Teoría, Crítica e Historia

Filosofía, teología, literatura:
aportes cubanos
 

Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal

 

"Teología y tradiciones nacionales: una visión católica"

I. Carácter tradicional, ecléctico y poco creativo
de la teología católica en Cuba.

En Cuba no consta el desarrollo de un trabajo sistemático en el campo del pensamiento religioso o profano antes de la segunda mitad del siglo XVIII. Es entonces cuando tiene lugar la fundación y el establecimiento de instituciones que estimularon el trabajo intelectual sistemático y sirvieron de soporte al mismo. Son estas instituciones: - la Pontificia Universidad "San Jerónimo" (su fundación había sido aprobada por Real Cédula de 23 de septiembre de 1728, pero comenzó a funcionar efectivamente en 1735 y se desarrolló a partir del último tercio del siglo), a cargo de la Orden de Predicadores, de orientación más bien "conservadora", sea en el campo de las ciencias como en el de la filosofía y la teología. Mientras estuvo a cargo de la Orden de Predicadores, o sea, mientras fue Universidad Pontificia, mantuvo una orientación aristotélico-tomista, con el tono propio de la escolástica decadente de la época; - el Real y Pontificio Colegio Seminario de "San Carlos y San Ambrosio" (1773), sucesor del modesto colegio seminario "San Ambrosio". En su época de oro, o sea, hacia fines del s. XVIII y durante el primer tercio del s. XIX, fue una institución abierta a la experimentación cuando de ciencias se trataba (ciencias naturales, física y química) y a las corrientes de filosofía de la época. Eran los tiempos de la Ilustración y en ella y en las diversas formas de empirismo se deben buscar las fuerzas que, unidas a la tradición escolástica, dieron como resultante la filosofía ecléctica que se cultivó en "San Carlos y San Ambrosio"; - La Gazeta de La Habana (1764) y el Papel Periódico de La Habana (1790), publicaciones en las que escribieron los mejores intelectuales de la Isla, incluyendo a los profesores del Seminario; - la imprenta del habanero Esteban José Boloña (1766), de una calidad artística muy superior a la media continental; - la Sociedad Económica de Amigos del País (1793), creada sobre el modelo de las instituciones análogas existentes en España, que fue, según el decir de los investigadores del pensamiento en Cuba, la mejor y más evidente hija de la Ilustración en nuestra Isla.

Si uso el verbo "consta" en el inicio de estos apuntes, es porque estimo que, muy probablemente, hubo un trabajo intelectual sistemático anterior a la segunda mitad del siglo XVIII, del que, por el momento, no tenemos constancia documental o referencial evidente. Pienso, por ejemplo, en la Compañía de Jesús y en su Colegio "San José" de La Habana, cuya sede heredó "San Carlos y San Ambrosio" cuando los jesuitas fueron expulsados de España y de sus colonias. Tengo la impresión, conociendo la orientación de la Compañía en el resto del Continente, de que los jesuitas de La Habana vibrarían en la misma onda que sus correligionarios; serían hombres de la incipiente Ilustración católica de corte ibérico. Además, me resulta difícil aceptar que la atmósfera que nutrió el orto de las instituciones antes mencionadas surgió por generación espontánea.

Si empleo la expresión "trabajo sistemático" lo hago porque expresiones no sistematizadas del pensamiento teológico (y de los otros órdenes del conocimiento) sí constan en nuestra historia insular. Por ejemplo, en los informes de Obispos a la Santa Sede y a los Reyes de España, desde los inicios de la colonización, se entremezclan las referencias a realidades religiosas y temporales con los juicios de índole filosófica y teológica. Otro tanto podríamos afirmar con la obra completa del Padre Bartolomé de las Casas, O.P., íntimamente relacionado con la etapa iniciática de nuestra Nación.

Ahora bien, una vez que se desarrolla de manera sostenida un pensamiento que, paulatinamente, se va definiendo como cubano, con una cierta dosis de autonomía y otra de dependencia con relación a la metrópoli, la persona descollante en el ámbito religioso y la que, a mi entender, influyó más decisivamente en el trabajo intelectual cubano en este terreno, en el siglo XIX, fue el Padre Félix Varela Morales. Este sacerdote habanero fue formado intelectualmente en el Seminario "San Carlos y San Ambrosio", a la sombra del P. José Agustín Caballero; fue profesor de la misma institución ya desde sus tiempos de estudiante, fundador de la Sociedad Filarmónica de La Habana, miembro activo de la Sociedad Económica de Amigos del País, Diputado a Cortes en España por La Habana, exilado en los Estados Unidos de Norteamérica tras haber sido condenado a muerte por Fernando VII por haber firmado su deposición, Vicario General en New York, polemista con los protestantes en aquella Nación, consultor (filosófico, teológico y canónico) de los Obispos norteamericanos del momento, periodista y autor fecundo, sea en su etapa cubana sea en la norteamericana, etc. Desde los Estados Unidos de Norteamérica siguió ejerciendo una influencia benéfica sobre su país de origen por medio de la correspondencia con sus antiguos alumnos del Real y Conciliar Colegio Seminario "San Carlos y San Ambrosio", que ejercían diversas responsabilidades (también las magisteriales) en la Isla y por medio de sus obras, que circulaban de modo relativamente amplio (y casi siempre clandestino) entre los cubanos. En este período de exilio, las obras que tuvieron, probablemente, mayor peso entre sus antiguos alumnos y, en general, en la juventud cubana del momento fueron el periódico "El Habanero" y las "Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con la sociedad". Del anterior período, el habanero, el mayor peso debe atribuirse a sus clases y a sus libros de texto de Filosofía y de Derecho Constitucional, así a como sus homilías y discursos académicos.

Si en el dominio de la Teología el pensamiento del Padre Varela fue inteligentemente conservador y tradicional, apuntalado por un conocimiento poco frecuente en la época de la Biblia, de los Padres de la Iglesia y de los grandes maestros de la escolástica medieval, en el domino de la Filosofía, en cambio, fue renovador, ecléctico o "electivo" y utilitarista (en el sentido más abarcador y positivo del término, capaz de incluir en primer lugar el cultivo de la virtud como la actividad más útil para la persona). El mismo Padre Varela nos describe su concepción de la Filosofía ecléctica o electiva cuando afirma. "Lo que la filosofía ecléctica quiere es que tengas por norma la razón y la experiencia y que aprendas de todas, pero que no te adhieras con pertinacia a ninguna" ("Institutiones Philosophiae Eclecticae ad usum studiosae iuventutis editae", La Habana 1812; en esta obra incluye una obra de juventud en la que postula los mismos criterios: "Propositiones variae ad tironum exercitationem").

