Guillermo Bonfil Batalla

 

La condición humana en la obra de
Guillermo Bonfil Batalla

 

Edgar Samuel Morales Sales

La naturaleza humana desde la perspectiva del autor

Antes de comenzar esta exposición me parece necesario remarcar algunas precisiones en tanto que estudiar la obra de un autor destacado, que ha sido abordada por varios especialistas de las ciencias sociales y de las humanidades, particularmente de la antropología, tiene el riesgo de conducir a la repetición de conceptos, aun de manera involuntaria, y de hacer señalamientos que pueden no pasar más allá de los lugares comunes.

Siempre es difícil aportar algo novedoso a una obra rica en conceptos teóricos. Por ese motivo, más que pretender abarcar la totalidad de la obra del antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla, quien nació en la Ciudad de México en 1935 y murió en 1992, me ha parecido pertinente limitar mi participación en este proyecto de investigación sobre el pensamiento latinoamericano del siglo XX al estudio de un texto clásico de nuestro autor, que desde mi punto de vista muestra muy claramente la riqueza de su pensamiento y, en gran medida, resume sus posiciones ante el mundo, ante el conocimiento, ante la diversidad cultural y ante el valor de lo que él llamaba la civilización mesoamericana, expuestas en diversos trabajos. Me refiero a su libro México profundo. Una civilización negada, aparecido por vez primera en 1987.

Y es que en ese libro destacan no sólo los conceptos que Bonfil Batalla sustentaba en torno a la condición humana, sino sus cualidades como intelectual comprometido con su realidad circundante; su modestia y su reconocimiento de que su trabajo tenía limitaciones, planteaba muchas interrogantes y no estaba exento de lagunas y esbozos de ideas preliminares que exigían mayores reflexiones y sustentos.

Su repentina muerte por un accidente vial, en plena madurez biológica e intelectual, nos impidió tener mayores aportaciones y las precisiones que sin duda habrían dado a su obra mayor valor. Muchos de quienes lo conocieron, de quienes trataron con él, de quienes trabajaron a su lado y que no mencionaré por el limitado espacio de que disponemos relatan que se trataba de un intelectual muy activo y creativo que no rechazaba las conductas y actitudes simples; no era afecto a la solemnidad fingida y tenía gran afición por la vida bohemia. Nuestro autor no ocultaba su propia condición humana y este hecho es muy significativo, pues en el libro de referencia buscó expresar de una manera accesible -pero no por ello menos precisa-, la complejidad de la condición humana que, desde su punto de vista, alcanza en la noción de diversidad una de sus expresiones más relevantes.

El libro de que tratamos ha sido reimpreso en 16 ocasiones –la más reciente data de abril del año antepasado- y este es igualmente otro hecho significativo, pues nos muestra no a un autor de disquisiciones sesudas, alambicadas y polivalentes, que sólo pueden entender los eruditos o los especialistas, sino a un intelectual que sabe abordar el estudio de los fenómenos humanos complejos, interpretarlos y ofrecerlos de manera asequible a todo tipo de público. La composición de su libro, sus contenidos y su expresión escrita son claros y accesibles para todo tipo de público que tenga una formación básica. Como podrá advertirse, se trata de un libro capaz de llamar la atención de un público amplio y eso vuelve a contar mucho porque uno de los propósitos del conocimiento es que tenga difusión, que se divulgue, que alcance al mayor número de personas posible.

Nuestro autor perseguía en su obra dos propósitos fundamentales. Por un lado, destacar la importancia de lo que él denominaba lo indio, tanto desde el punto de vista histórico como desde el de su presencia y de sus poderosas influencias en el panorama socio cultural del México contemporáneo. Por el otro, nuestro autor buscaba analizar los modelos y proyectos civilizatorios realmente pertinentes y viables para nuestro país.

Es claro que por lo indio debemos entender todo aquello que proviene de los grupos humanos que poblaban el continente americano antes de la invasión europea, y que, pese a no ser descendientes directos de los pueblos de la India, fueron confundidos desde los primeros contactos con ellos por parte de los europeos.

