Marisa
Muñoz
"Cabalgando con rocinante o de la
aventura de pensar y escribir desde nuestra América"
En memoria del filósofo Arturo Andrés Roig
“¿Qué se puede esperar que diga alguien que se ha dedicado toda
su vida a la filosofía? ¿Que es ‘filósofo’?”. Estas preguntas se
hizo Arturo Roig cuando fue nombrado Profesor Emérito en el 2003
por la Universidad Nacional de Cuyo. Llevaba más de medio siglo
poniendo en ejercicio un filosofar arriesgado, tanto por la
elaboración conceptual como por el compromiso social y político
que caracterizó su praxis intelectual. Así lo testimonia hasta
el final su mesa de trabajo repleta de proyectos: la reedición
de su Platón, en el que un prólogo sin terminar no fue más que
una expresión de sus diálogos inacabados con el maestro griego;
un texto que integraría una edición en España de la obra de su
padre Fidel Roig Matons, catalán republicano, pintor y músico,
de quien heredó hábitos austeros y una especial sensibilidad
ante el mundo de la cultura. Estaba empezando a organizar el
tercer tomo de la literatura mendocina, sistematizando
materiales que había logrado reunir en perseverantes jornadas en
la Biblioteca San Martín y en diarios mendocinos del siglo XIX y
XX y había separado también, textos de y sobre Rousseau, pues
pensaba coordinar un dossier en la revista mendocina Estudios
de Filosofía Práctica e Historia de las ideas. También
estaba corrigiendo la traducción de su libro Teoría y crítica
del pensamiento latinoamericano que será publicado
próximamente en Francia.
Asimismo, dos proyectos de largo aliento estuvieron presentes en
este último tiempo: escribir sobre Manuela Sáenz y las lecturas
ilustradas de la época, y su libro Cabalgando con Rocinante,
del cual existe un plan de trabajo y algunos capítulos escritos.
Una de las secciones está dedicada a trazar genealogías tales
como: “Desde Demócrito hasta el Popol Vuh”, “Desde Lilyth hasta
Rigoberto Menchú” y “Desde Rousseau hasta el Che Guevara”.
Lo que acabamos de describir no es omnipotencia, no, es pasión,
una inmensa pasión que lo sostuvo hasta su partida y que
cualificó, sin lugar a dudas, sus modos de transitar los caminos
de la filosofía. La filosofía no se le presentó como un saber
ajeno al quehacer social, ésta consistía, para Roig, en un
“saber de vida” que le permitía no pensarse por fuera de los
grupos o movimientos emergentes de nuestra América. En este
sentido, podemos decir que sin dejar de sostener con rigor sus
investigaciones y propuestas de orden teórico-metodológico, lo
académico siempre supo ponerlo en su lugar.
No tuvo temor de enunciar ciertas palabras prohibidas, tanto
desde las academias como desde las formas ideológicas que ha ido
adoptando el capitalismo en nuestros días a partir de la
globalización neoliberal. Nos referimos al rescate de las
categorías de sujeto, alienación, humanismo, vistas en el marco
de nuestra propia historia pero sin perder de vista otras que
son como una especie de bisagra para la reflexión: tal es el
caso de la categoría de “condición humana” que conlleva dentro
suyo otras no menos importantes, como las de existencia, cuerpo,
mundo, lenguaje.
En ese empeño de elaborar y proponer categorías filosóficas
articuladas a una historia social fue produciendo en su
trayectoria intelectual una especie de enriquecimiento semántico
de sus propios conceptos. Estamos pensando en las nociones de “sujetividad”,
“a priori antropológico”, “función utópica”, “universo
discursivo”, “moralidad de la protesta”, “civilización y
barbarie”, las que lejos de quedar constreñidas en su
significación se fueron actualizando tanto desde una apertura a
la historicidad como desde sus intereses teóricos.
La categoría de “a-priori antropológico” que aparece
desplegada en su libro Teoría y crítica del pensamiento
latinoamericano (1981), es un ejemplo de lo que venimos
diciendo y es, a nuestro entender uno de los ejes sobre el que
se articuló su obra. Su construcción conceptual puede remitirnos
a la lectura y diálogos críticos sostenidos con filósofos como
Kant, Hegel, Spinoza y Marx, junto con las referencias a Platón
y otras escuelas de la antigüedad como las de los estoicos,
cínicos y epicúreos. Asimismo le proporcionaron claves de
interpretación para sus indagaciones sobre nuestra historia de
las ideas, en que aparecen pensadores latinoamericanos como Juan
B. Alberdi, Simón Rodríguez, José Martí y José Carlos
Mariátegui, por nombrar algunos de los más frecuentados en sus
escritos. Pero esto sin dejar de tener en cuenta que los autores
mencionados aparecen convocados por Arturo Roig en la medida en
que pueden contribuir a responder a sus propias interpelaciones
y proposiciones teóricas.
