Huasipungo
de Jorge Icaza (1934, 1960)

Don Alfonso Pereira, su esposa doña Blanca y la hija de éstos llegan a la hacienda de Cuchitambo por dos grandes motivos: económicos y sociales.  A causa de sus malos negocios y de las deudas en que ha incurrido, así como los préstamos que ha pedido, don Alfonso se encuentra en la miseria y debe aceptar la propuesta de su tío.  La misma supone cambios drásticos en el manejo del latifundio, que ahora pertenece, así como los huasipungueros a los inversores extranjeros.  La desgracia social que la bancarrota implica para los Pereira se ahonda: su hija, soltera, una niña de 17 años, está embarazada nada menos que de un cholo; un “cholo por los cuatro costados del alma y del cuerpo” (Icaza 67).

Los cambios que los inversores requieren en la hacienda tienen que ver con la tierra cultivable: para una mejor producción, es necesario desalojar a los huasipungueros y reubicarlos en un área no sólo normalmente castigada por la naturaleza, sino también factible de ser arrasada por la creciente.  A la vez que debían reubicar sus chozas, los huasipungueros debían arar y cultivar las laderas, hasta ese momento auténticos pedregales.  En estas operaciones, Andrés Chiliquinga sufre un accidente que lo deja rengo, y, al decir de don Alfonso, un indio rengo vale menos.  Los indios son, efectivamente, desalojados por la fuerza, y sus huasipungos corren la suerte (im)prevista: son arrasados por la creciente.

A pesar de los reiterados pedidos de socorro ante el patrón y su esposa, y el mayordomo, sus reclamos no son atendidos.  Ni siquiera el sacerdote se conduele de los indios, sino que por el contrario, los regaña por su ingratitud hacia el patrón y sí mismo, auténticos representantes de Dios —según dice— ante los indios.  El sacerdote les reclama la pereza y falta de caridad cristiana: en lugar de ir a pedir socorro a la iglesia por haber perdido todas sus posesiones, deberían dar dádivas y hacer misas en agradecimiento a la bondad que los patrones y el sacerdote les demuestran.  La situación de los huasipungueros se torna desesperante: sin techo ni comida, sin socorro alguno por parte del patrón o el sacerdote, llega la orden de (un segundo) desalojo.  A esto le siguen más reclamos aún que obtienen, como única respuesta, latigazos.  Los colonos, liderados por Chiliquinga entre otros, se levantan y atacan la hacienda.  Don Alfonso pide socorro a su tío, quien desde la ciudad envía a las fuerzas armadas para reprimir a los indefensos colonos.  Los pocos que sobreviven a la masacre, sufren las duras represalias de los patrones y el mayordomo.

Es necesario señalar la crudeza de la novela.  Esto se hace evidente en las diversas descripciones de las condiciones de vida tanto de adultos como de niños —Icaza describe vívidamente a los bebés indígenas y el enfajamiento, señalando que de esa manera permanecen todo el día, en medio de sus propias heces—, las condiciones de trabajo, las relaciones familiares y el carácter transitivo del abuso y la violencia, el hambre, las violaciones a los derechos y a la persona misma, etc.  Imágenes como la violación/abuso de la pulpera y las indias, la hambruna que ciega al punto de comer carne podrida, el trato abusivo del cura y el suministro de los ritos pura y exclusivamente pago previo, son algunas de las escenas en las cuales Icaza se detiene extensamente, ya sea a través de la narración o del diálogo.  El narrador observa, testifica.  Aun cuando parecería un observador imparcial, su mirada misma expresa el juicio —del narrador, de Icaza, entre otros— ante una situación insostenible.

Bibliografía

  • Icaza, Jorge. Huasipungo. Madrid: Cátedra, 1994.

 

© Marina Herbst,
El concepto de identidad iberoamericana como elemento posibilitador del discurso indigenista. 2003.