José Luis
Gómez-Martínez
Teoría del ensayo
El ensayo es la ciencia, menos la prueba explicita.
José Ortega y Gasset
1. HACIA UNA DEFINICIÓN DE ENSAYO
Las palabras, al igual que las costumbres, están sujetas a la tiranía de las modas. En
nuestro siglo, y con especial énfasis en los últimos años, tanto los escritores como
los editores han dado en denominar "ensayo" a todo aquello difícil de agrupar
en las tradicionales divisiones de los géneros literarios. Si a esto unimos la vaguedad
del término y la variedad de las obras a las que pretende dar cobijo, no debe
extrañarnos que las definiciones propuestas se expresen sólo en planos generales. El Diccionario
de la Real Academia Española define el ensayo como "escrito, generalmente
breve, sin el aparato ni la extensión que requiere un tratado completo sobre la misma
materia". No es necesario un examen meticuloso para determinar lo inoperante de esta
definición: sólo hace referencia a la forma y, por otra parte, presenta al ensayo como a
un hermano menor del tratado, como algo que no llegó a desarrollar lo que tenía en
potencia. A este particular no son tampoco de gran ayuda las antologías de ensayistas,
especialmente las que recogen escritores españoles, pues o incluyen demasiados ejemplos
sin verdadero criterio del género, o representan puntos de vista parciales, por lo común
determinados por aspectos temáticos.1En la búsqueda de una
definición o caracterización del ensayo, es no sólo conveniente, sino preciso,
remontarse a la obra de Miguel de Montaigne, creador del género ensayístico según la
posición tradicional de la crítica literaria. Montaigne, en efecto, fue el primero en
usar el término "ensayo", en su acepción moderna, para caracterizar sus
escritos, y lo hizo consciente de su arte y de la innovación que éste suponía. En el
ensayo número 50 del libro primero, que tituló "De Democritus et Heraclitus",
nos da una "definición" que todavía posee hoy algo más que valor histórico:
"Es el juicio un instrumento necesario en el examen de toda clase de asuntos, por eso
yo lo ejercito en toda ocasión en estos ensayos. Si se trata de una materia que no
entiendo, con mayor razón me sirvo de él, sondeando el vado desde lejos; y luego, si lo
encuentro demasiado profundo para mi estatura, me detengo en la orilla. El convencimiento
de no poder ir más allá es un signo del valor del juicio, y de los de mayor
consideración. A veces imagino dar cuerpo a un asunto baladí e insignificante, buscando
en qué apoyarlo y consolidarlo; otras, mis reflexiones pasan a un asunto noble y
discutido en el que nada nuevo puede hallarse, puesto que el camino está tan trillado que
no hay más recurso que seguir la pista que otros recorrieron. En los primeros el juicio
se encuentra como a sus anchas, escoge el camino que mejor se le antoja, y entre mil
senderos decide que éste o aquél son los más convenientes. Elijo al azar el primer
argumento. Todos para mí son igualmente buenos y nunca me propongo agotarlos, porque a
ninguno contemplo por entero: no declaran otro tanto quienes nos prometen tratar todos los
aspectos de las cosas. De cien miembros y rostros que tiene cada cosa, escojo uno, ya para
acariciarlo, ya para desflorarlo y a veces para penetrar hasta el hueso. Reflexiono sobre
las cosas, no con amplitud sino con toda la profundidad de que soy capaz, y las más de
las veces me gusta examinarlas por su aspecto más inusitado. Me atrevería a tratar a
fondo alguna materia si me conociera menos y me engañara sobre mi impotencia. Soltando
aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto, desviadas, sin designio
ni plan, no se espera de mí que lo haga bien ni que me concentre en mí mismo. Varío
cuando me place y me entrego a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual que es
la ignorancia" (289-290).