La historia del término es por sí misma interesante: pasó de ser originalmente un gentilicio a la categoría de sustantivo aplicado a todo individuo originario de las tierras americanas. Posteriormente, a emplearse como un adjetivo y más tarde a usarse, como bien señalaba nuestro autor, como una expresión para vehicular un estigma social. El peso de las herencias indígenas, sin embargo, -ya no sólo desde el plano biológico, sino también desde el cultural- para los actuales mexicanos es destacado, aunque sea sistemáticamente rechazado, negado u ocultado. Comienza por el nombre mismo del país, ya sea que se considere el nombre oficial, o simplemente el de México, aunque muchos mexicanos desconozcan su origen y significado.

Pero además, aunque igualmente negada, descalificada y durante diferentes épocas combatida o negada, la presencia de los grupos indígenas es no sólo evidente, sino admirable. Especialmente, cuando uno reflexiona sobre el hecho de que, pese a todas las adversidades a que se han enfrentado, persisten en el horizonte sociocultural de México; poseen una gran capacidad de adaptación a las situaciones cambiantes y poseen una fuerza que puede ser cuestionada, pero no obviada, pues como señala nuestro autor:

... la adecuación básica de las culturas indias a las condiciones concretas en que existen los pueblos que las portan –lo que explica su diversidad- y, al mismo tiempo, la unidad que se manifiesta más allá de sus particularidades y que se explica por su pertenencia a un mismo horizonte de civilización [Bonfil Batalla, 1987: 30].

Algo que enfatiza nuestro autor es el hecho de que algunas de las culturas indígenas no sólo han existido sobre el territorio actual de nuestro país, sino que sobre él poseían un conocimiento relevante. Por eso cuando se habla de “descubrimientos”, de “exploraciones” tendríamos que pensar que el empleo de esos términos está sumamente ideologizado: para la mentalidad europea, sus primera incursiones en las islas del mar Caribe podrían parecer descubrimientos, pero no para los grupos étnicos del país ni para los pueblos que habitaban las costas del Caribe, pues como apuntaba atinadamente:

... prácticamente todo el territorio habitable estuvo habitado en algún momento del periodo precolonial... la civilización mesoamericana se nutre de experiencias que son resultado de enfrentar una gama variadísima de situaciones, tanto por la diversidad de nichos ecológicos...como por las características cambiantes de los pueblos que en muchos casos ocuparon sucesivamente esos nichos [Bonfil Batalla, 1987:30].

El México contemporáneo -y en general toda América Latina- está fuertemente coloreado por las herencias culturales de los pueblos por comodidad llamados autóctonos –en realidad no hay tal cosa como la autoctonía del hombre americano; se sabe que lo que denominamos pueblos indios eran biológicamente asiáticos, aunque sus desarrollos culturales tuvieron especificidades mayores en las tierras americanas-; no obstante, como nuestro autor apuntaba, nuestra ascendencia “india” es un espejo en el que los mexicanos no queremos mirarnos.

Pese a esta constante, lo indígena no se limita al campo de nuestros toponímicos, a nuestros hábitos alimenticios o a nuestras costumbres cotidianas de las que frecuentemente desconocemos su origen o sus motivaciones, sino que va hasta nuestras conductas sociales y a nuestras formas de interpretar el mundo. Es un hecho de la realidad cultural mexicana el que a nivel consciente exaltemos las realizaciones de las grandes civilizaciones mesoamericanas, pero a nivel inconsciente asociemos lo indígena a lo primitivo, a lo feo; a la derrota o a la pobreza. Enaltecemos frecuentemente a los antiguos mexicanos o a los mayas, pero si alguien nos dice que tenemos rasgos físicos indígenas o que nuestras costumbres y actitudes están más cerca de lo indio que de lo occidental, a pesar de que nos vistamos a la occidental o que vivamos en zonas urbanas, nos ofendemos y esto es igualmente un rasgo característico de la condición humana del mexicano contemporáneo.

Y lo anterior da pie a que nuestro autor nos proponga dos conceptos clave para entender sus planteamientos. Por un lado nos habla del México imaginario; esto es de un país concebido, idealmente pensado en donde todo sería igualdad, homogeneidad social con simples diferencias entre lo rural y lo urbano, en el que los postulados de la cultura occidental o su variante vernácula están aceptados y son compartidos como proyecto de nación, de sociedad y constituyen las bases de un modelo de Estado moderno en el que todos sus habitantes sienten que comparten un destino común y las mismas aspiraciones.

