José Luis
Gómez-Martínez
"LA CRÍTICA ANTE LA
OBRA DE LEOPOLDO ZEA"
I
Un título menos académico,
pero más apropiado para presentar el tema que voy a tratar en estas
reflexiones, hubiera sido el de "Ausencia de un diálogo." La obra de
Leopoldo Zea, que constituye el esfuerzo más sostenido y significativo
por formular un pensamiento filosófico iberoamericano con repercusiones
globales, es, en efecto, una filosofía cuyos presupuestos fundamentales
todavía no han sido expuestos a un proceso riguroso y metódico de
diálogo. Esto no quiere decir que la crítica no se haya ocupado de ellos;
todo lo contrario, la obra de Leopoldo Zea se ha convertido hoy día en
punto de referencia forzoso de cualquier análisis de los procesos
creadores del pensamiento iberoamericano de la segunda mitad del siglo XX. El propósito de este ensayo es, precisamente, presentar algunos de
los puntos de controversia más destacados. Lo que sucede es que la
crítica –si exceptuamos, con ciertas reservas, el libro de Solomon Lipp–
aparece dividida en dos grupos irreconciliables: los que coinciden o
siguen los presupuestos de Zea y aquellos otros que en nombre de un "universalismo"
o "profesionalismo" rechazan de modo radical el filosofar de Leopoldo
Zea. Ambas posiciones quedaron ya formuladas en las décadas de los años
cincuenta y sesenta, y han permanecido hasta la actualidad sin apenas
modificaciones sustantivas.
La
obra filosófica de Leopoldo Zea, mientras tanto, se ha caracterizado por
una extraordinaria vitalidad, no tanto por su obra publicada –más de 25
libros– como por la evolución y profundización que ha experimentado
desde la primera exposición de su pensamiento filosófico, en 1942, en su
estudio "En torno a una filosofía americana." Desde este comienzo, su
obra, como bien supo notar Zdenék Kourím, estuvo "orientada hacia dos
direcciones según fueron trazadas por José Gaos, es decir, realizar la
historización del pensamiento mexicano [luego proyectado al
iberoamericano] y tratar de construir una filosofía a la vez anclada en
la circunstancia mexicana y que supere ésta" (113).
El
proyecto inicial y su concepción de la filosofía surgen, en efecto, en
diálogo con la obra de Samuel Ramos y José Gaos; pero su intuición
primordial, que todavía hoy forma los pilares básicos de su sistema
filosófico, posee raíces pucho más profundas y había sido ya formulada
con claridad por José Martí en "Nuestra América." Al igual que Martí,
Zea percibe que el hombre iberoamericano vive a espaldas de su realidad
en un intento vano de constante autonegación: "El mal está en que
queremos adaptar la circunstancia americana a una concepción del mundo
que heredamos de Europa, y no adaptar esta concepción del mundo a la
circunstancia americana. De aquí que nunca se adapten las ideas a la
realidad" (1942, 39).
La
crisis europea de estos años (década de los cuarenta) creaba además un
ambiente propicio. Zea señala que ahora el americano "tiene que plantear
su propio árbol cultural, hacer sus propias ideas" (1942, 36). Años más
tarde, según se fue recuperando el pasado, Zea descubre que esta
preocupación es la que justamente caracteriza a los filósofos
iberoamericanos más destacados. El pensamiento iberoamericano había
siempre añadido a la variación diacrónica –al historicismo de Hegel, que
aportaba una nueva dimensión mediante la toma de conciencia de las
variaciones en el tiempo–, la necesidad de considerar la dimensión
sincrónica que hiciera posible dar el paso hacia una autenticidad
iberoamericana. Zea formulaba, pues, en este primer ensayo de 1942 un
programa de acción, que debería estar enraizado en una circunstancia
propia, pero que por entonces era todavía desconocida. El germen de la
intuición fundamental del sistema filosófico de Zea se encuentra,
naturalmente, en esta exposición de 1942, que se convertirá luego en uno
de sus ensayos más citados. Pero el hacer uso de las ideas que
desarrolla aquí para justificar después pretendidas polémicas a su
sistema maduro, es no querer entender la obra de Zea.
Si
este estudio de 1942 tiene otro valor, además del implícito en la
formulación de un proyecto, es el de mostrar el carácter dinámico de la
obra de Zea: Se propone conocer el pasado para comprender el presente,
de tal modo que luego ello le permita reconocer los problemas que su
circunstancia le presenta y poder así formular soluciones en vista a un
futuro. Con esta hipótesis de trabajo inicia la recuperación del pasado,
pero cuyo proceso le exigirá primero ir formulando una filosofía de la
historia que desembocará después en una filosofía de la liberación;
parte para ello de un hombre concreto, el mexicano, a través del cual
llegará al ser humano como libertad y a la necesidad de que se reconozca
la humanidad de todos los hombres: en los centros de dominio concediendo
humanidad a los hombres marginados y en éstos reconociendo que su
humanidad es propia en ellos y que no debe medirse como reflejo de los
centros dominadores.
Veamos brevemente la evolución del pensamiento de Zea en lo que se
refiere al significado de lo americano y al sentido y límites de la
filosofía. En 1942, antes de iniciar el proceso de recuperación del
pasado, Zea supone que "el tema de la posibilidad de una Cultura
Americana, es un tema impuesto por nuestro tiempo, por la circunstancia
histórica en que nos encontramos. Antes de ahora el hombre americano no
se había hecho cuestión de tal tema porque no le preocupaba. Una Cultura
Americana, una cultura propia del hombre americano era un tema
intrascendente. América vivía cómodamente a la sombra de la cultura
europea" (1942, 35). Una vez iniciada la recuperación del pasado, sin
embargo, Zea descubre una realidad diferente; los pensadores más
destacados –Bello, Bolívar, Alberdi, Martí, etc.–, y a través de ellos
el desarrollo mismo de la cultura iberoamericana se caracteriza
precisamente por la denuncia de la imitación europea y el intento de
formular una cultura original por auténtica. La pintura muralista
mexicana y el triunfo literario a partir de la década de los sesenta
representan sólo dos ejemplos que han repercutido más allá de las
fronteras americanas. De igual manera, el conocimiento del pasado le
llevará a reconocer que su supuesto de que la concepción del mundo y de
la vida en Iberoamérica es la misma europea (1942, 42), era únicamente
una ilusión forzada sobre América por haber querido ver lo americano a
través de la óptica europea.
En
este primer estudio Zea consideraba todavía que, teniendo en cuenta las
relaciones culturales con Europa, una de las tareas de la "Filosofía
Americana sería la de continuar el desarrollo de los temas de la
filosofía propios de esa cultura; pero en especial los temas que la
Filosofía Europea considera como temas universales. Es decir, temas cuya
abstracción hace que valgan para cualquier tiempo o lugar. Tales temas
son los del Ser, el Conocimiento, el Espacio, el Tiempo, Dios, la Vida,
la Muerte, etc." (1942, 43). Por entonces, Zea creía que bastaba con que
los temas abstractos fueran enfocados como propios; que fueran "vistos
desde la circunstancia propia del hombre americano" (1942, 43), para que
su aportación a la filosofía de dichos temas estuviera también teñida
por la circunstancia americana. Sólo después de estudiar el pasado
iberoamericano y de iniciar la reflexión metódica en torno a los
problemas que su circunstancia le planteaba, toma Zea conciencia de que
los temas "con valor universal" propagados por los europeos, respondía,
en realidad, a un ser humano y una circunstancia concreta: la europea; y
que la aceptación de tales valores, importados con la máscara de lo
universal, era justamente lo que perpetuaba en Iberoamérica una
situación de dependencia que se manifestaba en un persistente coloniaje
cultural.
