Alfonso Reyes

 

El humanismo de Alfonso Reyes*

 

Alberto Saladino García

Razones del calificativo de humanista

Diversas explicaciones se han dado acerca del interés humanístico de Alfonso Reyes: como reacción a su formación positivista, ayuna de humanidades; por sus intereses gnoseológicos sobre el mundo clásico que giraron en torno a rubros de economía, filosofía, geografía, historia, medicina, mitología, poesía, religión, etc.; por su preocupación acerca de nuestras raíces indígenas y españolas; por el dominio del griego y del latín; al atender los asuntos y creaciones humanas como eje de su vasta obra que lo llevó a definirse como un "especialista en universales" (Cfr. Vera, 1981: 2, 21, 77, 111-112, 126-127) y porque, según Octavio Paz: "Toda la obra de Reyes es, pues, una respuesta a la existencia misma (Mejía Sánchez, 2000: 31).

Tales apuntamientos se sustentan en el hecho de que en su oceánica obra contiene interpretaciones relativas al hombre y sus producciones, expuestas mediante los más variados estilos literarios: crónica, cuento, ensayo, epístola, monografías, historia, memoria, novela, relato, poesía, etc., de modo que se erigió en símbolo de la cultura mexicana por representar la más fecunda realización de nuestras letras durante la primera mitad del siglo XX y en virtud de que él mismo se honra en reconocerse como humanista: "No me avergüenzo que se me llame 'humanista', porque hoy por humanista casi ha venido a significar persona decente en el orden del pensamiento, consciente de los fines y de los anhelos humanos" (Mejía Sánchez, 2000: 30), según lo confesó en 1952, toda vez años antes Antonio Caso le había inaugurado la generalización del empleo de ese calificativo.

Vida y obra

La vida y la obra de Alfonso Reyes testimonian su humanismo. Nació el 17 de mayo de 1889 en la ciudad de Monterrey y murió en la ciudad de México el 27 de diciembre de 1959. Siendo estudiante participó en la Sociedad de Conferencias (1907), luego Ateneo de la Juventud (28 de octubre de 1909), condenando al positivismo, cuya concepción educativa denunció como una impostura (Reyes, 1984: 200); entre agosto de 1912 y febrero de 1913 fungió como Secretario de la Escuela de Altos Estudios de la Universidad Nacional de México. Más tarde, el 16 de julio de 1913 se tituló como abogado en la misma Universidad, iniciando inmediatamente una larga vida diplomática que puso fin en 1939. Durante estos 26 años desempeñó diversas comisiones políticas, económicas, científicas y culturales en el extranjero lo que le permitieron entrar en contacto con muchos de los principales intelectuales europeos y latinoamericanos. Entre los cargos de mayor relevancia que tuvo fueron los de embajador de México en España, Francia, Argentina y Brasil; Presidente del Patronato de la Casa de España en México y luego, ante su transformación, de El Colegio de México (1939-1959), y Miembro de la Junta de Gobierno de la Universidad Nacional Autónoma de México (1945-1959).

La relevancia de su producción intelectual sustentó que instituciones académicas nacionales como extranjeras le otorgaran el grado de Doctor Honoris Causa como los casos de la Universidad Autónoma de Nuevo León (1933), University of California (Berkeley, 1941), The Tulane University (1942), Harvard University (1943), Universidad de La Habana (1946), Universidad Michoacana (1946), Princeton University (1950), Universidad Nacional Autónoma de México (1951), Universidad de París (1958); que recibiera una multiplicidad de reconocimientos tales haber sido catedrático fundador de El Colegio Nacional (1943), Premio Nacional de Literatura (México, 1945) y diez condecoraciones de gobiernos, sociedades e instituciones educativas; que se le integrara como miembro de diversas asociaciones académicas mexicanas como extranjeras, y sus obras hayan sido traducidas al alemán, checo, francés, griego, inglés, italiano, portugués y sueco (Cfr. Rendón Hernández, 1980: 52-104).