Por el otro nos habla de un México que él denominaba profundo, que en realidad es discontinuo, considerablemente diverso, contradictorio en infinidad de sus aspectos, injusto e incongruente, caracterizado particularmente por la existencia y persistencia de grupos sociales y culturales con proyectos de vida particulares y frecuentemente antagónicos. Con muy pocos rasgos y a veces nulos puntos de encuentro para la realización de tareas comunes y menos todavía con sentimientos que pudieran hacernos pensar en destinos compartidos, particularmente por la subsistencia de los pueblos y las culturas que por facilitar la explicación denominamos indios.

Por eso, señala Bonfil Batalla, en varios periodos de nuestra historia patria se ha gestado la obsesión por desindianizar no sólo a los mestizos y a toda la gama de las mezclas étnicas, sino a los propios indígenas. Este propósito ha movido a múltiples acciones, no siempre eficaces ni afortunadas. Otras veces se ha querido incorporar a los pueblos indígenas a los modelos socio culturales que practicamos la mayoría mestiza del país, igualmente con resultados desastrosos. Históricamente, nos recuerda nuestro autor, desindianizar al país ha equivalido a hacerlos desaparece físicamente, en especial a los grupos menos sumisos, orgullosos de su modo de vida y de su libertad. En distintas etapas de nuestra historia se aniquiló a poblaciones enteras renuentes a someterse a los dictados de las culturas hegemónicas que se han sucedido en el tiempo y en el espacio en nuestro país.

En nuestros días se sigue insistiendo en la necesidad de hacer que los grupos autóctonos nacionales adopten las formas de pensamiento occidental, que, supuestamente, seguimos los grupos mestizos. Ciertamente, como anotaba Bonfil Batalla, se trata de una copia –frecuentemente muy distorsionada- de la cultura occidental. Carecemos del racionalismo extremo de algunos de los pueblos de Europa occidental, como también del pragmatismo de los estadounidenses; no tenemos grandes tecnólogos ni hemos sido capaces de inventar vehículos que superen al automóvil o a los aviones, por ello tendríamos que aceptar que actuar bajo la guía del pensamiento occidental se sigue presentando para las culturas hegemónicas contemporáneas de nuestra patria más como un ideal a alcanzar que como una práctica cotidiana y hasta inconsciente.

Algo muy característico de las culturas por comodidad llamadas indígenas es su contraste con la lógica occidental, pues como anotaba nuestro autor:

... en la cultura occidental se pretende separar y especializar distintos aspectos de esa relación total (con las cosas del mundo): el poeta le canta a la luna, el astrónomo la estudia; el pintor recrea formas y colores del paisaje, el agrónomo sabe de la tierra; el místico reza ...y no hay forma, en la lógica occidental, de unir todo eso en una actitud total, como lo hace el indio ...(y esto conduce) al especialista que sabe cada vez más, de cada vez menos [Bonfil Batalla, 1987: 58].

Es interesante observar que a quienes abrazamos la vida académica se nos pretenda constreñir, bajo esa óptica, en muchos espacios, efectivamente a la hiper-especialización y que se nos pretenda mantener en ella. Cuando tenemos la osadía de abordar distintos campos del conocimiento, entonces se nos recomienda limitarnos a uno de ellos, en el que podríamos, eventualmente, hacernos expertos, pero es evidente que nos mantendremos ignorantes en muchas otras materias.

Principales propuestas del autor

Bonfil Batalla nos demuestra convincentemente que bajo la aparente igualdad de los habitantes de nuestro país a lo que nos enfrentamos es a la diversidad más amplia. No sólo porque por un lado debamos contar a los mestizos, por el otro a los indios y por otro más a algunas minorías de origen africano o asiático. La realidad es que constituimos un país de países, en tanto que ni siquiera antes de la llegada de los europeos existía una sola nación indígena. En la época en que nuestro país alcanzó su independencia, adoptó el nombre oficial de Estados Unidos Mexicanos y en los hechos prácticos el de México, pero en la etapa previa a la invasión europea fuera de México-Tenochtitlan, fuera de la ciudad azteca, no había mexicanos, sino Tepanecas, Texcocanos, Xochimilcas, Otomíes, Mazahuas, Totonacas, Purépechas, Matlatzincas y una miríada de pueblos más.

