el campo educativo mientras el
positivismo inglés lo hace en el administrativo y el político. En el
Uruguay se destaca el positivismo sajón como instrumento al servicio
de la moralización de la república. En Chile, tanto el comtismo como
el positivismo inglés son comprendidos desde un punto de vista liberal.
Bolivia, Perú, Paraguay, Colombia, Venezuela y Ecuador ven también en
el positivismo una doctrina liberal.
El positivismo, desde luego, no influye con
vigor semejante en todos los países hispanoamericanos, aunque de hecho
su influencia se haga notable en la totalidad de ellos. Poderosa es su
influencia en México, impregnando toda una época política y
culturalmente, la que lleva el nombre de porfirismo. En este país la
figura que resalta en primer lugar es Gabino Barreda, introductor del
positivismo y reformador de la educación en México; en el campo político
y en el campo educativo se destaca Justo Sierra, quien, al lado de un
grupo de nuevos políticos formados en la escuela positivista, es algo
así como el teórico político y educativo de la era porfirista. En la
Argentina el positivismo influye también poderosamente. Aquí se
destacan tres grandes grupos: el de los llamados positivistas sui
generis o pre-positivistas, entre los que se distinguen Sarmiento,
Alberdi y Echeverría; el grupo de la llamada Escuela de Paraná, de
formación comtiana, que influye en el campo educativo a través de las
escuelas normalistas. Dentro de este grupo se destacan Pedro Scalabrini,
Alfredo J. Ferreira, Ángel C. Bassi, Maximio Victoria, Leopoldo Herrera
y Manuel Bermúdez. Otro grupo poderoso se presenta en la Universidad de
Buenos Aires, donde se combina el positivismo comtiano con el inglés,
especialmente Spencer. Este grupo se destaca por la aplicación que hace
del criterio científico y del principio de la evolución a los diversos
problemas políticos, administrativos y educativos que se le plantean.
El positivismo también toma en la Argentina el carácter de un
liberalismo avanzado y socializante; tal es el positivismo de José
Ingenieros y de Juan B. Justo, que en política pertenecen al Partido
Socialista Argentino. El segundo combina el evolucionismo de Spencer con
el marxismo, formando las bases teóricas del partido socialista citado,
del cual es también fundador. Otros positivistas, de formación
comtiana, se orientarán hacia los principios del mismo partido; entre
éstos se encuentra Américo Ghioldi.
En Chile
es José Victorino Lastarria, uno de los primeros positivistas, quien
llega a Comte por lo que ha considerado afinidad de ideas. Para
Lastarria el positivismo es una ideología liberal, por lo que hace del
mismo un instrumento al servicio de la defensa de las libertades políticas
de su pueblo. Otro chileno, Valentín Letelier, continúa esta
interpretación respecto al positivismo. Frente a estos positivistas, a
los que se podría dar el nombre de heterodoxos, surge otro grupo, el de
los ortodoxos, que siguen la filosofía comtiana en su integridad,
incluyendo el aspecto religioso; en este grupo se encuentran los ya
citados hermanos Lagarrigue. Como habrá de verse más adelante, la
historia de Chile ofrecerá a ambas corrientes la oportunidad de hacer
patentes sus respectivas actitudes frente a un mismo hecho; éste lo será
el golpe de Estado en contra del presidente Balmaceda.
En el
Uruguay, el positivismo se enfrentó a la corriente llamada
espiritualista. La polémica giró en torno a la capacidad de ambas
doctrinas para moralizar al país, agitado por múltiples cuartelazos y
corrupciones de todo género. En el Perú, la filosofía positiva
influirá fuertemente, alentando reformas educativas y administrativas.
Aquí se destacan el sociólogo y parlamentario Mariano Cornejo, Javier
Prado y el educador Manuel Vicente Villarán.