Esencia del hombre

Su acercamiento a la filosofía aconteció de manera lateral toda vez que la idea rectora de su actividad intelectual lo fue la crítica literaria, hecho que explica que sus trabajos de interpretación filosófica carezcan de aparato crítico y de pautas metódicas (Benítez, 1981: 427, 430, 432 y 436), lo que de ninguna manera le restan valor, porque se nutrió de una nómina significativa de intelectuales y tendencias de la relevancia siguiente: Empédocles, Protágoras, Sócrates, Platón, Sófocles, Epicteto, Epicuro, Hesíodo, Cleantes, Endimión, San Agustín, Vaz Ferreira, Estoicos, Virgilio, Grotius o Grocio, Quevedo, León Hebreo, Montaigne, Pascal, Descartes, de la Ilustración, Bacon, Vico, Hobbes, Rousseau, Kant, Goethe, Carrol, Fulton, Sacher-Masorch, Marqués de Sade, Lamartine, Hegel, Marx, Burkhardt, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Pérez de Oliva, Schopenhauer, Bergson, Korzibsky, Nietzsche, Max Scheler, del espiritualismo, el evolucionismo, el materialismo, C:S: Lewis, Ramón y Cajal, Antonio de Flaubert, Gracián, Rémy de Gourmont, Emerson, Pavlov, William James, Lange, Sejourné, Rabelais, Gandhi, J. Romains, Figari, Russel, Rimbaud, Einstein, Edison, Ehrlich, Von Uexkull, Amado Nervo, etc.. Por ende es dable sistematizar sus reflexiones, por ejemplo, en torno a la condición humana.

Para Alfonso Reyes la palabra hombre no es vacía sino es expresión de una multiplicidad de significados construidos históricamente y que denota generalizaciones, peculiaridades, elementos constitutivos, por lo que convocó a las más diversas ramas del conocimiento a atenderlo. Al respecto suscribió:

El personaje de quien vamos a hablar... es el ser humano en general. Es el conjunto de todas las criaturas humanas, en todos los sexos, edades y condiciones; de ayer, de hoy y de mañana: en lo que todos tienen de común y en lo que tienen de peculiar cada uno. Este hombre formado por la abstracción de todos los hombres ofrece a su vez muchos aspectos: un cuerpo, un alma, una personalidad, una capacidad de asociarse con sus semejantes, etcétera... El estudio de su cuerpo es objeto de la anatomía y la fisiología humanas, ramas de la biología en general. El estudio de su espíritu en relación con la función vital es objeto de la psicología, y en relación con las formas del pensamiento es objeto de la lógica. El de su asociación con sus semejantes, de la historia, de la sociología, la política, la económica. El de su conducta personal, de la ética, etcétera... en lo que tiene de común y específico para hacer del hombre un ser humano, entonces el estudio que así los considera se llama... antropología filosófica... La antropología acepta al hombre en el conjunto de su ser, tal como es y sin pedirle cuentas (Reyes, 2000: 405).

De este modo queda respaldado el amplio significado que Alfonso Reyes tiene del concepto de hombre, como representativo del género humano, de sus elementos constitutivos, de sus rasgos societarios, de las maneras para radiografiarlo, esto es conocerlo. Así ataja los cuestionamientos existentes sobre el ser humano que sólo destacan algún aspecto, en tanto él adopta la posición de reconocimiento de la realidad del hombre como ser particular y ser general, considerando por tanto que debe aceptarse hablar del hombre simplemente.

Con la afirmación de la realidad del hombre, Alfonso Reyes efectúa su caracterización e identificación de sus diversas manifestaciones históricas al señalar:

Desde luego, el hombre es un ser pasivo y activo. Algo le ha sido dado, y algo añade él por su cuenta. Lo primero es naturaleza, lo segundo es arte. Por naturaleza, no sólo se entiende la materia propia y ajena. También... espíritu, alma, mente, inteligencia, razón... También es arte en cuanto el hombre crea material o espiritualmente. A veces... hombre vegetativo; a veces... homo faber. En ocasiones, nada más contempla: hombre expectante; en ocasiones, contempla y adora: hombre religioso... hombre místico. O bien se propone conocer: homo sapiens (Reyes, 2000: 406).

Por este rasgo que le permite su relación con la naturaleza, nuestro autor acota que el hombre se encuentra inmerso en el mundo, donde lo constante son los cambios. Tanto la lectura del mundo como de las mudanzas son leídas por el hombre mediante la posición antropocéntrica que lo singulariza, cuya concreción lingüística se reduce al yo, "su rinconcito seguro" como suele decir Alfonso Reyes, el cual conceptúa así: "El yo se refiere al ser espiritual y se lo define por la zona de la propiedad inmediata. Es mucho más fácil describirlo de afuera hacia adentro... Es lo último que nos queda cuando nos quitan todo, salvo la conciencia de la vida... Cicerón ha dicho... Vivere est cogitare: Vivir es pensar. Descartes ha dicho: Cogito ergo sum: Pienso, luego existo..." (Reyes, 2000: 431).

