José Osvaldo de
Meira Penna

 

"Geopolítica y política exterior brasileñas"

Brasil es un producto de la diplomacia. Su destino fue establecido aun antes del descubrimiento (abril del año 1500) por un acto de política internacional que decidió que este territorio, bañado por las apacibles aguas del Atlántico Sur, pertenecería a la rama portuguesa de la cultura mediterránea, latina y católica. Southey ha sostenido que Brasil fue descubierto por casualidad. Podríamos presentar la tesis de que, en esta ocasión, el azar que gobierna el nacimiento de las naciones tenía un instrumento diplomático para prefigurar su destino. El Tratado de Tordesillas de 1494 estableció la división de tierras por descubrir en el Nuevo Mundo entre los monarcas ibéricos, evitando así un serio choque que tanto los Reyes Católicos como Don João II de Portugal contemplaban con recelo. Tordesillas marcó la dirección de la conquista. El rumbo de navegación ya había sido anticipado por la expedición de Colon y de Bartolomé Díaz. El Tratado simplemente ratificó los pasos del descubrimiento, aquello de los españoles hacia el oeste - el levante por el poniente- y aquello de los portugueses hacia el este, alrededor de la masa de Africa. El país nació de un sueno incumplido (de Don Alfonso V de Portugal) de unión ibérica imperial y de un inminente conflicto entre los dos soberanos vecinos, choque felizmente evitado gracias al espíritu de conciliación diplomática al cual el Papa añadió el prestigio de sus buenos oficios. Brasil debe su existencia a una afortunada reflexión de las Grandes Navegaciones, una epopeya que puso su remota meta oriental al alcance de los galeones y carabelas por rutas exactamente opuestas, confirmando así la redondez de la Tierra. Por lo general se afirma que Brasil es un fruto del Renacimiento. Más exactamente, debería considerársele el producto consciente de la diplomacia renacentista que se esforzó por dar orden y dirección a la expansión planetaria a través de mares nunca antes navegados, debida a dos pueblos ibéricos.

La línea de Tordesillas es una imposición geopolítica, el comienzo que señaló el trazado al cual se amoldó la historia colonial de Brasil, determinando así la configuración de nuestra política exterior desde entonces. Tordesillas es el primero en importancia histórica y orden cronológico de los fundamentos sobre los cuales se desarrollaría la vida internacional brasileña: representa las relaciones de Brasil con España y con aquellos dominios hispánicos al oeste de la línea que se convertirían en siete repúblicas vecinas. Tordesillas es, por lo tanto, el problema de las fronteras, siempre una cuestión prioritaria en política diplomática, catalogada así tácitamente al comienzo mismo del descubrimiento por el almirante Pedro Alvares Cabral.

Inmediatamente después, sin embargo, se hizo manifiesto un nuevo elemento en esta política: el problema de la seguridad externa a lo largo de la línea de costa - desde la boca del Amazonas hasta la comba del actual estado de Santa Catalina. El nuevo problema fue anunciado por las observaciones ominosamente irónicas del rey de Francia acerca de que el nunca había oído de una cláusula en el testamento de Adán que dividiera al mundo entre sus primos de Portugal y Castilla. La agudeza de Francisco I estaba destinada a legitimar la posesión de todas las tierras al este del meridiano trazado a 370 leguas de Cabo Verde y no conseguiría evitar reclamos de terceras partes. Estos reclamos tronaron con las armas de los aventureros franceses y holandeses, de Villegaignon y la Ravardière, de Cavendish, de Jacob Villekens y Hendryk Lonck, de Duguay-Trouin y Duclerc, para citar sólo algunos de los agresores más hostiles. Provocaron algunas duras luchas, ataques por tierra y tremendos combates navales, esfuerzos considerables, por cierto, para la defensa costera, sobrellevada en su mayor parte por los mismos colonos portugueses y sus descendientes criollos, con muy pequeña ayuda de la madre patria.
 