La “voluntad de fundamentación” que recorre sus escritos no
olvida lo complejo de la constitución de los sujetos sociales y
lo obliga a tener cierta vigilancia respecto de las tendencias a
esconder o sustancializar a los sujetos. La dimensión
antropológica que es recuperada en sus elaboraciones filosóficas
se afirma a partir de la historicidad, es decir, de la capacidad
de creación de propia historia por parte de los actores sociales
en su autoafirmación y emergencia. La formulación de un “a
priori antropológico” así como la de un “nosotros/as” remite
a sujetos empíricos en el marco de una “ontología social” que se
cuida permanentemente de no caer en ontologismos como meras
máscaras ideológicas. Así, para Roig los modos de “ejercicios de
sujetividad” se darán inevitablemente mediados por los
lenguajes, por los discursos, por la corporalidad, atravesados
por las tensiones entre “ser” y “deber ser” presentes en la
sociedad que remiten a un hacerse y un gestarse de esos sujetos
que no podrán entenderse sin la matriz social que los
constituye.
Pero si la cuestión del sujeto y las formas de sujetividad
ocuparon un lugar central en su obra, la categoría de sujeto no
se disolvió con la crítica sino que la fuerza se centró en
mostrar su complejidad, denunciando, asimismo, tanto una
construcción trascendental de la misma como su negación u
ocultamiento en la fragmentación desde la cual pasó de ser
sujeto a transformarse en “sistema”. No hay sujetos absolutos
–nos dirá Roig- ni abstractos, ni ideales. En este sentido, la “sujetividad”,
en tanto construcción categorial nos devuelve a los “sujetos
situados”, cuyas voces se enuncian en el discurso pero no de
modo transparente.
Así como hemos señalado la importancia de la categoría de sujeto
en su obra también debemos decir que no quedó afuera la
problemática de la “subjetividad”, pero que en determinado
momento pareció ser desplazada por la exigencia de la
constitución de un “yo social”. Los procesos de liberación,
dentro de los cuales Roig quiso entrever las formas de
emancipación, los leyó como expresiones de emergencia, en las
que el “yo” se resiste a ser pensado como mera individualidad.
La emergencia, en este sentido, no niega lo subjetivo, sino que
necesariamente lo incluye. Pensemos en la pasión, el amor, la
emoción, el sentimiento, como horizontes de vida presentes en
los ejercicios sujetivos. No hay una praxis real y completa si
se escinde lo sujetivo de lo subjetivo. Vivir la vida plena,
para nuestro filósofo, no es sólo posible sino que es un
derecho, un ejercicio que todos y cada uno de nosotros y
nosotras podemos llevar a cabo en medio de las contingencias de
la vida.
Otro de los temas de los cuales se ocupó es el que denomina como
una moral de la emergencia, especialmente en su libro: Ética
del poder y moralidad de la protesta (2002), surgido en la
fragua de esos conflictivos años de nuestro país. El rescate de
una moral que no puede desconocer la conflictividad social desde
la cual emerge parte de un enfrentamiento entre lo subjetivo y
lo objetivo y se revela como una protesta contra el ejercicio
del poder. El esfuerzo de Roig se encaminó a rescatar la
sujetividad como un modo de expresión, de emergencia, frente
a situaciones opresivas y deshumanizadoras. Los ejercicios de la
sujetividad-subjetividad han sido puestos en juego en
distintos momentos de nuestra historia como expresión y
respuesta contra las diversas formas de alienación de los seres
humanos y como afirmación de la dignidad como necesidad
esencial.
Denunciar las políticas epistémicas que están a la base de todo
planteo ético-moral fue una tarea que Arturo Roig emprendió, no
dejando que la presencia de los sujetos sea negada desde
instancias teóricas que esconden intereses ideológicos tales
como la apelación a una naturaleza humana, el planteo de una
ética del deber, las falsas contraposiciones entre
universalistas y comunitaristas y otros planteos o
contraposiciones estériles que sólo pueden contribuir a la
desocialización de la moral.
Roig interpeló los conflictos actuales con profundidad y
compromiso: el impacto de la globalización neoliberal, las
políticas del capitalismo en su fase actual, así como también la
construcción de una democracia participativa, la problemática
del género, el lugar de la sociedad civil, en suma, el divorcio
entre el derecho y la justicia. Indudablemente su obra
inacabada, se ubica en un rescate del ser humano como sujeto
moral ponderando los momentos de emergencia.
