Teorías en
debate
"Teorías
sin disciplina "
"MANIFIESTO
INAUGURAL"*
Grupo Latinoamericano
de Estudios Subalternos
Introducción
El trabajo del Grupo de
Estudios Subalternos, una organización interdisciplinaria de intelectuales sudasiáticos
dirigida por Ranajit Guha, nos ha inspirado a fundar un proyecto similar dedicado al
estudio del subalterno en América Latina. El actual desmantelamiento de los regímenes
autoritarios en Latinoamérica, el final del comunismo y el consecuente desplazamiento de
los proyectos revolucionarios, los procesos de redemocratización, las nuevas dinámicas
creadas por el efecto de los mass media y el nuevo orden económico transnacional:
todos estos son procesos que invitan a buscar nuevas formas de pensar y de actuar
políticamente. A su vez, la redefinición de las esferas política y cultural en América
Latina durante los años recientes ha llevado a varios intelectuales de la región a
revisar algunas epistemologías previamente establecidas en las ciencias sociales y las
humanidades. La tendencia general hacia la democratización otorga prioridad a una
reconceptualización del pluralismo y de las condiciones de subalternidad al interior de
sociedades plurales.
La comprobación de que las élites coloniales y postcoloniales coincidían en su
visión del subalterno llevó al Grupo Sudasiático a cuestionar los macroparadigmas
utilizados para representar las sociedades coloniales y postcoloniales, tanto en las
prácticas de hegemonía cultural desarrolladas por las elites, como en los discursos de
las humanidades y las ciencias sociales que buscaban representar la realidad de estas
sociedades. El artículo inaugural de Guha en el primer volumen de la serie Subalternal
Studies, publicada por el grupo a comienzos de 1982, enseña ya la pretensión central
del proyecto: desplazar los presupuestos descriptivos y causales utilizados por los
modelos dominantes de la historiografía marxista y nacionalista para representar la
historia colonial sudasiática (Guha 1988: 37-43). En su libro de 1983 Elementary
Aspects of Peasant Insurgency, Guha critica la parcialidad de los historiadores que,
en su registro de los hechos, privilegian aquellos movimientos insurgentes que disponen de
agendas escritas y programas políticos teóricamente elaborados. Tal insistencia en la
escritura, anota Guha, delata el prejuicio de las élites nacionales y extranjeras que
construyeron la historiografía sudasiática.
La lectura, "en reversa" (o "against the grain", en el idioma de la
deconstrucción utilizado frecuentemente por el grupo) de esta historiografía para
recobrar la especificidad cultural y política de las insurrecciones campesinas tiene,
para Guha, dos componentes básicos: identificar la lógica de las distorsiones en la
representación del subalterno por parte de la cultura oficial o elitista, y desvelar la
propia semiótica social de las prácticas culturales y las estrategias de las
insurrecciones campesinas (Guha 1988: 45-84). La opinión de Guha es que el subalterno,
que por definición no está registrado ni es registrable como sujeto histórico capaz de
acción hegemónica (visto, claro, a través del prisma de los administradores coloniales
o de las élites criollas educadas), emerge en dicotomías estructurales inesperadas; en
las fisuras que dejan las formas hegemónicas y jerárquicas y, por tanto, en la
constitución de los héroes del drama nacional, en la escritura, la literatura, la
educación, las instituciones y la administración de la autoridad y la ley.
En otras palabras, el subalterno no es pasivo, a pesar de la tendencia que muestran los
paradigmas tradicionales de verlo como un sujeto "ausente" que puede ser
movilizado únicamente desde arriba. El subalterno también actúa para producir
efectos sociales que son visibles - aunque no siempre predecibles y entendibles - para
estos paradigmas o para las políticas estatales y los proyectos investigativos
legitimados por ellos. Es el reconocimiento de este papel activo del subalterno, el modo
en que altera, curva y modifica nuestras estrategias de aprendizaje, investigación y
entendimiento, lo que inspira la sospecha frente a tales paradigmas disciplinarios e
historiográficos. Paradigmas que se encuentran ligados a proyectos de orden nacional,
regional o internacional manejados por élites que, en su despertar, administraron o
controlaron las subjetividades sociales, buscando filtrar las hegemonías culturales a lo
largo de todo el espectro político: desde las élites mismas hasta las epistemologías y
los discursos de los movimientos revolucionarios, ejerciendo su poder en nombre del
"pueblo".