Aquellas incursiones europeas y tentativas de colonización extranjeras tenían sin embargo poco que esperar del arte diplomático portugués, impotente como se encontraba para resistirlas. Lisboa estaba envuelta en las intrigas de la Guerra de los Treinta Años y en la lucha entre Borbones y Habsburgos por el control de Europa. Cayó durante sesenta años (entre 1580 y 1640) bajo del dominio de Castilla, y en su declinación ni siquiera poseía recursos suficientemente valiosos para justificar alianzas defensivas. Por lo tanto sólo algunas armas de la madre patria y unos pocos barcos que enarbolaban la bandera española durante el periodo de unión de las dos coronas lucharon contra los invasores holandeses por tierra y mar. La reacción de la población local fue la única fuerza de la colonia durante los siglos diecisiete y dieciocho. Ya en el siglo diecisiete, los dos frentes sobre los cuales se trazaron las políticas de seguridad y desarrollo de la colonia estaban, por lo tanto, claramente delineados: el primer frente era activo, miraba hacia el oeste más allá del meridiano de Tordesillas con vistas a la expansión hacia las tierras que estaban detraes (sertão), atraído por el misterio de lo desconocido y enfrentando como antagonistas a los conquistadores españoles del altiplano andino y del área del Plata; el segundo frente era esencialmente pasivo y defensivo, atento a las costas marítimas, inclinado hacia el este y aprensivo ante cualquier aparición repentina de flotas hostiles que podrían estar buscando nuevas oportunidades comerciales dentro del mercantilismo imperial favorecido entonces. Este temor, incidentalmente, fortaleció la tradicional tendencia portuguesa hacia la centralización monopolizadora del comercio en manos de la corona lusitana. Los frentes representan las dos preocupaciones dominantes en el desarrollo y seguridad requeridas para la integridad territorial de la colonia en rápida expansión. Constituyen, como lo fueron, las dos pautas de la política exterior colonial, dos coordenadas que conferían significado al material a ser tratado por una diplomacia llena de posibilidades.

Además, porque Brasil fue descubierto como un incidente de las grandes navegaciones portuguesas, porque representó largamente tan sólo una escala en la ruta a la India, y porque fue colonizado con el trabajo indispensable de los esclavos africanos, es que Brasil tiene un destino no sólo continental, sino eminentemente marítimo: un destino atlántico. Geográficamente Brasil se recuesta sobre el Atlántico Sur. Muy temprano en su historia, se establecieron vínculos transoceánicos entre su costa atlántica y Africa Occidental, desde la Costa de Guinea y la Costa de Mina hasta Angola. El destino Atlántico de Brasil y la comunión con los pueblos sudanés y bantú, así como también su política africana más reciente, están muy bien vaticinados en el intenso comercio que prosperó entre Río de Janeiro, Babia y el Golfo de Benin, que incluía algo más que esclavos. Están anunciados en la reconquista de Angola, tomada a los holandeses en el siglo diecisiete por una expedición organizada por brasileños, que zarpó de Río de Janeiro. El papel atlántico de Brasil es absolutamente original en América latina. Su aspecto negativo, sin embargo, esta representado por la obstinada negativa de la población a abandonar la costa marítima para dedicarse ala agricultura en el interior y el proceso de desarrollo hacia el oeste comenzó hace apenas cincuenta años. Con todo, el doble destino del país enriquece su historia y complica la perspectiva general de la política exterior brasileña.

En Europa luchaba en contra de España por su independencia; la pugna era dura; la lideraba la casa de Braganza para asegurarse que su desarrollo autónomo seria respetado por la corte de Madrid. Lisboa, por lo tanto, estaba obligada a buscar algún tipo de apoyo europeo con el fin de complementar sus escasos recursos militares. Durante la Guerra de los Treinta Años y el período posterior de hegemonía francesa, los pasos de Luis XIV desviaron hacia los Pirineos la presión principal del poder castellano. Pero España misma ya estaba en decadencia. La alianza inglesa pronto resulto más adecuada a las condiciones prevalecientes y por lo tanto tuvo mayor duración. Comenzó a tomar forma en 1661 en un tratado con el repuesto rey británico Carlos II, y alcanzó una conclusión formal en 1703, durante la Guerra de Sucesión Española. Aliado con los austríacos y los ingleses, un general portugués entró en Madrid en 1706. La alianza entre la corte de Lisboa y la de St. James protegería la costa brasileña, cuya seguridad nunca más iba a ser amenazada por otra potencia colonial. Los últimos atentados en contra de Río los realizaron entre 1710 y 1711 unos escuadrones franceses bajo las órdenes de Duguay-Trouin y Duclerc. De esta manera la seguridad de Brasil quedaría resguardada de las guerras de fronteras y los intercambios territoriales que, durante todo el siglo dieciocho, afectaron a los imperios coloniales europeos en América del Norte, el Caribe y Oriente. El célebre tratado firmado por Juan y su hijo Pablo Methwen también establecía las cláusulas comerciales (género a cambio de vino) de un acuerdo destinado a convertirse en un rasgo permanente de la política exterior portuguesa hasta la actual edad -un pequeño precio a pagar mediante la dependencia del sistema comercial anglosajón.