En Cuba, el positivismo tiene también gran
influencia; su principal expositor será José Enrique Varona. Spencer
es el filósofo positivista a quien se sigue, no así Comte. Este último
sólo tuvo un estudioso cubano, Andrés Poey, que vive en Francia y
escribe en francés. El comtiano ha sido rechazado en Cuba por Varona y
los que le siguen por razones políticas propias de la isla. Como es
bien sabido, Cuba es la última nación de Hispanoamérica que alcanza
su independencia de España. De aquí que todos sus pensadores, a lo
largo de la casi totalidad del siglo xix, hayan tenido una sola preocupación: la emancipación de
la isla. Existe una clara y definida línea entre todos sus pensadores,
que son al mismo tiempo educadores; línea que parte de Agustín
Caballero, se continúa en Félix Varela, culmina en José de la Luz y
Caballero y se realiza en Varona. Todos ellos están animados de la
misma preocupación: educar y dar a los cubanos una serie de ideas que
les permita estar listos para alcanzar la independencia en la primera
oportunidad que se les ofrezca. De aquí que les preocupase la selección
de las filosofías que ofrecían a sus educandos. No todas las doctrinas
filosóficas eran aptas para despertar en los mismos el sentido de
independencia y el afán de alcanzarla. Existían doctrinas filosóficas
que podían embotar este sentido haciéndoles conformarse con la
realidad dada. En ese caso estaba el positivismo de Augusto Comte. Su
idea de un orden semiteológico podría justificar el orden impuesto por
España; en cambio, Spencer, con sus ideas sobre la evolución que
culmina en la plena libertad del individuo y su análisis de carácter
científico de la realidad social, justificaba el afán de libertad de
los cubanos y les hacía observar los males causados por la Colonia.
En
Bolivia, al igual que en el Perú, el positivismo empieza a tener
influencia después de la derrota que sufre en su guerra con Chile en
1880. Esta guerra le cuesta la única salida al mar. De la derrota
culparán a su propia educación, a su formación mental, que consideran
idealista. Frente a este pasado, que no supo medir las fuerzas reales de
Bolivia, se opone una doctrina realista y positiva. Agustín Azpiazu es
la principal figura del movimiento positivista en la república de
Bolivia. En el resto de los países hispanoamericanos el positivismo,
aunque influye poderosamente, no llega a ser tan importante como en los
citados. En lo general se le toma como un instrumento al servicio de la
ideología liberal y como un instrumento anticlerical. Su principal
expositor en el Paraguay lo será Cecilio Báez; en Venezuela, Gil
Fortoul; en Colombia, Nicolás Pinzón y Herrera Olarte; en Puerto Rico,
la venerable figura del educador Eugenio María de Hostos. En todos
estos últimos países se combina el positivismo francés con el inglés,
pero destacándose el último, especialmente el positivismo de Spencer.
ESPERANZAS
Y FRACASOS DEL POSITIVISMO
En
todos y cada uno de los casos citados, el positivismo se presentó a los
reformadores hispanoamericanos como el mejor de los instrumentos para
lograr lo que era su mayor preocupación: la emancipación mental de
Hispanoamérica. Esto es, para cambiar el espíritu e índole de los
hispanoamericanos, creyeron que era posible, mediante una educación
adecuada, borrar el espíritu que había impuesto España a sus
colonias. Una vez borrado este espíritu, pensaron, Hispanoamérica podrá
ponerse a la altura de los grandes pueblos civilizados. En el norte veían
cómo se alzaba cada vez más poderoso el modelo de lo que debían ser
los pueblos de la América. Quisieron acabar con el espíritu que hacía
posible la anarquía y el despotismo. Trataron de poner punto final a
una historia de la que se avergonzaban todos los hispanoamericanos.
