Alejandro Gómez Arias

 

Alejandro Gómez Arias: la batalla por la dignidad*

 

Carlos Hugo González Calderón

En el festival de la inteligencia que cultiva el humanismo, la figura de Alejandro Gómez Arias toma su lugar con pleno derecho. Aunados a su entereza moral e intelectual, sus méritos en la batalla real por ponerle nombre a sus propósitos alude al hombre que, desde muy joven, trazó con firmeza las coordenadas de su destino.

No van las líneas siguientes en derrotero a la apología. Simplemente, la mirada a las carnes y los huesos de Gómez Arias pretenden alcanzar la utopía de la objetividad, sustentando el análisis desde dos aristas que podrían ser consideradas las relevantes de su obra: la periodística ­de largo alcance en el tiempo- y la de la práctica de la política, de corta duración pero de impactos permanentes.

Para ello, ha sido necesario adentrarse en la biografía del hombre, tanto el periodista y maestro, la que lo convirtió en testigo casi permanente de todo el siglo pasado, como la del líder estudiantil, donde los logros de los que formó parte son hoy parte constitutiva de lo mejor del país.

Durante su larga vida, recibió reconocimientos de sus pares. Fue nombrado Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional Autónoma de México y alcanzó cuatro premios: tres Nacionales de Periodismo: uno que inaugura al recibirlo, el Manuel Buendía, así como el Fernández de Lizardi y el de la Unión de Periodistas Democráticos, y el Elías Sourasky, que al recibirlo se convirtió en el primer periodista en conseguirlo.

Gómez Arias, quien nació a la vida pública como orador, tomó de esta plataforma la energía para incursionar primero en la política estudiantil universitaria, ser maestro por algún tiempo y, luego, dedicar la mayor parte de su vida al periodismo.

Llegó a la vida casi con el siglo, pues nació en la ciudad de México en 1906. Hay, en su primera juventud, un viaje a Europa, poco antes cumplir los 20 años, que le marca. Es una travesía a la que dedica poco más de un año. Practica sus conocimientos de alemán, y aprende lo fundamental del francés y el italiano. Pero, sobre todo, le procura la travesía sobre sí mismo: reflexiona sobre su vida, toma decisiones y acendra su amor a México.

Se pone en movimiento de inmediato. Regresa en 1928 y decide participar en el concurso de oratoria que en ese tiempo patrocinaba el diario El Universal. Erudito en ciernes, lo gana, sustentado en una elocuencia matizada por sus conocimientos, ya amplios para su edad, en historia y literatura.

Pertenece a un grupo, “Los Cachuchas” ­por su singular vestimenta- con quienes abreva del periodismo estudiantil. Su triunfo de 1928 le da la confianza y la energía para incursionar en la política universitaria. Un año más tarde es electo presidente del Consejo de Huelga en el movimiento que lucha por la autonomía universitaria.

Son tiempos aciagos para él. Inspirado en las ideas de Justo Sierra ­de quien inclusive escribió una breve biografía- y las derivadas de la discusión del 18 en Córdoba, da la batalla por la Autonomía, en contra del pensamiento autoritario de la administración y de muchos de los profesores, quienes se oponen al movimiento.

En su pensamiento juvenil y rebelde se entrecruzan ideas que en la madurez guiarán su quehacer: el nacionalismo, el humanismo y sus valores, y el derecho. Y la Universidad, en el centro del provenir nacional, como entidad dirigida al cambio social, a la promoción del desarrollo para todos.

Fue durante este tiempo, al frente de los estudiantes autonomistas, que desarrolla en plenitud sus dotes polemistas. Gracias a esta vehemencia, la necesidad del pensamiento libre y la unidad estudiantil es que el movimiento triunfa. Poco después es electo consejero alumno al Consejo Universitario, y en el inaugural, en el primero, ya como Universidad Autónoma, reconoce:

Habrá que llevar a la conciencia nacional la convicción que el hecho ganado trabajosamente, de que la universidad administre sus propios bienes, los subsidios y las aportaciones de todas las clases, su patrimonio en suma, no releva al Estado de la obligación de fomentar, dar vida y sostener a la educación superior según las necesidades históricas del país (Sirvent y Salinas, 1984: 18).

A partir de ahí Gómez Arias se vincula cada vez más cercanamente a la UNAM. Durante su permanencia como consejero continúa la lucha por una autonomía al servicio de la sociedad, que tiene sustento en el ideal de Justo Sierra: su carácter nacional y la idea de compromiso social. La que será la primera cátedra de literatura mexicana, nace a partir de la confección del programa que hace con la colaboración de Francisco Monterde, durante sus años como profesor de preparatoria.

También actúa en la administración universitaria. En el Departamento de Acción Social apoya publicaciones y hace extensión universitaria. Esta necesidad de comunicar lo hace en pensar en la radio como un medio idóneo por sus capacidades masivas. Colabora en el proyecto de una radio universitaria y es, finalmente, el director fundador de Radio Universidad, con la que la institución logra llegar por primera vez a los lugares más apartados de México.