El Tratado de Madrid de 1750 fue el segundo hito decisivo en la historia diplomática brasileña. En esta ocasión, Alexandre de Gusmão, un diplomático portugués y brasileño por nacimiento e interés, se ingenió para confirmar en pro de Brasil el nuevo principio de uti pos-sidetis. El tratado estipuló que la jurisdicción de los dos reinos en América del Sur, de Portugal y España, habría de fijarse tomando como referencia ríos y montañas, pero obedeciendo a la presente ocupación del territorio por sus respectivos ciudadanos. El preámbulo del tratado proclamaba que "cada parte conservará lo que actualmente posee". Como podemos recordar, durante los tiempos de unión de las dos coronas, los pioneros brasileños (bandeirantes) habían deambulado por todas partes tras la línea de Tordesillas, y de esa manera habían prácticamente triplicado la colonia a su tamaño actual de alrededor de 8,5 millones de kilómetros cuadrados. El tratado de 1750 confirmó las conquistas de los bandeirantes, de los jesuitas y de los criadores de ganado, estabilizando así, mediante instrumento legal, el primero de los dos frentes de la política exterior brasileña. A los elementos de la acción - e incluso de agresión, como queda ejemplificado por el asalto a las misiones de Paraguay y la fundación de Colonia de Sacramento en la margen izquierda del Plata - aquel acto de alta visión diplomática agregó un nuevo principio de seguridad y cooperación colectivas y anunció sentimientos de solidaridad entre todos los pueblos de este continente austral.

El ensayista brasileño Alceu do Amoroso Lima observó que la América hispánica surgió por un proceso de desmembramientos y fragmentación de los virreinatos anteriores, la América del Norte británica por la unión de las anteriores trece colonias autónomas, en tanto que la América portuguesa lo hizo a través de un proceso específico de segregación. La madre patria mantuvo al territorio en estricto aislamiento político, económico y cultural, no sólo en relación con las influencias europeas foráneas sino también con respecto a sus vecinos australes. La situación prevaleció hasta el punto de inflexión decisivo en 1808. En esa época, los puertos de Brasil estaban abiertos al comercio internacional debido a los esfuerzos de los británicos, que acababan de salvar a la corte de Portugal de que el ejército napoleónico la capturara. La insistencia de Portugal para preservar su identidad en la Península frente a las ambiciones hegemónicas de Castilla produjo reacción en América del Sur, evolucionando quizá para mayor beneficio de Brasil. En los albores del siglo diecinueve, el espléndido aislamiento permitió a Brasil observar imperturbable la desintegración del imperio colonial hispánico. Las tendencias regionalistas y autonomistas del pueblo de España, contenidas durante tanto tiempo bajo las políticas centralizadoras inflexibles de Castilla, por último prorrumpieron libremente a través de las inmensas arreas de variedad regional del Nuevo Mundo. Brasil permaneció felizmente unido, enfrentado como estaba con el problema de sus fronteras. Segregados y aferrados mutuamente mediante el feroz sentimiento de independencia heredado de los portugueses, los brasileños mantuvieron sin mayor problema la unidad de su territorio. Sólo dos movimientos revolucionarios serios hicieron peligrar ese panorama, uno en Río Grande do Sul y el otro en Pernambuco. Con todas las tremendas potencialidades que tales circunstancias otorgan al país, la unión en la inmensidad de su territorio es el único dato milagroso en la historia de Brasil.