Desde esta perspectiva, el yo queda identificado con la conciencia, la razón, el pensamiento, esto es el sustento de toda actitud antropocéntrica y por ende denota capacidad limitada, al exponer como expresiones del yo: 1) La forma del yo, pues se nos ha impuesto como molde, se refiere a los caracteres específicos del hombre; 2) La eficacia del yo, nadie es más inteligente que el hombre; 3) La arbitrariedad del yo, sólo en parte nos gobernamos; 4) La incomprensión pasiva del yo, imposible entender lo que nos es dado desde afuera, sólo creemos o producimos lo único que plenamente entendemos (Cfr. Reyes, 2000: 438).

Al continuar explicando los contenidos del término hombre arriba al problema de la dualidad no sólo al identificarlo como cuerpo y alma sino sobre la forma como se acerca a la comprensión de la realidad, motivo por el cual desarrolla cinco aspectos: a) origen de la dualidad: el hombre percibe, sin salir de su ser, un orden sensorial y un orden espiritual. El primero intuitivamente, el segundo por experiencias mediatas (Reyes, 2000: 443), y el lenguaje es antropomórfico: “el sol sale o se mete”, el género se le aplica a objetos (Reyes, 2000: 446); b) el cuerpo humano exhibido en su anatomía: hemisferios, orejas, ojos, etc, "...Si somos capaces de enmendar la plana de la naturaleza, es porque también somos naturaleza" (Reyes, 2000: 448); c) La mente del hombre, "... nuestro ánimo y pensamiento están hechos de contradicciones y de distribuidas parejas..." (Reyes, 2000: 450), nuestra mente es endeble; d) el cuerpo del mundo, en la naturaleza todo es dual: materia y fuerza (Reyes, 2000: 450-451); e) el alma del mundo, cuando se le concibe como una unidad o un organismo (Reyes, 2000: 451).

La identificación de los rasgos del ser humano no significa que lo reduzca a ellos pues Alfonso Reyes añade otros que vienen a reforzar el antropocentrismo, mera realidad descriptiva, como su humildad y orgullo, y capacidad de transformación sobre la naturaleza (Reyes, 2000: 452-455).

Igualmente expuso el debate que entonces acontecía sobre el hombre animal y el hombre humano, el hombre de la naturaleza y el hombre de la civilización, para concluir, por una parte, que el humanismo y el utopismo son posiciones reformistas que exhiben, el primero, la recuperación de las tradiciones, y el segundo, la aspiración por lo que todavía no existe (Reyes, 2000: 471) y, por otra parte, que: "El hombre tiene... cuerpo y alma. Al cuerpo pertenece cuanto en el hombre es naturaleza; y al alma, cuanto en el hombre es espíritu" (Reyes, 2000: 486), partes ineludibles para entender el término hombre como expresión llena de contenido real.

Postura gnoseológica

Para Alfonso Reyes el hombre es capaz de conocer, porque la "relación de la conciencia con el mundo deja impactos sensoriales, sentimentales, morales, artísticos, intelectuales" (Reyes, 2000: 420), pues es el agente dinámico de tal proceso el hombre, con lo que aporta una explicación antropocéntrica, por cierto inherente al ser humano, pues el conocimiento del mundo es mera perspectiva humana, pues lo hace a través de su conciencia, facultad inmediata, que explica como testigo insobornable y agente provocador de constantes inhibiciones, la cual opera a partir de los hechos mismos (Reyes, 2000: 418-419). A partir de estos apuntamientos es fácil deducir que las posiciones gnoseológicas de nuestro pensador son el dogmatismo, el racionalismo y el empirismo.

Con base en esos fundamentos puede construirse una teoría del conocimiento en la obra de Reyes, cuyos elementos constitutivos refieren el origen del conocimiento, objeto, validación, verdad y funciones. Con relación a la génesis de todo conocimiento, nos plantea que "el hombre se acerca al esclarecimiento movido por dos incentivos: el interés, padre de la industria, y la curiosidad, madre de la filosofía" (Reyes, 2000: 425). Aquí se observa la distinción entre el origen del conocimiento científico y el saber filosófico, el primero de carácter interesado por su utilidad inmediata y el segundo meramente especulativo.

La caracterización que desarrolla del conocimiento lo refiere al de tipo científico, por lo que más que gnoseología, lo que puede sistematizarse sobre sus ideas es una epistemología, al plantear como objeto del conocimiento los hechos en general y a la naturaleza y sus partes en particular los cuales, señala: "Debemos entenderlas y estudiar para ese fin. Debemos cuidar las cosas, las plantas, los animales... Todo ello es patrimonio natural de la especie humana. Aprendiendo a amarlo y estudiarlo, vamos aprendiendo de paso a ser más felices y más sabios" (Reyes, 2000: 509). También manifiesta como objetos del conocimiento las propias creaciones humanas, la cultura y el hombre mismo. Dicho de otro modo, el objeto del conocimiento humano es el mundo, cuya constante es el permanente cambio que acontece tanto en la naturaleza, la sociedad como el hombre.