Así,
entre 1880 y 1900 pareció surgir una Hispanoamérica nueva. Una
Hispanoamérica que aparentaba no tener ya nada que ver con la de los
primeros cincuenta años que siguieron a su independencia política. Un
nuevo orden se alzaba en cada país; pero ya no era el orden teológico
y colonial que había repudiado. Ahora era un orden apoyado en la
ciencia. Un orden que se preocupaba por la educación de sus ciudadanos
y por alcanzar para ellos el mayor confort material. Los ferrocarriles
empezaron a surgir y cruzar los caminos, las industrias se
multiplicaban. Se deja sentir una era de progreso y, con ella, una era
de gran optimismo. En política, las palabras libertad, progreso y
democracia sobre bases científicas y positivas aparecían como nuevas
banderas. Una poderosa inmigración en varios países hispanoamericanos
hacía pensar en lo que ésta
había significado en los Estados Unidos de Norteamérica.
La riqueza, teniendo como fuente la industria, pareció ser el mejor de
los estímulos para el crecimiento de la nueva América. El ideal de los
emancipadores de Hispanoamérica parecía realizarse.
Sin
embargo, un sordo descontento se deja sentir pronto en muchas capas
sociales. Se habla del materialismo de la época, del egoísmo como su
personificación. La educación no llegaba a todas las capas sociales.
El confort no era disfrutado por todos los miembros de la sociedad.
Pronto se destacarán grandes diferencias sociales. Se han formado
oligarquías que acaparan los negocios públicos para mejor servir sus
negocios económicos. No faltan tampoco nuevas formas de tiranía, como
la de Porfirio Díaz en México. Los ferrocarriles y las industrias
crecen, pero se encuentran en otras manos que las hispanoamericanas. La
burguesía en Hispanoamérica no es otra cosa que un instrumento al
servicio de la gran burguesía europea y norteamericana que le ha
servido de modelo. Nuevamente aparece el espíritu colonial y con él
todos sus repudiados defectos. El liberalismo y la democracia continúan
estando muy lejos de sus modelos; no son otra cosa que nombres con los
cuales se siguen ocultando viejas formas de gobierno. Las mismas fuerzas
coloniales continúan ejerciendo su predominio, aunque hayan cambiado de
lengua y de ropaje.
Dichas
fuerzas vuelven a levantar cabeza, esta vez puestas al servicio de
nuevos imperialismos. Los golpes de Estado, las revoluciones y
cuartelazos siguen enseñoreándose de
nuestra América. El militarismo y el clericalismo continúan siendo las
fuerzas negativas, pero ahora aliadas a los intereses de las diversas
seudo-burguesías hispanoamericanas. Todos los males con los cuales se
quiso acabar mediante una educación positivista, resurgen estimulados y
acrecentados en muchos aspectos por los intereses de los nuevos
imperios, de los cuales Hispanoamérica pasa a ser colonia. El problema
parece insoluble: Hispanoamérica se vuelve a presentar, como en el
pasado, dividida en dos grandes partes, una con
la cabeza aún vuelta hacia un pasado
colonial y otra con la cabeza orientada hacia un futuro sin realidad aún.
Continúa faltando el lazo de unión entre estas dos actitudes. Lazo de
unión que sólo podrá dar la toma de conciencia plena de nuestro
pasado con vistas a la realización de nuestro anhelado futuro.
Notas
Sobre el positivismo en el Brasil véase João Camillo de Oliveira
Torres. O positivismo no Brasil. Río de Janeiro: Vozes,
1943; João Cruz Costa. A filosofia no Brasil. Porto Alegre:
Do Globo, 1945; Antonio Gómez Robledo. La filosofía en el
Brasil. México: unam,
1946; Guillermo Francovich. Filósofos brasileños. Buenos
Aires: Losada, 1943.
Véase la bibliografía citada en la nota anterior.
Véase mi libro El positivismo en México. México: El
Colegio de México, 1943.
©
Leopoldo Zea. El pensamiento latinoamericano. Edición a cargo de Liliana Jiménez Ramírez, con
la colaboración de Martha Patricia Reveles Arenas y Carlos Alberto Martínez
López, Diciembre 2003. La edición digital se basa en la tercera edición
del libro (Barcelona: Ariel, 1976) y fue autorizada por el autor para
Proyecto Ensayo Hispánico y preparada por José Luis Gómez-Martínez.
Se publica únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción
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