La orientación intelectual del Padre Varela lo inscribe en la lista de hombres ilustrados y católicos, sacerdotes incluidos, de la época, como, por citar algunos de sus contemporáneos el francés Francois Jacquier, los mexicanos Andrés de Guevara y Juan Benito Díaz de Gamarra (a estos dos los cita el Padre en algunos trabajos), el chileno Francisco Javier Caldera, el argentino Mariano Medrano y el brasileño Luis Antonio Verney. Como casi todos los filósofos de la Ilustración, el Padre Varela sostenía que la democracia parlamentaria era el sistema que mejor se avenía a la naturaleza humana; simultáneamente, fue un opositor estrenuo de la esclavitud y, con respecto a las relaciones entre Cuba y España, profesaba criterios independentistas.

Sea por el peso del pensamiento del Padre Varela y de la generación que, en su época de oro, dió lustre al Colegio Seminario "San Carlos y San Ambrosio", sea por la suma de diversos factores que sería extenso analizar (composición étnica, posición geográfica, influjo de diversas culturas, etc.), lo cierto es que a lo largo del siglo XIX se fue configurando la identidad nacional cubana y que en ésta quedó impreso el talante ecléctico, dotado de un fuerte dinamismo integrador, como uno de sus componentes sustanciales. Derivación del mismo es la tolerancia, al menos, en principio, ya que en la existencia cotidiana pueden surgir contradicciones irracionales, o sea, incoherencias con la tolerancia intelectual y con el talante ecléctico.

El máximo exponente de esa identidad nacional cubana, que se consideró explícitamente "discípulo" del Padre Varela, aunque remoto cronológicamente —gracias a la genealogía pedagógica que pasa por José de la Luz y Caballero y por Rafael María de Mendive— fue José Martí, el cubano que más ha influido en el pensamiento y en el ser de su pueblo en este siglo XX. José Martí fue, como Varela, ecléctico, tolerante, independentista, americanista, antiesclavista, democrático y cristiano en la médula de su pensamiento, aunque durante su edad adulta no se adscribiera ni a la Iglesia Católica ni a grupo religioso alguno y fuera crítico de la Iglesia como institución debido, fundamentalmente, a las posiciones políticas con relación a la independencia de Cuba adoptadas por los Obispos en Cuba y en España e incluso por la Santa Sede. Esto no fue obstáculo para que fuese admirador del Papa León XIII.

Durante todo el siglo XIX, los que podríamos calificar como intelectuales cubanos estuvieron empeñados, primero en la polémica esclavista, que tuvo un carácter múltiple: filosófico (humanista), social, económico y político; luego, en la polémica en torno al estatuto político de Cuba. Las alternativas eran: mantenimiento del statu quo, con mayor o menor grado de autonomía con relación al gobierno metropolitano, autonomismo o reformismo, independencia política y anexión a Estados Unidos de Norteamérica. La clase intelectual se "inmoló" intelectualmente en la elaboración del pensamiento sustentador de las distintas posiciones (tanto con relación a la esclavitud, como con relación al estatuto jurídico-político de Cuba) y en el combate contra las posiciones que se consideraban erróneas.

En el siglo XX, de nuevo los intelectuales cubanos se han visto atrapados por las urgencias socioeconómicas y políticas de la Nación, cuya identidad casi todos, por un camino u otro, han deseado preservar y enriquecer. En los primeros sesenta años, las amenazas contra ella venían del lado norteamericano, por una parte, y de la endeblez de las instituciones republicanas democráticas, unidas a la corrupción privada y pública por otra, estando ambas "amenazas", la foránea y la interna, inextricablemente imbricadas. En los años restantes del siglo, el cambio revolucionario, de corte socialista y marxista, con todas sus consecuencias, ha sido el nuevo escenario que ha acaparado la atención y la sensibilidad del pueblo cubano en general y que ha ocupado el quehacer intelectual, si no exclusivamente, al menos primordialmente.

En ese marco y con tales actores debe colocarse la reflexión teológica en nuestra Isla, desde que podemos hablar de ella como Nación, con una identidad cierta: en estado de simiente, primero (¿ desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta la primera guerra independentista, la de los Diez Años, 1868-78?) y luego como producto, en estado de decantación y de henchimiento paulatino y progresivo, no perfectamente logrado (¿desde el último cuarto del siglo XIX hasta nuestros días?). Por las razones ya implícitamente afirmadas y por las que añado a continuación, esta reflexión teológica ha tenido un carácter más bien tradicional y, en términos generales, poco creativo, al menos como sistema de pensamiento, como razón teológica explícitamente articulada. En Cuba, a lo largo de estos dos últimos siglos referenciales, ha habido buenos conocedores de Teología y buenos maestros de Teología, pero no teólogos en el más correcto sentido de la palabra, o sea, elaboradores de un pensamiento teológico original. Por otra parte, sí es cierto y es oportuno tenerlo en cuenta, que la vida se va por delante de la expresión del pensamiento y devela frecuentemente una teología no sistematizada, no articulada, sino existencial, sea en el nivel las élites católicas, sea en el de nuestro pueblo católico más sencillo. Y en ese dominio de lo existencial católico en Cuba, creo que sí podemos encontrar una cierta creatividad, coloreada por el eclecticismo tolerante y hasta excesivamente permisivo, dogmática y éticamente, a veces en conflicto con las expresiones teológicas elaboradas, orales o escritas, provenientes igualmente de nuestro ser de cubanos y de católicos.

II. Razones y sinrazones de este fenómeno

Las más evidentes las encontramos en la misma historia de nuestro pueblo y en el talante de la identidad nacional que se ha ido formando, no de manera rectilínea, sino meándrica, como consecuencia de las incidencias que componen dicha historia nacional.

1. Tengo la impresión de que las urgencias "terrenales" han sido tantas durante estos dos siglos, que los entendimientos más cultivados y lúcidos han empleado sus energías en reflexionar acerca de ellas, en dar razón de las posiciones tomadas y en orientar éticamente los pasos de su auditorio o discipulado. Como anoté más arriba, la clase intelectual se inmoló intelectualmente y en ocasiones no sólo intelectualmente —pensemos en hombres como el Padre Varela y como José Martí— en el esfuerzo por atender a dichas urgencias. "Primum vivere, deinde philosophare", sentenciaban los antiguos; podríamos decir que en nuestra Cuba la sentencia válida sería: "Primum vivere, deinde philosophare et ultimo theologizare", siendo así que, en muy contadas ocasiones, el interés, el tiempo y las energías llegaron a enderezarse hacia lo teológico sistemático, sea en la vertiente dogmática, sea en la moral.