En
cualquier caso, ya en este primer trabajo, Zea sentía que era necesario
trascender lo local –"todo intento de hacer filosofía americana con la
sola pretensión de que sea americana, tendrá que fracasar" (1942, 49)–
pero al mismo tiempo era consciente de que su meditación debería
iniciarse con los problemas que su circunstancia le planteaba. La
recuperación del pasado mexicano primero y del iberoamericano después, a
través de un esfuerzo sistemático de hacerlo desde su propia
circunstancia, comenzó a descubrir a un hombre concreto, cuya
problemática le permitió a Zea superar ese planteo contradictorio
inicial: El hombre americano había aceptado los valores europeos de
libertad e igualdad. Pero Europa, y ahora también Estados Unidos, se
negaba a reconocer la humanidad de los pueblos marginados y, por lo
tanto, a compartir los principios de igualdad y libertad, con lo que de
hecho se dividía el mundo en unos centros de control y unas zonas
marginadas de dependencia. El problema de un ser humano concreto, el
mexicano, se convierte así en el sistema maduro de Zea en el problema de
todo ser humano. La intuición primera se encuentra ya en estas
reflexiones iniciales: "Nuestra filosofía no debe limitarse a los
problemas propiamente americanos, a los de su circunstancia, sino a los
de esa circunstancia más amplia, en la cual también estamos insertos
como hombres que somos, llamada Humanidad" (1942, 49). Pero su
formulación no adquiere la consistencia de un sistema hasta mediados de
la década de los setenta con la publicación de ciertas obras claves para
la interpretación del pensamiento maduro de Zea: Dependencia y
liberación en la cultura latinoamericana (1975), Dialéctica de la
conciencia americana (1975), Filosofía de la Historia de América
(1978).
II
En
toda exposición esquemática, como la que vamos a desarrollar aquí sobre
las posiciones de la crítica ante la obra de Zea, cualquier
encasillamiento supone forzosamente una simplificación de
consideraciones de suyo muy complejas. He preferido, por lo mismo,
estructurar las reflexiones que siguen en torno a la obra de Zea,
consciente, sin embargo, de que con ello quedará desfigurada, por
fragmentaria, la posición de algunos de los críticos estudiados. El
esquema que voy a seguir es simple: comenzaré con algunas objeciones a
aspectos concretos de su filosofía, la negación de la posibilidad misma
de una filosofía iberoamericana y la oposición, desde diversos sectores,
a su modo de hacer filosofía. Expondré luego el significado de algunas
de las defensas que se han hecho del sistema filosófico de Zea, para
concluir con la llamada al diálogo implícita en el libro de Solomon Lipp
sobre la obra de Zea.
La
aproximación historicista de Zea causa con frecuencia que éste haga uso
de ciertos términos según el contexto dinámico en el que cobran
significado y en función de una recuperación y comprensión del proceso
histórico iberoamericano; ello hace que se desentienda con frecuencia de
las connotaciones académicas que casi siempre refieren a contextos
europeos. Esta peculiaridad, que contribuye a dar carácter de diálogo a
los escritos de Zea, es también causa de la incomprensión de aquéllos
que aíslan aspectos de su obra. Este es el sentido de la crítica
temprana (1957) de Charles C. Griffin: "Esta reconstrucción del pasado
da lugar a lo que Huizinga ha denominado ‘inflación de términos, ideas
estereotipadas y antropomorfismos.’ Los dos primeros aparecen cuando Zea
habla de ‘liberalismo,’ ‘imperialismo’ y ‘colonialismo’; usa estas
palabras como si fueran realidades inmutables y para cubrir la vasta
complejidad del comportamiento social humano. La última tendencia se
ejemplifica en el uso del término ‘civilización occidental,’ una
abstracción que él recubre con voluntad y emociones humanas y describe
como ‘excluyendo,’ ‘explotando’ y ‘negando’" (710). Más pertinente
parece ser la objeción de Harold Davis cuando en 1972 se pregunta: "¿Excluye
la visión idealista y neohegeliana de Zea una aproximación más empírica
o sociológica behaviorista en la búsqueda de la dirección del progreso?"
(45). Davis cree que Zea "descuida la problemática de los periodos
anteriores" a la independencia (46). Así es en efecto, y aunque en obras
posteriores –Filosofía de la historia americana– Zea integra la
etapa colonial, su reconstrucción del pasado sigue siéndolo ante todo de
los movimientos intelectuales; y lo hace sin suficiente referencia al
contexto circunstancial, que permita establecer los parámetros
necesarios para una interpretación más ajustada a su verdadera función
en el proceso histórico que se pretende desentrañar. En este sentido la
discrepancia que apunta Francisco Lizcano en 1986, al señalar que según
"el pensamiento de Zea la realidad puede ser aprehendida en su totalidad
por el sujeto cognoscente. No se percibe con suficiente nitidez en sus
formulaciones la necesaria deformación de la realidad provocada por los
supuestos teóricos que también necesariamente tiene el conocedor de la
misma" (134). Más adelante regresaremos de nuevo a este aspecto al
exponer las objeciones de Hale y Raat.
De
más persistencia en el ámbito polémico ha sido la pregunta por la
posibilidad, y en su caso afirmativo por la existencia, de una filosofía
iberoamericana. Sin referencia concreta a pasados sistemas filosóficos,
ni siquiera a los europeos, se ha unido el concepto de filosofía a una
abstracción denominada "universalidad," que se considera a priori
característica esencial de toda filosofía. En esta forma de pensar, el
mismo término de "filosofía iberoamericana" supone ya una contradicción:
si es iberoamericana, no puede ser propiamente filosofía. Es así como
Augusto Salazar Bondy supone, en polémica con Zea, que "la filosofía ha
comenzado entre nosotros desde cero, es decir, sin apoyo en una
tradición intelectual vernácula" (37), para afirmar luego: "El examen de
la filosofía hispanoamericana se convierte en el relato de la llegada de
la filosofía occidental europea en América hispanoindia, más que el de
una filosofía generada en nuestro propio ambiente espiritual, de una
filosofía de nuestra América" (38). Asume para ello que "el
desenvolvimiento ideológico hispanoamericano corre paralelo con el
proceso del pensamiento europeo" (36). Todo esto le lleva a concluir, y
cree que al hacerlo está de acuerdo con Zea, que "si es posible una
filosofía hispanoamericana, peculiar, genuina y original, ésta no se ha
logrado ni ha de lograrse proponiéndose temáticamente el cumplimiento de
su carácter de hispanoamericana [...] es decir, programando su
personalidad histórico-cultural propia" (102). Zea, por el contrario,
afirma que "la historia de nuestras ideas nos ofrece un panorama y un
horizonte que no es, en nada, inferior al que ofrece la historia de las
ideas y filosofías europeas, sino simplemente distinto" (1969, 40).
Es
cierto que tanto Salazar Bondy como Zea parten de la convicción de que
la filosofía "no puede concebirse sino como el efecto de una reflexión
auténtica, de un pensar que sea filosofía simple y llanamente, pues lo
hispanoamericano vendrá por añadidura" (Salazar, 102). Pero a partir de
este postulado común, el proceso que ambos siguen es radicalmente
distinto. Zea va en busca de un ser humano concreto, de aquél que surge
de la misma circunstancia de la que él forma parte; trata de identificar
sus problemas y establece una reflexión filosófica en un intento de
comprender tales problemas y de iniciar la búsqueda de soluciones. Del
hombre mexicano, por afinidad de circunstancias, se eleva al
iberoamericano. Arranca, pues, de lo concreto, pero según profundiza en
la problemática original, desenmascara una comunidad de problemas
basados precisamente en la humanidad de su temática. Descubre así una
constante en el enjuiciamiento de lo americano que enlaza a Sepúlveda
con Salazar Bondy: antes se le negaba alma al americano, hoy, su
humanidad, o las manifestaciones propias de ésta, su filosofía. Señala
Zea: "Nuestro filosofar empieza así con una polémica sobre la esencia de
lo humano y la relación que pudiera tener esta esencia con los raros
habitantes del continente descubierto, conquistado y colonizado. En la
polémica de Las Casas con Sepúlveda se inicia esa extraña filosofía que
en el siglo XX se preguntará sobre si posee o no una filosofía" (1969,
13).