Respecto a las formas de validación del conocimiento, Alfonso Reyes consignó tanto el empleo de los procesos racionalistas como de los empiristas. En el primer caso tenemos que es la conciencia la facultad intelectual que esclarece cualquier manifestación de la realidad, partiendo o regresando a las evidencias para legitimar sus explicaciones, llegando a sostener que: "La evidencia es -metafóricamente- el suelo que pisamos. Cuando el filósofo teme haber perdido el norte, haber olvidado el punto de vista relativo del hombre, desanda el camino, regresa a la evidencia" (Reyes, 2000: 417), a la realidad tangible, los hechos, para decirlo de otra manera. Así para la validación del conocimiento recurre a las vías que han permitido el despliegue del de tipo científico, toda vez que se "consigue mediante la verificación material o camino experimental, ya mediante ese salto de introspección que es la 'interferencia', o camino 'lógico', 'discursivo'” (Reyes, 2000: 427).

No todo conocimiento está exento del error, pues más bien tiene que aceptarse la falibilidad humana, que como lo dice irónicamente nuestro autor: "el pensamiento humano ha gastado algunos siglos en clasificar lo que debía medirse, y otros después en medir lo que debía clasificarse" (Reyes, 2000: 424). Empero, más bien hay que considerar esta limitación como reto para continuar el ensanchamiento de la comprensión del mundo, porque sólo está explorado en una ínfima porción tanto en las manifestaciones de la naturaleza, la sociedad como del mismo hombre, más aún cuando adopta el planteamiento de que el desarrollo cerebral humano aún no ha alcanzado su plenitud (Reyes, 2000: 459).

Relación hombre contexto

Si para Alfonso Reyes el mundo es "la suma de todos los órdenes de cosas posibles: el orden real y el irreal, el natural y el sobrenatural; el material y el espiritual, el del conocimiento y el de la fantasía, el visible y el invisible; el humano y el extrahumano. Es decir: todo lo que existe, y de cualquier modo exista: en la teoría o en la práctica, en la verdad o en la mentira, en el bien o en el mal, belleza o fealdad, pena o gozo" (Reyes, 2000: 413), entonces conforma el contexto y escenario que interpela al hombre, del cual no puede excluirse. De ahí que la relación del hombre con el mundo implique una diversidad de manifestaciones: con la naturaleza, Dios, el Estado, y las diversas instituciones sociales. Al respecto, nuestro autor también esboza algunas ideas.

En principio conceptúa a la naturaleza como el cuerpo del mundo, la cual existe y "opera siempre a través de ensayos y errores, en un laborioso y paciente ciclo. Sus experimentos datan de millones de años, y puede decirse que ha tardado mucho más que el hombre en resolver sus cuestiones” (Reyes, 2000: 465), por lo cual resulta que la naturaleza es el espacio de existencia del hombre, la que lo marca, pero a la vez al aprehender de ella promueve su transformación y también a respetarla mediante su necesario conocimiento, pues nuestro pensador concluye: "El más impersonal de los respetos morales... es el respeto a la naturaleza... respeto a los reinos mineral, vegetal y animal... estos reinos constituyen la morada humana, el escenario de nuestra vida" (Reyes, 2000: 503).

En realidad, la consideración que hace sobre la naturaleza es de profunda significación, de suerte que le adjudica impacto redentor, como lo exclamó en su juventud:

Cuando el trato humano estrecha poco, cuando el roce social apenas se hace perceptible, más holgadamente viaja el espíritu en sus contemplaciones; y, desvestido el ánimo de todo sentimiento efímero, vuelve a su profundidad sustantiva, toma allí lo esencia, lo desinteresado, que es a la vez lo superfluo de las imágenes del mundo, y vuelca sinceramente, sobre el espectáculo de la naturaleza, el tesoro de sus más hondas actividades, la Religión, el Deber, el gusto o el dolor de la vida (Reyes, 1984: 42).