2. Siendo más urgente el trabajo intelectual en el dominio filosófico, político, científico y literario, los católicos cubanos se nutrieron teológicamente, durante estos dos siglos, con el pensamiento foráneo. Lo cual, hasta hace muy poco tiempo (quizás hasta los años del Concilio Ecuménico Vaticano II), no parecía una carencia demasiado grave, pues se tenía una concepción muy universal de la Teología. Si ésta es "la ciencia de la Fe" y la Fe es una sola, la reflexión acerca de ella no debería variar notablemente de una cultura a otra. Un buen teólogo, de cualquier nacionalidad y deudor de cualquier cultura, debería elaborar textos y manifestar juicios universalmente válidos. Hay que esperar al último tercio de este siglo para que en Cuba, y en todas partes, se hiciera sentir la necesidad de pensar teológicamente la Fe desde todas las culturas y con todos los lenguajes. Pero, cuando adquirimos esta convicción, la situación de la Iglesia en Cuba, en el marco del período revolucionario, socialista y marxista, era ya la más pobre de su historia en cuanto a agentes de pastoral, personal calificado intelectualmente, instituciones de educación católica, publicaciones, etc. Y hemos continuado con la nutrición foránea, sabiendo ahora, eso sí, que no es suficiente.

3. Hasta el primer tercio del siglo XIX y, quizás, hasta la mitad de dicho siglo, el personal sacerdotal —el único que entonces se interesaba y tenía acceso efectivo a los estudios teológicos— era "criollo", pero mantenía, en su casi totalidad, una mentalidad de españoles de ultramar. Esto suponía la conciencia de matices diferenciadores con relación a la Madre Patria, pero no diferencias sustanciales en la sensibilidad. Esta casi total identificación con lo peninsular, en esta época en Cuba (no fue igual en las nacionalidades del Continente), no se limita a la teología o a la religiosidad en todos sus aspectos: invade y colorea toda la vida de la colonia insular y, consecuentemente, todo el trabajo intelectual que se desarrolla en ella.

Después de las discretas insinuaciones de "criollismo" de fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX, o sea, en los dos últimos tercios del siglo XIX, el número de los sacerdotes cubanos y el peso efectivo de los mismos en el seno de la Iglesia descendió verticalmente en favor de un incremento de los españoles cuya sensibilidad religiosa era, salvo casos muy excepcionales, ibérica, no criolla.

Esta situación se mantuvo durante el siglo XX; en los primeros sesenta años de vida republicana, la inmensa mayoría de los sacerdotes y de las religiosas, en Cuba, eran españoles. De ellos dependía la mayor parte de las instituciones culturales católicas, así como las instituciones apostólicas más significativas. Ellos fueron, naturalmente, quienes formaron intelectualmente a la mayor parte de los católicos cubanos. La mejor publicación católica del siglo XX en Cuba, de orientación por cierto muy contemporánea y promotora de renovación, fue la revista "La Quincena", fundada y asesorada por sacerdotes franciscanos vascos.

Después de la década de los 40, ya en el siglo XX, debido a muchos factores y, quizás sobre todo, a la visión del entonces Arzobispo de La Habana, el Cardenal Manuel Arteaga y Betancourt, en continuidad con esfuerzos que ya había podido realizar cuando era todavía Vicario General, la Iglesia Católica en Cuba emprendió un camino de inserción efectiva en la realidad cubana que política y socialmente dejaba mucho que desear. Muy pronto este esfuerzo se vio afectado por el movimiento revolucionario todavía en el poder, debido primordialmente al color marxista del mismo.

Por consiguiente, una teología elaborada por una Iglesia local de talante ibérico, o sea, foráneo, no podía ser muy creativa, ni podía dejar de ser tradicional; el sacerdote y la religiosa que se establecen en un país extranjero, que no conocen suficientemente, casi siempre tienden a ser repetidores del pensamiento y de los usos que conocieron; es decir, normalmente se identifican como tradicionales, "conservadores", en materia de pensamiento y de praxis pastoral (generadora de teología existencial y, en un segundo momento, de teología sistemática).

4. En cuanto al carácter de la escasa producción teológica cubana, me atrevo a señalar una cierta contradicción. El cubano medio tiende al eclecticismo (teórico y existencial) desde los inicios de la conformación de nuestra nacionalidad(cf. supra I). Su teología, en principio, no podría dejar de ser ecléctica. Ahora bien, en Cuba, el sacerdote y la religiosa españoles de fines del siglo XIX y del siglo XX hasta el derrumbe del nacional-catolicismo franquista, o sea, hasta muy recientemente, eran casi siempre integristas en el terreno intelectual (con la única excepción, quizás, de la mayoría de los vascos y navarros). Se situaban en las antípodas del eclecticismo vareliano que imprimió carácter en la Isla. Y estos formadores integristas modelaban la vida de la Iglesia en Cuba y le proporcionaban su alimento teológico, divorciados de la realidad personal del cubano medio, de su sensibilidad, de su criteriología, de sus certidumbres y de sus dudas, de su tolerancia, de su estilo cubano de ser católico. Esta contradicción nunca se resolvió de modo satisfactorio; era una realidad que estaba ahí y con ella tuvimos que bregar durante más de un siglo.

El asunto resulta más complicado aún cuando se trata de encarar, teológica y pastoralmente, las formas de religiosidad sincréticas nacidas del sincretismo cultural entre lo español y lo africano, entre el catolicismo y las religiones africanas que los esclavos trajeron consigo; fenómeno desconocido por los extranjeros que llegan a Cuba pues es típico de los países de tradición católica, en los que hubo una presencia fuerte de africanos no convenientemente evangelizados. Los juicios teológicos y las actitudes pastorales van a depender, casi siempre, de prejuicios, del talante teológico previo, de la cultura y de la sensibilidad previas con relación a la pluralidad de formas posibles de religiosidad, con relación al negro y a su cultura y su estilo vital, etc. En la Iglesia Católica en Cuba nos encontramos, aún hoy, con toda la gama imaginable de posturas, teológicas y pastorales, frente a dicho fenómeno: desde la intransigencia radical hasta la tolerancia facilona. Ambas posiciones extremas y opuestas coinciden, sin embargo, en su incapacidad de evangelizar la situación de sincretismo religioso.

En mi opinión el intento más serio de sustentar la acción pastoral de la Iglesia Católica en Cuba en un pensamiento teológico suficientemente autóctono como para poder cumplir esa función lo vivimos en Cuba en el Encuentro Nacional Eclesial (ENEC) en 1986 y en su laboriosa preparación durante cinco años. Todo empezó con el encuentro de Obispos latinoamericanos en Puebla en enero de 1979. Los Obispos, sacerdotes y laicos más comprometidos estimamos que era necesario hacer algo semejante en Cuba, pensado para Cuba que vivía una situación socio-económica, política y religiosa muy peculiar, distinta de la que vivían los demás pueblos del continente. Esta certeza dio origen a la Reflexión Eclesial Nacional (REC), en la que se vieron involucradas todas nuestras comunidades católicas, aún las más pequeñas. De la base comunitaria, la reflexión nos llevó al nivel diocesano y, por último, al nacional (ENEC).