Salazar Bondy, por el contrario, busca al ser humano "universal," pero
que él identificará con la abstracción del hombre, también concreto,
europeo-estadounidense; aunque luego, por desconocer su circunstancia,
sólo podrá identificar aquellos problemas ya reconocidos como tales en
sus centros de origen. Surge así la importación de las interrogantes que
la ciencia y la técnica imponen a los centros industriales y, al igual
que en ellos, propondrá "una filosofía de cepa analítica" (72),
profesional, científica, hecha "con rigor y seriedad, de acuerdo a las
técnicas más depuradas y seguras" (107). Es por ello por lo que
partiendo de una formulación común y de unos deseos compartidos de
autenticidad, Zea y Salazar Bondy llegarán a conclusiones contrarias.
Para el filósofo peruano "la inautenticidad se enraiga en nuestra
condición histórica de países subdesarrollados y dominados. La
superación de la filosofía está, así, íntimamente ligada a la superación
del subdesarrollo y la dominación, de tal manera que si puede haber una
filosofía auténtica ella ha de ser fruto de este cambio histórico
trascendental" (125). Salazar Bondy cree, pues, que la condición
deprimida de la economía iberoamericana disminuye el dinamismo y fuerza
necesarios para una creación original. Con ello, responderá Zea, "volvemos
a caer en la utopía. A la filosofía [...] como una esperanza más, como
posibilidad que dependerá de cambios estructurales que aún no han sido
realizados. Esto es, vuelta a la nada" (1974, 41). Años antes había ya
afirmado, en polémica con Salazar bondy, que "la autenticidad de nuestra
filosofía no podrá provenir de nuestro supuesto desarrollo [...] Esta
vendrá de nuestra capacidad para enfrentarnos a los problemas que se nos
plantean hasta sus últimas raíces, tratando de dar a los mismos la
solución que se acerque más a la posibilidad de la realización del nuevo
hombre" (1969, 153). Profundizando en esta línea de pensamiento indicará
en 1976 que "no seremos libres por haber cancelado el subdesarrollo; más
bien habremos cancelado el subdesarrollo por sabernos hombres libres"
(1976, 225).
Las
conclusiones de Salazar Bondy sólo pueden explicarse partiendo de una
posición de desarraigo frente a la realidad iberoamericana de su tiempo;
pues, como oportunamente señala a este respecto Solomon Lipp, la
opresión o el subdesarrollo nunca fue impedimento para la creación: "¿Cómo
es que Iberoamérica ha desarrollado una literatura de una cualidad tan
extraordinaria, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial, si las
manifestaciones culturales no pueden florecer a causa del subdesarrollo?
Quizás sería más apropiado decir que las relaciones entre la filosofía y
la circunstancia histórica ha dado lugar, en el caso de Iberoamérica, no
a una filosofía abstracta, sino a una filosofía política, una filosofía
de la educación, una filosofía de la historia –en breve, a una filosofía
ocupada en problemas concretos, precisamente por las condiciones de
subdesarrollo" (7).
Este
mismo problema de la "universalidad"– entendida como tal la abstracción
de lo concreto europeo, pero sin reconocer su origen –fundamenta el
rechazo que Wonfilio Trejo hace de la obra de Zea y de la posibilidad
misma de una filosofía auténtica que al mismo tiempo sea iberoamericana.
Para él, "el problema de la filosofía americana es el de la
justificación conque unas notas diferenciales hayan de destacarla, como
tal, dentro de la historia universal de la filosofía," y no "por la
única y grosera circunstancia de darse en América" (8). Trejo advierte
las dos dimensiones del proceso que sigue Zea, pero no llega a
comprender su significado ni a tomar conciencia de que la una es
ineludible proyección de la otra: "Una mirada más atenta sobre las
proposiciones de Zea no podrá dejar de percibir el doble sentido con que
se postula la posibilidad de una filosofía americana. De hecho no sería
posible esta filosofía sino como solución de los problemas planteados
por la circunstancia americana. Esta tesis expuesta por Zea desde sus
primeros escritos sigue siendo impronta de sus últimos libros. La
filosofía americana nos dice en uno de sus recientes libros, será
posible si se hace con originalidad, a condición de que por original se
entienda ‘el lugar de origen’ del hombre que la expresa, y por espíritu
original aquella capacidad del hombre americano ‘para enfrentarse a su
propia ralidad, para tomar conciencia de sus problemas y buscar
soluciones adecuadas’. Sin embargo, de derecho, según Zea, una filosofía
americana sólo se justificará como tal por el alcance universal de sus
soluciones" (18). Para Trejo ambos procesos se encuentran en planos
irreductibles, pues el "lugar de origen" es sólo "una justificación
geográfica, no histórico-filosófica." Negada así la dimensión histórica
del iberoamericano, concluirá: "Pudiera resultar que en América y desde
América se diese expresión a una filosofía de poca o nula significación"
(19). Se parte en este modo de reflexionar de un complejo de
inferioridad: lo diferente al no ser reconocido como tal, sino como
desviación de "lo universal," se juzga inferior. Con ello,
inconscientemente –y al igual que en los centros de dominio–, se duda de
la "humanidad" del hombre iberoamericano, se rechaza su problemática por
ser considerada localista, sin la repercusión de "lo universal," y por
ello mismo se cree que todo pensamiento que surge del seno de su
circunstancia, si ésta es iberoamericana, carecerá de valor, no tendrá
dimensión filosófica, ya que, según Trejo, no podrá tener significación
a no ser que siga las pautas de lo "universal," lo europeo.
La
polémica en torno a la posibilidad o existencia de un pensamiento
filosófico iberoamericano degenera en muchos de sus participantes a la
exposición de especulaciones abstractas, o generalizaciones sobre el
pasado que denotan ignorancia factual y falta de perspectiva del mismo,
a frecuentes rechazos, en fin, del propio pasado o de todo aquello que
se cree foráneo. Pocos se detuvieron a analizar el método de Zea y sus
repercusiones. Aun en los casos cuando se intervino en la polémica con
el ánimo de elevarse a un plano de diálogo constructivo, el poder
dominador del pensamiento europeo impidió diferenciar suficientemente la
perspectiva que avanzaba Zea. Zdenék Kourím que apuntó con acierto que
"en la filosofía de Zea, la noción de conciencia sufre de la ausencia de
dinamismo interior; [y que] el papel atribuido a la conciencia es en
ella casi divino: gracias al saber compartido [se] puede lograr una
transformación radical de la circunstancia" (130), no llega, sin
embargo, a profundizar en esta línea de criticismo que hubiera podido
matizar la posición de Zea. La circunstancia europea le impide apreciar
la proyección, entonces (1970), es verdad, todavía implícita en la obra
escrita de Zea. El razonamiento de Kourím es el siguiente: "Si se tiene
en cuenta que la cultura europea alcazó la cima del humanismo, no se
puede dudar de su universalidad. Y vice versa, la universalidad de la
cultura europea –su resonancia mundial– nos proporciona la mejor prueba
de que verdaderamente se trata aquí del momento culminante de la
aspiración humanista. De tal forma que aceptar sin rodeos el modelo
cultural de Europa habría de parecer la solución más recomendable"
(120).
