Teorías en
debate
Alberto
Buela
Teoría del disenso
A Paul Piccone, in memoriam
[Resumen: La intención de este artículo no es reducir el
tema del disenso a la teoría del conflicto al estilo de Marx
o Engels, tema que dejamos al marxismo y sus estudiosos,
tampoco tratarlo desde la polemología, asunto que ha
recibido desde los años 70 un tratamiento pormenorizado y
casi definitivo por parte de Julien Freund y Gastón Bouthoul.
La intención es analizar el disenso desde la posibilidad de
constitución de teoría crítica. Sabemos que no es fácil, se
necesita un trabajo interdisciplinario, aun cuando hay
algunos pocos pensadores (Cacciari, Siena, Douguin, Wagner
de Reyna) meditando el tema.
Este pequeño trabajo viene a completar los Ensayos de
Disenso, próximos a aparecer en su versión argentina.
Pretendemos, con las limitaciones del caso, responder a la
Escuela de Frankfurt, pues como se sabe desde hace unos
treinta años se impuso en las democracias occidentales la
teoría del consenso, que tiene su origen ideológico en dicha
escuela neomarxista con el filósofo Jüngen Habermas a la
cabeza. Esto dio por resultado que "el consenso o acuerdo de
los grandes partidos políticos" se transformara en el
fundamento moral de nuestras menguadas democracias.
Reemplazándose así la genuina representación democrática,
transformando al sufragio universal y secreto en una
verdadera farsa. Porque viene a justificar las decisiones ya
tomadas de antemano por el acuerdo de los grandes partidos.
Nuestra propuesta del disenso como verdadera causa agente de
la teoría crítica postmoderna, intenta abrir espacios,
pliegues, al verdadero pluralismo social en el seno de un
sistema democrático procedimental y por ende vaciado de
contenido.
Al consenso de los grandes partidos debemos agregar las
múltiples y variadas “mesas de consenso social” patrocinadas
por los grandes lobbies e instituciones de la sociedad
civil, para que cambiando algo, nada cambie.]
El disidente no aspira a cargos oficiales
ni busca votos.
No trata de agradar al público,
no ofrece nada ni promete nada.
Puede ofrecer, en todo caso, sólo su pellejo”.
Valclav Havel
Este trabajo cierra un periplo de veinte años sobre la
meditación y práctica del disenso que comenzó allá por 1984 con
una conferencia en el Palacio de los Congresos de
Versailles(Francia) junto a los pensadores como Julien Freund,
Alain de Benoist, Guillaume Faye y Pierre Vial, titulada
L´Amérique hispanique contre l´Occident, y siguió luego a
través de la experiencia, durante un lustro (1994–1999), con la
revista de metapolítica Disenso, para concluir ahora, en
este ensayo.
Nuestra tesis es que el
disenso, sobre todo desde las sociedades dependientes como la
nuestra, es lo que permite crear teoría crítica, tanto en
ciencias sociales como en filosofía. Y hoy, la mediocridad de
ambas disciplinas radica en esta incapacidad de pensar
críticamente. O lo que es lo mismo, explica la vigencia de un
pensamiento único que tiene su proyección política en lo
políticamente correcto, sea a través del progresismo
socialdemócrata, sea en el neoliberalismo conservador. Son
estos, los dos brazos de la tenaza político–ideológica que
aprisiona al mundo que comienza en el siglo XXI.
Naturaleza del disenso
El acceso etimológico que nos permite el término disenso es el
siguiente: Proviene del verbo latino dissero: examinar,
discutir una materia, que se vuelca en el sustantivo
dissensus que significa otro sentido.
El sufijo dis, que proviene del adverbio griego δις
y que en latín se tradujo por bis=(dos veces), significa
oposición, enfrentamiento, contrario, otra cosa. Así tenemos por
ejemplo los vocablos disputar que originalmente significa pensar
distinto, o displacer que equivale a desagrado, o disyuntivo que
es no estar junto, estar separado.
Disenso significa, antes que nada, otro sentido, divergencia,
contrario parecer, desacuerdo. Existe muy poca literatura acerca
del disenso[i]
y la poca que existe, viene desde el pensamiento
institucionalmente aceptado, con lo cual el disenso está
caracterizado: negativamente. “El disenso es negativo porque
siempre está referido a un consenso previo” y vinculado a
las minorías: “una de las
características de toda minoría es una actitud de disenso”.
Es obvio que no compartimos para nada esta clasificación
interesada y parcial del disenso. Pues, disentir, no es sólo
negar un acuerdo sino que es, sobre todo, pretender otro sentido
al que actualmente poseen las cosas y las acciones de los
hombres y el mundo que nos rodea. Disentir es una actitud libre,
personal o colectiva, de afirmar otra cosa a la propuesta.
Psicológicamente es la primera actitud del hombre, al
reconocerse como otro distinto del padre, para convertirse en
adulto. El disenso enriquece el obrar humano y consolida una
sociedad plural, al mismo tiempo que invalida cualquier intento
homogeneizador o totalitario.