La REC y el ENEC no fueron procesos superficialmente pragmáticos, sino que en la marcha fueron descubriendo y articulando el pensamiento filosófico-teológico que cimentaba las adquisiciones pastorales progresivas; o sea, el camino ayudó a percibir y sistematizar el pensamiento teológico subyacente. El Documento Final del ENEC, nació de la asamblea a partir de un Documento de Trabajo; éste, a su vez, se había elaborado por una comisión interdiocesana como síntesis de los aportes de la REC, es decir, del nivel diocesano. Fue luego asumido por la Conferencia Episcopal y tras un minucioso estudio, fue aprobado por la Santa Sede como texto que expresaba la realidad de la vida de la Iglesia en Cuba, destinado a orientar su acción evangelizadora durante un largo período indefinido.

Las razones teológicas aparecen esparcidas a lo largo de dicho Documento, pero se concentran en la Segunda Parte del mismo. La Primera Parte había expuesto el marco histórico de la evangelización en Cuba. La Segunda, titulada Fundamentos Bíblicos, Teológicos y Magisteriales. Los títulos de las diversas secciones de esa parte son los siguientes y son, en sí mismos, reveladores: -"La Iglesia, misterio de comunión y sacramento universal de salvación: signo eficaz de comunión";- "Misión de la Iglesia: «la Iglesia a la luz de la Palabra de Dios, celebra los misterios de Cristo para la salvación del mundo»; en esta sección se abordan temas de real urgencia pastoral en Cuba, como son la reconciliación, la religiosidad popular sincrética, el ateísmo estructural y el diálogo concebido como exigencia evangélica y actitud coherente en la Iglesia ante la misión evangelizadora para la edificación de la Civilización del Amor, etc.; —"Presupuestos de la Misión: conversión y encarnación"; "Agentes y ejercicio de la Misión"; "Comunión"; por último, "Nuestra Señora de la Caridad, Madre de todos los cubanos".

La Tercera Parte trata de la acción pastoral de la Iglesia y la Cuarta y última sobre los lineamientos fundamentales para una pastoral de conjunto en nuestra Iglesia.

Si tuviera que señalar un nombre al que pudieran referirse las adquisiciones teológicas del ENEC y, en términos muy amplios, de la Iglesia en Cuba durante los últimos treinta años, mencionaría al Padre René David Rosset. Es un sacerdote francés que llegó a Cuba en 1970, precedido de un trabajo teológico serio en Lyon. En Cuba se ha dedicado a la enseñanza de la Teología en el Seminario "San Carlos y San Ambrosio" de La Habana. El sí ha elaborado una teología referida a la realidad cubana contemporánea. Sus "notas" para los alumnos del Seminario incluyen su "Teología de la Reconciliación" y sus apuntes sobre el sincretismo religioso en Cuba, amén de diversos trabajos que cubren todo el espectro de la Teología Dogmática. Aunque en la Segunda Parte del Documento Final del ENEC trabajaron varias personas, el pensamiento del Padre René David fue decisivo en la redacción. Creo que él es el caso más evidente de un teólogo católico, no cubano pero enraizado en Cuba, que no se ha limitado a enseñar bien la Teología que se podría enseñar en cualquier parte, sino que ha elaborado con creatividad razones teológicas iluminadoras de nuestra realidad insular.

Las iglesias y comunidades eclesiales procedentes de la Reforma han trabajado también de acuerdo con los presupuestos teológicos de cada una de ellas. Me parece que los esfuerzos más notables, aunque no exclusivos, en la línea de una reflexión teológica referida a la realidad nacional, han sido realizados por la Iglesia Presbiteriana Reformada: Sergio Arce y su hijo Reynerio Arce, Adolfo Ham y Rafael Cepeda son nombres conocidos aunque este último se ha dedicado últimamente más a la historia del protestantismo en Cuba que a la reflexión teológica.

III. Tradiciones nacionales: Religiosas
(Católicas y no estrictamente tales) y civiles o "profanas"

Más que en la escasa reflexión filosófico-teológica anteriormente referida, el "alma" de la nación cubana se percibe con mejor evidencia en otros tipos de literatura (poesía, narrativa de ficción, periodismo, ensayística) y en otras manifestaciones artísticas y culturales, entre las que incluyo las tradiciones, las religiosas-católicas o no, y las civiles o profanas. En Cuba existen tradiciones nacionales y locales, propias de alguna región solamente o de algún poblado, aunque como se trata de un país más bien pequeño, la mayoría de las tradiciones son, esencialmente, homogéneas.

Además, las tradiciones religiosas específicamente católicas son, casi todas, comunes con las tradiciones de los pueblos de matriz ibérica y poseen características similares a las de estos pueblos. Por ejemplo, la celebración de la Navidad y de la Semana Santa, la de algunas advocaciones de la Virgen María de gran arraigo popular (Ntra. Sra. de la Caridad, Ntra. Sra. del Carmen, Ntra. Sra. de las Mercedes, Ntra. Sra. de Regla, Ntra. Sra. de la Candelaria en los pueblos fundados por emigrantes de las Islas Canarias, etc.) y las celebraciones de los santos patronos de las ciudades, pueblos y parroquias (P.e. San Cristóbal en La Habana, Santiago Apóstol en Santiago de Cuba, San Juan Bautista en Camagüey, etc.), la celebración del Bautismo y la importancia otorgada a los gestos religiosos con ocasión de la muerte. etc.

En estas celebraciones tienen lugar actos específicamente religiosos, como la celebración de novenas u otros ritos preparatorios y de la Santa Misa de modo particularmente solemne y el cántico de la "Salve", normalmente en la víspera de la fiesta (aunque ésta ha caído en "desuso" en los últimos años); actos en los que se mezcla el gesto religioso con la fiesta popular poco devota, como las procesiones. Estas habían sido totalmente suprimidas por el actual gobierno socialista; una buena parte de la población cubana deseó poderlas realizar de nuevo y de hecho recomienzan tímidamente; hemos visto algunas con motivo de la visita reciente de S.S. Juan Pablo II y en la Semana Santa. Con ocasión de estas celebraciones patronales de pueblos y de barrios, después de muchos años de supresión, han reaparecido también las fiestas populares ajenas al gesto religioso y, en ciertos aspectos, contradictorias con relación al mismo ("romerías", con juegos, kioskos, bailes, bebidas copiosas, etc.). Otro tanto podríamos afirmar con relación a los sacramentos populares, como, p.e., el Bautismo cuya administración en el templo suele prolongarse con una celebración familiar en la que corren abundantosamente el ron y la cerveza.