1. El subalterno en los estudios
latinoamericanos
Los límites de la historiografía elitista en
relación al subalterno no constituyen una sorpresa teórica para los Estudios
Latinoamericanos, que desde hace mucho tiempo han trabajado con el supuesto de que la nación
y lo nacional son conceptos totalizantes de carácter no popular. El concepto y la
representación de la subalternidad desarrollados por el Grupo Sudasiático de Estudios
Subalternos no encontraron viabilidad sino hasta los años ochenta, mientras que los
Estudios Latinoamericanos habían estado trabajando con conceptos similares desde su
establecimiento como área de investigación en los años sesenta. La constitución de
este campo de estudios (y de la Asociación de Estudios Latinoamericanos - LASA - como su
soporte institucional) en tanto que formación necesariamente interdisciplinaria,
corresponde al modo en que el grupo sudasiático conceptualiza al subalterno como un
sujeto que emerge en los intersticios de las disciplinas académicas, desde la crítica
filosófica de la metafísica o la teoría literaria y cultural contemporáneas, hasta la
historia y las ciencias sociales. Sin embargo, detrás del problema del subalterno se
encuentra la necesidad de reconceptualizar la relación entre el estado, la nación y el
"pueblo" en los tres movimientos que han inspirado y dado forma a los Estudios
Latinoamericanos (y a Latinoamérica misma): las revoluciones mexicana, cubana y
nicaragüense.
Quisiéramos esbozar la relación entre la emergencia de los Estudios Latinoamericanos
y el problema de la conceptualización de la subalternidad en términos de tres grandes
etapas, desde 1960 hasta el presente.
Etapa primera: 1960-1968
Como es bien sabido, aunque la mayoría de los países latinoamericanos ganaron su
independencia en el siglo XIX, los estados nacionales resultantes fueron gobernados
predominantemente por criollos blancos que establecieron regímenes coloniales internos
con respecto a los indios, los esclavos descendientes de africanos, el campesinado mestizo
y mulato, o los nacientes proletariados. La revolución mexicana marcó una desviación
con respecto a este modelo blanco, patriarcal, oligárquico y eurocéntrico de desarrollo,
pues se fundaba en la agencia de los indios y los mestizos, no sólo como soldados sino
también como líderes y estrategas del levantamiento revolucionario. No obstante, durante
el México postrevolucionario, en un proceso que ha sido ampliamente estudiado, este
protagonismo fue bloqueado a nivel económico, político y cultural - en favor de la
emergente clase mestiza, alta o media - mediante la supresión de las comunidades y
líderes indios, así como por la resubalternización del indio, que dejó de ser visto
como un sujeto histórico-político para convertirse en artefacto "cultural"
vinculado al nuevo aparato estatal (p. e. en el muralismo mexicano).
La revolución cubana representó una recuperación parcial del impulso hacia la
emergencia del subalterno, en particular gracias al acento que otorgó al problema del
carácter no europeo (o post-europeo) de los sujetos sociales en América Latina en el
contexto de la descolonización, levantándose así frente a la primacía de la
historiografía eurocéntrica y frente a los paradigmas culturales establecidos. La
relectura que hizo Roberto Fernández Retamar de Franz Fanon y del discurso de liberación
nacional en su ensayo Calibán es ejemplo de una nueva conceptualización de la
historia y la identidad latinoamericanas. Este impulso afectó no solamente a escritores
del Boom como Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, sino
también a científicos sociales como André Gunder Frank y los teóricos afiliados a la
escuela de la dependencia. Ambos grupos creían en la viabilidad de establecer en América
Latina economías y sociedades que "rompieran" radicalmente con las estructuras
del sistema dominante; una ruptura que, al menos en teoría, dejaría campo para el
protagonismo de los sujetos subalternos.
La revolución cubana generó prácticas culturales y políticas insatisfechas con la
representación de la clase media o alta como sujeto social por excelencia de la historia
latinoamericana. El nuevo prestigio que la revolución otorgó al marxismo entre los
intelectuales latinoamericanos y los trabajadores culturales generó un gran optimismo y
una certeza epistemológica respecto a las posibilidades de la subjetividad histórica. El
concepto del pueblo como "masa trabajadora" se convirtió en el nuevo centro de
la representación. Entre los resultados más apreciables de este cambio [epistemológico]
en la esfera de la cultura se encuentran los documentales de la escuela de Santa Fé
creada en Argentina por Fernando Birri, las películas del Cinema Nuovo brasileño y del
ICAIC cubano, el concepto del "cine popular" desarrollado en Bolivia por Jorge
Sanjinés y el grupo Ukamu, el "teatro de creación colectiva" en Colombia, el
teatro Escambray en Cuba y movimientos afines en los Estados Unidos, como el teatro
campesino.