Muchos vinculan el disenso con la discrepancia entendida como
negar el consentimiento a algo o alguien. Por el contrario, para
nosotros el disenso no se agota en el afirmar lo que no se
quiere (en la negación) sino que logra su plenitud en el
pensamiento (teoría alternativa) y la actitud (práctica) no
conformista a la dada. Es el origen del pensamiento y la
conducta alternativa al orden o la normalidad constituida.
Es que el consenso, lo hemos visto hasta el hartazgo, a pesar de
la opinión de los progresistas ilustrados, no puede servir como
fundamento de la legitimidad política de la democracia porque
siempre es el resultado de un acuerdo de partes con poder en la
sociedad (racionalidad estratégica, que viene a responder a la
pregunta de Lenín: ¿Qué hacer?) que puede conducir, y de hecho
ha ocurrido infinidad de veces en la historia del mundo, a
resultados aberrantes.
A contrario sensu,
surge entonces el disenso en su función ético–política por
antonomasia, como origen de la legitimidad política de la
democracia pluralista y participativa, y no ya democracia
acuerdista, de pactos o logias, que se caracterizan por tomar
las decisiones antes de la deliberación. Esto es, transforman a
la deliberación de las partes en un simulacro pour la galerie.
“En todo disenso”, afirma el filósofo Wagner de Reyna, “hay un
enfrentamiento, una contradicción insalvable, y así resulta lo
contrario de la dialéctica, que anticipa la síntesis que
vislumbra –complacida y anhelante– en el horizonte. [...] Detrás
del contenido lógico del disenso siempre hay una necesidad –axiológicamente
fundada en lo insobornable– de hacer vencer la verdad. Nada más
lejos de él, que el parloteo –hablar por hablar y discutir por
discutir– y que la jovial disposición a un compromiso que no
compromete a nada. Tal suele ser el tan celebrado consenso”[ii].
La dialéctica tanto en Hegel como en Marx es un producto de la
modernidad, en su base está la vieja idea de progreso del Abad
de Saint Pierre. Hablando filosóficamente la estructura de la
aufhebung sein , es un suprimir que conserva para superar y
no la simpleza intelectual a que nos tienen acostumbrados los
manuales de filosofía de explicarla por la sucesión de la tesis,
antítesis y síntesis, conceptos por otra parte, que Hegel jamás
utilizó.
En cuanto a su calidad ética, el disenso no depende sólo de lo
negado, vgr. Los ciudadanos norteamericanos disienten con el
envío de tropas a Iraq, sino que depende también, y
fundamentalmente, del contenido de la propuesta realizada por el
disidente o no conformista, pero como los ciudadanos del ejemplo
no tienen una propuesta alternativa, se quedan en la negación,
su actitud se encuadra más bien en lo que sería una oposición o
una rebelión y no una disidencia.
Esto es importantísimo para comprender el por qué de la crítica
desde la izquierda a la teoría del disenso en el sentido que
éste no tiene en cuenta la dialéctica, o peor aún, afirman que
es contrario a la dialéctica porque se queda en la negación
y no pasa a la negación de la negación, núcleo y
sentido del método dialéctico.
El disenso para ellos es reducido a una infinidad de sucesiones
dicotómicas de negación donde no está pensada la superación de
las mismas secuencias. Pero repetimos, que el disenso no se
agota en la negación sino que exige, tal como nosotros lo
planteamos y entendemos, la creación de otro sentido
al dado, al del statu quo reinante o vigente.
En el disenso la superación de la negación no se da como en el
recetario marxista, porque las leyes mismas del movimiento del
mundo real se expresan en la dialéctica, sino porque el
disidente cuando disiente ofrece su pellejo, según la
cita de Havel. La superación de la negación es existencial.
Cuando se disiente es porque de facto ya se está plantado
en otra realidad distinta que la vigente. El disenso no se agota
como batalla ideológica–cultural sino que al nacer de un
pensamiento situado exige tanto una práctica política como una
práctica personal.
En definitiva, la calidad moral del consenso como del disenso no
deriva del acto de consentir o disentir, error del progresismo
ilustrado para quien el consenso es bueno y el disenso es malo,
sino del asunto a que se aplican, estos actos.
Disenso, transgresión y rebelión
Suelen confundirse estas tres nociones, sea por lo próximas, sea
por interés. La transgresión se produce, en general, sobre
normas, pautas o leyes ya establecidas y de uso regular que el
transgresor no respeta o viola. Esto lo hace explícitamente,
como un acto de su voluntad, y no por desidia o abandono. Vgr.
El hábito juvenil de conducir de contramano en calles y
avenidas.
La transgresión es sobre materia leve y delito no grave. En
grupos marginales y adolescentes es donde se reclutan la mayor
cantidad de transgresores. Incluso no perdura mucho en el
tiempo; es epocal y supone un quantum de inmadurez
psicológica. Otro de sus rasgos es su carácter urbano o
pueblerino.
