-
EL JEFE.- Otra equivocación, Manuel.
-
MANUEL.- ¿Señor?
-
EL JEFE.- Ha vuelto a equivocarse, Manuel.
-
MANUEL.- Lo siento, señor.
-
EL JEFE.- Yo también. (Alcanzándole la
planilla.) Corríjala. (Un minuto de silencio.)
-
EL JEFE.- María.
-
MARÍA.- ¿Señor?
-
EL JEFE.- Ha vuelto a equivocarse, María.
-
MARÍA.- (Acercándose al escritorio de EL
JEFE.) Lo siento, señor.
-
EL JEFE.- También yo lo voy a sentir cuando
tenga que hacerlos echar. Corrija. (Nuevamente hay otro
minuto de silencio. Durante este intervalo pasan chimeneas de
buques y se oyen las pitadas de un remolcador y el bronco pito
de un buque. Automáticamente todos los EMPLEADOS enderezan las
espaldas y se quedan mirando la ventana.)
-
EL JEFE.- (Irritado.) ¡A ver si
siguen equivocándose! (Pausa.)
-
EMPLEADO 1º.- (Con un apagado grito de
angustia.) ¡Oh! no; no es posible. (Todos se vuelven
hacia él.)
-
EL JEFE.- (Con venenosa suavidad.)
¿Qué no es posible, señor?
-
MANUEL.- No es posible trabajar aquí.
-
EL JEFE.- ¿No es posible trabajar aquí? ¿Y
por qué no es posible trabajar aquí? (Con lentitud.) ¿Hay
pulgas en las sillas? ¿Cucarachas en la tinta?
-
MANUEL.- (Poniéndose de pie y gritando.)
¡Cómo no equivocarse! ¿Es posible trabajar sin equivocarse aquí?
Contéstame. ¿Es posible trabajar sin equivocarse aquí?
-
EL JEFE.- No me falte, Manuel. Su
antigüedad en la casa no lo autoriza a tanto. ¿Por qué se
arrebata?
-
MANUEL.- Yo no me arrebato, señor. (Señalando
la ventana.) Los culpables de que nos equivoquemos son esos
malditos buques.
-
EL JEFE.- (Extrañado.) ¿Los buques?
(Pausa.) ¿Qué tienen los buques?
-
MANUEL.- Sí, los buques. Los buques que
entran y salen, chillándonos en las orejas, metiéndosenos por
los ojos, pasándonos las chimeneas por las narices. (Se deja
caer en la silla.) No puedo más.
-
TENEDOR DE LIBROS.- Don Manuel tiene razón.
Cuando trabajábamos en el subsuelo no nos equivocábamos nunca.
-
MARÍA.- Cierto; nunca nos sucedía esto.
-
EMPLEADA 1ª.- Hace siete años.
-
EMPLEADO 1º.- ¿Ya han pasado siete años?
-
EMPLEADO 2º.- Claro que han pasado.
-
TENEDOR DE LIBROS.- Yo creo, jefe, que
estos buques, yendo y viniendo, son perjudiciales para la
contabilidad.
-
EL JEFE.- ¿Lo creen?
-
MANUEL.- Todos lo creemos. ¿No es cierto
que todos lo creemos?
-
MARÍA.- Yo nunca he subido a un buque, pero
lo creo.
-
TODOS.- Nosotros también lo creemos.
-
EMPLEADA 2ª.- Jefe, ¿ha subido a un buque,
alguna vez?
-
EL JEFE.- Y para qué un jefe de oficina
necesita subir a un buque?
-
MARÍA.- ¿Se dan cuenta? Ninguno de los que
trabajan aquí ha subido a un buque.
-
EMPLEADA 2ª.- Parece mentira que ninguno
haya viajado.
-
EMPLEADO 2º.- ¿Y por qué no ha viajado
usted?
-
EMPLEADA 2ª.- Esperaba casarme...
-
TENEDOR DE LIBROS.- Lo que es a mí, ganas
no me han faltado.
-
EMPLEADO 2º.- Y a mí. Viajando es como se
disfruta.
-
EMPLEADO 3º.- Vivimos entre estas cuatro
paredes como en un calabozo.
-
MANUEL.- Cómo no equivocarnos. Estamos aquí
suma que te suma, y por la ventana no hacen nada más que pasar
barcos que van a otras tierras. (Pausa.) A otras tierras
que no vimos nunca. Y que cuando fuimos jóvenes pensamos
visitar.