Zea,
por supuesto, no rechaza lo europeo ni su filosofía nace en oposición a
la europea. El reclama, eso sí, el derecho a mantener un diálogo entre
iguales con el pensamiento de los centros de dominación. Precisamente en
su recuperación del pasado se reconoce la fuerza del ingrediente europeo;
dos de cuyos valores fundamentales –libertad e igualdad– fueron de tal
modo asimilados por el iberoamericano, que ahora basará en ellos su
filosofía de la liberación. Los centros de dominio –Europa y Estados
Unidos especialmente– que reconocen, mediante los principios de igualdad
y libertad, la humanidad de sus miembros, se aferran luego a mantener su
situación privilegiada negándoselos a los demás pueblos. La filosofía de
Zea reclama que se reconozca la humanidad de los pueblos marginados, y
ello lleva consigo una doble toma de conciencia, que supone ya la
asimilación de una realidad circunstancial que conlleva a su vez –y aquí
la proyección idealista de Zea– un proyecto asuntivo, es decir una
absorción, una asunción, mediante un proceso dialéctico, de la propia
realidad. Y dijimos una doble toma de conciencia porque las
repercusiones ahora son globales; significa una mutua toma de conciencia
de la dependencia y del dominio –un reconocerse centro y reconocer la
problemática de los países marginados– y su trascendencia en las
relaciones humanas. Ya en 1969, cuando apenas apuntaba el alcance de
este nuevo modo de filosofar, señalaba Zea que "en el campo de la
filosofía occidental se ha realizado una inversión: no es ya la
problemática del hombre occidental lo que se impone al hombre en
general, como si fuese la del hombre por excelencia, sino, por el
contrario es la problemática de este otro hombre, el no occidental, la
que se va imponiendo a la filosofía del hombre occidental" (1969,
134-135).
Como
era de esperar, la creciente repercusión de las ideas de Zea en el
ámbito iberoamericano y su rápida difusión en círculos intelectuales
extranjeros, dio lugar, sobre todo entre historiadores estadounidenses a
discrepancias fundamentales dentro del sistema filosófico de Zea. No
quiere ello decir que estas nuevas aportaciones a la polémica,
especialmente los estudios de Hale y Raat, introduzcan necesariamente un
elemento de diálogo, aunque en algunas ocasiones sí lo consigan. Su
importancia radica más bien en representar, pese al intento contrario de
sus autores, una tácita demostración de lo acertado de los postulados
centrales del pensamiento maduro de Zea.
Se
parte de una realidad concreta: en ambos países se observa una
metodología diferente en la reconstrución del pasado. Pero en el momento
de analizar tal discrepancia, los críticos estadounidenses mencionados
establecen a priori un juicio de valor que ellos colocan en función al
grado de variación con que el método de Zea diverge del que ellos
consideran como único auténtico. Así lo expresa Charles A. Hale cuando
nos previene de que "los aspectos sustantivos y la metodología que se
observan en los trabajos de filósofos-historiadores ha sorprendido a los
estudiosos de Latinoamérica. Consideran los norteamericanos que los
supuestos de que parten los autores mexicanos son completamente
distintos a los que debe tomar un historiador en el sentido estricto de
la palabra" (286). Se trata aquí de negar autenticidad a toda una obra.
Pero antes de analizar el verdadero contenido de esta afirmación,
consideremos brevemente las premisas en que se sustenta, según las
formuló originalmente William D. Raat.
Para
Raat, la "escuela" de Zea representa "un alejamiento de lo externo y
acercamiento a lo interno," lo que a su vez significa, según él, ir "de
lo objetivo a lo subjetivo, de lo universal a lo particular, de la
historia científica [con "posibilidades históricas de demostración"] a
la historia como arte romántico o como filosofía" (180). Con mentalidad
neo-positivista pretende así que se haga una "historia científica," con
lo que rechaza, sin análisis, el carácter historicista de la concepción
de Zea, considerándolo, con distintivo desprecio, como algo "más afín a
la literatura que a la ciencia" (181). Deja con ello implícito que se
debe "enfocar la historia a través de un sistema racional o empírico,"
que se oponga a cualquier intento de alcanzar "los hechos del pasado a
través de la conciencia del presente" (182). Para Leopoldo Zea tiene
palabras duras: "Se ha dicho que la filosofía de la historia es
filosofía pobre y mala historia" (186). Raat, en nombre de una máxima
objetividad en el estudio del pasado, pretende la posibilidad de que
éste se reconstruya libre de toda posición ideológica inicial y concluye:
"Quizás será la investigación desinteresada la que finalmente permita a
México y a la humanidad conocerse a sí mismos" (188). Esta posición
supone, como muy bien supo destacar Roig, "un intento de regresar a un
empirismo ingenuo que cree poder captar los hechos en su mera facticidad"
(1981, 190).
El
deseo de evitar a toda costa, en nombre de "una investigación
desinteresada," que la toma de conciencia del presente pueda ser base de
reflexión, acarrea repercusiones serias que paradójicamente otorgan
validez a los postulados de Zea. Hale cree, en aras de dicha objetividad,
que "quizás con mayor facilidad que el historiador nativo, el extranjero
puede logran un estudio crítico y comparativo a la vez" (302), pues "el
historiador extranjero, en cuanto no comprometido con la realidad
nacional historiada [...][podrá] superar el estéril debate sobre la
originalidad o la imitación en el pensamiento latinoamericano" (304).
Este es, justamente, el propósito de la obra de Zea. Pero veamos las
conclusiones a las que llega Hale: "El historiador extranjero podrá
rechazar la distinción entre lo occidental y lo hispánico, y comenzar su
trabajo con el simple supuesto de que Latinoamérica, al igual que España,
han formado y forman parte de Occidente en lo que se refiere a su
cultura intelectual" (304). ¿Superar? ¿Objetividad? Hale elimina, en
efecto, el compromiso con "la realidad nacional," pero su pretensión de
"objetividad" es únicamente una máscara que encubre un recóndito
compromiso con los centros de dominación al intentar mantener como
auténticos unos puntos de vista que perpetúan la dependencia de los
pueblos marginados. De nuevo se regresa a la interpretación de
Iberoamérica a través de lo europeo.
De
repercusión todavía más honda me parece el propósito de la "investigación
desinteresada" que propone Raat en su intento de anular la obra de Zea,
pero cuya intención encierra un insoslayable contenido ideológico. Raat
encuentra objetable el hecho de que los escritos de Zea "se dirigen a un
fin determinado, porque, en el sentido historicista, la historia
verdadera debe ser historia contemporánea. Políticamente su meta [la de
Zea] es tratar de desarrollar una sociedad unitaria sobre bases de un
mexicanismo consciente" (183-184), es decir, de un mexicano consciente
de su realidad actual y la función que su pasado ha tenido en la
modelación de dicho presente. ¿No se corrobora así la tesis de Zea de
que los centros de poder se niegan a reconocer en los pueblos marginados
la humanidad que ellos reclaman para sí? El canadiense Solomon Lipp lo
interpreta también de este modo cuando señala: "Zea podría haber añadido
[en su respuesta a Hale y Raat] que ellos pertenecen a una sociedad que
se muestra incapaz o contraria a reconocer los deseos y las apiraciones
de las naciones dependientes. Es, quizás, más sencillo, bajo estas
circunstancias ser menos subjetivo" (65).
Detengámonos un momento en la discrepancia metodológica que hace
incompatibles ambos modos de interpretar la historia. Para Hale, "lo que
hace poco satisfactorio el trabajo de Zea como obra historiográfica, es
la imposibilidad de separar al filósofo del historiador. No es posible
advertir cuándo asume la interpretación propia de los hechos, y cuándo
los presenta como tales" (301). La respuesta de Zea es directa: "Debo
entonces confesar y aceptar mi anacronismo [acusación implícita en la
obra de Raat] al insistir, como lo hago en este libro, en no atenerme a
los hechos, sino buscar su sentido" (1976, 11). En realidad no es
posible la separación del filósofo y del historiador; toda
reconstrucción o recuperación del pasado presupone, consciente o
inconscientemente, una filosofía de la historia que lo haga posible;
pues, como señala Zea, "la misma preocupación por hacer historia o
filosofías puras, por crear estancos inconfundibles, sin relación entre
sí, con olvido de su origen, el que le da unidad, el hombre que las hace
posibles, es también expresión, pura y simple, de una concepción del
mundo y una ideología, la propia del mundo tecnificado en que vivimos
[...] detrás de esta actitud hay una ideología, la propia del orden del
que son expresiones las diversas técnicas del pensar y del hacer
profesionales, calculables, mecánicas" (1976, 11).