Con todo, aun cuando estos trabajos problematizaban asuntos de genero, raza y lenguaje,
su acento recaía en la existencia de un sujeto clasista unitario y en su asimilación de
los textos teórico-literarios producidos por una élite intelectual que se identificaba
con ese sujeto, lo cual velaba la disparidad de negros, indios, chicanos y mujeres, los
modelos alternativos de sexualidad y de corporalidad, así como la existencia del
"lumpen" y de aquellos que no habían entrado en pacto con el estado
revolucionario. (Una buena dramatización de este problema que, sin embargo, es parte del
problema por su forma de presentarlo, fue el examen que hizo la cubana Sara Gómez en su
película De cierta manera de asuntos referentes a la clase, la raza y el género
en la Cuba postrevolucionaria). El sujeto de la historia no fue puesto jamás en duda,
como tampoco la idoneidad de sus representaciones (tanto en el sentido mimético como
político) por parte de las sectas revolucionarias, por las nuevas formas de arte y
cultura, o por los nuevos paradigmas teóricos como la teoría de la dependencia o el
marxismo althuseriano.
Segunda etapa: 1968-1979
La crisis del modelo protagónico de la revolución cubana empieza con el colapso de la
guerrilla del Ché Guevara en Bolivia y de los focos guerrilleros a finales de los
sesenta; un colapso basado en parte sobre la separación existente entre estos focos y las
masas que ellos buscaban impulsar hacia la acción revolucionaria. (Una imagen muy vívida
de esto proviene del mismo Ché Guevara, quien en su Diario reconoce la falta de
apoyo por parte de la población campesina de lengua Aymará que él estaba tratando de
organizar).
La "Nueva Izquierda" en los Estados Unidos, el movimiento antibélico, el
"Mayo" francés y las manifestaciones de los estudiantes mexicanos frente a la
matanza de 1968 en Tlatelolco, señalan la aparición del estudiantado como actor
político en el escenario mundial, desplazando a los tradicionales partidos
social-demócratas y comunistas. Las prácticas culturales que acompañaron estas
insurrecciones se hallan ejemplificadas en América Latina por la figura de Violeta Parra
y el movimiento de la nueva trova en la música latinoamericana, o por la
emergencia de formas musicales de contracultura como el reggae y el rock. Políticamente,
el movimiento se caracteriza, por un lado, como un conflicto "generacional"
entre las élites o los sectores medios y una nueva clase amorfa que los estudiantes
pretendían representar; por el otro lado, como una alianza política muy amplia entre
movimientos populares, como por ejemplo en el caso de la Unidad Popular chilena bajo la
figura de Allende.
En el campo de la producción cultural, la emergencia de formas documentales o
testimoniales desplazó los parámetros de representación fundados en la actividad de los
escritores y las vanguardias. A diferencia de la ambición mostrada por los novelistas del
Boom de "hablar por" América Latina, los sujetos subalternos
representados en los textos testimoniales se convirtieron en parte misma de la
construcción textual. La insatisfacción con la estrategia metaficcional y masculina de
los autores del Boom condujo a un nuevo énfasis en lo concreto, en lo personal, en
las "pequeñas historias", en la escritura (o las películas) producidas por
mujeres, lumpen, homosexuales y prisioneros políticos, generándose en este proceso la
pregunta de quién representa a quién. Simultáneamente, en el ámbito de la crítica
literaria nació la propuesta de construir una "historia social" de la
literatura latinoamericana, concretizada en proyectos tales como el grupo de literatura e
ideología en la Universidad de Minnesota y el Centro de Estudios Latinoamericanos
"Rómulo Gallegos" en Caracas, iniciativas ambas apoyadas por la gran diáspora
de intelectuales de izquierda provenientes del cono sur en los años posteriores a 1973.