El nombre de la ciudad de los aztecas dio, en una primera etapa, nombre a la región en que se asentaba, posteriormente a la provincia y al Estado que hoy sigue llevando el nombre de México; más tarde a toda la comarca adjunta y finalmente al país mismo, y con ello ocurrió una sinécdoque conceptual: de la diversidad, de la pluralidad, se tomó una de sus partes para confundirlo, para tratar de identificarlo con el todo discontinuo y complejo. De ahí la creencia de que entre los mexicanos no hay más diferencias que las muy evidentes desde el punto de vista físico, y las de vivir en lugares diversos.

Por otro lado, subraya nuestro autor, habría que ver que si bien los pueblos que habitaban el actual territorio nacional, compartían frecuentemente rasgos culturales comunes, constituían culturas diferentes y específicas. Pero habría que ver que ni siquiera existía homogeneidad absoluta entre los pueblos pertenecientes a una misma familia lingüística; ni al menos en aquellos de habla náhuatl o en aquellos que practicaban las lenguas mayences, muchos de los cuales ni siquiera llegaron a conocerse entre sí.

Tampoco existe en la actualidad, por más que se proclame en leyes y decretos, homogeneidad cultural ya no entre los pueblos indígenas, sino siquiera entre los grupos mestizos del país. A lo anterior habría que agregar, como apuntaba certeramente nuestro autor, que existen no sólo diferencias culturales horizontales, es decir aquellas que saltan a la vista cuando pasamos de un grupo social a otro, de un territorio específico a otro contiguo o lejano; sino además aquellas que nuestro autor denomina diferencias verticales. Es decir, aquellas que obedecen a la división jerarquizada de lo que se llama la sociedad nacional –y aún en el seno de un solo grupo social- que se organizan en estratos y en clases.

Es incluso muy probable que existan más diferencias entre los grupos mestizos del país que entre los que llamamos pueblos indios, aunque en términos generales tengan más o menos las mismas tendencias socio culturales, y más o menos las mismas mentalidades. Los también llamados -por comodidad de la explicación- grupos mestizos, sin embargo, han coincidido en algunas conductas históricas y sociales. Por ejemplo, la mayoría de las veces en que algunos de ellos han tomado decisiones trascendentes, que afectan a todos los grupo sociales del país, ni siquiera han conocido, ni tomado en cuenta al menos el sentir de los pueblos indígenas. Tampoco les han hecho participar en las discusiones y acciones para definir el modelo de estado y de nación que se han querido construir en las distintas etapas de formación histórica del país, sino que, además, esos grupos mestizos parecen coincidir en otros propósito, pues, como señala Bonfil Batalla “... la intención de todos los bandos que disputaban el poder (ha) sido la de consolidar la nación, entendiendo por esto la incorporación paulatina de las grandes mayorías al modelo cultural que había sido adoptado como proyecto social ...un modelo netamente occidental” [Bonfil Batalla, 1987: 104].

Otro de los puntos tratados por nuestro autor en su obra, tiene que ver con el peso que ejerce sobre la mentalidad del mexicano contemporáneo los trescientos años del periodo colonial, que nos dejaron una sociedad nacional escindida en castas y estamentos económicos. Formalmente abolidas, pero sin duda vividas social y culturalmente aún en nuestros primero años del siglo XXI, ya no se emplean las más de treinta categorías raciales para diferenciar a los habitantes del país, pero se siguen empleando despectivamente términos como naco –apócope de Totonaco-, o simplemente de indio, para descalificar a quienes se adjudica conductas o actitudes próximas a las propias de los grupos autóctonos.

No deja de ser interesante observar que, aunque las castas se definían según los porcentajes que los individuos tenían de las sangres americana, africana y europea, en realidad la delimitación de los grupos humanos del país dependía de criterios de naturaleza social, pues, como apuntaba certeramente nuestro autor:

... una gran cantidad de mestizos raciales que nacieron y crecieron en las comunidades indias fueron considerados indios...muchos indios sin mezcla pasaron por mestizos cuando abandonaron sus comunidades de origen y se convirtieron en laboríos o trabajadores libres. Algunos mestizos eran tomados por criollos y el paso de un grupo a otro tenía que ver menos con la relativa “pureza de sangre” que con otros factores sociales entre los que tenía especial importancia la riqueza. Los españoles miserables formaban parte de la “plebe” confundidos con las castas. En haciendas, minas y obrajes, los mulatos y los mestizos eran frecuentemente los capataces y mayordomos encargados de vigilar y exigir el trabajo de los esclavos y los indios [Bonfil Batalla, 1987:125].