Tanto
Hale como Raat pretenden capturar el significado del hecho histórico en
la concretez sincrónica de la circunstancia en donde surge, apoyados,
naturalmente, en el desarrollo diacrónico de la historia occidental,
según ésta irradia de los centros tradicionales de poder. Al mismo
tiempo se le niega valor al intento de Zea, que basa su reconstrucción
del pasado –mexicano, iberoamericano, tercermundista– también en la
proyección diacrónica; aunque en la concepción de Zea el foco no lo
determinen los centros de poder, sino la concretez de la propia
circunstancia contemporánea. Es así como el presente, en ambos casos, se
convierte en la guía que establece las pautas de valor con las que "objetivamente"
se reconstruye el pasado. Ello conduce, por supuesto, a una
reconstrucción del pasado en función del presente. Toda reconstrucción
histórica lo es. La diferencia que introduce Zea es que ahora el
presente que determina la reconstrucción del pasado surge de la propia
circunstancia del pueblo estudiado, que se erige así centro de su
historia, en un intento por superar el estado de marginación que
caracteriza a la globalización de la cultura occidental. Zea descubre de
este modo, al analizar la circunstancia actual de su pueblo, un
conflicto radical que se convierte en clave de interpretación: el
conflicto que plantea la marginación, la dependencia, la negación por
los centros de dominio de la humanidad del hombre en los pueblos
marginados, y se pregunta ¿qué sistemas hicieron posible tal situación y
la perpetuación de la misma? ¿cómo hemos llegado al grado de conciencia
actual? El partir de una comprensión del presente proporciona también un
propósito a la búsqueda en el pasado. Ya no se verá éste únicamente en
función de una imitación de lo europeo; otras manifestaciones autóctonas,
que explican mejor el presente, se elevan ahora a primer plano; se
inicia, en una palabra, una historia auténtica a una realidad interna.
De lo
anteriormente expuesto, no se debe, sin embargo, deducir que las
discrepancias al sistema filosófico formulado por Zea, surjan únicamente
del intento de interpretar lo iberoamericano desde una circunstancia
extraña. La oposición interna a su pensamiento ha sido mucho más
formidable. Incluso podría afirmarse que hasta mediados de la década de
los ochenta, Zea era sólo la figura más destacada del modo de pensar de
una minoría, con extraordinaria repercusión, es verdad, en el extranjero,
pero todavía marginada en el mundo iberoamericano. En 1981, en una
exposición del estado actual de la filosofía iberoamericana, Francisco
Miró Quesada se expresaba en los siguientes términos al reconocer en su
generación la existencia de dos modos de interpretar el quehacer
filosófico: "Para unos, los menos, [...] hacer filosofía auténtica
consiste en filosofar sobre su propia realidad; para otros, los más,
[...] consiste en hacer filosofía de carácter universal, hacer
contribuciones al análisis de los grandes problemas filosóficos que
tienen significación para el pensador contemporáneo. El primer grupo
afirma que se puede hacer filosofía auténtica meditando sobre la
realidad latinoamericana; el segundo considera que para hacer filosofía
auténtica hay que asumir lo hecho por la filosofía europea, hay que
elevarse hasta su nivel" (1981, 15).
La
oposición, como veremos, se inicia en nombre de un profesionalismo que
no se diferencia mucho del expresado por la crítica estadounidense antes
comentada. Se exige mentener la separación de las disciplinas de
investigación, pues de lo contrario, según Luis Villoro, "por filosofía
se entiende entonces una reflexión política o económica, o bien se
confunde la filosofía genuina con reflexiones históricas, psicológicas o
sociológicas [...] la confusión no pasaría de ser un error semántico sin
importancia si no contribuyera a mantener un defecto tradicional de
nuestra manera de hacer filosofía: propiciar el ensayismo, [...] así
como el abandono de los temas centrales de la filosofía universal por
otros más circunstanciales y efímeros" (1987, 97-98). La preferencia por
una filosofía profesional que en Villoro y Miró Quesada, entre otros
muchos, se identifica con las corrientes anglosajonas de la filosofía
analítica, arranca de tres presupuestos claves, aun cuando su desarrollo
lleve en ocasiones a conclusiones contradictorias: a) se la supone un
filosofar puro, sobre conceptos universales y exento de un contenido
ideológico; b) se la reconoce como propia de los países desarrollados y
mediante ella se cree que Iberoamérica conseguirá también su desarrollo;
c) se acepta que el pensamiento occidental (europeo) ha adquirido una
dimensión global y ello se equipara con lo genuinamente universal.
Rosa
Krauze nos señala en 1976, fecha que coincide con el apogeo de la
filosofía analítica en México, que ésta "se resiste a tratar temas
localizados fuera del nivel conceptual," como corresponde a todo "cultivo
de una filosofía rigurosa" (80). Además, según ella, por no ser
ideología, podrá "llevar su actitud crítica a las ciencias y las
ideologías" (82). El filósofo, pues, adquiere una nueva misión, concluye
Villoro, "debe cumplir una función auxiliar del desarrollo armónico de
las ciencias. Por una parte, surge la necesidad de su colaboración en el
campo de la lógica y de la metodología de las ciencias; su labor es
eficaz en la crítica y clarificación de conceptos básicos que se
encuentran en cualquier formulación científica. En segundo lugar, puede
cumplir una tarea útil al ayudar a establecer límites y relacionar entre
sí distintas disciplinas científicas" (1972, 611). El deseo de "estar al
día," de seguir la moda de las corrientes en uso en el mundo europeo o
estadounidense, conduce de nuevo al espejismo de creer haber encontrado
la filosofía por excelencia, sin percibir que con ello se caía en una
renovada servidumbre, esta vez hacia la técnica propia de los centros
desarrollados. Zea, que considera las nuevas corrientes como legítimas
formas del pensar, advierte, sin embargo, las proyecciones
neocolonialistas que ellas encubren y se reafirma en su posición de que
"la filosofía es algo más que la ciencia rigurosa, algo más que la
lógica capaz de deslindar, con precisión lo que se supone que es de lo
que no es; la filosofía es también ideología, como ha sido y es ética.
Una ideología y una ética que se pregunta por ese retraso de las
relaciones humanas en comparación con sus altos logros científicos y
técnicos." Necesitamos, concluye, "una filosofía que nos haga
conscientes de nuestra situación como hombres entre hombres, como
pueblos entre pueblos" (1969, 61).
Luis
Villoro comprende el pensamiento de Zea; lo que no alcanza a ver es su
trascendencia, y quizás por ello mismo considera sus propósitos una
quimera utópica cuyo resultado es el frenar la marcha hacia el progreso
del pueblo iberoamericano. No cree en la posibilidad de que lo
iberoamericano pueda llegar a influir en el pensamiento de los centros
de dominio, cuya expansión considera, por otra parte, inevitable. Así,
cuando habla de una filosofía rigurosa, profesional, se está refiriendo
a una filosofía hecha por especialistas para especialistas, al modo de
las reflexiones analíticas de la filosofía académica en el mundo
industrializado. Por ello concluye que "la producción filosófica de
nivel profesional requiere de ciertas condiciones mínimas y no puede
aparecer hasta que éstas existan [...] Y la realización de esos
requisitos presupone que la sociedad haya entrado en cierta etapa de
desarrollo" (1972, 608). Los pueblos subdesarrollados poseen otro tipo
de filosofía, una filosofía del subdesarrollo –la filosofía de Zea,
según él– cuya doble función se limita a "ser una expresión ideológica
que haga conscientes y reflexivas las tendencias, proyectos y
valoraciones de grupos sociales, o aun de movimientos políticos; [y] la
de divulgar la cultura general" (1972, 610). Una vez establecido que no
será una filosofía "auténtica" –producto de la circunstancia
iberoamericana, según Zea– la que hará posible la independencia
cultural, sino que será, por el contrario, el desarrollo tecnológico el
que permitirá la filosofía "auténtica" –la de los centros de poder,
según Villoro–, se propondrá de nuevo la imitación como única solución
para acelerar el proceso de integración: "Las exigencias de una sociedad
en que la ciencia y la técnica cobran un papel más importante llevarán
al cultivo de disciplinas filosóficas poco tratadas en la actualidad,
como la lógica y la epistemología. El influjo de la filosofía
internacional, cada vez más tecnificada, obligará a adoptar los temas
más en boga en el ambito internacional." Y esta filosofía internacional
cuyos temas se impondrán para crear "nuevos filósofos profesionales,"
será la filosofía analítica (1972, 611).