Esta etapa marca también la introducción en Latinoamérica del postestructuralismo
francés, el marxismo gramsciano y la Escuela de Frankfurt, que sirvieron para
desestabilizar algunos presupuestos vigentes en el marxismo ortodoxo de los sesenta, y
también en los paradigmas de "modernización" generados por las ciencias
sociales norteamericanas. La recepción latinoamericana de la obra de Bakhtin, Voloshinov,
Lotman y la Escuela de Tartu, así como de los estudios culturales provenientes de Gran
Bretaña y los Estados Unidos, sirvieron para responder al formalismo de la semiótica
estructuralista, acentuando la heteroglosia, el dialogismo y la multiplicidad de los
discursos y de las prácticas significantes.
Tercera etapa: los años ochenta
La revolución nicaragüense y la importante difusión teórica y práctica de la
teología de la liberación se convirtieron en fuentes primarias de referencia durante
esta etapa. Las palabras claves fueron "cultura", "democratización",
"globalización" y algunos "post" (postmarxismo, postmodernismo,
postestructuralismo). Formas establecidas de la cultura alta, como por ejemplo la
literatura, fueron cuestionadas por la crítica que desarrollaron la deconstrucción, el
feminismo y los estudios negros y chicanos en los Estados Unidos, siendo reemplazadas por
una visión antropológica de la cultura como "experiencia vivida". En
concordancia con la emergencia de proyectos como el Grupo de Estudios Subalternos o el
Centro de Estudios Culturales en Birmingham dirigido por el jamaiquino Stuart Hall, los
latinoamericanistas empezaron a criticar la persistencia de sistemas coloniales o
neocoloniales de representación en América Latina (cf. Rama 1984). Se tenía la
sensación de que las dinámicas políticas y culturales habían comenzado a funcionar en
un contexto global que tornaba problemático el modelo centro-periferia de la teoría de
la dependencia, así como las estrategias nacionalistas que lo acompañaban (el final del
ciclo de crecimiento de los sesenta y la crisis del endeudamiento fueron, de hecho, los
eventos económicos predominantes durante toda la década).
El rápido desarrollo y expansión de los medios de información fue la característica
tecnológica más importante durante esta etapa, permitiendo, entre otras cosas, la
entrada y difusión en los nuevos circuitos globales de textos y prácticas culturales
provenientes de áreas que anteriormente pertenecían al mundo colonial (la publicación,
recepción y centralidad alcanzada por el libro de Rigoberta Menchú en el debate
estadounidense sobre el multiculturalismo es tan sólo un pequeño ejemplo de las nuevas
formas en que los objetos culturales son creados y administrados). Gracias a la
proliferación de la televisión, la telenovela se convirtió en la forma cultural
dominante en América Latina y las ciencias de la comunicación irrumpieron como el área
de mayor crecimiento académico.
Este es precisamente el momento en que emergen los estudios culturales en la
universidad anglo-americana, impulsados por la conjunción entre el feminismo, la crítica
del discurso colonial, nuevas formas de marxismo y teoría de la sociedad (Jameson, el
"postmarxismo" de Mouffe y Laclau, la condición postmoderna de Lyotard), los
análisis psicoanalíticos de Lacan concernientes a la construcción del sujeto, el nuevo
interés por los mass media y la cultura popular, así como las nuevas experiencias
de la globalidad y la simultaneidad. Con un retraso de aproximadamente cinco años, este
fenómeno se dio también en Latinoamérica misma y en los Estudios Latinoamericanos.
Sería apropiado, por tanto, concluir este relato sobre los vínculos entre los Estudios
latinoamericanos y el problema de la subalternidad con dos observaciones: 1) el proyecto
de crear un Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos, tal como el que estamos
proponiendo, representa tan solo un elemento, crucial sin embargo, al interior del campo
emergente y mucho más amplio de los estudios culturales latinoamericanos; 2) en la nueva
situación de globalización, el significante "Latinoamérica" hace referencia
también a un conjunto de fuerzas sociales al interior de los Estados Unidos, que
se han convertido ya en la cuarta o quinta (entre veinte) nación de habla española más
grande del mundo.
2. Conceptos básicos y estrategias
Lo que establece las pautas de nuestro trabajo es, principalmente, el consenso respecto
a la necesidad de construir un mundo democrático. Creemos que la naturaleza ética y
epistemológica de este consenso y el destino de los procesos de democratización en
Latinoamérica están unidos de tal forma, que imponen nuevos retos y exigencias a nuestra
labor como académicos y educadores. Esto implica, por un lado, una mayor sensibilidad
frente a la complejidad de las diferencias sociales y, por el otro, la creación de una
plataforma plural, aunque limitada, de investigación y discusión en la que todos puedan
tomar parte. Las configuraciones tradicionales de la democracia y el estado-nación han
impedido que las clases sociales subalternas tomen parte activa en los procesos políticos
y en la constitución del saber académico, sin reconocer sus contribuciones potenciales
como capital humano (excepto para explotarlo).