Por el contrario el rebelde es, en general, “el emboscado”, como
sagazmente ha hecho notar Ernst Jünger en Tratado del rebelde
(1951): “Dos cualidades se dan en el emboscado (Waldgänger).
No consiente que ninguna superioridad le prescriba la ley, ni
por la propaganda ni por la fuerza”[iii].
La figura emblemática del rebelde es Robin Hood. El recurso
a la selva es una nueva respuesta de la libertad, ante la
libertad que la tiranía ha domesticado. El rebelde cuestiona el
sistema pero queda limitado a su acción personal. Carece de un
proyecto de nación. La rebelión es siempre de pocos, porque
pocos son los auténticos rebeldes, porque pocos pueden recurrir
al bosque como asiento de la libertad y vivir en él.
Al clasificar al disenso como negativo, tal como lo hace el
pensamiento políticamente correcto, se lo equipara a la
transgresión y a la rebelión por lo que tienen de negativo estas
dos actitudes ante el orden constituido. Pero el disenso, como
hemos visto, va más allá de la negación de una realidad con la
que no se comulga.
El disenso es proponer, como su nombre lo indica, otro
sentido, un sentido diferente del que, actualmente, portan
las cosas y las acciones de los hombres sobre ellas. El disenso
exige un proyecto distinto al vigente para no quedarse en
transgresión o rebelión; sólo en la negación. Y ese, es su
sentido más profundo y aquello que lo torna peligroso para los
satisfechos del sistema: permite crear teoría crítica sobre el
hombre, el mundo y los problemas que lo rodean. Cualidad que ni
la transgresión ni la rebelión poseen.
Disenso como método
Debemos lograr una interpretación genuina de lo que nos acontece
y sucede, no filtrada por una ideología determinada. Esto último
sólo nos lo permite el disenso como método, sobre todo
dado nuestro carácter de ecúmene dependiente– la iberoamericana–
en la producción de sentido de lo que ocurre en el mundo.
El ilustre filósofo escocés Alasdair MacIntayre se plantea
acertadamente que: "Uno de los rasgos más llamativos de los
órdenes políticos modernos es su carencia de foros
institucionalizados dentro de los cuales los conflictos y
desacuerdos sociales puedan investigarse sistemáticamente, así
como la ausencia de intento alguno para resolverlos. Con
frecuencia, los mismos hechos del desacuerdo pasan inadvertidos,
disfrazados por una retórica del consenso”[iv].
Lo primero que se deduce de este jugoso párrafo es la denuncia
de "las mesas de consenso o diálogo", el mecanismo tan peculiar
de los regímenes socialdemócratas que, en lugar de partir del
disenso y aceptar la existencia del conflicto en la sociedad,
parten por principio del consenso, con lo cual no sólo ponen el
carro delante del caballo sino que logran "disfrazar el
conflicto con la retórica del consenso", según la cita. Por otra
parte y eso muestra el otro rasgo típico del progresismo: los
problemas sociales se ordenan pero no se resuelven. Al existir
"la ausencia de intento alguno para resolverlos" se espera que
una especie de fuerza de las cosas los vaya resolviendo.
Afirmando este mismo sentido el filósofo italiano Massimo
Cacciari es aún más contundente cuando dice: “a lo que se siente
obligado el político postmoderno apoyado en la idea de pax
apparens es a organizar el conflicto, a recibir las demandas,
pero no a solucionarlas”[v].
Y en segundo lugar, se deduce la recuperación de la idea de
disenso como instrumento metodológico en la creación de teoría
crítica en las sociedades de hoy. El pensamiento no conformista,
que pretenda ser crítico está obligado, no a negar la
existencia, lo que sería estulticia, sino a negar la vigencia
de las megacategorías de dominación –pensamiento políticamente
correcto, único, homogeneización cultural, globalización,
igualitarismo, desacralización, etc.– para proponer otras
diferentes, distintas, diversas.
Todo método es eso un camino para llegar a alguna parte. El
disenso como método parte, no ya de la descripción del fenómeno
como la fenomenología, sino de la “preferencia de nosotros
mismos”. Se parte de un acto valorativo como un mentís rotundo a
la neutralidad metodológica, que es la primera gran falsedad del
objetivismo científico, sea el propuesto por el materialismo
dialéctico sea el del cientificismo tecnocrático. Rompe con el
progresismo del marxismo para quien toda negación lleva
en sí una superación progresiva y constante. Por el contrario el
disenso no es omnisciente, puede decir “no sé”, y así, al ser el
método del pensamiento popular, puede negar la vigencia de algo
sin tener necesidad de negar su existencia.
La preferencia se realiza a partir de una situación dada, un
locus, histórico, político, económico, cultural. En nuestro
caso Suramérica o la Patria Grande. Esto reclama o exige el
disenso, un pensamiento situado, como acertadamente habló la
filosofía popular de la liberación con Kusch, Casalla et alii,
y no la filosofía marxista de la liberación (Dussel, Cerutti y
otros) que es una rama europea trasplantada en América.