El otro elemento constitutivo del mundo es la historia, cuya función nemotécnica consiste en apelar a los hechos más significativos, en narrar las mudanzas de las instituciones y de las prácticas sociales de los países (Reyes, 2000: 457), de suerte que la ha erigido tanto en antecedente constitutivo como en contexto determinante de las instituciones sociales. Así el Estado resulta la expresión legítima para asegurar la convivencia, al dar cobertura a la realización del hombre como ser social y posibilitar todo impulso de mejora (Cfr. Reyes, 2000: 467-468). Entonces resulta ilustradora la máxima que podríamos adjudicar a Alfonso Reyes sobre la impronta del hombre: "reformarse es vivir" (Reyes, 2000: 457).

Pero no solo el mundo interpela al hombre, sino que el hombre se relaciona con él construyéndolo mediante sus acciones o facultades de mejoramiento, de conocimiento, de imitación o de transformación (Cfr. Reyes, 2000: 457), con lo que se observa que la relación hombre-mundo en la perspectiva de Alfonso Reyes es bidireccional.

Los valores

El asunto de los valores fue fundamental en la concepción ética de Alfonso Reyes, de suerte que la conciencia exhibe su otro rol: ser agente y tribunal de las intenciones, buenas o malas, de la conducta humana. Para precisar las funciones de la conciencia le identifica tres niveles: El de la conciencia emocional, donde la conciencia asciende al estético, que permite la captación de lo bello, que es como un orden desinteresado de placer y felicidad y, por último la conciencia intelectual (Reyes, 2000: 420).

Naturalmente, estos niveles de conciencia se erigen en tribunales de la conducta humana, por lo que nuestro autor los atenderá con la explicación de los valores de manera específica en su Cartilla moral, aunque también se encuentran desparramados en el resto de su obra. La atención que presta a la cuestión moral estriba en la petición expresa que tuvo para contribuir al proceso de alfabetización de los años cuarenta, de modo que la conceptuó como una actividad normativa: "Podemos figurarnos la moral como una Constitución no escrita, cuyos preceptos son de validez universal para todos los pueblos y para todos los hombres. Tales preceptos tienen por objeto asegurar el cumplimiento del bien, encaminando a este fin nuestra conducta" (Reyes, 2000: 484).

Para Alfonso Reyes, los valores que deben llenar de contenido la moral son el amor, la belleza, el bien, la libertad, la verdad, para lo cual se tienen su fomentar respetos. Sólo ejemplificaré con tres casos.

Al bien, obligatorio para todos los seres humanos, lo convierte en razón de ser de la misma existencia humana al consignar que "es un ideal de justicia y de virtud que puede imponernos el sacrificio de nuestros anhelos, y aun de nuestra felicidad y de nuestra vida" (Reyes, 2000, 484), por lo cual expone que al bien se accede tanto por la sabiduría como por los sentimientos, o dicho de otro modo, por las conciencias intelectivas y emotivas.

Sobre la libertad, cuya definición discute confrontando diversas perspectivas, la reconoce como el espacio necesario que orienta la actuación del hombre, sin perjudicar a terceros, por lo que en sentido moral planteó: "Todo ser necesita la libertad para realizarse a sí mismo, para cumplir con quien es como quien es" (Reyes, 2000: 506). Es la condición misma de autorrealización de cada uno de los seres humanos.

Con relación a la verdad, la reconoce como un valor tanto ético como gnoseológico, por lo que sustenta la necesidad de considerarlo fundamental en la formación y actuación de las personas, por ello dice: "El respeto a la verdad es, al mismo tiempo, la más alta cualidad moral y la más alta cualidad intelectual" (Reyes, 2000: 506). Más aún afirma que es imposible deshacerla con mentiras.

 Pero los valores serían meros planteamientos teóricos, impracticables, si no se llevaran al plano de la educación, por lo cual recomienda su ejercicio mediante la enseñanza del respeto en el orden siguiente: a sí mismo, en cuanto a su cuerpo y su alma, el de la dignidad; a la familia, la sociedad y sus miembros; al Estado acatando la legalidad; a la humanidad y los productos del trabajo; a la naturaleza (Reyes, 2000: 491-497).

Por ello, a manera de resumen, sustenta: "El amor a la morada humana es una garantía moral... la persona ha alcanzado un apreciable nivel del bien: aquel en que se confunden el bien y la belleza, la obediencia al mantenimiento moral y el deleite en la contemplación estética. Este punto es el más alto que puede alcanzar, en el mundo, el ser humano" (Reyes, 2000: 504).

Como es factible corroborar, en la perspectiva ética de Alfonso Reyes existe una pretensión objetivista, pero en verdad trasluce la postura subjetivista de toda construcción moral al sólo haber traducido la moral cristiana en términos laicos en su Cartilla moral (Hierro, 1981: 438).