Lo que queda claro en el trabajo del Grupo Sudasiático de Estudios Subalternos es el
axioma de que las élites representadas por la burguesía nacional y/o la administración
colonial son responsables de haber inventado la ideología y la realidad del nacionalismo.
Su forma de mirar las cosas se ubica en el punto de intersección creado entre el antiguo
poder colonial y el futuro sistema poscolonial del estado-nación, en donde ellas
ocuparían un papel hegemónico. El problema central de la poscolonialidad es lo que Guha
llamase "la incapacidad histórica de la nación para realizarse a sí misma",
incapacidad debida al liderazgo inadecuado de las élites gobernantes. La nueva economía
política global trae consigo la necesidad conceptual de deconstruir los paradigmas de la nación
y la independencia, lo cual explica los cambios que viene experimentado
últimamente la terminología de las ciencias sociales. Conceptos tales como
"pluralismo", "democracia", "consenso",
"subalternidad", "desplazamientos de poder", "nuevo orden
mundial" y "Gran Área" son ejemplos de tal mutación. Ellos han sustituido
a conceptos como "modernización", "dictadura", "partido",
"revolución", "centro-periferia", "desarrollo",
"nacionalismo" y "liberación nacional". Uno de nuestros propósitos
centrales es rastrear el modo en que los conceptos mudan, y lo que significa la
utilización de una determinada terminología.
Además de conceptualizar la nación como un espacio dual (élites
metropolitanas / élites criollas; élites criollas / grupos subalternos), el estudio de
la subalternidad en América Latina incluye otras dicotomías estructurales. Al ser un
espacio de contraposición y colisión, la nación contiene múltiples fracturas de
lengua, raza, etnia, género, clase, y las tensiones resultantes entre asimilación
(debilitamiento de las diferencias étnicas, homogenización) y confrontación
(resistencia pasiva, insurgencia, manifestaciones de protesta, terrorismo). El subalterno
aparece entonces como un sujeto "migrante", tanto en sus propias
representaciones culturales como en la naturaleza cambiante de sus pactos con el
estado-nación. De acuerdo a las narrativas del marxismo clásico y del funcionalismo
sociológico respecto al "modo de producción", el sujeto migrante aparece
cartografiado como formando parte de los estadios de desarrollo de la economía nacional.
En tales narrativas, la participación de las clases subalternas y su identificación con
categorías económicas sirven para enfatizar el crecimiento de la productividad, que es
el signo del progreso y la estabilidad. La pregunta por la naturaleza del pacto social
entre el subalterno y el estado resulta fundamental para la implementación de un gobierno
eficaz en el presente, así como para la planeación de su eficiencia en el futuro.
La des-nacionalización es, simultáneamente, el límite y el umbral de nuestro
proyecto. La "des-territorialización" del estado-nación bajo el impacto de la
nueva permeabilidad de las fronteras y del flujo de capital-trabajo repite simplemente los
procesos genéticos de implantación de las economías coloniales en América Latina
durante los siglos XVI y XVII. No se trata solamente de que ya no podemos operar
exclusivamente con el prototipo de la nacionalidad, sino que el concepto de nación, atado
al protagonismo de las élites criollas en su afán de dominar o administrar a otros
grupos sociales, ha oscurecido desde el comienzo la presencia y realidad de los
sujetos subalternos en la historia latinoamericana. Desde este punto de vista, necesitamos
mirar hacia atrás para reconsiderar aquellas formas pre-nacionales de territorialización
precolombina y colonial, pero necesitamos también mirar hacia adelante para pensar en
nuevas formas emergentes de subdivisión territorial, fronteras permeables, lógicas
regionales, y sobre conceptos tales como el Commonwealth y el Panamericanismo.
Llamar a juicio el concepto de nación equivale, a su vez, a cuestionar determinadas
representaciones "nacionales" sobre las élites y los grupos subalternos.
Garantizadas legalmente por el estado, las políticas de inmigración o de reubicación
demográfica en América Latina (y ahora también en los Estados Unidos) se han impuesto
artificialmente sobre formaciones sociales y económicas ya existentes y,
consecuentemente, sobre la representación y el protagonismo del subalterno. ¿Cuáles son
las fronteras de América Latina si, por ejemplo, consideramos a Nueva York como la mayor
ciudad puertorriqueña y a Los Angeles como la segunda metrópoli más grande de México?