En España, a pesar de que en el Tesoro de la lengua castellana de Covarrubias
(1611), se encuentra ya el término "ensayo", en ninguna de las tres acepciones
que se incluyen, se hace referencia a una composición literaria. Para hallar la palabra
"ensayo" con el sentido que le proporcionó Montaigne, habrá que esperar hasta
bien entrado el siglo XIX. En Covarrubias el concepto se encuentra implícito en la voz
"discurso": "Tómase por el modo de proceder en tratar algún punto y
materia, por diversos propósitos y varios conceptos".2 Así lo emplearon
nuestros ensayistas del siglo XVII, especialmente Quevedo en Los sueños y Gracián
en Agudeza y arte de ingenio. La palabra ensayo, si bien aceptada en el siglo XIX
para designar una composición literaria (en el Diccionario de la Academia Española
aparece ya la definición actual),3 es considerada despectivamente en ciertos
sectores de la crítica hasta bien entrado el siglo XX. En 1906 Baralt, en su Diccionario
de Galicismos, señala acerca del término ensayo: "Aplicado como título a
algunas obras, ya por modestia de sus autores, ya porque en ellas no se trata con toda
profundidad la materia sobre que versan, ya, en fin, porque son primeras producciones o
escritos de alguna persona que desconfía del acierto y propone con cautela sus
opiniones" (209). De forma muy semejante se expresa Mir y Noguera en 1908:
"Modernamente han dado los escritores extranjeros, ingleses, franceses, italianos, en
llamar 'ensayo' al escrito que trata superficialmente algún asunto, como si de él echase
el escritor las primeras líneas. Esa palabra exótica va cundiendo entre nosotros.
Exótica digo, por la rareza y especialidad de su significación. Porque la voz 'ensayo' o
'ensaye' siempre quiso decir 'prueba, examen, inspección, reconocimiento'" (703).
En Iberoamérica, el ensayo, como género literario, parece adquirir madurez mucho
antes, y lo hace no tanto por la influencia directa de un Feijoo, de un Larra o de los
pensadores franceses e ingleses de la Ilustración, cuanto por constituirse en una forma
propia de expresión en las reflexiones en torno a una identidad iberoamericana: así
Bolívar, Bello, Alberdi, Mora, Montalvo, Hostos, Martí, por citar sólo algunos de los
ensayistas más conocidos del siglo pasado. En España, por el contrario, lo mismo que el
siglo XIX fue el siglo de la novela, en el XX destaca el ensayo. Y pese a las etiquetas,
más o menos académicas, con que fue en un principio considerado, el ensayo había ganado
ya carta de naturaleza en España a finales del siglo XIX. Ortega y Gasset, que lo elevó
a una altura de prestigio en los círculos intelectuales, se expresa ya en 1914 de forma
muy distinta: "Se trata, pues, lector, de unos ensayos de amor intelectual. Carecen
por completo de valor informativo; no son tampoco epítomes son más bien lo que un
humanista del siglo XVII hubiera denominado 'salvaciones'. Se busca en ellos lo
siguiente: dado un hecho un hombre, un libro, un cuadro, un paisaje, un error, un
dolor, llevarlo por el camino más corto a la plenitud de su significado. Colocar
las materias de todo orden, que la vida, en su resaca perenne, arroja a nuestros pies como
restos inhábiles de un naufragio, en postura tal que dé en ellos el sol innumerables
reverberaciones" (Meditaciones 12). Esta "definición" que nos
entrega Ortega y Gasset, tres siglos después de que Montaigne nos diera la suya, sigue
siendo fundamentalmente la misma. La forma, el contenido, ha evolucionado; la esencia del
ensayo es, sin embargo, aquella que Montaigne le proporcionó.