Ya en
la década de los años sesenta Zea había prevenido que demasiado énfasis
en estas corrientes neopositivistas pueden llevar a un extremismo "en el
que se olvide el origen mismo de toda filosofía, esto es, al hombre, al
individuo que la hace posible" (1969, 59). Así sucedió en efecto,
cayendo este quehacer filosófico en un discurso formalista que
desconocía y rechazaba el proceso histórico, y que, en palabras de Roig,
había conseguido eliminar "su contenido, previa eliminación de la
función referencial del lenguaje que es la que lo ata a lo
concreto-histórico" (1976, 139). Incluso filósofos enmarcados dentro de
esta línea de pensamiento, como Miró Quesada, llegan a reconocer que la
filosofía analítica, "por ignorar los problemas de la acción humana, y
de la revolución, contribuyen, de manera indirecta, a mantener el statu
quo" (1976, 92). Esta es precisamente la opinión que desarrolla el
filósofo canadiense Evandro Agazzi, en un estudio significativamente
titulado "¿Qué espera la comunidad filosófica internacional de la
filosofía latinoamericana?" Comenta en este ensayo lo que él denomina el
complejo del subdesarrollo que lleva a los intelectuales iberoamericanos
a admitir "implícitamente que su desarrollo cultural debería consistir
en una imitación y asimilación de modelos culturales de estos países [centros
industriales]. En lo que atañe a la filosofía en especial se piensa que
su renacimiento debería consistir en abrazar, por ejemplo, las formas de
la filosofía analítica de horma anglosajona o de la filosofía marxista.
Es por eso que se ha cultivado inconscientemente aquella costumbre de
imitar [...] y se olvida que las mismas aspiraciones a una mayor
autonomía política y económica [...] no podrán llevarse a cabo a menos
que se trate de fundamentarlas sobre una autonomía y originalidad de
pensamiento y de valores espirituales conscientemente elegidos y
elaborados" (170).
Por
supuesto, la situación, según ésta se contempla desde los mismos pueblos
marginados, es mucho más compleja. Y cuando se defiende una "filosofía
profesional, universal," y se identifica ésta con las formas analíticas
del pensar, se hace, como señala Miró Quesada, bajo el supuesto de que
"la vigencia de la racionalidad, debido a la expansión de Occidente al
mundo entero, puede hoy considerarse como un carácter histórico
dominante. La expansión de Occidente ha sido imperialista. Pero en su
imperialismo ha arrastrado [...] sus grandes creaciones. Entre ellas la
más grande de todas: el ideal de vida racional" (1976, 88-89). En esta
misma línea de pensamiento, que consiste en aceptar como inevitable la
globalización de un modo de pensar, coincide también Luis Villoro, pues
para él, "el empeño de mantener, en un planeta, en realidad uno, centros
de poder opuestos y barreras elementales divisorias puede dar al traste
con la marcha hacia la unidad: en lugar de una tierra unificada, su
estallido en mil pedazos" (1985, 172).
En
verdad, bajo la máscara de nuevos métodos y la pretensión de objetividad
analítica, parecen repetirse antiguas fórmulas que tuvieron ya su
momento de vigencia ideológica a finales del siglo XIX. Me refiero en
especial a la posición de Sarmiento, ejemplificada en su conocida
afirmación: "No detengamos a los Estados Unidos en su marcha; es lo que
en definitiva proponen algunos. Alcancemos a los Estados Unidos. Seamos
la América, como el mar es el océano. Seamos Estados Unidos." La misma
actitud que hizo posible el pensamiento de Sarmiento, establece los
parámetros que diferencian desde su origen los fines implícitos en el
quehacer filosófico de Zea y de aquellos otros pensadores que se
identifican con Villoro. Mientras Leopoldo Zea ve el hecho de haber
querido imitar lo pensado en los centros de dominio como la causa
directa de la situación actual de marginación, y encuentra la
posibilidad de superar la dependencia mediante la creación a través del
conocimiento de lo propio, Villoro da por asentado que "la expansión de
la civilización occidental hasta su última frontera fue también el
inicio de la pérdida del centro. La civilización occidental comenzó un
proceso por el que dejaría de ser una civilización circunscrita a un
espacio limitado [...] Sólo una cultura sin centro ni periferia puede
aspirar a convertirse en cultura universal. La pérdida del centro de la
civilización occidental, iniciada hace poco menos de cinco siglos, abrió
así el camino a la realización de una cultura unida en todo el planeta"
(1985, 171-172). ¿Confunde Villoro el dominio global con la falta de
centro? Quizás, aunque el problema que su afirmación plantea es mucho
más complejo. Por una parte, Villoro, al igual que el Miró Quesada de la
cita que anotamos últimamente, equipara la civilización occidental con
el "ideal de vida racional," con el dominio de la ciencia y la técnica,
con la lógica como su forma de pensar; por otra parte, se reconoce la
existencia de un proceso de enajenación, que Villoro expresa en términos
inequívocos cuando señala que "la marcha hacia una cultura universal no
ha sido resultado del consenso entre iguales, sino de la dominación y la
violencia. En la historia de todos los pueblos [...] al someterse al
dominio de la cultura más general, las culturas particulares sufrieron
una suerte variable entre dos extremos: o su destrucción o su
asimilación a la nueva cultura. En la mayoría de los casos, pasaron por
un proceso de enajenación y de desintegración; en ninguno, el paso a un
nivel mayor de unificación en las culturas se dio sin abandonos ni
desgarramientos" (1985, 173).
Zea
reconoce, naturalmente, la expansión de la cultura occidental. El mismo
parte de la convicción de encontrarse Iberoamérica sumergida dentro de
dicha cultura, e, incluso, cree que los logros más significativos de la
cultura europea son hoy también el anhelo de los pueblos marginados.
Pero la globalización, según Zea, no significa pérdida de un centro de
irradiación, más bien lo contrario; la misma globalización de la cultura
de los países técnicamente desarrollados está basada en rígidas
estructuras que permiten perpetuar la existencia de pueblos dominadores
y pueblos dependientes. Para Zea, y aquí la raíz de su concepción
filosófica tan opuesta a la de Villoro y de Miró Quesada, el logro por
excelencia de la cultura europea ha sido su constante lucha por la
igualdad y la libertad. Y estos son los valores aceptados en la
actualidad por los hombres de todas la culturas. Pero el europeo –y hoy
también el estadounidense– que basa su estructura interna en dichos
valores, se niega a reconocer la humanidad de los pueblos marginados;
deshumaniza el pensamiento y actúa según el cálculo frío de la ciencia y
la técnica; mediante las cuales impone el dominio del centro y justifica
también su humanidad, y acepta como natural la "otra realidad" de los
hombres de los pueblos marginados. Por ello, mientras Villoro y Miró
Quesada, entre otros, desean la asimilación del progreso científico –del
que hacen depender el desarrollo que a su vez hará posible la igualdad–
y adoptan una forma de filosofar, la analítica, que ellos creen la más
apta para conseguir tales fines; Zea, y los pensadores inspirados en su
obra, han asimilado del europeo y estadounidense su deseo de
autenticidad; y creen que sólo mediante ella se conseguirá que los
pueblos dominadores hoy, acepten su humanidad al comprender que ellos
mismos no la alcanzaran hasta que ésta no se reconozca en todo ser
humano, independiente del falso concepto de civilización que únicamente
se mide a través del progreso tecnológico de una sociedad.