-
EL JEFE.- (Irritado.) ¡Basta! ¡Basta
de charlar! ¡Trabajen!
-
MANUEL.- No puedo trabajar.
-
EL JEFE.- ¿No puede? ¿Y por qué no puede,
don Manuel?
-
MANUEL.- No. No puedo. El puerto me produce
melancolía.
-
EL JEFE.- Le produce melancolía. (Sardónico.)
Así que le produce melancolía. (Conteniendo su furor.)
Siga, siga su trabajo.
-
MANUEL.- No puedo.
-
EL JEFE.- Veremos lo que dice el Director
General. (Sale violentamente.)
-
MANUEL.- Cuarenta años de oficina. La
juventud perdida.
-
MARÍA.- ¡Cuarenta años! ¿Y ahora?...
-
MANUEL.- ¿Y quieren decirme ustedes para
qué?
-
EMPLEADA 3ª.- Ahora lo van a echar...
-
MANUEL.- ¡Qué me importa! Cuarenta años de
Debe y Haber. De Caja y Mayor. De Pérdidas y Ganancias.
-
EMPLEADA 2ª.- ¿Quiere una aspirina, Don
Manuel?
-
MANUEL.- Gracias, señorita. Esto no se
arregla con aspirina. Cuando yo era joven creía que no podría
soportar esta vida. Me llamaban las aventuras... los bosques. Me
hubiera gustado ser guardabosques. O cuidar un faro...
-
TENEDOR DE LIBROS.- Y pensar que a todo se
acostumbra uno.
-
MANUEL.- Hasta a esto...
-
TENEDOR DE LIBROS.- Sin embargo, hay que
reconocer que estábamos mejor abajo. Lo malo es que en el
subsuelo hay que trabajar con luz eléctrica.
-
MARÍA.- ¿Y con qué va a trabajar uno si no?
-
EMPLEADO 1º.- Uno estaba allí tan tranquilo
como en el fondo de una tumba.
-
TENEDOR DE LIBROS.- Cierto, se parece a una
tumba. Yo muchas veces me decía: "Si se apaga el sol, aquí no
nos enteramos"...
-
MANUEL.- Y de pronto, sin decir agua va,
nos sacan del sótano y nos meten aquí. En plena luz. ¿Para qué
queremos tanta luz? ¿Podés decirme para qué queremos tanta luz?
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TENEDOR DE LIBROS.- Francamente, yo no
sé...
-
EMPLEADA 2ª.- El jefe tiene que usar lentes
negros...
-
EMPLEADO 2º.- Yo perdí la vista allá
abajo...
-
EMPLEADO 1º.- Sí, pero estábamos tan
tranquilos como en el fondo del mar.
-
TENEDOR DE LIBROS.- De allí traje mi
reumatismo. (Entra el ordenanza CIPRIANO, con un uniforme
color canela y un vaso de agua helada. Es MULATO, simple y
complicado, exquisito y brutal, y su voz por momentos
persuasiva.)
-
MULATO.- ¿Y el Jefe?
-
EMPLEADA 2ª.- No está. ¿No ve que no está?
-
EMPLEADO 2º.- Fue a la Dirección...
-
MULATO.- (Mirando por la ventana.)
¡Hoy llegó el "Astoria"! Yo lo hacía en Montevideo.
-
EMPLEADA 2ª.- (Acercándose a la ventana.)
¡Qué chimeneas grandes tiene!
-
MULATO.- Desplaza cuarenta y tres mil
toneladas...
-
EMPLEADO 1º.- Ya bajan los pasajeros...
-
MANUEL.- Y nosotros quisiéramos subir.
-
MULATO.- Y pensar que yo he subido a casi
todos los buques que dan vuelta por los puertos del mundo.
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EMPLEADO 2º.- Hablaron mucho los diarios...
-
MULATO.- Sé los pies que calan. En qué
astilleros se construyeron. El día que los botaron. Yo, cuando
menos, merecía ser ingeniero naval.
-
EMPLEADO 2º.- Vos, ingeniero naval... No me
hagas reír.
-
MULATO.- O capitán de fragata. He sido
grumete, lavaplatos, marinero, cocinero de veleros, maquinista
de bergantines, timonel de sampanes, contramaestre de
paquebotes...
-
EMPLEADO 2º.- ¿Por donde viajaste? ¿Por la
línea del Tigre o por la de Constitución?
-
MULATO.- (Sin mirar al que lo
interrumpe.) Desde los siete años que doy vueltas por el
mundo, y juro que jamás en la vida me he visto entre chusma tan
insignificante como la que tengo que tratar a veces...