Las definiciones hasta aquí indicadas, si bien concretas en algunos aspectos,
resultan, en definitiva, insuficientes. Más bien parecen indicar el pensamiento o
carácter del escritor, que limitar y concretar un género. Los estudiosos de la
literatura que con posterioridad se ocuparon del ensayo, tampoco llegaron a una
definición satisfactoria. Bleznick, desde el campo de la crítica literaria, señala con
brevedad: "El ensayo puede definirse como una composición en prosa, de extensión
moderada, cuyo fin es más bien el de explorar un tema limitado que el de investigar a
fondo los diferentes aspectos del mismo" (6). Para Díez-Canedo, poeta, periodista y
ensayista, "el ensayo viene a dar denominación literaria al escrito, difundido hoy
preferentemente gracias a la prensa periodística, en que se discurre, a la ligera o a
fondo, pues no son la inconsistencia y la brevedad condiciones esenciales suyas, sobre un
tema de cualquier naturaleza que sea" (III: 19). Gómez de Baquero, crítico y
ensayista, no llega, a pesar de ser más explícito, nada más que a enfocar un grupo
específico de ensayos: "El ensayo es la didáctica hecha literatura, es un género
que le pone alas a la didáctica y que reemplaza la sistematización científica por una
ordenación estética, acaso sentimental, que en muchos casos puede parecer desorden
artístico. Según entiendo el ensayo, su carácter específico consiste en esa
estilización artística de lo didáctico que hace del ensayo una disertación amena en
vez de una investigación severa y rigurosa. El ensayo está en la frontera de dos reinos:
el de la didáctica y el de la poesía, y hace excursiones del uno al otro"
(140-141).
Esta dificultad en la definición del ensayo no es nada nuevo en el campo de los
géneros literarios: otro tanto sucede con la novela, por ejemplo. Podríamos, por el
contrario, decir que es sólo muestra de la conciencia que el crítico tiene del valor
individual de la obra de arte. Benedetto Croce rechazaba las clasificaciones por géneros
como algo impropio y extraño a la realidad de la obra literaria. Pero, a pesar de su
oposición, él mismo reconocía la necesidad de ciertas clasificaciones que sirvieran de
orientación: no reglas que limiten, sino características que unan.4 Frente a
la dificultad de una definición satisfactoria, nos proporciona el ensayo gran riqueza en
características comunes. En las páginas que siguen se consideran las más sobresalientes
en el contexto de los ensayistas hispánicos.
Notas
- 1 Al primer grupo pertenece la obra de Pilar A. Sanjuan, El ensayo
hispánico. Estudio y Antología (Madrid: Gredos, 1954); al segundo grupo la mayoría
de las antologías importantes en cuanto al aspecto tratado, pero incompletas en su
aproximación al concepto de ensayo: Angel del Río y José Benardete, El concepto
contemporáneo de España (New York: La Américas, 1962), y Carlos Ripoll, Conciencia
intelectual de América. Antología del ensayo hispanoamericano (New York: Eliseo
Torres, 1974), pueden servirnos de ejemplo.
- 2 Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española,
ed. Martín de Riquer (Barcelona: Horta I.E., 1943), p. 476. A propósito de ensayo
indica: "Prueva de bondad y fineza [en los metales], y algunas veces significa el
embuste de alguna persona que, con falsedad y mentira, nos quiere engañar y hazer prueva
de nosotros. Ensayo, la prueva que se haze de algún acto público, quando primero se
prueva en secreto como ensayo de torneo o otro exercicio de armas. Ensayo, entre los
comediantes, la prueva que hazen antes de salir al teatro", p. 521.
- 3 Véase, por ejemplo, la defensa del término y del concepto que hace Juan
Valera en "Ensayos críticos, de Gumersindo Laverde", Obras completas
(Madrid: Aguilar, 1961), Vol. II, 361.
- 4 Es oportuno señalar que en los tratados de teoría literaria el género
ensayístico es ignorado, o las referencias que a él se hacen son en extremo vagas y
generales. Así sucede entre otros en: Wolfgang Kayser, Interpretación y análisis de
la obra literaria (Madrid: Gredos, 1968); René Wellek y Austin Warren, Teoría
literaria (Madrid: Gredos, 1966); Victor Manuel de Aguiar e Silva, Teoría de la
literatura (Madrid: Gredos, 1972).
©
José Luis Gómez-Martínez. Teoría del ensayo. Segunda edición. México: UNAM, 1992 (Esta versión
digital sigue, con modificaciones menores, el
texto de la segunda edición española de Teoría del ensayo).
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