Este panorama socio cultural no había cambiado de manera radical a la llegada de los movimientos de independencia del país. Tampoco durante las primeras décadas de vida independiente. Si las cosas cambiaron para algunos sectores de las sociedades mestizas, para los pueblos indígenas no se reservaron más transformaciones que las de empeorar sus condiciones de vida. Aparecieron así las regiones de refugio, los peones acasillados y los trabajadores de ranchos y haciendas permanentemente endeudados con las Tiendas de Raya, algo que intentaron destruir los esfuerzos de la primera revolución social del siglo XX en el mundo, la vivida en nuestro país entre 1910 y más allá de 1917. No se puede obviar el hecho de que los comienzos del siglo XX trajeron igualmente otras dos revoluciones en otros confines del mundo, se trata de las revoluciones china de 1911 y de la soviética de 1917, que propiciaron transformaciones considerables para los pueblos que se vieron involucradas en ellas, pero tampoco el hecho de que para los grupos indígenas del país las transformaciones apenas fueron paliativos relativamente tardíos que no lograron acabar con sus condiciones de desventaja.

A pesar de ello, se trata de una etapa que hizo que coincidieran, señala Bonfil Batalla, dos realidades antagónicas: el México imaginario y el México profundo de cuyo enfrentamiento, a final de cuentas, habría de prevalecer el primero:

... la participación real del México profundo en el proceso revolucionario, hizo indispensable que se incorporaran demandas campesinas, ante todo la restitución y el reparto de las tierras. Pero el programa revolucionario no se identificaba con los propósitos de fondo de los indios y los campesinos que, dicho con palabras diferentes, significaba la decisión de mantener su cultura propia, ejercer mayor control sobre ella y sobre esa base desarrollarla; no sustituirla, pero sí enriquecerla a medida que se recuperaran los niveles de control cultural que cuatro siglo de dominación les habían arrebatado a los pueblos y comunidades [Bonfil Batalla, 1987: 166].

Los gobiernos emanados de la revolución retomaron algunos rasgos culturales de los pueblos indios; los exaltaron; los vieron como elementos que fundaban al México contemporáneo, pero sólo para tratar de incorporarlos al proyecto de una nación con cultura occidental. Para ello se diseñaron políticas indigenistas en que los indios no tenían siquiera voz y se llevaron a cabo distintas acciones para desindianizar a los pueblos autóctonos, con resultados muy variados, que tampoco han servido para terminar con siglos y siglos de marginación, desigualdades, desventajas e injusticias para los grupos étnicos del país.

A finales del siglo XX y principios del XXI, el país, por otro lado, lejos de la riqueza, de la bonanza, de lo que en términos generales se denomina el desarrollo, se encuentra sumergido en una crisis económica prolongada, empobrecido, endeudado, sometido a los designios del único imperio que subsiste sobre la Tierra, a los dictados del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y de otras instituciones internacionales sin que haya resuelto ni los problemas de los pueblos indios ni los de las mayorías mestizas. La complejidad de sus problemas se agudiza según el campo o la actividad humana que tomemos en cuenta, pero también cuando pensamos acerca de los problemas ecológicos, los del crecimiento anárquico de las ciudades, los del envejecimiento de la población, la carencia de servicios públicos eficientes, particularmente los de educación, salud, seguridad y bienestar públicos.

De ahí que nuestro autor nos proponga la necesidad de construir un nuevo proyecto nacional que parta del hecho de que el México profundo es consustancial al México imaginario y no podemos seguir ignorándolo. Es necesario tomarlo en cuenta porque hacer abstracción de él no nos llevaría a ninguna solución real y viable para el país. Se trataría de compatibilizar los dos México con la participación de todos sus actores; en el límite de todos los que en él viven, pero retomando todo lo que de positivo y de eficaz, en términos prácticos, nos proporciona el México profundo, reconociéndolo, desarrollándolo, incorporándolo en lugar de proceder a su descalificación simple y a negar su existencia, sin oponerlo necesariamente al México imaginario, sino armonizándolo con éste. Como anotaba Bonfil Batalla:

... De lo producido en el marco del México imaginario hay mucho que rescatar para ponerlo al servicio de un nuevo proyecto nacional. Lo imaginario aquí es occidente; pero no es imaginario porque no exista, sino porque a partir de él se ha tratado de construir un México ajeno a la realidad de México. La civilización occidental existe y está presente a escala universal. No se trata de negarla como desde su perspectiva se ha negado a la civilización mesoamericana. Tampoco se trata de ignorar que muchos elementos culturales de la civilización occidental pueden y deben ser empleados en la construcción de un México mejor para todos... [Bonfil Batalla, 1987: 227].