UN ESQUEMA PARA LA GEOPOLÍTICA BRASILEÑA

Se han propuesto tres principios para guiar a la política exterior brasileña hacia el logro de sus objetivos nacionales permanentes:

  1. La preservación de la línea de frontera frente a las ambiciones territoriales de las vecinas repúblicas hispanohablantes: esto se denomina "política de frontera".
  2. La defensa de la supremacía territorial brasileña en América del Sur frente a cualquier tentativa de reconstitución de los antiguos virreinatos hispánicos, sobre todo en la región del Plata: esto se denomina "política de equilibrio" y justificó la hostilidad de Brasil hacia Rosas de la Argentina, Solano López de Paraguay y, más recientemente, Perón, en sus impetuosos sueños imperiales.
  3. Muy relacionada con los principios que anteceden esta la protección de la estabilidad política interna del país frente al espíritu de caudillismo. De esto resultó la "política de intervención" como ocurrió en Uruguay, la Argentina y Paraguay en el siglo diecinueve.

Los dos primeros principios, como se puede ver, tienen hoy mera importancia histórica. Representan pasos que ya han sido superados en la búsqueda de objetivos nacionales permanentes. El tercer principio, sin embargo, se vincula con la conservación del orden interno mediante operaciones que aspiran a evitar la contaminación por anarquía, despotismo y totalitarismo. Como resultado del impacto sobre América latina de ideologías extracontinentales contrarias al estilo de vida democrático esta política de ninguna manera es obsoleta.

Una versión moderna justificó la participación de Brasil en la Segunda Guerra Mundial, cuando se envió una fuerza expedicionaria a Italia (1944 a 1945). El principio de intervención también explicó la presencia de Brasil en la ocupación de la República Dominicana (1965), cuando aquel país se vio comprometido por un golpe militar de orientación comunista, y el rompimiento de relaciones con Cuba (1964 a 1986). En la actualidad, esta política no tiene la misma aceptación, por razones que analizaremos brevemente. Ha sido corroída por sentimientos antinorteamericanos como los del Tercer Mundo, en el caso de Nicaragua por ejemplo, la diplomacia brasileña tendió a favorecer a la causa sandinista.

Otros estudiosos de la historia brasileña tienden a enfatizar el problema del comportamiento con la Argentina en el establecimiento de la frontera terrestre en el sur de Brasil; para ellos fue el más difícil que han tenido que enfrentar los diplomáticos brasileños. De hecho, este problema ha desempeñado un papel formativo para la diplomacia brasileña, en tanto y en cuanto se refiere a la experiencia, sólida institucionalización y preparación de profesionales especializados.

Hay otro punto que vale la pena destacar en esta etapa: La expansión de la frontera humana debido al crecimiento demográfico, a la construcción de caminos y vías férreas y a la extensión de las líneas aéreas, enfrentando un movimiento contrario hacia el este desde el lado de Bolivia y Perú, donde la población esta comenzando a bajar del altiplano andino para ocupar la selva amazónica. Este doble movimiento pronto chocará, creando fronteras vivientes en áreas confinadas que eran, hasta ahora, simplemente líneas geográficas abstractas. Esta transición también está produciéndose del lado de Venezuela, país que experimenta un rápido crecimiento como resultado del desarrollo de su riqueza mineral. La construcción de Brasilia ha contribuido a este resultado. En Paraguay, por ejemplo, medio millón de campesinos brasileños y la construcción conjunta del proyecto de energía hidroeléctrica de Itaipu seguramente tendrán un impacto decisivo sobre el destino de este país aislado del mar.