-
MARÍA.- (A empleada 1ª.) A buen
entendedor...
-
MULATO.- Conozco el mar de las Indias. El
Caribe, el Báltico... hasta el océano Ártico conozco. Las focas,
recostadas en los hielos, lo miran a uno como mujeres aburridas,
sin moverse...
-
EMPLEADO 2º.- ¡Che, debe hacer un fresco
bárbaro por ahí!
-
EMPLEADA 2ª.- Cuente, Cipriano, cuente. No
haga caso.
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MULATO.- (Sin volverse.) Aviada
estaría la luna si tuviera que hacer caso de los perros que
ladran. En un sampán me he recorrido el Ganges. Y había que ver
los cocodrilos que nos seguían...
-
MARÍA.- No sea exagerado, Cipriano.
-
MULATO.- Se lo juro, señorita.
-
EMPLEADO 2º.- Indudablemente, este no pasó
de San Fernando.
-
MULATO.- (Violento.) A mí nadie me
trata de mentiroso, ¿sabe? (Arrebatado, se quita la
chaquetilla, y luego la camisa, que muestra una camiseta roja,
que también se saca.)
-
EMPLEADA 1ª.- ¿Qué hace, Cipriano?
-
EMPLEADA 2ª.- ¿Está loco?
-
EMPLEADA 3ª.- Cuidado, que puede venir el
jefe.
-
MULATO.- Vean, vean estos tatuajes. Digan
si estos son tatuajes hechos entre la línea del Tigre o
Constitución. Vean...
-
EMPLEADA 2ª.- ¡Una mujer en cueros!
-
MULATO.- Este tatuaje me lo hicieron en
Madagascar, con una espina de tiburón.
-
EMPLEADO 2º.- ¡Qué mala espina!
-
MULATO.- Vean esta rosa que tengo sobre el
ombligo. Observen que delicadeza de pétalos. Un trabajo de
indígenas australianos.
-
EMPLEADO 2º.- ¿No será una calcomanía?
-
EMPLEADA 2ª.- ¡Qué va a ser calcomanía!
Este es un tatuaje de veras.
-
MULATO.- Le aseguro, señorita, que si me
viera sin pantalones se asombraría...
-
TODOS.- ¡Oh... ah!...
-
MULATO.- (Enfático.) Sin pantalones
soy extraordinario.
-
EMPLEADA 1ª.- No se los pensará quitar,
supongo.
-
MULATO.- ¿Por qué no?
-
EMPLEADA 3ª.- No, no se los quite.
-
MULATO.- No voy a quedar desnudo por eso. Y
verán qué tatuajes tengo labrados en las piernas.
-
EMPLEADA 1ª.- Es que si entra alguien...
-
EMPLEADA 3ª.- Cerrando la puerta. (Va a
la puerta.)
-
MULATO.- (Quitándose los pantalones y
quedando con un calzoncillo corto y rojo con lunares blancos.)
Miren estos dibujos. Son del más puro estilo malasio. ¿Qué les
parece esta guarda de monos pelando bananas? (Murmullos de "Oh...
ah...") Lo menos que merezco es ser capitán de una isla. (Toma
un pliego de papel madera y rasgándolo en tiras se lo coloca
alrededor de la cintura.) Así van vestidos los salvajes de
las islas.
-
EMPLEADA 1ª.- ¿A las mujeres también les
hacen tatuajes?...
-
MULATO.- Claro. ¡Y qué tatuajes! Como para
resucitar a un muerto.
-
EMPLEADA 2ª.- ¿Y es doloroso tatuarse?
-
MULATO.- No mucho... Lo primero que hace el
brujo tatuador es ponerlo a uno bajo un árbol...
-
EMPLEADA 2ª.- Uy, que miedo.
-
MULATO.- Ningún miedo. El brujo acaricia la
piel hasta dormirla. Y uno acaba por no sentir nada.
-
EMPLEADO 1º.- Claro...
-
MULATO.- Siempre bajo los árboles hay
hombres y mujeres haciéndose tatuar. Y uno termina por no saber
si es un hombre, un tigre, una nube o un dragón.
-
TODOS.- ¡Oh, quién lo iba a decir! ¡Si
parece mentira!
-
MULATO.- (Fabricándose una corona con
papel y poniéndosela.) Los brujos llevan una corona así y
nadie los mortifica.
-
EMPLEADA 1ª.- Es notable.
-
EMPLEADA 2ª.- Las cosas que se aprenden
viajando...