Hasta aquí las referencias directas al texto de nuestro autor. Sus propuestas, como él mismo señalaba, son perfectibles como en general lo es todo el trabajo socio humanístico. En ciencias sociales y humanidades existe un gran debate en torno al quehacer de quienes trabajan en ellas. Para algunas escuelas de pensamiento, los científico sociales y los humanista deben limitarse a estudiar fenómenos o procesos determinados sin que se rebase el nivel de su explicación y sin llegar al diseño de lo que debería ser, sino simplemente dar cuenta de lo que es. Para otras tendencias los científicos sociales y humanistas deben estar directamente comprometidos con su entorno y tomar partido por una u otra tendencia social y humana.

Las polémicas al respecto son muchas y sin duda seguirán existiendo, pero en todo caso lo que se advierte en el caso de nuestro autor es su afecto por un país complejo, integrado por una variedad enorme de grupos sociales, pero cuyas vidas merecen no sólo reconocimiento, sino respeto y tolerancia para hacer de nuestro país una nación fortalecida a partir de la inevitable diversidad social.

 

Bibliografía

Directa

  • Bonfil Batalla, G. (1987). México Profundo. Una civilización negada. SEP/CIESAS. México.

  • ________. (1995). Obras escogidas, 3 tomos. INI/INAH/CIESAS/CNCA. México.

  • ________. (1991). Pensar nuestra cultura. Editorial Alianza. México.

  • ________. (1993). (Coordinador), Nuevas identidades culturales en México. CONACULTA. México.

  • ________. (1993). (Coordinador), Simbiosis de Culturas Los inmigrantes y su cultura en México. FCE/CONACULTA. México.

  • ________. (1995). Obras escogidas, 3 tomos. INI/INAH/CIESAS/CNCA. México.

  • ________ et al. (1968). De eso que llaman antropología mexicana. SEP/ ENAH. México.

  • ________ et al. (1983). Culturas Populares y Política Cultural. CNCA. México.

  • ________ et al. (1991). Conciencia étnica y modernidad. CONACULTA/Instituto Cultural y Artístico de Nayarit. México.

Indirecta

  • Anta Félez, J. L. (2000). “Alrededor de Guillermo Bonfil Batalla. Hablando con Eduardo Nivon”, en Gazeta de Antropología. No. 16. Universidad de Jaén, España. El texto se puede consultar en www.ugr.es/~pwlac/G16_19JoséLuis_Anta_Felez.html

  • García Caclini, N. (21 de julio de 1996). “Las naciones o lo que queda de ellas en la globalización. De Guillermo Bonfil Batalla a lo que podría ser la antropología”, en La Jornada Semanal. México.

  • Marin, G. “Las ausencias de Guillermo Bonfil Batalla”, en página electrónica: www.toltecayotl.org/artículos/Bonfil/html

  • Nonoal, R. “Guillermo Bonfil Batalla. Sus ideas se convirtieron en instituciones”. Puede consultarse en www.cnca.gob.mx/cnca/nuevo/diarias/210798/gbonfil.html

  • Ramírez Carmona, C. “Reseña”, en El Cotidiano. Número 68. UAM Atzcapozalco. Se puede consultar en www.azc.uam.mx/publicaciones/ 

  • Vargas, H. (1990). “Las posibilidades del México profundo. (Entrevista con Guillermo Bonfil Batalla)”, en Casa del Tiempo. Vol. X. Número 95, Universidad Autónoma Metropolitana. México.

 

Edgar Samuel Morales Sales
Universidad Autónoma del Estado de México
Actualizado, octubre 2006

 

© 2003 Coordinador General para México, Alberto Saladino García. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de 2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez.
Nota: Esta versión digital se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

Home Repertorio Antología Teoría y Crítica Cursos Enlaces