Propuestas ideológicas y actitud
ante el progreso, la guerra y la paz

En la obra de Alfonso Reyes es difícil descifrar posturas ideológicas explícitas aunque al respecto pueden delinearse ciertos posicionamientos. Aquí referiré sus planteamientos acerca del progreso, la guerra y la paz, asuntos de la mayor importancia durante la primera mitad del siglo XX.

Téngase en cuenta que por el ambiente positivista de su época de estudiante quedó influenciado por uno de sus principios rectores: la idea del progreso, que atendió presto, sólo que con un planteamiento crítico al desechar la concepción lineal por el reconocimiento de que en la vida de las sociedades, ha habido siempre altibajos, vaivenes (Reyes, 2000: 472). Literalmente escribió: "El progreso histórico no puede considerarse como un desarrollo único, lineal y sin tropiezos. Aparte de que, en cada época, hay pueblos que han progresado más que otros, de una época a otra se aprecian cambios, no sólo en sentido positivo, sino negativo" (Reyes, 2000: 474).

Tuvo la convicción, también, de que está en la naturaleza humana e impulsada por las condiciones sociales que el hombre busque su mejoría, pronunciándose así por la idea de que el hombre es mejorable, por lo cual la fe en el progreso la cultiva como mecanismo de salvación, unos siguiendo el camino del místico y otros el histórico, aunque se entrecruzan. A la teoría histórica del progreso, de carácter finalista, la clasifica en jurídica, espiritualista y materialista (Cfr. Reyes, 2000: 475). En fin, Alfonso Reyes milita al lado del progreso, lo ve como ideal al que deben aspirar tanto los individuos como los pueblos.

Su posición ante la guerra resulta un tanto ambivalente porque por una parte señala que si los gobiernos contravienen la legalidad, las sociedades tienen el derecho legítimo de iniciar revoluciones (Reyes, 2000: 498), y por otra que no obstante que "puede haber revoluciones justas e injustas. También es evidente que los actos de violencia con que se hacen las guerras civiles son, en sí mismas, indeseables en estricta moral, francamente censurables en unos casos y netamente delictuosos en otros, ora provengan de la revolución o del gobierno" (Reyes, 2000: 498).

De esa concepción negativa sobre la guerra y optimista sobre el progreso adviene en el pensamiento de Alfonso Reyes su postura acerca de la paz, a la cual reivindica como una virtud, pues lo explicitó en los términos siguientes: "El progreso moral de la humanidad será mayor cuanto mayor sea la armonía entre todos los pueblos. La paz es el sumo ideal moral. Pero la paz, como la democracia, sólo puede dar todos sus frutos donde todos la respetan y aman" (Reyes, 2000: 499).

Ideas sobre la ciencia y la técnica

La modernidad se expresó en el siglo XX mediante el imparable desenvolvimiento de los saberes científicos y técnicos, fenómenos que no pasaron desapercibidos para los intelectuales de tal centuria. En el caso de nuestro autor, se refirió a ambos tipos de conocimiento para mostrar sus insuficiencias e implicaciones negativas como sus virtudes.

Ambos tipos de conocimientos los interpreta como productos de la conciencia intelectual: el científico ha permitido al hombre investigar el mundo, la sociedad y el ser mismo del hombre, de cuyas enseñanzas ha procedido su aplicación en la industria, o sea el desenvolvimiento del de tipo técnico, cuyas contribuciones están en la solución de diversos problemas sociales y culturales. Sólo que, advierte Reyes: "En el último vértigo de esta cima, la ciencia olvida los imperativos humanos, se vuelve contra sus fines como toda fuerza exacerbada..., y entonces la ciencia quisiera aniquilar al hombre" (Reyes, 2000: 446). Tal percepción puede leerse como la crítica al uso bélico que se hizo de ella durante las dos guerras mundiales que sellaron la centuria pasada.

Llama la atención la concepción sobre el antropomorfismo de la ciencia, con lo que se cuestiona sutilmente su objetivismo. En efecto, ejemplifica con su propio lenguaje, el cual arrastra referentes del animismo, tales los ejemplos siguientes: Los cuerpos "se atraen" y "chocan" o sobre los flujos eléctricos se "atraen" o se "rechazan" (Cfr. Reyes, 2000: 446).

Mostrar la complementariedad entre conocimientos científicos y técnicos y su raigambre ética, lleva a Alfonso Reyes a recoger la visión dominante de confrontar pueblos cultos con pueblos civilizados, al suscribir: "En todo caso civilización y cultura, conocimientos teóricos y aplicaciones prácticas nacen del desarrollo de la ciencia; pero las inspira la voluntad moral o de perfeccionamiento humano. Cuando pierden de vista la moral, civilización y cultura degeneran y se destruyen a sí mismas" (Reyes, 2000: 488).