En la evolución de la política exterior brasileña, por lo tanto, podemos distinguir tres fases históricas sucesivas: en la primera, la frontera humana de la nacionalidad colonial se expande hacia el interior, más allá del meridiano de Tordesillas, enfrentándose con los colonizadores españoles en las lejanas zonas del Guaira y Colonia de Sacramento, en el extremo sur; en la segunda fase, la diplomacia brasileña trata de consolidar e institucionalizar estas fronteras así conquistadas - ésta es la fase que culmina con la labor de negociaciones pacificas y arbitraje bajo la administración del famoso ministro de relaciones exteriores barón de Río Braco -; y en la tercera fase hasta la actualidad, el dinamismo de la actividad diplomática se convierte en gestiones de cooperación pacífica con los vecinos hispánicos descubiertos de nuevo por Brasil. Simultáneamente, Brasil toma conciencia de que tiene un destino extracontinental que proseguir, en especial en Africa. En otras palabras, Brasil está comenzando a alcanzar la mayoría de la independencia americana, ola revolución francesa y las guerras napoleónicas iniciaron un proceso al final del cual toda América latina, incluido Brasil, obtuvo la autodeterminación. Surgieron importantes intrigas diplomáticas y a estos episodios siguieron políticas exteriores decisivas. Hubo tímidas tentativas del lado brasileño de obtener el interés y la gracia de los nuevos dirigentes de las ex colonias británicas en América del Norte en favor de los propios deseos de independencia de Brasil. Estos eran considerados, sin embargo, demasiado imaginativos y carentes de realismo. De todas maneras, algunos estudiosos han considerado esta acción incipiente en Washington como la fundación de los lazos de amistad entre Brasil y Estados Unidos. Seguramente fueron pasos unilaterales, y la reacción americana fue de indiferencia. Pero fuera lo que fuere, la búsqueda de la alianza con Estados Unidos podía naturalmente ser deducida a partir del papel que desempeñó Gran Bretaña en beneficio de la integridad de los territorios de habla portuguesa en el Nuevo Mundo. El emperador persiguió esta política iluminada. En 1876, viajó por primera vez a Estados Unidos, para el centenario, un jefe de estado sudamericano. El eje tradicional de alianza angloportuguesa fue simplemente transferido a las Américas, y por las mismas razones. Tomó algún tiempo madurar la idea - ciento cincuenta años, en realidad - pero las semillas del gran proyecto se sembraron muy temprano, como la intuición de una necesidad geopolítica.

Respecto de esta cuestión lo que también llama nuestra atención es la doctrina Monroe, que tenía muy poco sentido o valor limitado para Brasil, cuando fue promulgada. Fuera cual fuere el valor histórico de la doctrina en la elaboración de la idea panamericana, no fue pensada para Brasil: Portugal en las décadas de 1820 y 1830 no tenía poder o medios materiales para abrigar cualquier esperanza de reconquistar Brasil. Además, el sistema monárquico que Brasil había adoptado bajo una corona de legítimo linaje europeo mantenía al país bien protegido de la ira de la Santa Alianza. Pocos años después de su independencia, Brasil ya pertenecía a la familia de naciones civilizadas, rodeado, quizás, por los misterios del exotismo tropical, pero gozando de un respeto que, en esa época y fuera de Europa, sólo Estados Unidos había logrado adquirir. Un presidente venezolano reflexionó tristemente cuando Don Pedro II fue exiliado en 1889, que Brasil y Chile eran los únicos dos piases organizados democráticamente en el hemisferio, "la república" de Brasil y el "imperio" de Chile.

Debido al prestigio del imperio y a la estabilidad y orden internos de que gozaba - que contrastaban con la anarquía que entonces prevalecía en la mayor parte de América latina - Brasil conservó su autodeterminación sin verse expuesto a riesgo alguno en particular. Incluso se involucró en varias guerras en la región del Plata sin provocar intervenciones extranjeras no deseadas. Si los intereses comerciales británicos contribuyeron a pagar por una discreta protección naval, no fue ciertamente un precio exorbitante. Brasil disponía de un vasto territorio sin explorar (sin duda con abundantes riquezas desconocidas) y una inmensa y desprotegida costa atlántica, abierta a todas las tentaciones. Los riesgos que se evitaron fueron considerables, por cierto, si tomamos en cuenta lo que le ocurrió a fines del siglo diecinueve a la mayor parte de las costas de Africa y Asia. Só1o en una ocasión asomó la posibilidad de intervención extranjera: en 1893, poco después de haberse proclamado la república, una corta guerra civil inició a los radicales del ejército a luchar contra los conservadores de la armada en la Bahía de Río de Janeiro. Hubo acorazados extranjeros alcanzados por el fuego cruzado; esto advirtió al gobierno que podrían desembarcar marines. Se abstuvieron de hacerlo cuando el presidente Floriano Peixoto respondió que las tropas extranjeras serian recibidas con balas.

