María Zambrano
Correspondencia

 

Roma 15 de julio de 1957

Querido Diego:

Supongo que llegaría a tus manos la carta que te escribí antes de marchar a París en que te contaba mi entrevista con Madame Caetani y te rogaba pidieses y enviases la colaboración de Alfonso Reyes. No he recibido contestación ninguna. He sabido de ti, por Carmen y por Nieves, que el otro día vino a verme; está guapísima, como ella no te lo dirá, yo te lo digo.

Las nuevas de Botteghe más que Oscura, son agradables. Te relataré puntualmente con la pesadez propia de los espíritus honrados como el mío. Desde París, envié a Madame cuatro poemas de un poeta uruguayo que habita allí —está casado con una hija de Superville— llamado Ricardo Paseyro que colabora en todas las Nouvelles Revue a pesar de su tierna edad. Aunque le rogaba aviso de recibo, porque el muchacho ardía en deseos de saber de cierto si serían o no publicados, no me contestó.

Siguiendo el orden cronológico propio de la probidad intelectual aprendida en mis años mozos, te diré que en una de las cenas que he disfrutado en casa de Mr. y Madame Zervos[1], con quienes mis relaciones se han enfriado notablemente, Ivonne me preguntó, dándolo por seguro, que si yo recibía o percibía —que de ambas maneras puede decirse— algún estipendio por “ocuparme de la tal B.O.”, a lo que contesté con la susodicha probidad que NO, cosa que la dejó turulata, dándome a entender con la evidencia reiterativa propia de su “clarte” francesa que otros, pongamos Char, sí recibían y... en abundancia, ítem más de los originales. Yo no pude impedirme decir que estos originales que yo he dado en español han sido pagados mucho que peor que el primero —más corto— que envió el Poeta, a lo que Ivonne me respondió, lo corto o lo largo no viene al caso, que es la Personalidad lo que en estos caso se tiene en cuenta... Bien.

A mi regreso telefoneé a Madame quien “tout a coup” me dijo que la Revista estaba cayendo en el vacío en su parte española, que tú no habías hecho nada para o por o acerca o lo que tú quieras, difusión; que lo importante es distribuirla bien. Yo le dije que podía encargarme de resolver este asunto inmediatamente; quedó en que me llamaría un determinado día para almorzar con ella y hablar del asunto, yo le di seguridades acerca de su solución. Y... se fue de París sin llamarme.

Quien me llamó fue Walter —¿se llama así?— y vino a verme para decirme, de parte de la Señora, que la parte española no saldrá hasta que no se vea que realmente vale la pena, que es leída, comentada etc. ... Pues resulta que en al fin y por primera vez la Revista que ha suscitado interés grande en N.AZ. y que por tanto, lo que había de ir en español es mejor que vaya en inglés. Yo le dije que si esperase diez años a tener éxito en español, se tendría también y... antes, mucho antes.

Le pedí que escribiese a los autores a quienes yo he pedido original y dado seguridades acerca de su publicación —pues ella me dijo por teléfono que se publicaría en otoño— pues que yo quedaba muy mal. Y a Bergamín también, a quien ahora he visto, y he asegurado que saldría lo suyo en el próximo número. Prometió hacerlo, estuvo muy fino, lleno de proyectos para el porvenir y me dejó un trabajito encargado: una lista de personas, personalidades, revistas, editoriales, etc., etc. de todos los países de habla española, para enviar la revista y pedir que ayuden. Y señalarle en esa lista quiénes pueden difundirla, quiénes distribuirla, quiénes leerla ¡y bueno! Y naturalmente, escribir yo, una serie de cartas apoyando su petición. Hermoso trabajo de secretario que es el que yo necesito, es decir, el que necesito tener yo para mis cosas. Le dije, que sí, que lo haría. Y quedó en telefonearme el sábado pasado, lo que todavía no ha hecho. ¡Y ya escribí dos cartas!

¡Voila Monsieur les faits! Los comentarios corren a cargo de tu fina inteligencia. Yo te ahorro los míos, salvo uno: que siempre tuve la impresión de que esto se hacía gracias a tu personal “charmecillo” al que yo no puedo aspirar a sustituir, a lo menos en este caso.

Pues el resto: sobre la consideración y trato que a lo escrito en español se da en el mundo, al menos en este de París y sus aledaños, yo te podría escribir ahora páginas apretadas; traigo un bello muestrario. Un sólo botón: hace cinco años que un editor tiene ya traducido la Vida de Don Quijote y Sancho de Unamuno, sin la menor idea de darla a la imprenta. Bien, es verdad que Gallimard ha iniciado la publicación de unas cuantas novelas de jóvenes residentes en España, y el promotor ha hecho su presentación diciendo —publicado en “Cuadernos”— que eso nos va a dar un disgusto terrible a los refugiados y que es para “darnos rabia” y que nos fastidiemos. Estuve a punto de contestar con un artículo en la misma Revista, pero pensé que mi máquina tiene mejores usos.

Y ya está.

El Mundo está inmundo y si ahí estás contento, te felicito y me regocijo de todo corazón. Dichoso aquél que ha encontrado un lugar donde saltar y brincar y andar por los aires. Estoy leyendo tras de muchos años de no leerlo “El Zaratustra” de mi compadre Nietzsche y lo encuentro devorado por la Piedad, ¡Ay!, que no es posible salirse de su círculo.

Está al llegar el número de Diógenes con mi trabajo. Y como era muy largo me han suprimido la "Tesis de la Multiplicidad de los Tiempos en la Vida Humana". Quizá sea un bien. Así que te ruego no te refieras nunca a ella.

Me informaron en París con grandísimo secreto —¡Por Dios guárdalo!— que Char está escribiendo un libro sobre la luz de Zurbarán. Lo encontré admirable y prodigioso, pues que no ha tenido ocasión de verla, “etan donne” que los del Louvre no son ni mucho menos, paradigmáticos de esa luz.

Pues sí, ya ves, que te hablo como una de aquellas tardes, justo se ha hecho la hora en que tú mirabas el reloj de repente y decías: “Ah me esperan a cenar” o “Tengo que mudarme de chaleco”.

Me imagino a Juan como un molinillo de viento de papel rojo girando tan aprisa que parece un disco solar. Y a ti danzando todo el día, por los aires, no digo seas un vilano de la vid, no, sino eso: contento, felizote.

Adiós Hijo.

María


Nota

[1] Matrimonio griego, Monsieur Zervos fue un banquero acaudalado, quien autentificaba los cuadros de Picasso y a quien conoció María en su regreso a París a raíz de la muerte de su madre, y de quien recibió protección y apoyo económico.

 

© José Luis Gómez-Martínez
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