Nos resulta evidente que durante años el gobierno socialista quiso borrar la memoria del pueblo con relación a las fiestas populares de origen religioso, lo cual se explica en el marco de la filosofía marxista y de las tensiones entre la Iglesia y el Estado. Actualmente, en un clima nacional más sereno y con una filosofía política marxista en evolución, el mismo gobierno restaura esas fiestas, pero confiriéndoles un carácter eminente profano, como fiestas titulares del pueblo o ciudad, relacionadas, p.e., con su fundación. Muy recientemente, sin embargo, en el marco de los cambios graduales que están teniendo lugar en Cuba, se comienza a mencionar la referencia religiosa, p.e. el santo patrono con relación a la fundación de los pueblos y ciudades. En el templo tienen lugar las celebraciones religiosas y en el parque o en alguna plaza, se levantan kioskos, se expenden comidas y bebidas, se oye la música y suele haber bailes. Todo lo cual genera frecuentemente un extraño espíritu competitivo y tensional. Como caso típico podría citar las celebraciones de "la Titular" (Ntra. Sra. de la Asunción) en Guanabacoa, muy cerca de La Habana. Sin embargo, en años muy recientes parecen amortiguarse las tensiones, pero creo no desaparecerán del todo hasta que la Iglesia pueda organizar también sus celebraciones en la calle (procesiones, Misas al aire libre, etc.), sin las dificultades que todavía aparecen cuando se solicitan las debidas autorizaciones para ello.

Nos resulta más difícil comprender y definir la orientación de las tradiciones religiosas cuando, simultáneamente con la celebración específicamente católica, tiene lugar la celebración sincrética o cuando la misma celebración tiene un significado católico y otro en la religión sincrética en cuestión. Esto ocurre en el caso de advocaciones de la Virgen María y de santos que, en algunos sectores bastante amplios del pueblo cubano, están "sincretizados" con orishas africanos. P.e., Ntra, Sra. de la Caridad, Patrona de Cuba, con Ochún; Ntra. Sra. de Regla con Yemayá, Ntra. Sra. de las Mercedes con Obbatalá, San Lázaro con Babalú, San Cristóbal con Aggayú, Santa Teresa con Oyá, etc. En los templos en los que se encuentran imágenes de estas advocaciones de Nuestra Señora o de estos santos y en las fiestas en su honor se encuentran mezclados los católicos bien definidos como tales con los sincréticos, que ni son católicos al estado puro, ni profesan el paganismo africano (yoruba fundamentalmente, pero no exclusivamente) al estado puro, sino que son, precisamente, sincréticos: mezclan o combinan elementos de ambas tradiciones religiosas, sin una estructura lógica, sino con un aire irracional o pararracional, de carácter más bien emotivo, sin que para quienes se adscriben a esa forma de religiosidad existan contradicciones.

Ninguna de las diversas familias sincréticas constituye una religión institucionalizada, con una jerarquía organizada, un personal consagrado, un cuerpo dogmático y ético estable y claramente identificado, etc. Se trata, más bien, de grupos carismáticos sin fronteras bien delimitadas, de ahí la dificultad de emitir juicios globales y de adoptar actitudes genéricas con respecto a los mismos. Tienen un trasfondo común, pero muy diluido bajo las interpretaciones personales y el diverso grado de adhesión de los miembros de estos grupos. En los extremos del abanico de posiciones encontramos, por una parte, personas radicalmente cristianas, que han incorporado algunos elementos de las tradiciones religiosas africanas que no contradicen ni el dogma católico, ni la ética que se sustenta en el mismo; por otra parte, en el extremo contrario, hay personas con creencias y éticas casi totalmente paganas, en las que lo cristiano se reduce a un barniz muy superficial. Entre ambas actitudes religiosas extremas, podemos constatar toda una gama de elementos de fe y de posturas éticas muy diversas en las que los ingredientes cristianos y paganos se amalgaman en proporciones distintas.

Las tradiciones civiles se reducen a conmemoraciones más o menos patrióticas, que se celebran con un ritual civil bastante formal y repetitivo. Tengo la impresión de que en el período republicano anterior a la instauración del régimen socialista estas celebraciones tenían un mayor significado para el pueblo que el que tienen hoy día. P.e. las fechas relacionadas con las guerras de independencia. Quizás el menor entusiasmo que percibo hoy se deba simplemente al transcurso del tiempo, a la distancia mayor de aquellos acontecimientos, al hecho de que no existan ya sobrevivientes de los mismos, etc. Pienso, sin embargo, que además de este hecho —el transcurso del tiempo— contribuye al menor grado de entusiasmo el hecho de que estas celebraciones dependan hoy exclusivamente de las instancias estatales; anteriormente, el Estado organizaba actividades, definía la calificación oficial de la conmemoración, etc., pero tenían lugar muchas actividades no estatales, organizadas por las instituciones privadas —las propias de la "sociedad civil"—, como las escuelas, los clubs y asociaciones, las Iglesias, las logias masónicas, etc. Esto imprimía una cierta dosis de variedad y de espontaneidad que se echa de menos hoy día.

A las conmemoraciones, luctuosas o festivas, de antaño, relacionadas con la gestas independentistas, hay que añadir hoy las relacionadas con las gestas revolucionarias (de la revolución socialista). Evidentemente, si prácticamente toda la población criolla participaba gustosamente en las conmemoraciones independentistas, no toda lo hace con el mismo grado de adhesión en las conmemoraciones revolucionarias contemporáneas, pues no toda la población apoya en el mismo grado el proyecto socialista y muchos cubanos son hostiles al mismo. Esto contribuye también al carácter más bien formal y reiterativo de las liturgias civiles, aunque el sector más identificado con el proceso revolucionario participe con gusto en ellas. Añádase que, incluso en las conmemoraciones relacionadas con las gestas independentistas, se hace presente casi siempre el sello del socialismo actual, pues el Estado, su único organizador hoy, como ya apunté, las presenta frecuentemente como hechos premonitorios o jalones históricos que prepararon la revolución socialista.

Existen otras tradiciones populares que ni son religiosas, ni vinculadas con hechos histórico-políticos como, p.e., los carnavales, presentes en casi todos los pueblos y ciudades del país. El actual gobierno quiso vincular la celebración del carnaval, como la de Navidad y de los Reyes Magos, con el 26 de julio, que sí es la fecha tradicional del carnaval en Santiago de Cuba y es una fecha clave del proceso revolucionario contemporáneo; se confería así una significación política al carnaval en el resto de la Nación. No parece que el traslado de fecha haya tenido mucho éxito y parece que los carnavales vuelven a celebrarse en las fechas tradicionales, o sea, en algunas ciudades en los inicios de la Cuaresma (lamentablemente es así en La Habana) o relacionados con fiestas patronales de algunas ciudades (en Camagüey en junio y en Santiago en julio). Los Reyes Magos y las Navidades ya han recuperado su lugar en el calendario, el que tienen en el resto del mundo, es decir, el 25 de diciembre y el 6 de enero.

IV. ¿Existe una conexión explícita entre la teología intelectualmente difundida en Cuba y las tradiciones? ¿Podemos hablar de una teología subyacente o no? ¿Se identifica con la teología intelectualmente difundida o se trata de "otra" teología?

La respuesta a estas tres interrogantes se encuentra implícita en los párrafos anteriores. Paso a exponerla.