Tiene como petición de principio el hic Rhodus, hic saltus
(aquí está Rodas, aquí hay que bailar) de Hegel al comienzo de
su Filosofía del Derecho. Sólo desde un lugar determinado
se puede plantear genuinamente el disenso, porque de plantearlo
desde una “universalidad abstracta”: por ejemplo, la humanidad,
los derechos humanos, la igualdad, etc.etc. se hace merecedor de
la crítica desconfiada de la izquierda en general, que ve en el
disenso una peligrosa desviación reaccionario-populista.
Una vez que decimos quienes somos, desde donde planteamos las
cuestiones y cuál es nuestro contexto. Es decir, una vez que
planteamos las diferencias, recién allí, podemos pasar a la
segunda etapa o etapa resolutiva. En primer lugar se plantea la
cuestión de cuál sea el sentido de los entes y los existentes.
La relación hombre–mundo. Ello nos lleva a un segundo momento,
el de la disensión propiamente dicha con los relatos y sentidos
que como pensamiento único nos vienen dados por otros, hombres e
intereses, que no son ni nuestros intereses ni nosotros,
para concluir en un tercer momento en la construcción de un
relato genuino, sea filosófico, político, económico, religioso,
cultural, científico o tecnológico.
Los pasos del disenso como método, didácticamente expuestos son:
Primera etapa:
el método como propedéutica.
-
1.– Preferencia de nosotros mismos (se parte de un acto
valorativo).
-
2.– Genius loci (el desde dónde).
-
3.– las tradiciones nacionales de nuestros pueblos(las
tradiciones vivas, no las muertas).
Segunda etapa:
La proyección del método hacia el hombre, el mundo y sus
problemas, según enseñara don Miguel Angel Virasoro (1900-1967),
el metafísico argentino por antonomasia.
-
1.– la pregunta por lo otro y los otros(hombre–mundo).
-
2.– la disensión(los problemas).
-
3.– la superación del disenso: En búsqueda de la
construcción de nuestro propio relato.
El disenso como pensamiento
popular
Obsérvese que un pensamiento no conformista no niega la
existencia de lo que realmente existe, y en esto es un realismo
crítico, sino que para afirmarse debe negar la vigencia,
la pretensión de universalidad de dichas categorías. Y aquí es
cuando el no–conformismo se acerca al pensamiento popular, que
sabe, antes que nada, lo que no quiere, dado que la negación en
él funciona negando la vigencia de las cosas que lo afectan
negativamente. Pongamos un ejemplo, aunque siempre son rengos,
la globalización existe y no hay dudas de ello; el pensamiento
popular no niega su existencia, pero como no entra dentro de sus
intereses, lo que niega es su vigencia, y sigue viviendo a su
modo o como puede o lo dejan. Es sabido que sólo la vigencia de
las cosas y las ideas, más allá de su existencia, afecta la vida
de los hombres y de los pueblos. La idea de vigencia está
vinculada a la de vigor y acá quiere significar aquello que
tiene vigor y observancia sobre el hombre. Vigente es aquello
que lo implica.
Hoy situarse a la izquierda o a la derecha es no situarse, es
colocarse en un no–lugar, sobre todo para el pensador
(rechazamos de plano el término intelectual) que pretende
elaborar un pensamiento crítico. Y el único método que hoy puede
crear pensamiento crítico es el disenso. Disenso no sólo con el
pensamiento único y políticamente correcto sino también y sobre
todo, con el orden constituido, con el statu quo vigente
y esto último exige la práctica existencial del disenso. En este
aspecto el disenso se vincula políticamente a la resistencia
al régimen vigente, y en el ámbito personal a la virtud de
la fortaleza, que según los viejos filósofos, se define más por
el sustinere (soportar, resistir) que por el agredere
(agredir, golpear).
El disenso es estructuralmente una categoría del pensamiento
popular, en tanto que el consenso, como vimos, es una
apropiación de la izquierda progresista, históricamente alejada
de lo popular, que pretende lograr la democracia deliberativa
que tiene mucho de ilustrada, y también, aunque en otro sentido,
propiedad del liberalismo, como acuerdo de los que deciden, de
los poderosos (G8, Davos, FMI, Comisión trilateral,
Bildelbergers, etc.).
El disenso que se manifiesta como negación tiene distinto
sentido en el pensamiento popular que en el culto. En este
último, regido por la lógica de la afirmación, la negación niega
la existencia de algo o alguien, en tanto que en el
pensamiento popular lo que se niega no es la existencia de algo
o alguien, sino su vigencia, entendida como validez, como
sentido[vi].
El disenso niega el monopolio de la productividad de sentido a
los grupos o lobbies de poder, para reservarla al pueblo en su
conjunto, más allá de la partidocracia política.
La alternativa hoy es situarse más allá de la izquierda y la
derecha. Consiste en pensar a partir de un arraigo, de nuestro
genius loci dijera Virgilio. Y no un arraigo cualquiera
sino desde las identidades y tradiciones nacionales, que
conforman las ecúmenes culturales o regiones que constituyen hoy
el mundo. Con esto vamos más allá incluso de la idea de
Estado–nación, en vías de agotamiento, para sumergirnos en la
idea política de gran espacio, de Patria Grande, y cultural de
ecúmene.