Si hacemos un repaso histórico podríamos decir que en la década
del `70 él asumió una decidida posición filosófica y política en
clave liberacionista. Su pionero y creativo trabajo en el campo
de la Historia de las ideas iniciado en la década del 60 y
continuado de modo ininterrumpido se articuló y profundizó en el
marco de nuevos procesos sociales, políticos y culturales que
acontecieron en la Argentina y en América Latina. Esta instancia
puede ser enunciada como el pasaje de una filosofía entendida
como teoría de la libertad al planteo de una “filosofía de la
liberación” luego formulada desde una teoría y crítica del
pensamiento latinoamericano. No menor fue el esfuerzo dedicado a
la reforma de estudios universitarios que corrió paralelo a la
elaboración de una nueva doctrina pedagógica participativa afín
al espíritu de la Reforma de 1918 y a la pedagogía de origen
krausista de fuerte presencia en Mendoza.
La renovación de la historia de las ideas y de la historiografía
filosófica de esta etapa se configuró con la lectura crítica de
los presupuestos de la filosofía hegeliana de la historia y el
rescate de la problemática de la alienación en clave
histórico-social. En este sentido las lecturas del filósofo
argentino Carlos Astrada y del francés Henri Lefebvre fueron
fundamentales no sólo por su crítica a las consecuencias de la
filosofía hegeliana sino por el redescubrimiento de los
Manuscritos económicos filosóficos de 1844 de Carlos Marx y
la concepción antropológica que éstos suponían.
La crítica radical a las “filosofías de la conciencia” contempló
la tarea de ampliación teórica y metodológica en el ámbito de la
historia de las ideas y la filosofía latinoamericana que propuso
Arturo Roig, en la que podemos señalar algunos momentos: la
incorporación del análisis de lo ideológico en el discurso
filosófico y el intento por correlacionar el “discurso
filosófico” con el “discurso político”; la investigación de la
narrativa desde la problemática de la cotidianidad y la
equiparación entre literatura fantástica y discurso político; el
análisis de la filosofía de la historia desde el punto de vista
de una teoría de la comunicación; la propuesta de una teoría del
discurso junto a la elaboración de la categoría de “universo
discursivo” y la incorporación de la problemática de los
“discursos referidos”; la ampliación de las funciones del
lenguaje y la identificación de la función epistémica o
fundamentadora del discurso; el análisis de la “función
simbólica” y la propuesta de una simbólica latinoamericana; la
identificación de la “función utópica” del discurso; las
categorías sociales, su naturaleza y su función de ordenación
semántica del universo discursivo; el problema mismo de la
constitución de una historia de las ideas con sus alcances
teóricos y epistemológicos y la búsqueda de una definición de la
Filosofía latinoamericana.
De hecho todas las instancias señaladas fueron estudiadas
mayormente en los grandes pensadores latinoamericanos del siglo
XIX y dieron lugar a una nueva e inédita revisión de nuestras
ideas desde marcos filosóficos renovados. Su teoría del sujeto y
de la subjetividad, de la que hemos dado ya cuenta, junto a los
trabajos de una filosofía práctica planteada en términos de una
“moralidad de la emergencia” en América Latina ha dejado
suficientemente argumentada la inescindible relación de la
filosofía con un marco ético y político.
La filosofía tal como la entiende Arturo Roig parte de un
compromiso vital y se nutre del deseo de emancipación. Su
pensamiento y magisterio fecundo se evidenció en la producción
de nuevas reflexiones y creaciones. En este sentido, su obra es
un impulso para pensar y para comprometernos en un horizonte
común de dignidad humana. Filosofar para Arturo Roig fue una
gran aventura que implicó riesgos y tomas de decisiones que
muchas veces adoptaron un signo trágico.
No podemos evitar imaginarlo montado a su Rocinante, símbolo de
la utopía que sostiene al jinete aun cuando esté acechado por la
desesperanza. Siempre valió la pena recorrer los caminos del
pensar y escribir, alimentado por ansias de justicia y dignidad,
rescatando y dibujando una antropología de la emergencia.
Y ya para terminar, quisiéramos citar unas palabras de Arturo
Roig, que ilustran una vida: la de él, aunque estrechamente
ligada a un nosotros, del que siempre se sintió parte: “Ya lo
dijo José Martí: ‘El hombre se mide por el poder de erguirse’,
así como se hace plenamente humano cuando entiende que la vida
es aventura, así como que vida y muerte son inescindibles y esta
última es la que nos empuja precisamente en nuestros intentos y
riesgos por lo mismo que hemos de dejarla construida.
Constantemente pasa delante nuestro, cabalgando, la sombra de
Don Quijote… ‘Llevo al costado izquierdo -decía el autor de
Nuestra América- una rosa de fuego que me quema, pero con ella
vivo y trabajo, en la espera de que alguna labor heroica o por
lo menos difícil me redima’. ‘Siento en mis talones las
costillas de Rocinante’ –les escribió el Che Guevara a sus
padres antes de su muerte. Si el capitalismo ha impuesto una
eticidad mercantil, los pueblos han de construir una moralidad
de protesta y emergencia”.
Marisa Muñoz
Profesora de la UNCuyo/Investigadora del CONICET
Mendoza-ARGENTINA
© José Luis Gómez-Martínez
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