¿O si consideramos a la población afro-americana y angloparlante de la costa norte de
Nicaragua, que se consideran a sí mismos "criollos" y cuyas preferencias
culturales incluyen la música country norteamericana y el reggae jamaiquino?
Esta insistencia en mirar al subalterno desde el punto de vista de la posmodernidad no
significa que rehusemos perseguir los rastros que han dejado anteriores hegemonías
culturales en la formación del subalterno y de las correspondientes élites locales.
Podemos hallar al subalterno únicamente en los linderos articulados por antiguas
prácticas socioculturales, epistemológicas y administrativas, en la hibridación
histórica de mentalidades culturales y en los pactos contingentes que se dan cada vez que
ocurre un empalme transicional. De acuerdo a la narrativa de las elites, el nacionalismo
es una aventura idealista conducida por ellas mismas, guiada en parte por el ideal
"literario" de la nacionalidad. Pretendiendo altruismo y auto-abnegación, las
élites criollas, con su antagonismo frente al colonizador, invocaron la bondad del pueblo
y de las clases subalternas en lugar de buscar los medios para su promoción social. La
historia de las burguesías nacionales se convierte así en la (auto)biografía espiritual
de las elites, hecho que contribuye decisivamente a la formación política y cultural de
los subalternos (es el caso, por ejemplo, de la resistencia frente a la cultura letrada
del idioma español en algunas áreas indígenas, y frente a la "cultura alta"
en general por parte de los grupos subalternos). El no reconocimiento de la contribución
del subalterno a la creación de su propia historia revela la pobreza de la
historiografía [ilustrada] y señala las razones por las cuales fracasaron los programas
nacionalistas de promoción popular. El transnacionalismo del subalterno es registrado
únicamente como un problema de ley y orden, o, positivamente, como una respuesta al
carisma de los líderes de la elite, es decir, como una movilización vertical (a través
de la manipulación massmediática y populista) por parte de ciertos grupos y facciones.
Representarse la subalternidad en América Latina cualquiera que sea la forma en que
ella aparece (nación, hacienda, lugar de trabajo, hogar, sector informal, mercado negro),
encontrar el locus en donde ella habla como sujeto político y social, requiere una
exploración de las márgenes del estado. Insistimos en nuestra premisa básica: la
nación, como espacio conceptual, no es idéntica a la nación como estado. Nuestro
aparato conceptual adquiere, por ello, una connotación más geográfica que
institucional. Y nuestra estrategia de investigación nos obliga a realizar un trabajo
arqueológico en los intersticios abiertos por las formas de dominación (ley y orden,
poder militar o policial) e integración (aprendizaje y escolaridad). Empero, desde la
perspectiva del subalterno ambas cosas, la policía y el maestro, pudieran aparecer como
estrategias muy bien coordinadas al interior de un proyecto transnacional de expropiación
económica y administración territorial. Al conceptualizar la subalternidad debemos, por
ello, tener mucho cuidado en no colocarnos a nosotros mismos en la posición de letrados
subalternos (muy común en articulaciones previas del discurso de "liberación
nacional", por ejemplo en algunas formas del nacionalismo puertorriqueño o del arielismo
literario latinoamericano), es decir, en la posición de transcriptores, traductores,
intérpretes o editores; de evitar, en otras palabras, la construcción de una intelligentsia
poscolonial ubicada en los centros culturales hegemónicos. Con esto no queremos obviar el
problema, sino simplemente indicar que permanecer enfocados en la actividad de la intelligentsia
y en sus prácticas características (centradas en el cultivo de la escritura, la
ciencia, etc.) nos dejaría todavía en aquel espacio de "ceguera" y de
prejuicio historiográfico que Guha criticara en sus estudios sobre la insurrección
campesina.