El cambio de Londres a Washington del tercer eje de la política exterior brasileña tornó forma definitiva sólo a comienzos de este siglo bajo la brillante administración del barón de Río Branco que fue quien con solidó y administró esta política. "Nos encontramos en el comienzo de una nueva era", escribió Joaquin Nabuco, un destacado estadista republicano que fue el primer embajador plenipotenciario nombrado en la capital de Estados Unidos. "En nuestros cálculos, el puesto de observación en Washington es el más importante... En estas condiciones nuestra diplomacia debe desarrollarse principalmente en Washington".

En otras palabras, según la concepción brasileña que se desarrolló a comienzos de este siglo, el continente americano está dividido en tres, y no en dos partes: América del norte anglosajona, América hispánica y Brasil. Brasil como una "tercera fuerza", cargado con la misión de mediador extraoficial, interpretando y solucionando desacuerdos en el gran diálogo de la comunidad panamericana,. Esta "tercera posición" es aún la de Brasil. Sin embargo, deberíamos recalcar que nunca ha sido bien comprendida por los hispanoamericanos, quienes consideran que Brasil tiene cierta relación de vasallaje con respecto a Estados Unidos; ni tampoco por los "anglos", quienes nunca distinguieron con claridad a Brasil - una entre veintitantas repúblicas hispánicas de los demás "latinos". Es muy común que los ciudadanos estadounidenses ni siquiera sepan que los brasileños hablamos portugués y no español. En la interacción de estos factores histórico culturales, psicosociales y geopolíticos perceptibles, se creó el sistema interamericano.

Podernos afirmar, en conclusión, que cuando Río Branco se hizo cargo del ministerio de relaciones exteriores la alianza norteamericana se destacó ampliamente como uno de los pilares fundacionales de la política exterior brasileña. También podrían determinarse aspectos positivos y negativos, ofensivos y defensivos, dinámicos o pasivos, en relación con los vecinos hispanohablantes de Brasil, en particular aquellos de la región del Plata. Brasil solía sentirse rodeado, aislado en un continente de naciones hispánicas. Había incluso cierto esnobismo en su actitud hacia ellos. Pero la reacción brasileña llegó más allá de los efectos del complejo de inferioridad superioridad, de la misma manera que sobrepasó los estrechos limites de Tordesillas. La frontera actual, perdida en algún lugar de la selva amazónica, o matogroso (el "país de la vegetación espesa"), la frontera de la lucha, de avance y retroceso, de intervención o incursiones pioneras, la frontera viviente del comercio, cooperación y participación mutua a lo largo de los ríos Uruguay y Paraguay, se han convertido en fronteras de tensión creadora donde Brasil puede ya trazar la imagen ideal de una integración política futura y necesaria.

LA "PERSONA" EN POLÍTICA EXTERIOR

Las primeras tendencias de su política hacia el mundo encontraron su expresión en lo que yo llamo la persona brasileña. La nueva nación procuró reforzar su seguridad nacional adaptando su sistema de gobierno a lo que parecía estar más de moda en Europa. Al convertirse en un imperio gobernado por una familia real europea garantizaba su independencia frente a un posible retorno colonial de las fuerzas reaccionarias de la Santa Alianza. Al transformarse en una república federal al cambiar el siglo, nuevamente se resguardaba de la corriente del imperialismo colonial surgida en Europa. Entre las dos Guerras Mundiales, el país jugó con los esquemas políticos fascistas entonces en alza. Vargas inauguró el juego que consistía en inclinarse alternativamente por uno y otro de los sistemas de poder dominantes. Durante un corto periodo (1937-1940) aclamó la Nueva Orden de Hitler, como queda demostrado por un famoso discurso de junio de 1940; se volcó al apoyo de la izquierda para permanecer en el poder en 1945 y para retornar a él entre 1950 y 1954.

Los brasileños siempre exhibieron una amplia preocupación por la forma en que Brasil es percibido por norteamericanos y europeos. Hay una impaciente ambivalencia en la forma en que desean ser considerados y juzgados. Yo sostengo que esta actitud revela un cierto complejo de inferioridad; esto pasa porque Brasil convirtió a Estados Unidos en su "sociedad modelo". En términos políticos, esta ambivalencia se refleja en el argumento de si Brasil es o no un país del Tercer Mundo, o amigo y competidor independiente de Estados Unidos. Por otra parte, esto provoca cierta inconsistencia en los intelectuales: a veces se describen a si mismos como suplicantes maltrechos que merecen el derecho de recibir más de sus acosadores ricos y egocéntricos del Norte; otras veces, pretenden ser coactores parejos e independientes y en con secuencia se ofenden si se los califica como "tercermundistas" o como dependientes de actos de caridad multilateral.