1. De acuerdo con mi percepción, no existe una conexión explícita entre la teología católica sistemática, intelectualmente difundida en Cuba, y las tradiciones de diverso orden. Existen orientaciones magisteriales, casi siempre de carácter moral, acerca de las mismas, pero más bien normativas, no teológicamente elaboradas. Quizás el documento contemporáneo más valioso, de carácter teológico y pastoral, que incluye elementos que nos permiten abordar este tema positivamente es el ya mencionado Documento Final del Encuentro Nacional Eclesial de 1986.

2. Sí creo que podemos hablar de una filosofía y de una teología subyacentes, al menos con relación a las tradiciones religiosas, aunque podría aceptar que también existen, en un grado de menor explicitación y de mayor dilución, con relación a las tradiciones profanas. Estas teología y filosofía existenciales subyacentes no me parece que puedan considerarse sistémicas ni explícitas. Casi me atrevería a identificarlas como componentes religiosos referenciales de la no muy fácilmente definible precomprensión de la realidad, cuidadosamente analizada por diversas corrientes de pensamiento filosófico en el siglo XX y que, aunque reciba distintos nombres, según los autores y sus escuelas, responde entitativamente a una misma realidad, enfatizada por la postmodernidad contemporánea ("creencias" en el último Ortega y Gasset, "precomprensión" y "mundo" en Heidegger, "prejuicio" en Gadamer, "razón comunicativa" supraindividual, lingüística y social en Habermas, etc.)

3. No veo identificación entre estas filosofía y teología subyacentes, asistémicas y poco explicitadas, y la teología intelectualmente difundida (de matriz múltiple, pero, hasta ahora, más francesa neo-tomista que alemana o de otro origen), de filiación cultural, si no totalmente ajena, sí distante de las tradiciones nacionales. Tengo la impresión de que las tradiciones están, consciente o inconscientemente, legitimadas por el "estado de abierto", ecléctico y tolerante; con naturaleza de ajiaco, según la concepción de Don Fernando Ortiz, como casi todo lo cubano, infartado en el ser propio del cubano, en su idiosincrasia, en su "alma" de matriz cristiana con sobreañadidos no siempre bien integrados; no tanto por la teología sistémica intelectualmente difundida. Y esto no sólo a nivel de "pueblo", sino también en el marco de la acción pastoral, por parte de los conocedores de la teología. P.e. en la administración de los sacramentos, de todos los sacramentos, pero de manera muy especial del Bautismo, gesto religioso que podemos calificar de tradicional, prima la legitimación derivada de la "preconcepción" que, en muchos aspectos, es contradictoria con la teología sistémica intelectualmente difundida y hasta con las normas canónicas universalmente vigentes.

V. ¿Puede establecerse una relación entre las corrientes de pensamiento que han estado o están vigentes en Cuba, sean o no de carácter estrictamente filosófico, y la teología y las tradiciones nacionales?

En Cuba, tanto en el siglo XIX como en el s. XX, han tenido vigencia, con diverso peso específico, todas las corrientes filosóficas que, en ese mismo período han circulado en el mundo occidental. Cuba —y esto es un rasgo común con todas las islas de alguna importancia— se ha defendido de la insularidad con su apertura a todos los vientos, recibidos en ocasiones sin un discernimiento serio: basta que sople para que se acoja, no sea que pase la oportunidad de captación y se incremente el aislamiento al que nos condenaría la geografía insular.

Por ello- y por otras razones, sin excluir las políticas, los hombres más cultivados intelectualmente en el país viajaron a Europa, Estados Unidos y, en algunos casos aunque con menor frecuencia, a otros países de Hispanoamérica. Pero esto, que fue muy frecuente entre literatos, juristas, hombres de ciencia, hombres de pensamiento filosófico, analistas sociales, etc., fue excepcional entre los profesionales de la teología y entre los que cultivaron la filosofía en el ámbito eclesiástico, excepción hecha de aquella generación de oro del Seminario "San Carlos y San Ambrosio" y, en menor medida, de la Pontificia Universidad "San Jerónimo".

¿Cuántos eclesiásticos son considerados como personas referenciales en la cultura nacional? Muy pocos cubanos, de nacimiento o adopción, en primera fila; solamente el Padre José Agustín Caballero y el Padre Félix Varela en el siglo XIX y el Padre Angel Gaztelu en el siglo XX. Hubo algunos en el terreno científico que influyeron de manera muy concreta en el dominio propio de la ciencia en cuestión (p.e. el Padre Viñes S.J. en la Meteorología), pero no en las corrientes de pensamiento relacionadas directa o indirectamente con las tradiciones nacionales.

Es cierto que no deberíamos ignorar el pensamiento de los laicos católicos, algunos muy críticos y distanciados de la institución, como Don José de la Luz y Caballero en el siglo XIX y los católicos del grupo de "Orígenes" en el siglo XX, que sí tuvieron un influjo grande en el mundo del pensamiento. Ni deberíamos ignorar el ejército de hombres y mujeres, más o menos anónimos, laicos y religiosos que, con una formación filosófica y teológica, quizás elemental (¡aunque no siempre: algunos la tuvieron bastante sólida!), formaron hombres y mujeres en nuestros centros de enseñanza y en nuestros movimientos apostólicos. Este esfuerzo es difícil de cuantificar, pero no puede haber sido vano.

Después de darle vueltas en mi cabeza a la pregunta que encabeza este epígrafe, me parece que puedo sacar la conclusión de que las corrientes de pensamiento que han circulado por nuestro país durante los dos últimos siglos (empirismo, eclecticismo, liberalismo, panteísmo, cientificismo, positivismo, existencialismo, nihilismo, marxismo, postmodernismo, etc.) han influido, positiva y negativamente, en la formación del pensamiento subyacente —en las anteriormente mencionadas "creencias", en la "precomprensión", en el "mundo", en el "prejuicio", en la "razón comunicativa", en el "estado de abierto"— de nuestro pueblo, incluyendo su sensibilidad religiosa. Ahora bien, me parece también que dichas corrientes han influido menos en la teología intelectualmente difundida y sistémica, que se ha mantenido con una coloración más bien integrista, dentro de la orientación escolástica decadente durante el siglo XIX y, más renovada y abierta, dentro del marco de la neoescolástica, en el siglo XX, sin muchos puntos de contacto con los derroteros del pensamiento secular que ha conformado la cultura real del pueblo cubano.