En un
escrito más reciente de Luis Villoro, "Sobre el problema de la filosofía
latinoamericana," publicado en el otoño de 1987, parece iniciarse un
replanteo de su posición. Sobre todo es notoria su definición del
término "auténtico," que coincide ahora con la posición de Zea. Según
Villoro, "el pensamiento de una persona no es auténtico cuando no
responde a motivaciones propias sino prestadas [...] Al no responder el
pensamiento a motivaciones personales, se advierte que la esfera de las
creencias profesadas se encuentra disociada de las necesidades,
inquietudes y preocupaciones reales de la persona. El pensamiento se
convierte entonces en un juego intelectual desligado de la vida. Su
consecuencia es la superficialidad o el filiteísmo: el frío malaberismo
de los conceptos o la falsa seriedad académica" (1987, 93). Una vez
aceptada esta posición se impone un análisis de la ineludible dimensión
ideológica de toda aproximación filosófica. La pregunta que se formula
ahora no es ya si un modo de pensar es o no legítimo. Independiente de
su rigor filosófico, de su vigencia en los centros culturales de los
pueblos tecnológicamente desarrollados, se hace ahora necesario
contestar la pregunta, siempre implícita, sobre las motivaciones que,
consciente o inconscientemente, sustenta toda reflexión filosófica. "La
filosofía académica de los países dependientes y atrasados," nos dice en
1987 Villoro, "es a menudo inauténtica porque adopta problemas,
discusiones y doctrinas filosóficas que no responden a motivaciones –necesidades,
deseos, propósitos– propias sino ajenas. Esta escisión entre el
pensamiento y la vida es frecuente cuando la actividad académica se
limita a seguir las modas filosóficas en vigor en otros países o a
reflejar sus últimas discusiones. El afán de novedades es siempre signo
de inautenticidad en la reflexión" (1987, 94).
III
Como
se desprende de las páginas anteriores, las críticas a la obra de Zea,
tanto aquéllas que se limitan a detalles concretos como las que
pretenden invalidar su método filosófico como punto de apoyo para
reafirmar una concepción propia, parecen todas ellas poseer un
denominador común: en ningún momento se parte de un intento de
comprensión, ni se procura establecer un diálogo que sistemáticamente
cuestione, con rigor, sus presupuestos básicos en un deliberado proyecto
de superación. La situación es semejante en aquellos estudios que al
calor de la polémica surgen en defensa de la obra de Zea, pero que, en
realidad, se limitan a parafrasear y resumir, sin espíritu crítico, ni
sentido de perspectiva, lo ya dicho por él. Esta situación es tan común
entre artículos breves, como el de Luis Abad, publicados en revistas,
como entre trabajos más ambiciosos, a manera del de Tzvi Medin, que
adquieren la forma de libro. Tales posturas llegan incluso al extremo de
comprometer el rigor profesional, al silenciar estudios que con visión
más amplia colocan en perspectiva la obra de Zea e inician un diálogo de
proyección o de discrepancia con ciertos postulados básicos en su
quehacer filosófico. Así ha sucedido con el libro de Solomon Lipp, al
cual haremos referencia de nuevo al final de esta sección, y que fue
publicado en 1980, pero silenciado en las obras posteriores de Tzvi
Medin de 1983 y de Francisco Lizcano de 1986.
En
otros casos, pensadores de indiscutible valor y que en su tiempo
aportaron contribuciones sustantivas al desarrollo del actual
pensamiento iberoamericano, desarrollan luego posiciones exclusivistas
en defensa de la obra de Zea. Así sucede cuando Arturo Ardao nos dice
que la "filosofía latinoamericana, manifestación no única de la
filosofía en Latinoamérica, es la que especialmente nos importa en lo
que respecta a su función actual" (16); con lo que niega autenticidad a
otras manifestaciones filosóficas, como la analítica, que considera "dependientes,
por tributación a un colonialismo mental no separable del
condicionamiento socio-histórico impuesto por otras formas de
colonialismo" (18-19), y que, por lo tanto, operan, "advertida o
inadvertidamente, como cúpula intelectual de una dependencia nacional o
regional hacia fuera, que es al mismo tiempo de dominación social o
cultural hacia dentro" (18). Aun estando de acuerdo con el sentido
básico de las conclusiones de Ardao, su reflexión, al excluir otras
formas de pensar en lugar de establecer diálogo con ellas, le lleva a
proyecciones estériles. Zea ya había dicho que "hay que intentar hacer
pura y simplemente filosofía, que lo americano se dará por añadidura.
Bastará que sean americanos los que filosofen para que la filosofía sea
americana" (1969, 58). Se impone, en efecto, aceptar como auténticos
ambos modos del quehacer filosófico. Precisamente Zea, a través de sus
reflexiones ha establecido la situación actual de dependencia de los
pueblos iberoamericanos. El rechazar esta realidad, el ignorarla,
conducirá a una negación de la propia autenticidad. En todo caso, ambos
modos de interpretar la realidad surgen de una misma circunstancia: unos
son producto de la misma situación de dependencia, otros de la toma de
conciencia de dicha dependencia; los primeros parten del supuesto de que
mediante la asimilación de las preocupaciones y de los valores
predominantes en los centros de dominio, se conseguirá el desarrollo
económico y tecnológico que luego hará posible la independencia
cultural. Los segundos se basan en el supuesto de que sólo mediante la
independencia cultural se conseguirá la igualdad en los derechos humanos
que a su vez posibilitará las demás independencias.
De
más trascendencia, por el prestigio de sus autores y por su repercusión
en la comunidad filosófica internacional, fueron las ponencias que
presentaron los filósofos canadienses Evandro Agazzi y Venant Cauchy en
las sesiones plenarias del congreso Interamericano de Filosofía
celebrado en 1985 en la ciudad de Guadalajara (México). Por sus
posiciones, respectivamente, de Secretario General y de Presidente de la
Federación Internacional de Sociedades de Filosofía, y su tácito
reconocimiento de la dimensión innovadora del pensamiento de Zea y su
posible alcance como renovación del pensamiento occidental, sus
intervenciones supusieron una legitimación de la metodología y pauta que
marcan las obras de Zea. Pero su llamado a la autenticidad, mediante el
compromiso con la propia circunstancia, representa, al mismo tiempo, un
reto a la expresión sistemática y rigurosa de un pensamiento que está
llamado a establecer puentes de diálogo entre los diversos pueblos de la
Tierra mediante la comprensión y respeto de las diferencias culturales.
En el Congreso se establecieron, además, con nitidez, las marcadas
diferencias que separaban a los iberoamericanos de los estadounidenses;
y los que allí participamos, pudimos percibir el creciente asombro de
éstos al descubrir las direcciones ya claramente establecidas del
pensamiento iberoamericano. Thomas Auxter lo describe del siguiente
modo: "El Congreso Interamericano de Filosofía celebrado en Guadalajara
demostró, entre otras cosas, el éxito alcanzado por Zea. Diversos
filósofos latinoamericanos, desde Enrique Dussel de la Argentina hasta
Jaime Rubio Angulo de Colombia, hicieron de la interpretación filosófica
de Zea el punto de partida de sus propias aportaciones [...] La mayoría
de los filósofos de los Estados Unidos parecieron sorprendidos por lo se
encontraron. Igualmente sorpresivo para ellos fue el grado en que los
filósofos canadienses hicieron suyo el consenso latinoamericano"
(141-142).