En la medida en que la nación y lo nacional sean repensadas como
categorías variopintas que oscilan entre el criollo y el mestizo, entre el mestizo y el
mulato hasta el negro o el indio, entre el hombre y la mujer, nos acercaremos más a la
idea de territorialidad (espacios, áreas, geografías) que buscamos dibujar. En otras
palabras, el sujeto social desinstitucionalizado e internacionalizado es el que confirma
las estructuras de globalización y de control de la población (tanto político como
biológico). Reconocer la presencia de este sujeto es importante para ver de qué manera
los sujetos subalternos entran a formar parte activa, como seres vivientes de carne y
hueso, en las estructuras administrativas y en las prácticas de dominio. Debido a que las
epistemologías coloniales y "nacionales" les habían otorgado el status
de puros objetos, la actividad del subalterno aparece ahora como "eruptiva",
como una ruptura con modelos tradicionales de movilización vertical y de control social
que cuestiona las formas hegemónicas de representación y que obliga al estado y a sus
agentes (incluyendo a los profesores universitarios y a las instituciones de
investigación científica) a negociar unas políticas sociales y de investigación que
tengan en cuenta su propio proyecto de hacer historia.
Sin embargo, no estamos buscando dejar de lado el problema de lo "nacional" y
otras formas de nacionalismo y de movilización "nacional-popular", como por
ejemplo en el caso de la revolución sandinista en Nicaragua (estamos influenciados aquí
por la obra de Carlos Vilas y su tesis sobre la identidad del sujeto social de la
revolución (cf. Vilas 1986). Tampoco queremos establecer una fisura entre lo político y
lo teórico. El subalterno no es una sola cosa. Se trata, insistimos, de un sujeto mutante
y migrante. Aun si concordamos básicamente con el concepto general del subalterno como
masa de la población trabajadora y de los estratos intermedios, no podemos excluir a los
sujetos "improductivos", a riesgo de repetir el error del marxismo clásico
respecto al modo en que se constituye la subjetividad social. Necesitamos acceder al vasto
y siempre cambiante espectro de las masas: campesinos, proletarios, sector formal e
informal, subempleados, vendedores ambulantes, gentes al margen de la economía del
dinero, lumpen y ex-lumpen de todo tipo, niños, desamparados, etc.
Quisiéramos concluir este Manifiesto reconociendo, sin embargo, los límites de la
idea de "estudiar" al subalterno. Nuestro proyecto, conformado por un equipo de
investigadores (pertenecientes a universidades norteamericanas de elite) que quieren
extraer de ciertos documentos y prácticas hegemónicas el mundo oral de los subalternos,
es decir, la presencia estructural de un sujeto que los letrados no habíamos reconocido y
que nos interpela para mostrarnos qué tanto estábamos equivocados, debe confrontarse con
la resistencia del subalterno frente a las conceptualizaciones de la elite. No se trata,
por ello, de desarrollar nuevos métodos para estudiar al subalterno, nuevas y más
eficaces formas de obtener información, sino de construir nuevas relaciones entre
nosotros y aquellos seres humanos que tomamos como objeto de estudio. Las palabras de
Rigoberta Menchú al final de su famoso testimonio son relevantes en este contexto:
"Conservo todavía secretos que nadie puede conocer. Ni siquiera los antropólogos y
los intelectuales, no importa cuántos libros hayan escrito, pueden descubrir todos
nuestros secretos" (Menchú 1984).
BIBLIOGRAFÍA
- Guha, Ranajit. "Preface", en: Guha, Ranajit / Spivak, Gayatri (eds.). Selected
Subalternal Studies. New York: Oxford University Press, 1988.
- Guha, Ranajit. "On Some Aspects of the Historiography of Colonial India", en:
op.cit.
- Menchú, Rigoberta. I, Rigoberta Menchú: An Indian Woman in Guatemala. London:
Verso, 1984.
- Rama, Angel. La ciudad letrada. Hanover: Ediciones del Norte, 1984.
- Vilas, Carlos. The Sandinista Revolution: National Liberation and Social
Transformation in Central America. New York: Monthly Review Press, 1986.
Nota
*Este Manifiesto
fue publicado inicialmente por la revista Boundary 2 (vol. 20, número 3) y
reimpreso luego en el volúmen The Posmodernism Debate in Latin America (eds: J.
Beverley, J. Oviedo, M. Aronna, Duke University Press 1995) con el título "Founding
Statement". Agradecemos a Boundary 2 y a Duke University Press por
autorizarnos para incluir ésta traducción en castellano (N.E.).
Traducción: Santiago Castro-Gómez
[Fuente: Santiago Castro-Gómez y Eduardo Mendieta,
editores. Teorías sin disciplina (latinoamericanismo,
poscolonialidad y globalización en debate).
México: Miguel Ángel Porrúa, 1998.]
© José Luis Gómez-Martínez
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