Podríamos concentramos sobre dos temas que tienen que ver con la persona brasileña. En primer lugar, muchos norteamericanos (no necesariamente por motivos de adulación) han insistido en las similitudes entre Brasil y Estados Unidos. Al igual que Estados Unidos, Brasil es un país vasto y multirracial, poseedor de muchos recursos naturales, un país que se liberó de una potencia colonial europea. Brasil está poblado sobre todo por inmigrantes europeos. Al final del descubrimiento, los europeos se batieron con los pueblos indígenas que eran "inferiores culturalmente". Esto distingue de inmediato a Brasil de México y de las naciones andinas, y coloca al país en una plataforma diferente. São Paulo ciertamente se asemeja mucho más a un metrópolis norteamericana que a cualquier ciudad hispánica, incluida la ciudad de México. Brasil ha conocido la esclavitud africana que, sin embargo, fue abolida de forma más moderada que en el sur de América del Norte. Brasil se enorgullece de "una conquista del Lejano Oeste" de proporciones épicas, cuyo crecimiento aun se está desarrollando. Ha construido una nueva ciudad capital y es una federación culturalmente bien descentralizada. Otros rasgos comunes a Estados Unidos y Brasil son la carrera del oro, la expansi6n industrial y la apertura de nuevos territorios a la exploración (aunque con 50 a 100 años de diferencia en el tiempo). Los antecedentes católico/latinos religiosos y culturales de Brasil, sin embargo, ubicados en la zona de los trópicos húmedos dieron origen a radicales diferencias sociopolíticas entre Brasil y Estados Unidos.

El segundo tema es que, en común con sus amigos del Norte antes de la Segunda Guerra Mundial, Brasil ha nutrido una secreta inclinaci6n por el aislacionismo, con una con ciencia casi autística de su propia realidad. En estas condiciones, no resulta sorprendente que haya una reacción equivalente a la desviada percepción de Estados Unidos; esto ha provocado la ignorancia, indiferencia y aun el sentido de superioridad que Brasil tiene en relación con sus vecinos continentales, con la excepción de la Argentina, donde ha surgido un compromiso mutuo por los dictados de la historia. ¿Quién en Brasil podría distinguir claramente a Ecuador de Colombia, o a Costa Rica de Honduras? Los brasileñas no tienen derecho a quejarse por la actitud de Estados Unidos, porque la suya también contiene una amplia dosis de esnobismo en relación con sus vecinos y primos hispánicos.

El contraste más marcado entre América del Norte y del Sur es político. Descansa sobre el conocimiento que tiene Estados Unidos de cómo gobernarse y el dominio de la economía política, de los que Brasil carece. A eso se debe que los "gringos" sean ricos y poderosos, mientras que Brasil es subdesarrollado. Lograron establecer bases firmes y duraderas para un sistema que concilia orden, justicia y libertad, definidos en términos de democracia. Los brasileños nunca han superado la antinomia y permanecen bajo un régimen que mejor podría llamarse "patrimonialista" (en el sentido de Max Weber). El resultado es que Brasil oscila entre periodos de anarquía y otros de insufrible autoritarismo. Al no haber mostrado talento para gobernarse, ha fracasado en ganarse el respeto de América del Norte. No le corresponde, por supuesto, a Estados Unidos tomar a esta parte del mundo seriamente. Esto ocurrirá sólo cuando los países como Brasil decidan tornarse a si mismos seriamente y tener una actitud acorde. Dejará de ser un "continente invisible" el día en que el homo ludens brasileño se transforme en homo sapiens y homo faber...

(Publicado originalmente en Geopolitics of the Southern Cone and Antartica. Compilación de Philip Kelly y Jack Child. Lynne Rienner Publishers, Inc. 1988.)

   

© José Luis Gómez-Martínez
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