-
MULATO.- Allá no hay jueces, ni cobradores
de impuestos, ni divorcios, ni guardianes de plaza. Cada hombre
toma a la mujer que le gusta y cada mujer al hombre que le
agrada. Todos viven desnudos entre las flores, con collares de
rosas colgantes del cuello y los tobillos adornados de flores. Y
se alimentan de ensaladas de magnolias y sopas de violetas.
-
TODOS.- Eh, eh...
-
EMPLEADA 2ª.- ¡Eh! ¡Cipriano, que no
nacimos ayer!
-
MULATO.- Juro que se alimentan de ensaladas
de magnolias.
-
TODOS.- No.
-
MULATO.- Sí.
-
EMPLEADO 2º.- Mucho... mucho...
-
MULATO.- Digo que sí. Y además los árboles
están siempre cargados de toda clase de fruta.
-
MANUEL.- No será como la que uno compra
aquí, en la feria.
-
MULATO.- Allá no. Cuelgan libremente de las
ramas y quien quiere, come, y quién no quiere, no come... y por
la noche, entre los grandes árboles, se encienden fogatas y
ocurre lo que es natural que ocurra entre hombres y mujeres.
-
EMPLEADA 1º.- ¡Qué países, qué países!
-
MULATO.- Y digo que es muy saludable vivir
así libremente. Al otro día la gente trabaja con más ánimo en
los arrozales y si uno tiene sed (toma el vaso de agua y bebe.)
parte un coco y bebe su deliciosa agua fresca.
-
MANUEL.- (Tirando violentamente un libro
al suelo.) ¡Basta!
-
MULATO.- ¿Basta qué?
-
MANUEL.- Basta de noria. Se acabó. Me voy.
-
EMPLEADA 2ª.- ¿A dónde va, don Manuel?
-
MANUEL.- A correr mundo. A vivir la vida.
Basta de oficina. Basta de malacate. Basta de números. Basta de
reloj. Basta de aguantarlo a este otro canalla. (Señala la
mesa del jefe.) (Pausa.)
-
EMPLEADO 1º.- ¿Quién es el otro?
-
TODOS.- ¿Quién es?
-
MANUEL.- (Perplejo.) El otro... el
otro... el otro... soy yo.
-
EMPLEADA 3ª.- ¡Usted, don Manuel!
-
MANUEL.- Sí, yo; que desde hace veinte años
le llevo los chismes al jefe. Mucho tiempo hacía que me amargaba
este secreto. Pero trabajábamos en el subsuelo. Y en el subsuelo
las cosas no se sienten.
-
TODOS.- ¡Oh!...
-
EMPLEADO 1º.- ¿Qué tiene que ver el
subsuelo?
-
MANUEL.- No sé. La vida no se siente. Uno
es como una lombriz solitaria en un intestino de cemento. Pasan
los días y no se sabe cuándo es de día, cuándo es de noche.
Misterio. (Con desesperación.) Pero un día nos traen a
este décimo piso. Y el cielo, las nubes, las chimeneas de los
transatlánticos se nos entran. Desnudas de los pies a la cabeza.
Con collares de flores. Que se alimentan de ensaladas de
magnolias. Y hermosos hombres desnudos. Que bailan bajo los
árboles, como ahora nosotros bailamos aquí...
-
La hoja de la bananera
De verde ya se madura
Quien toma prenda de joven
Tiene la vida segura.
-
(La danza se ha ido generalizando a
medida que habla el MULATO, y los viejos, los empleados y las
empleadas giran en torno de la mesa, donde como un demonio
gesticula, toca el tambor y habla el condenado negro.)
-
Y bailan, bailan, bajo los árboles cargados
de frutas.
De aromas...
-
(Histéricamente todos los hombres se van
quitando los sacos, los chalecos, las corbatas; las muchachas se
recogen las faldas y arrojan los zapatos. El MULATO bate
frenéticamente la tapa de la máquina de escribir. Y cantan un
ritmo de rumba.)
-
La hoja de la bananera...
-
EL JEFE.- (Entrando bruscamente con el
DIRECTOR con voz de trueno.) ¿Qué pasa aquí?
-
MARÍA.- (Después de alguna vacilación.)
Señor... esta ventana maldita y el puesto... Y los buques...
esos buques malditos...
-
EMPLEADA 2ª.- Y este negro.
-
DIRECTOR.- Oh... comprendo... comprendo. (a
EL JEFE). Despida a todo el personal. Haga poner vidrios
opacos en la ventana.