Desde estas grandes regiones es desde donde es lícito y eficaz
plantearse el enfrentamiento a la globalización o, más
específicamente a la norteamericanización del mundo. Hacerlo
como pretende el progresismo desde el humanismo internacional de
los derechos humanos, o desde el ecumenismo religioso como
ingenuamente pretenden algunos cristianos, es hacerlo desde un
universalismo más. Con el agravante de que su contenido encierra
un aspecto loable, la fraternidad universal, pero vacuo,
inverosímil y no eficaz a la hora del enfrentamiento político.
Pero este enfrentamiento se está dando igual, a pesar de la
falencia de los pensadores en no poder elaborarlo aún, a través
del surgimiento de los diferentes populismos, que más allá de
los reparos que presentan a cualquier espíritu crítico, están
cambiando las categorías de lectura. Así la oposición entre
burgueses y proletarios de la izquierda clasista va siendo
reemplazada por la de pueblo vs. oligarquías, porque el
pensamiento popular no piensa la sociedad desde lógica de
clases, sino que su principal contradicción es pueblo vs.
antipueblo u oligarquías sobre todo financieras y las categorías
de izquierda y derecha van siendo reemplazadas por las de
justicia y seguridad. Así los gobiernos de izquierda exaltan la
justicia y los de derecha privilegian la de seguridad.
Y, mientras que desde la izquierda progresista la crítica a la
globalización se limita a reclamar que sus beneficios económicos
no queden reducidos sólo a unos pocos sino que se expandan a
toda la humanidad, desde los movimientos populares se vienen
gestando cientos de respuestas alternativas al “mundo uno”, vgr.
el banco de los pobres, la multiplicación de cooperativas, la
administración de fábricas abandonadas por sus dueños, los
miniemprendimientos, etc.etc.
La izquierda, por su carácter internacionalista no puede
denunciar el efecto de desarraigo sobre las culturas
tradicionales, porque no cree en ellas, ni sobre las identidades
de los pueblos, pues por sus principios ideológicos, los
proletarios y los burgueses son iguales en todas las latitudes
Su denuncia se transforma así, en un reclamo formal para que la
globalización vaya unida a los derechos humanos y a la
distribución de la riqueza.
Es desde los movimientos populares que se realiza la oposición
real a las oligarquías transnacionales. Es desde las tradiciones
nacionales de los pueblos donde mejor se muestra la oposición a
la sociedad global sin raíces, a ese imperialismo
desterritorializado del que hablan ideólogos progresistas como
Hardt y Negri.
Es desde el elogio del disenso, de la actitud no conformista que
se rechaza la imposición de un pensamiento único y de una
sociedad uniforme, y se denuncia la globalización como un mal en
sí mismo.
Es que el pensamiento popular, si es tal, piensa desde sus
propias raíces, no tiene un saber libresco o ilustrado. Piensa
desde una tradición que es la única forma de pensar genuinamente
según Alasdair MacIntayre, dado que, en definitiva, “una
tradición viva es una discusión históricamente desarrollada y
socialmente encarnada”[vii].
De este modo les resulta imposible a los pueblos y a los hombres
que los encarnan situarse fuera de su tradición. Cuando lo hacen
se desnaturalizan, dejan de ser lo que son. Son ya otra cosa.
Consenso vs. Disenso
Desde el punto de vista lógico ambos son términos relativos uno
a otro, así, como padre lo es de hijo o alto de bajo, el disenso
lo es siempre de un consenso y el consenso lo es sobre un
disenso, pero en la práctica cotidiana, sea política o personal,
el consenso se presenta como acuerdo de partes para el logro de
una finalidad común y el disenso, no tanto como la negación al
acuerdo, sino más bien como la pretensión de otorgar otro
sentido, un sentido diferente, distinto, alternativo, no
conformista a lo dado, a lo que está presente.
Otra diferencia es que la idea de disenso estuvo, al menos hasta
hace unos años, desacreditada teóricamente, pues la idea de
consenso estuvo y está avalada y reforzada por los profesores de
nuestras universidades, academias y la masa de los periodistas
semicultos, estos nuevos intelectuales que conforman la patria
locutora, y que la han adoptado como ideología indiscutible e
incuestionable.
El texto que más ha influído en todos ellos estos últimos años
es Teoría de la comunicación de Jürgen Habermas y los
complementarios Derecho y Democracia, y, Facticidad y
Validez. Para este autor, último vocero de la escuela
neomarxista de Frankfurt (Apel, Adorno, Cohen, Marcuse) devenido
ahora socialdemócrata, la complejidad social y las crecientes
desigualdades presentan hoy los mayores retos para la democracia
y estos retos sólo pueden ser superados creando nuevos foros y
asambleas donde los ciudadanos deliberen y discutan juntos, así
con esta “democracia discursiva” llegaremos al consenso
democrático que permitirá la resolución de los problemas. De
este modo, “el consenso es norma adecuada para crear teoría
crítica hoy”, según la expresión de su discípulo James Bohman.