Recordar que la génesis de la ciencia está en el programa que todo humano trae al momento de nacer tiene el interés de recordar que las producciones intelectuales por muy elaboradas que sean deben atender sólo a las expectativas éticas de convivencia armónica.

Concepciones culturales: el arte, la educación, la literatura

Claro que la mayor parte de la obra de Alfonso Reyes, por no decir toda, expresa sucintamente sus concepciones sobre el arte y la literatura como sublimes producciones humanas, por lo que resulta poco serio pretender resumirlas en unas cuantas líneas, en todo caso, sólo quisiera reproducir dos ideas que me parecen de la mayor trascendencia: 1) Interpreta a la poesía como el acceso privilegiado de conocimiento: "Hay que empezar -dice Reyes- por ser poetas. Así se doma la realidad, así se la vence" (Reyes, 2000: 436), y 2) El antropomorfismo es manifiesto en la literatura: "La poesía, por figura prosopopeya, hace hablar a los animales y a las cosas, y les supone a veces intenciones como las nuestras" (Reyes, 2000: 446).

En cambio sus ideas sobre la educación son implícitas en la mayor parte de su obra y las desarrolla con propósitos éticos en una de ellas. En efecto, en la Cartilla moral se localiza tres cuestiones al respecto: su fundamento, sus fines y sus funciones. Acerca de los fundamentos de la educación, Alfonso Reyes considera que es la actividad forjadora de todo cuanto el hombre hace posible: "La educación moral, base de la cultura, consiste en saber dar sitio a todas las nociones: en saber qué es lo principal, en lo que se debe exigir el extremo rigor; qué es lo secundario, en lo que se puede ser tolerante; y qué es lo inútil, en lo que se puede ser indiferente" (Reyes, 2000: 489).

Con base en tales fundamentos, piensa como fines educativos, la formación de hombres virtuosos, donde los valores son erigidos en norte de tan importante actividad, por lo cual señaló: "El hombre debe educarse para el bien. Esta educación y las doctrinas en que ella se inspira constituyen la moral o ética" (Reyes, 2000: 484).

Si fundamentos y fines de la educación son clarividentes, sucede lo mismo con sus planteamientos sobre sus funciones: 1) redime lo malo por naturaleza, al enseñar a ser bueno; 2) como actividad formadora, humaniza al levantar al hombre de su animalidad; 3) procura la armonía entre cuerpo y alma; 4) promueve el mejoramiento incesante de los seres humanos (Cfr. Reyes, 2000: 485-488).

Como queda corroborado, la concepción que sobre la educación desarrolló Alfonso Reyes es de carácter moral, profundamente humanista, como la tarea más noble de los hombres.

Opiniones sobre la cultura latinoamericana
o iberoamericana, la universal y el lugar de la filosofía

Uno de sus intereses recurrentes fue atender las manifestaciones de la cultura latinoamericana e iberoamericana en razón de las funciones diplomáticas que desempeñó y por las enseñanzas que obtuvo de sus contactos con los intelectuales europeos como latinoamericanos. Su obra está llena de los nombres de los más prominentes hombres de cultura, sea para respaldar sus juicios como para referir sus producciones.

Parte explicativa de esa vinculación que buscó Alfonso Reyes fue para manifestar preocupaciones provincianas. En una carta al francés Valéry Larbaud le confesó:

Ser americano es, ya de por sí algo patético. El solo hecho de existir los dos Continentes... es un hecho doloroso para la conciencia de los americanos...Yo no sólo soy americano, sino, peor aún, hispanoamericano; y lo que es más grave, mexicano. Y todavía para colmo... nativo de Monterrey... ¿Ha pensado usted, alguna vez, en el trabajo que nos cuesta, a los hispanoamericanos, salir, siquiera, a la superficie de la tierra? (Citado por Blasi, 1986: 106).

Así su obra puede entenderse como la redención de tal sentimiento.

Con relación a la filosofía, puede decirse que para él ocupó un lugar central de sus trabajos. La tomó como necesaria actividad complementaria en su obra intelectual. Si bien parece que sistematizó sus ideas y trabajó en su edad madura, lo cierto radica en que estuvo en contacto con sus preocupaciones desde su misma juventud. Dos aspectos nuclearon sus intereses filosóficos: el aprendizaje del origen y desarrollo de la filosofía grecolatina y la concepción del hombre. En ambos casos, fue en México un precursor.

