Los ríos profundos
de José María Arguedas (1957-58)

Viaje, travesía son palabras clave en Los ríos profundos.  La novela, una reflexión retrospectiva de Ernesto, el personaje principal, se inicia con un viaje de Ernesto en compañía de su padre, un abogado.  Luego de una breve visita a un poderoso tío (de su padre), Ernesto y su padre se separan: éste ha decidido radicarse en Chalhuanca, un pequeño pueblo algo distante en el cual podrá ganar suficiente dinero para mantener a su familia.  Ernesto queda internado en el colegio jesuita de Abancay, población aledaña a la hacienda de Patibamba.

La estadía de Ernesto en el colegio es el centro de la novela, en tanto a través de los ojos del muchacho el lector se familiariza con la situación de los indígenas.  Ernesto, que habla quechua y castellano, como su padre, constituye la síntesis nacional, el “verdadero peruano.”  Ernesto observa y su reflexión conlleva juicio a su entorno.  Sus compañeros de colegio, con pocas excepciones hijos de militares o latifundistas, no pueden asumir dicha posición: su situación socio-económica los aísla de aquello con lo que Ernesto se relaciona.  En este sentido, el bilingüismo y biculturalismo de Ernesto lo insumen en la situación de opresión de los indígenas, implicándolo en la revuelta de las cholas por la sal y distanciándolo de actitudes abusivas como las continuas violaciones de la “opa Marcelina,” la sirvienta (indígena) retrasada mental.

La revuelta de la sal es quizá la imagen más vívida de la opresión colectiva del pueblo indígena frente al monopolio y abuso de los latifundistas, comerciantes, curia y fuerzas armadas.  A pesar de que la sal colmaba los depósitos, se les niega a las cholas la ración correspondiente.  Al enterarse de las manipulaciones de los comerciantes, las cholas “invaden” Abancay, lideradas por la india Felipa, y se llevan la sal.  Las represalias no se hacen esperar, y se materializan de las maneras más crudas: en las chozas, con los animales y sembrados, con los niños, y especialmente con las mujeres, por haber tomado la iniciativa en reclamar lo que les corresponde.  A éstas se las azota desnudas públicamente.  A la india Felipa, una mujer ya considerada transgresora por tener dos maridos, se la cataloga de subversiva y se ordena su captura.

De todo esto, Ernesto es observador, a la vez que partícipe, al investigar el paradero de Felipa, al acercarse a las chozas de los colonos/labriegos y al aunarse a su dolor e impotencia.  A pesar de todo esto, Ernesto, como lo señala el Director del colegio, no pertenece al grupo oprimido, sino a una “casta” intermedia, ni latifundista opresor ni oprimido.  Es ésta precisamente la propuesta de Arguedas: Ernesto como representante de un nuevo Perú —y por qué no, una nueva Iberoamérica—, que se distancia de ambas posturas y asume una tercera, desde la cual tiene voz, pero está también dentro del contexto cultural indígena, lo comprende y del cual se apropia.  Ernesto es el auténtico criollo.  En este sentido, quizás la imagen que mejor expresa dicho sincretismo cultural está dada por al zumbayllu, el trompo con el que juegan los muchachos: es, al igual que el agua de la cascada, mágico; canta, habla, escucha.

Paradójicamente, Ernesto todavía no tiene cabida dicho mundo; pertenece al futuro.  La conclusión de la novela expresa esto: tras la epidemia de fiebre/tifus que arrasa con el pueblo y con parte de los alumnos del colegio, Ernesto, uno de los pocos que no enferman, es enviado a reunirse con su padre.  No pertenece al mundo enfermo y destruido de Abancay, sino quizás al mundo zumbayllu del nuevo Perú.

Bibliografía

  • Arguedas, José María. Los ríos profundos. Ricardo González Vigil, ed. Madrid: Cátedra, 1995.

 

© Marina Herbst,
El concepto de identidad iberoamericana como elemento posibilitador del discurso indigenista. 2003.