Venant Cauchy, en referencia concreta a Iberoamérica, y al predominio de
la analítica en los círculos académicos, pero señalando que sus
afirmaciones poseerían también validez de aplicarse a cualquier otro
pueblo del Africa o Asia perteneciente a las llamadas zonas marginadas,
indicó su preocupación por "el hecho de que no parece haber una
correlación entre el pensamiento que se practica en muchas latitudes y
el público que pudiera aquilatar la importancia de los problemas que los
mismos pensadores abordan, métodos que utilizan y soluciones filosóficas
que proponen" (117). Añade luego, con un pensamiento paralelo al que da
base a los presupuestos epistemológicos de Leopoldo Zea, que "la
filosofía no puede divorciarse de la perspectiva geográfica, cultural e
histórica de su expresión" (117), pues, no tiene su asiento en "una
especie de región etérea, sin lazo ni contacto con el mundo real donde
vive y sufre la humanidad" (118). Es precisamente el reconocimiento de
que Iberoamérica constituye una realidad distinta a la europea, lo que
hace que se espere soluciones a los problemas iberoamericanos que sean
también diferentes a las propuestas por los centros de poder. En
cualquier caso, nos dice, "la diferencia no significa que se es menos
filósofo aquí que en el exterior, sino que tan sólo se interroga por el
ser, el conocimiento, las artes, las ciencias, la sociedad, el lenguaje,
por ejemplo, a partir de un lugar propio, de un tiempo en el cual el
presente está lleno de una historia que no puede reducirse a ninguna
otra" (119).
Tales
premisas sirven igualmente de respuesta a la pregunta que formula
Evandro Agazzi en el título de su ponencia, "¿Qué espera la comunidad
filosófica internacional de la filosofía latinoamericana?" Para Agazzi,
la imitación en la formulación de los problemas filosóficos, según estos
surgen en los centros europeos y estadounidenses, ha causado que desde
ellos se perciba a Iberoamérica "como una provincia suya que, por lo
mismo, brilla con una luz refleja, más que con una luz propia" (168). En
su estudio desarrolla las consecuencias que en la formulación de una
filosofía iberoamericana han tenido los conceptos de "Tercer Mundo" y
subdesarrollo. Pues partiendo de su posible significado económico y
sentido de industrialización, nos dice Agazzi, "la noción de
subdesarrollo se ha extendido automática y arbitrariamente a todos los
aspectos de una cultura, creando la imagen deformada según la cual el
retraso económico equivale a un retraso intelectual, social, político,
de costumbres, de estilos de vida, de mentalidad" (169). Y con
referencia implícita a las posiciones anteriormente estudiadas de
Salazar Bondy, Miró quesada y Villoro, entre otros, afirma Agazzi que
"la influencia de esta óptica pervertida ha sido nefasta, no sólo en
América Latina, puesto que ha persuadido gradualmente a no pocos
intelectuales de este Tercer Mundo [...] a sentirse de alguna manera
subdesarrollados" (170). Además, si Iberoamérica ya es conocida "gracias
a sus escritores y poetas, gracias a su música [...] gracias a la
intrepidez de su pensamiento teológico, [...] no existen razones
objetivas por las cuales América Latina no pudiera estar
significativamente presente, gracias a su filosofía, mediante la
profundización de un surco que ya existe y que se cultiva con éxito.
Dicha presencia original podrá consistir, lo repetimos, en una fecunda
filosofía del hombre, capaz de interpretar al hombre contemporáneo sin
reducirlo por eso a sólo una o pocas dimensiones" (176).
De
los tres libros escritos hasta la fecha [1988] sobre la obra de Zea, el
de Solomón Lipp es, sin duda, el más ambicioso y el que mejor consigue
enmarcar el significado y el desarrollo de la filosofía de Zea, desde
las primeras formulaciones en la década de los cuarenta hasta el sistema
maduro de finales de los setenta. Lipp logra superar la mera exposición
del pensamiento de Zea (libro de Medin) o la rígida estructura motivada
por la agrupación temática (libro de Lizcano), que pierde de vista el
desarrollo histórico de una obra que abarca más de cuarenta años y que
surge en íntimo diálogo con su circunstancia. Lipp no se propone tampoco
en su libro la defensa sin más de los postulados de Zea, busca su
comprensión y su significado; primero a través de un intento de
determinar el lugar que ocupa Zea en el desarrollo del pensamiento
mexicano e iberoamericano, y luego mediante el análisis de su valor y
repercusión en los planteamientos actuales del pensamiento occidental.
Por ello, sus observaciones brotan de un continuo diálogo con lo
expuesto por Zea, que proyecta, modifica o cuestiona. Vamos a detenernos
únicamente en dos incisiones de Lipp en la obra de Zea –la existencia de
pueblos marginados y el grado de igualdad y libertad adquirido por los
centros de dominio–, que complementan lo hasta aquí expuesto, al mismo
tiempo que muestran lo fecundo del método de Solomon Lipp.
Parte
Lipp del reconocimiento de que existen en la estructura global actual un
centro, o centros, y unos pueblos que se sitúan en la periferia; es
decir, de unos pueblos dominadores y unos pueblos que se consideran
marginados del proceso histórico. Pero, cree él, la situación no es tan
simple como se pretende al trazar una línea que geográficamente separe
unos pueblos de otros. Según Lipp, "Zea parece haber olvidado el hecho
de que incluso en esas áreas hay ricos y pobres" (81). Por ello, si bien
acepta la tesis de que los pueblos "desarrollados" desean mantener el
statu quo mediante renovadas formas de dependencia, entre las cuales la
cultural parece jugar un papel decisivo, cree también que se necesita
incluir en nuestras reflexiones la complejidad que supone "la existencia,
en esas mismas áreas marginadas, de ciertos grupos sociales que han
sabido integrarse en ese mismo sistema de opresión" (81). Por otra parte,
la existencia de zonas –geográficas y humanas– marginadas dentro mismo
de los países "desarrollados" lleva también a la duda sobre el supuesto
progreso de los pueblos dominadores. El progreso tecnológico es
indudable, pero, según Lipp, es fácil estar de acuerdo con el dicho de
que "somos un planeta de gigantez tecnológica, pero apenas en la
infancia del desarrollo ético" (83).
IV
El
pensamiento de Leopoldo Zea, justamente por su madurez y repercusión,
inicia ahora una nueva etapa que supera la fase polémica, pero que exige,
por lo mismo, una formulación más rigurosa en cuanto a su terminología.
Las polémicas que cuestionan la legitimidad de su modo de filosofar han
sido ya superadas; pero aquellas otras que surgen por la confusión a que
da lugar la ambigüedad terminológica en la exposición de algunos de los
postulados fundamentales, persistirán en una estéril polarización de
esfuerzos. La falta de diálogo, por otra parte, puede conducir al
anquilosamiento en un sistema cerrado. Es cierto que Zea parte de un
principio de libertad en el cual se basa uno de sus postulados
fundamentales: "El aceptar un modelo es reconocer la libertad en los
otros y hacer que esta libertad sea reconocida por los otros. Ningún
hombre, ningún pueblo, puede ser modelo de libertad, simplemente todo
hombre, todo pueblo, debe ser libre y por serlo, capaz de reconocer la
libertad de los pueblos por distintos o semejantes que éstos parezcan.
Son los modelos los que crean los paternalismos, las dictaduras para la
libertad y en nombre de la libertad. Una libertad que se niega a sí
misma al no reconocer en otro hombre su posibilidad" (1974, 46). La
grandeza de este postulado entraña igualmente su peligro: conduce a un
sistema, y como tal excluyente, que pretende haber descubierto la "dirección"
de la humanidad en el proceso de conseguir la libertad, de "humanizar"
al hombre, pero, ¿no se llegará con ello a querer imponer la libertad
como Sarmiento en su época quería imponer al pueblo la democracia? El
sistema de Zea, como se indicó en páginas anteriores, está enraizado en
una filosofía de la historia, en la cual el qué y el cómo de lo sucedido
se encuentra en función de un por qué, que se interpreta desde el
presente y un para qué, que se proyecta hacia el futuro. Es, por
supuesto, un sistema que responde a una circunstancia concreta: la
iberoamericana; y a un momento actual: la interdependencia global de las
relaciones humanas; pero que, precisamente por su proyección hacia el
futuro (el para qué), corre el peligro de ignorar grandes segmentos de
su presente y, quizás por ello, construir un pasado cuya realidad existe,
sobre todo, en función de un futuro acaso utópico.
BIBLIOGRAFIA DE OBRAS
CITADAS
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[Fuente: José Luis Gómez-Martínez. “La
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© José Luis Gómez-Martínez
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