Respecto de los problemas del hombre expuso a la antropología filosófica como la disciplina encargada de situar el hombre en el cuadro del universo, materia y espíritu comprendidos (Reyes, 2000: 461). De modo que su actividad filosófica no fue tangencial, sino esencial a su obra intelectual.

Visión integradora del humanismo

De ahí se deriva la correcta apreciación de identificarlo como un humanista. Así lo reconoció tempranamente Antonio Caso quien en una de las visitas de Alfonso Reyes a México, en 1924, lo reconfortó al recibirle con las palabras siguientes: “El humanista ha regresado a la patria” (Mejía Sánchez, 2000: 111). La tradición la continuó Octavio Paz al considerar su obra como respuesta a la vida misma; pero también la percibió Ignacio Chávez decir de él: “le interesaba todo cuanto fuese humano” (Citado por Rendón Hernández, 1980: 8); igualmente lo ha suscrito Ramón Xirau al consignar que tal término es el que mejor radiografía su esencia de escritor (Xirau, 1981: 77), y Ernesto Mejía Sánchez se ha dedicado a propalarlo al insistir que “ningún problema... fue extraño a su pensamiento... he aquí al humanista” (Mejía Sánchez, 1981: 114).

Tal reconocimiento a la obra de Alfonso Reyes engarza con la tradición de pensamiento humanista forjado por la intelectualidad latinoamericana, porque no sólo se afanó en conocerlo sino que lo recuperó, motivo por el cual lo asumió conscientemente al sustentar: “Nuestra línea es la humanística” (Reyes, 2000: 161). Esa visión lo orilló a enfrentar las dificultades para asir el contenido del humanismo al conceptuar:

A muchas cosas se ha llamado humanismo. En el sentido más lato, el término abarca todo lo humano, y por aquí, el conjunto del mundo, que al fin y a la postre sólo percibimos como una función humana y a través de nosotros mismos. Como todas las nociones demasiado amplias... no explica nada... En el sentido más estrecho, el término suele reducirse al estudio y práctica de las disciplinas lingüísticas y las literarias...

En aquel proceso de reeducación... se llamó “humanidades” a los estudios consagrados a la tradición grecolatina...

Durante el Renacimiento, el humanismo procura contemplar el pensamiento teológico... Pues el hombre como ser terrestre merecía un sitio junto al hombre entendido como criatura divina.

... el humanismo se mantiene como agencia útil y progresista (Reyes, 2000: 402-403).

De modo que a partir de este recorrido histórico llega simplemente a conceptuarlo como la orientación intelectual al servicio del bien, supeditando a él tanto el saber como todas las actividades humanas (Cfr. Reyes, 2000: 403) y cuyo ideal lo sintetiza el homo sapiens por cuanto promueve la preeminencia de la razón frente a los instintos y demás manifestaciones de la animalidad.

Ante la posición de las ciencias positivas que insisten en destacar la importancia del homo faber, el hombre como dueño de las técnicas para dominar el mundo físico, pretendiendo identificar al humanismo como un atrasado espiritualismo, Alfonso Reyes sugiere más bien la complementariedad, al propugnar por su conciliación mediante la comprensión y fomento de la armonía cultural (Reyes, 2000: 403), toda vez que son partes constitutivas de ella, ciertamente desempeñando roles específicos, y que sólo florecen “sobre el suelo de la libertad... política... también la libertad del espíritu y del intelecto...” (Reyes, 2000: 404).

Así, la concepción del hombre en la obra de Alfonso Reyes muestra que contribuyó a forjar las bases del humanismo latinoamericano al vertebrar distintos aspectos culturales, contextualizándolos históricamente.

Bibliografía

Directa

  • Reyes, A. (1984). Conferencias del Ateneo de la Juventud. UNAM. México.

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Indirecta

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  • Blasi, A. (1986). “Reyes y Larbaud: un diálogo entre mediadores”. M. Foster y J. Ortega (editores). De la crónica a la nueva narrativa mexicana. Coloquio sobre literatura mexicana. Oasis. México.

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*La versión impresa apareció en el libro: Alberto Saladino García (compilador), Humanismo mexicano del siglo XX, Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2004, Tomo I, págs. 249-257.

Alberto Saladino García
Universidad Autónoma del Estado de México
Julio 2006

 

© 2003 Coordinador General para México, Alberto Saladino García. El pensamiento latinoamericano del siglo XX ante la condición humana. Versión digital, iniciada en junio de 2004, a cargo de José Luis Gómez-Martínez.
Nota: Esta versión digital se provee únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso correspondan.

 

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