Esta concepción se muestra así heredera directa de las
sociedades de ideas de la Revolución Francesa, y estas
sociedades –corazón del jacobinismo– por definición no pensaban
sino que hablaban. La ideología, observa Francois Furet,
historiador disidente de la historia oficial francesa, no se
piensa porque puede correr el riesgo de ser criticada, sino que
ella es toda conversada mediante sus intérpretes como verdad
socializada a través del asambleísmo y se expresa en la religión
del consenso[viii].
Claro está, ni una sola palabra acerca de quién detenta el
poder. Como la película de Marcelo Mastroiani De eso no se
habla.
Esto de no ocuparse del poder, limitando los temas a la
ingeniería política o a asuntos culturales, viene a explicar
porque en los centros académicos de mayor excelencia se percatan
de que “esto no va más” y se viene produciendo el reemplazo de
la sociología, en tanto hermenéutica social, por la politología
como hermenéutica del poder.
Así el pensamiento consensual por boca de los gurúes de turno
nos dice que la crisis de representatividad política radica en
la corrupción de los políticos y propone múltiples mecanismos
para purificarlos: eliminación de las listas sábanas, no
repetición de los mandatos, declaraciones juradas de bienes,
etc. etc., mecanismos que no son de suyo malos, pero que no
llegan al meollo profundo del problema, pues son pensados desde
un pensamiento no– crítico, desde el pensamiento conformista.
Por el contrario, pensar desde el disenso implica caracterizar
la crisis de representatividad política no como una falla de los
medios en su construcción, lo cual no es falso pero no es
suficiente para especificarla, sino porque lo que está en juego
es la anulación de la política dado que ha cesado el principio
de soberanía de las naciones.
La mutilación de la idea de soberanía nacional, archivando el
principio que nada hay sobre la nación más que la nación misma,
anuló toda política nacional autónoma. ¿De qué nos sirve elegir,
mejorando los mecanismos de representación, hipotéticamente a
los mejores, si las decisiones políticas se toman desde los
centros mundiales de producción de sentido que nos son ajenos?
Es interesante notar que el pensamiento consensual al no ser
crítico, aunque se presenta como tal, adopta la vanguardia
como método, resumida esta actitud en la frase: “si no somos
profundos, al menos no seamos antiguos”, que se traduce en
la ciquiricata de los suyos y el silencio para los que no
piensan de igual manera.
El pensamiento disidente debe hacer un doble esfuerzo, primero
poder ser aceptado como pensamiento stricto sensu por la
opinión publicada, que como hemos dicho forma parte del
pensamiento consensual y, en segundo lugar, elaborar teoría
crítica y no simplemente teoría de demonización: por un
lado los buenos y por otro los malos. La realidad político
social es cada vez más compleja y el disenso tiene que reflejar
en sus respuestas y propuestas la complejidad de esta realidad.
Ante nuestra actualidad es dable rescatar la función
ético-política del disenso que consiste aquí en expresar la
opinión de los menos, de los diferentes, ante el discurso
homogeneizador de la ética discursiva o comunicativa que sólo
otorga valor moral al consenso.
Pues este pensamiento consensual –discursivo e ilustrado– viene
en tanto que discursivo como un nuevo nominalismo a zanjar las
diferencias con palabras y no a través de la preferencia o
postergación de valores, como lo hace el disenso. Y en tanto que
ilustrado, sólo permite la crítica de aquellos pensamientos, los
llamados políticamente no correctos, o situaciones sociales que
no encarnen los ideales ilustrados de igualdad y democracia.
Así, la crítica nunca va dirigida a los modelos socialdemócratas
sino a los que decididamente no lo son, como es en Iberoamérica
hoy, el caso de Castro o Chávez, más allá de la acepción de
personas.
El disenso como práctica
El papel de los disidentes en la práctica del disenso ha sido el
motor en el desarrollo de la emancipación social a partir del
siglo XVIII y en la formulación de los derechos del trabajador
en el siglo XX. Lo importante en la práctica del disenso no es
la negación sino lo que se niega, dado que esta negación implica
un compromiso existencial del disidente.
No existe ninguna razón, salvo la conveniencia personal, para
que el hombre en sociedad renuncie a sus ideas para hacerlas más
parecidas a las del resto. Nada ni nadie nos puede obligar a
renunciar a nuestras ideas sólo para que se asemejen a las del
resto de nuestros conciudadanos.
La teoría del consenso, llevada a la práctica desde hace unos
treinta años a través del acuerdo de los grandes partidos
políticos como lo mejor que puede sucederle a nuestras
sociedades, ha concluido en un estruendoso fracaso. Vgr. el
consenso en Venezuela entre la democracia cristiana y los
socialdemócratas o en España entre el PP y los socialistas[ix].
Los diferentes consensos han terminado haciendo lo que impone el
neoliberalismo conservador, siendo sus consecuencias; mayores
injusticias, inseguridad, desempleo, pobreza, marginalidad,
menor educación, salud, calidad de vida.