Me parece encontrar en esta dualidad una posible explicación, al menos parcial, de las contradicciones evidentes en la religiosidad del pueblo cubano que, sin dejar de confesarse católico o, al menos, simpatizante del catolicismo en una buena parte, existencialmente vive sin integrar medularmente ni la mayoría de los contenidos de la fe católica, ni sus derivaciones éticas y no percibe la incoherencia que representa el hecho de no incorporar a su existencia un sentido de adhesión comprometida a la institución "Iglesia Católica". Esto no es un problema nuevo, derivado de los cuarenta años de gobierno marxista y, consecuentemente, de carencia de educación cristiana sistemática y de propaganda estatal atea; se trata de un problema del que encontramos huellas referenciales al menos durante los dos últimos siglos. Los recientes cuarenta años han agravado las contradicciones y las han puesto en evidencia más clara; las han incrementado, pero no las han creado.

Las presiones sociales contra la existencia de las religiones institucionalizadas de orientación cristiana (iglesias y comunidades eclesiales) y contra el compromiso personal con las mismas, unidas al esfuerzo educacional, al trabajo de los medios de comunicación social y a las medidas policiales para lograr la difusión del ateísmo militante, que tuvieron su cénit en las décadas de los 60, de los 70 y hasta los 80, contribuyeron al mayor embrollo religioso de nuestro pueblo al provocar una involución religiosa, bastante generalizada, hacia una religiosidad independiente y difusa, hacia los grupos religiosos sincréticos y animistas, hacia el espiritismo y hacia la "cochambre" (el término lo empleó, hace algunos años, en una conversación conmigo, un conocido babalao de la Regla Ocha, que se lamentaba de ello), o sea, hacia la mezcla indeterminada, no fácilmente identificable socialmente y no muy comprometida éticamente. Ha sido el camino, y, en cierto modo, todavía lo es, por el que muchos cubanos orientaron su sensibilidad religiosa, sin buscarse problemas socio-políticos con las consecuencias económicas inevitables en un régimen centralista como el nuestro, en el que el Estado era, prácticamente, el único empleador y "patrono".

El razonamiento de los que han asumido ese camino de apartamiento y descompromiso con relación a la Iglesia y de adhesión a cualquiera de las formas religiosas aludidas, que tienen el común denominador del sincretismo, ha sido: "Dios comprende...No se podía ir a la Iglesia...Eso traía problemas...Lo que importa es creer y poner la confianza en Dios, en la Virgen y en los santos, lo demás es secundario...". Frases de este género he escuchado con frecuencia a lo largo de casi cuarenta años. Hoy, algunos adultos regresan a la Iglesia e inducen a los jóvenes de su entorno a que ingresen en la misma mediante el catecumenado prescrito pero, al menos por el momento, no parece que dicho catecumenado o el regreso cancelen totalmente los hábitos religiosos sincréticos adquiridos que, además, continúan siendo presentados oficiosamente, por las vías estatales, como la verdadera religión de los cubanos y no como lo que ya habían llegado a ser en realidad en los años 40 y 50: una manifestación folklórica pintoresca o una suma de tradiciones culturales o una religión primitiva, propia de un sector del pueblo, casi siempre el menos cultivado intelectualmente y el menos integrado en las estructuras propias de la sociedad cubana, tal cual ésta se había ido integrando desde fines del siglo XIX. En la década de los cincuenta, los cultos sincréticos eran considerados "religión de la marginalidad", que estaba en vías de superación, sea por medio de un trabajo evangelizador creciente de la Iglesia Católica, sea por el ascenso socio-cultural de los tradicionales adeptos a estos cultos. Todo este fenómeno, me parece, ha podido tener lugar por su asiento, próximo o remoto, en la "preconcepción" ecléctica y, en su extremo, indiferentista, de la teología subyacente, no evangelizada inteligentemente por la teología sistémica intelectualmente difundida durante los dos últimos siglos de nuestra historia nacional.

Además de las corrientes de pensamiento vigentes en Cuba durante toda la etapa zigzagueante y prolongada de la formación de nuestra nacionalidad, para poder dar una respuesta más categórica acerca de la relación entre teología, tradiciones y religiosidad en Cuba, creo que habría que tener en cuenta el temperamento o la psicología del cubano medio, el modo de ser y de existir más generalizado en nuestro pueblo, marcado por su historia peculiar (todas las historias nacionales son "peculiares"), por su geografía y su clima, por el mestizaje cultural y racial que le define la identidad y no muy inclinado a las teorizaciones o intelectualizaciones conscientes y explícitas. Estas aparecen solamente en grupos minoritarios de diverso peso social, casi nunca muy notable. Existen estudios monográficos sobre este tema desde el siglo XIX.

VI. A modo de apéndice colateral

Revisando las encuestas y los textos que elaboramos en 1964 como preparación para un encuentro pastoral previsto para el verano de 1965, he encontrado un artículo sin firma, muy extenso, en el que se trata de dar razón de la realidad religiosa de Cuba. De dicho artículo extraigo algunos párrafos que están relacionados con el tema que nos ocupa. Yo no suscribiría, sin matices, todo lo que se afirma en ellos, pero resulta interesante tener en cuenta esta opinión que, a juzgar por el contexto, debe haber sido escrito por alguna persona autorizada en la Iglesia en Cuba en aquel momento.

"Es importante la veta sensual del cubano, tomada la palabra en su sentido más ligero y genérico. Es pronto para la amistad y para la efusión con el que tiene delante, pero igualmente rápido si no para el olvido, sí para la atenuación del afecto hacia el que se aleja. Son muchos los extranjeros sorprendidos porque, habiendo sido agasajados y tratados con afecto caluroso por los cubanos durante su estancia en Cuba, no reciben después respuesta a sus agradecidas cartas. No se trata de insinceridad, ni mucho menos de hipocresía. Lo que pasa es que el cubano necesita la presencia del otro; tal vez la reciprocidad constatada. Además las cartas exigen un momento de reposo y de organización de la mente y los sentimientos. Se trata de una vida (la de los cubanos) muy atenida a los sentidos y a la sensibilidad. Parejamente es el cubano susceptible y dado a "sentirse" con el amigo a la primera de cambio. En el terreno religioso, esta manera de ser exige continua afabilidad de parte del sacerdote. Incluso nos atrevemos a decir que el santo invocado no nos falle en la petición que le hacemos. A la primera muestra de aspereza, se le vuelve la espalda al cura. El servicio de Dios queda supeditado a las polémicas o rencillas surgidas en el trato humano en las cofradías y asociaciones."

"Por la misma razón, el cubano no será nunca un buen teólogo. Aunque sí puede ser un cristiano fervoroso, pues si bien Dios Padre le resulta demasiado lejano, Cristo, Dios Hijo Encarnado, corporal, andante por Palestina, le es accesible a través de una prédica bien orientada y una lectura frecuente de los evangelios. La renovación católica de nuestros días lo evidencia al presentarnos, aún entre nosotros y a esta hora, a una porción de jovencitos y jovencitas que tienen siempre, cálidamente, el nombre de Cristo en la boca. El verbo paulino, lleno de vivencia y fuego, que vuelve a usarse cotidianamente entre nosotros, tiene total aceptación en Cuba. No Dios Nuestro Señor, ni Jesucristo, ni Jesús, como se decía antes, oscilando entre una reverencia excesiva y una ñoñería también excesiva, sino Cristo, la palabra llameante, hecha de carne y espíritu a la vez. El ser misterioso y cercano, del que un cristiano ha de enamorarse.