Incansable, logra que su sabia sea también parte del proyecto que dará vida a El Colegio Nacional. Tan importante su aporte que es electo para pronunciar el discurso que lo inaugura. También participa en la creación del Seminario de Cultura Mexicana.

Ésta será una de sus últimas actividades vinculadas a la Universidad. Trabaja brevemente en la administración pública: en la Procuraduría del Distrito Federal y en la Secretaría de Educación Pública. Tales aventuras le demuestran que su espíritu no cabe en la burocracia.

Incursiona, inquieto, otros horizontes. Integra, con Vicente Lombardo Toledano y Narciso Bassols, el proyecto de creación del Partido Popular. Es parte, inclusive, de su primera dirección. Nuevamente sufre de desengaño; los propósitos que lo embarcaron en este esfuerzo: rescatar el sentido humanista de la Revolución Mexicana no se cumple y, peor aun, ve con tristeza que la segura derrota en las elecciones presidenciales convierten los postulados que pretendían ser democráticos en mero caudillismo. También renuncia a este instituto político. Buscará la autonomía y la democracia por cuenta propia. Corría el año de 1952. Intentó otra vertiente profesional. Una vez abandonadas las carreras dentro de la universidad, la vida burocrática y política, pensó residir en el ejercicio de la profesión. Como abogado consultor, realizó el esfuerzo por casi dos décadas. Fueron poco menos de doce casos los que atendió. Por la naturaleza de su pensamiento, solamente abundó en el derecho de amparo, el que consideraba el más social que hubiera emergido de la Revolución Mexicana.

Los escenarios contra los que luchó y que no pudo soportar: la corrupción, el compadrazgo, los abusos, lo acorralaron. Al poco tiempo, abandonó el ejercicio de esa profesión.

Cayó en una profunda depresión. Había intentado casi todo, y en casi todo se halló los mismos obstáculos de siempre: la falta de ética y la podredumbre espiritual humana.

A esta crítica situación contribuyó la penosa enfermedad y posterior muerte de su madre. Solamente el esfuerzo de su esposa, Teresa Salazar Mallén, logra sacarlo de ese deplorable estado.

Antes, a unos ocho años, había dado el no a la última oportunidad de pertenecer a la alta burocracia. Los presidentes Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos, quienes le tenían estimación, le ofrecieron la salida al exterior, perteneciendo al Servicio Diplomático Mexicano. A ambos, también, delicada pero firmemente, les dio un no rotundo.

Fueron seis años, tras la muerte de su progenitora, en los que el luchador social permaneció en el ostracismo. Su regreso ocurre en el mismo lugar en donde, trabajando, encontró sus últimos días: el periodismo. Fundamentalmente en la revista ¡Siempre! y durante algún tiempo en el periódico Excélsior.

Es durante este periodo que ocurre el acontecimiento más importante de la vida política universitaria: el 68, como se conoce comúnmente. Gómez Arias, como antaño, se puso del lado de la democracia y la justicia. Eran, entonces, tiempos especialmente difíciles: el autoritarismo y la censura campeaban y, sin embargo, el maestro no se acobardó.

Premonitoriamente, se adelantó a los hechos. Desde su tribuna en Excelsior, previó e hizo llamados para escuchar las voces discordantes. No le hicieron caso y el desastre arribó. Gómez Arias, 39 años después, no había claudicado.

Más de quinientos artículos en la revista ¡Siempre! Fueron su legado final. En el camino, a los 73 años, recibe el reconocimiento de la Universidad Nacional, su Universidad: es condecorado con el Doctorado Honoris Causa, la máxima distinción de esa casa de estudios.

El orador, el líder y el periodista se reconciliaba con la vida. Las horas, semanas, meses y años en la oposición razonada, de nadar política y económicamente contra la corriente, le eran reconocidas por la institución que más amó.

Es cierto, hay una falta de estructura en su obra. Dependía del momento y la circunstancia. Lo que no cambió fue su vocación justiciera y democrática. La crítica inteligente, navegando siempre en un estilo literario claro y elegante.

Escribiendo, como lo hizo desde que así lo decidió, dos días antes de su muerte, le encontró la vida. Gómez Arias se fue tan verticalmente como estuvo con nosotros.

Bibliografía

Directa

  • Gómez Arias, A. (1936). Justo Sierra. UNAM. Colección Biografías populares. México.

  • ________ (1984). Imagen y obra escogida. UNAM. México.

  • ________(1992). De viva voz. Antología. UNAM. Compilador Víctor Díaz Arciniega. México.

  • ________(1994). En el centro de la mira. Antología. UNAM. Compilador. Victor Díaz Arciniega. México

*La versión impresa apareció en el libro: Alberto Saladino García (compilador), Humanismo mexicano del siglo XX, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2004, Tomo I, págs. 293-298.

Carlos Hugo González Calderón
Universidad Autónoma del Estado de México
Julio 2006

 

© 2003 Coordinador General para México, Alberto Saladino García. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de 2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez.
Nota: Esta versión digital se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

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