Hasta un pensador liberal de la talla de Norberto Bobbio en uno
de sus últimos trabajos se da cuenta de las limitaciones del
consenso cuando afirma: “El disenso es una necesidad de la
democracia pues es, el que puede hacer posible las promesas no
cumplidas de ésta”[x].
Así al caracterizar al disenso no sólo como posible sino como
necesario para la democracia, Bobbio se percata que el disenso
no se limita a ser una regla de juego más del orden democrático
sino que cumple la función positiva de abrir espacios donde se
pueda manifestar el verdadero pluralismo social.
Hoy, se les permite a las masas de desocupados el disenso por el
disenso, expresado en la violencia por la violencia misma,
aunque siempre acotada, localizada. El poder político pretende
transformar el disenso en mera transgresión.
Claro está, que el consenso, aquel status questionis al
que debería arribar el disenso, ya ha sido establecido de
antemano, por los poderes indirectos o los lobbies ajenos a los
intereses de los pueblos y verdaderos manipuladores de nuestros
menguados Estados nacionales carentes de soberanía.
Esto es lo que denominamos “falso diálogo”, es decir, un diálogo
que comienza con el consenso como petición de principio,
escondiendo de entrada nomás, las diferencias de las partes y
los intérpretes. Este disimulo, esta parodia ha malogrado las
mejores iniciativas, porque ha partido siempre, por razones
ideológicas de la “parodia del otro, o del otro como un igual”,
ignorando que la única igualdad posible en un diálogo abierto y
franco es la diferencia. Y ésta se manifiesta siempre y de
entrada en el disenso.
El consenso está estrechamente vinculado a la idea de tolerancia
liberal, aquella que introduce la idea de disimulo, de simulacro
en la política, pues la tolerancia hoy, no es otra cosa que
la disimulada demora en la negación del otro. Hacemos “como
si” respetáramos al otro, cuando en realidad estamos disimulando
su negación. Y esta idea de disimulo, de simulacro encierra la
quintaesencia de la noción de ideología entendida como conjunto
de ideas que enmascara la voluntad de poder de un grupo, clase o
sector. Vemos como la idea de consenso no es neutra sino
ideológica.
Desde la América indoibérica la práctica del disenso la
realizamos en solitario, nos observamos solos, estamos de hecho
fuera del orden mundial “todo uno”, lo que transforma nuestra
acción y pensamiento en un quebrantamiento del orden establecido
y a nosotros todos los disidentes en marginales que deben ser
ordenados según el modelo de one world, o ser puestos
fuera de la humanidad.
Pensar y actuar desde lo hispano criollo es pensar a partir del
disenso con respecto al pensamiento único y políticamente
correcto que sostiene este nuevo orden mundial, del que forman
parte también las ideologías del indigenismo tan en boga en
Nuestra América.
Y pensar a partir del disenso es contravenir y contradecir a los
sostenedores conformistas de la teoría del consenso que quieren,
como nuevos nominalistas, arreglar la realidad con nomines,
con palabras, con conversación. (Cfr. La idea de democracia
deliberativa de Habermas, Cohen y Bohman según la cual “los
retos modernos pueden ser superados inventando nuevos foros en
los que los ciudadanos deliberen juntos y hagan uso público de
su razón”).
Y a título personal, la disidencia práctica pasa necesariamente
por el ejercicio cotidiano de la virtud, no realizado en forma
burocrática sino de manera generosa y sacrificada. Romper
diariamente con las solicitaciones del sistema y el medio
ambiente es una forma de ascesis. Heidegger dice por ahí,
hablando de cómo liberarse de la técnica “podemos usar los
objetos técnicos, pero podemos dejarlos ahí descansar,
desembarazarnos (loslassen) y tener serenidad (Gelassenhait)
para con las cosas”[xi].
La disidencia como virtud resulta de un hábito creado por la
repetición de actos de resistencia al sistema corruptor y
totalitario que anula al hombre mediante la televisión y la
masificación, y lo reduce a la bestialidad.
Además, el hombre hispano en sus múltiples y variadas formas y
encarnaduras siempre fue persona, nunca masa. Es lo
absolutamente contrario a ésta. La ecúmene hispanoamericana es,
sustancialmente, disyuntiva al nuevo orden mundial. Obsérvese
hoy, el cúmulo de teorías arbitrarias que quieren explicar el
avance geográfico del castellano. Sin ir más lejos en su último
trabajo[xii]
el publicitado ideólogo del hombre white, anglosaxon and
protestant, Samuel Huntington, expresamente sostiene que el
mundo hispano es el enemigo de la unidad e identidad
estadounidense y no sólo porque lo penetra con miles de
inmigrantes sino porque sus valores son disímiles, distintos,
diferentes.
El consenso y sus cultores, la izquierda progresista y el
neoliberalismo, siempre han quedado atados a la idea de 5contrato
social, por eso hoy los más atrevidos y “revolucionarios”
proponen un nuevo contrato social, como solución a los
problemas actuales.