"Había también el divorcio tácito entre Iglesia y pueblo en materia de devociones. La tributada a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre no fue auspiciada con calor sino hasta hace muy poco. Nos atrevemos a decir que entre católicos de clase media y alta, esa devoción era considerada plebeya. Se preferían otras advocaciones y otros santos y patrones. En tanto, con autonomía de todo aliento eclesiástico, como cosa de raíz tradicional y de prosapia mambisa, el pueblo mantenía y mantiene hoy, sus velatorios no precisamente piadosos de la noche del siete de septiembre."

"Viene a punto recordar aquí la multitud de altares a la Caridad, a Santa Bárbara o a San Lázaro que existen en las casas de barriadas populares cubanas y que no faltan en barrios de gentes acomodadas o aristocráticas. Todo hecho espontáneamente, con independencia de la Iglesia y sus sacerdotes, pero mantenido con toda seriedad. Nunca faltan flores y velas encendidas en esos altares."

"Si tomamos a Martí como la gran figura nacional que es, la única con rango universal en lo histórico y lo cultural, y tomamos sus textos como de lectura indispensable para empaparnos de las esencias nacionales, con sus logros y sus frustraciones, vemos que entre los católicos tampoco tuvo calor este aspecto. En las escuelas religiosas se seguía respecto de Martí la rutina del culto oficial de ofrenda floral y cita irrelevante de frases aisladas y a veces anodinas. Un alumno de un Instituto de Segunda Enseñanza había leído a Martí en sus textos, con gran frecuencia; en tanto que era raro, si no inexistente, el que hubiera hecho esa lectura y conociera a Martí, fuera de los manuales de Historia de Cuba y de Cívica, en las escuelas católicas. Había en la mentalidad católica al uso un prejuicio contra Martí y la insurrección librepensadora y masónica. El clero y el profesorado de las escuelas católicas era predominantemente español. No se impusieron los católicos la tarea de catolicizar la lucha independentista y entresacar lo cristiano perdurable en Martí, que es el núcleo central y persistente de su palabra y de su acción, a pesar de sus ideas liberales y sus ataques a la Iglesia. En este terreno, los católicos, simplemente, se replegaron y así estuvieron casi hasta 1930, cuando empiezan los Caballeros Católicos a dar su fruto, pues la Asociación se planteó primordialmente una actitud cívica, de rescate de la Patria para el catolicismo. A la que se unió después la labor de los círculos de estudio de los muchachos de las Juventudes de Acción Católica."

"Finalmente aduciremos la nota del desarraigo, de la pérdida paulatina de las costumbres cubanas, y de la suplantación, también gradual y progresiva, de la tradición hispánica por la influencia no ya económica o política, sino vital de los Estados Unidos. El tema es muy largo y los ejemplos abundan por millares. Sólo queremos recordar que en los últimos años anteriores a la situación actual el catolicismo cubano estaba teñido por esa influencia. Existía una corriente poderosa (más fuerte en la clase alta que en la media, pero general y visible aún en las clases populares) de asimilación de los modelos norteamericanos y, de éstos, no precisamente el que presta Thomas Merton desde su Trapa, sino más bien el del film "Going my way", protagonizado por Bing Crosby, con su sacerdote tonadillero y "glamoroso". Es impertinente recordar los defectos y fallas inherentes a toda imitación. El anexionismo nacido en el siglo pasado y latente siempre en Cuba, presto a surgir en toda crisis nacional, había contagiado también a los católicos. La facción opuesta, adicta a lo nacional y a la tradición española tenía su fuerza y hubiera llevado tiempo apagarla, pero empezaba ya por no estar a la moda. Baste lo dicho para buscar en ese desarraigo otra raíz de la inconsistencia y falta de vitalidad de la religión católica en Cuba."

VII. Punto final

La realidad presentada, tal y como yo la percibo, nos conduce a la conclusión de que, cuando las circunstancias lo permitan (estabilización del país y del estatuto de la Iglesia en el mismo, número suficiente de personas bien calificadas filosófica y teológicamente, existencia de instituciones que sirvan de soporte al trabajo intelectual en la Iglesia, etc.), la Iglesia Católica en Cuba debería incluir entre sus urgencias el desarrollo de la reflexión teológica, no simplemente repetitiva del pensamiento elaborado en otras latitudes. Sin menospreciar éste y tomándolo muy seriamente en cuenta, la Iglesia tiene el deber de elaborar razones teológicas y filosóficas arraigadas en la rea-lidad nacional, de la que las tradiciones, religiosas y civiles —lo que equivale a decir "culturales"— son una expresión insustituible. Una atención muy fina a las "preconcepciones" (o "precompresiones" o "creencias" o "mundo" o "prejuicio" o "estado de abierto" o "razón comunicativa", etc.) del pueblo cubano y una voluntad de incrementar el enraizamiento o encarnación de la Fe católica en su realidad, cooperaría a liberar a la teología intelectualmente elaborada de su condición de "jaula de hierro" o, quizás, de cacharro inútil en la vida real de la Iglesia, condición que la racionalidad foránea suele prestarle; la ayudaría a ser lo que debe ser por su estatuto propio y su relación privilegiada con el mundo de la Fe: luz y camino de plenificación del ser nuevo en Cristo. La Iglesia, en todos sus niveles y sectores, no debería dejar de encarar este desafío, que no es otro que el de hacer vida todas las palabras que se pronuncian acerca de la evangelización de la cultura y que, casi siempre, quedan reducidas a eso, a palabras sin mucho contenido. No se promueve esta dimensión irrenunciable y cimentadora de la vida de la Iglesia; a veces llega a ser considerada como un lujo colateral y se priorizan otras tareas, sin tener en cuenta que la mayoría de los problemas que perturban la acción evangelizadora —en Cuba y en cualquier parte— dependen, precisamente, de una evangelización insuficiente de la cultura nacional. Y ésta, a su vez, al menos en nuestro caso, ha estado condicionada negativamente por la carencia: -1) de luz teológica sobre las realidades espirituales y temporales de nuestro país, asolapadas e inseparables; y -2) de suficiente coherencia en asumir existencialmente la comprensión filosófica (razonable) y teológica de las mismas.

 

[Filosofía, teología, literatura: Aportes cubanos en los últimos 50 años. Edición de Raúl Fornet Betancourt. Aachen: Wissenschaftsverlag Mainz (Concordia Serie Monografías, tomo 25), 1999.]

 

© José Luis Gómez-Martínez
Nota: Esta versión electrónica se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

PROYECTO ENSAYO HISPÁNICO
Home / Inicio   |    Repertorio    |    Antología    |    Crítica    |    Cursos