El disenso práctico–político hoy se plantea desde la comunidad,
(Cfr. los nuevos comunitarismos) o mejor dicho, desde las
comunidades, es decir, aquellos conjuntos de hombres que no sólo
comparten leyes, lenguas y creencias sino también valores y
vivencias históricas –luchas por ser en el mundo– que son las
respuestas que tienen que dar, y de hecho lo están haciendo,
punto a punto al modelo de one world. Porque ante un
modelo totalizador no sirven las respuestas parciales sino
corresponden respuestas totalizadoras, holísticas se dice hoy,
respecto del hombre, el mundo y sus problemas.
Son las instituciones que la comunidad ha ido creando
espontáneamente las que hoy responden, incluso a pesar de ellas,
a las necesidades que el Estado privatizado ha dejado sin
resolver. Son las que, de alguna manera, conservan y restañan el
tejido social desgarrado en mil pedazos por la privatización
del gobierno y la política.
Privatización que se explica, porque los gobiernos y los
partidos políticos han travestido su finalidad y trabajan
para los intereses de los lobbies, sea ejecutando
políticas, sea sancionando leyes contrarias al bien común
general del pueblo que los llevó al poder.
Reinstalar la solidaridad en el seno de la comunidad es el
primero y más eficaz de los remedios a la cretinización de la
vida pública y ello sólo es posible con la reiteración habitual
de actos solidarios hasta crear una segunda naturaleza en el
hombre descastado de la sociedad postmoderna.
Y si no podemos llegar, en una sociedad secularizada como la
nuestra, hasta el otro como prójimo, conformémonos con llegar al
otro como próximo, que no es poco.
Notas
[i]
Cfr. Los trabajos de Javier Muguerza: Etica, disenso
y derechos humanos, Bs.As. 2002 y Ernesto Garzón
Valdés: El consenso democrático en Cuadernos
electrónicos de filosofía N°0.
[ii]
Wagner de Reyna, A. Prólogo a Ensayos de disenso,
Barcelona, Ed. Nueva República, 1999, p.5.
[iii]
Jünger, Ernst: Tratado del rebelde, Buenos Aires,
Sur, 1963, p.51.
[iv]
MacIntyre, Alasdair: Justicia y racionalidad
práctica, Barcelona, Eiunsa, 1994, P.20.
[v]
Cacciari, Massimo: Drama y duelo, Madrid, Tecnos,
p. 63.
[vi]
Kusch, Rodolfo: La negación en el pensamiento
popular, Buenos Aires, Cimarrón, 1975. Especialmente
el capítulo 6: El juego y la negación.
[vii]
MacIntyre, Aladair: Tras la virtud, Barcelona.
Crítica, 1987, p.274.
[viii]
Furet, Francois: Pensar la Revolución Francesa,
Barcelona, Petrel, 1980, p.226.- Especialmente el
capítulo Agustín Cochin: La teoría del jacobinismo.
[ix]
La historia argentina presenta un claro ejemplo sobre la
teoría del consenso cuando en 1891 hubo un acuerdo entre
Mitre y Roca con motivo de las elecciones para la
sucesión presidencial y proponían que el partido
oficial, Autonomista Nacional (PAN), y la oposición,
Unión Cívica, concurrieran a las elecciones con una
lista única de candidatos que evitara la competencia. La
política del acuerdo consistió en actos tendientes a
suprimir la lucha electoral y en la distribución de los
cargos antes del comicio.
La oposición al acuerdo por parte de Leandro Alem,
provocó la división de la Unión Cívica y la creación de
la Unión Cívica Radial (UCR), “que se quiebre pero
que no se doble” fue el legado de Alem antes de
suicidarse en 1896.
[x]
Bobbio, Norberto: Futuro de la democracia,
México-Bs.As, FCE. p. 49.
[xi]
Heidegger, Martín: Serenidad, Barcelona,
Ed.Serbal, p.27.
[xii]
Huntington, Samuel: ¿Quién somos?, Barcelona,
Paidós, 2004
(Cfr. el capítulo 9 sobre el reto hispano).
Alberto Buela
filósofo
buela@2vias.com.ar
[Un diálogo –esto es, a través del logos– supone que los
dialogantes tienen una identidad, que no ocultan. Y esa
identidad tiene que estar en claro, porque, si no, ¿con quién
estoy hablando? ¿Con un agente encubierto? La clarificación de
la identidad permite el respeto mutuo. De otro modo hay
ocultamiento y simulación. Cada uno dice lo que el otro quiere
escuchar, pero quien habla no cree lo que dice. Cada uno, pues,
se reserva, más allá y en contra de sus palabras, la facultad de
actuar como le plazca. Parece que dialogamos, pero, en realidad,
estamos afilando en secreto las armas, mientras tiramos buenos
propósitos de la boca para afuera. En esta era de la
comunicación obligada y global, el diálogo es puro “verso” como
diría un reo [Nota del autor].
© José Luis Gómez-Martínez
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reproducción destinada a otros fines, deberá obtener los permisos que en cada caso
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