María del
Carmen
Ruiz de la Cierva
"IMAGEN
INTELECTUAL DE OCTAVIO PAZ"
Una de las caras de la condición humana es ser viviente, la otra, ser mortal.
Entre la vida y la muerte transcurre el tiempo de cada hombre; el de
Octavio Paz ha sido largo, denso y fructífero. En el primer aniversario
de su muerte le recordamos como un gran poeta por encima de cualquier otra
consideración, cuya misión consistió en indagar en los mecanismos del
mundo sin reproducirlos ni extasiarse ante ellos y revelarlos, pero redimiéndolos
y transformándolos.
El poeta rechaza al mundo tal
como es, no pretende confirmar una verdad revelada, como el creyente, ni
fundirse a una realidad trascendente, como el místico; ni demostrar una
teoría como el ideólogo (Paz, 1950: 150). El poema es el espacio donde
el poeta indaga hasta descubrir que otros mundos son posibles. “Escribo
sobre lo que he vivido y vivo. Vivir es también pensar y, a veces,
atravesar esa frontera en la que sentir y pensar se funden: la poesía”
(Paz, 1985: 85).
Sus ensayos no son más que una
respuesta a su temperamento reflexivo. No se guardó sus propias
reflexiones, las escribió en prosa. Una prosa categórica y castigante,
sintética y metafórica, sentenciosa y de lumínica vivacidad lírica.
Sus temas son múltiples, todo lo cuestiona: historia, sociología,
antropología, lingüística, doctrina poética, relación del lenguaje
con la realidad, sentido y significado, signo y símbolo. Pero su
preocupación primordial fue la creación poética y por eso se considera
básica la meditación sobre el ser humano. “Escribo poesía porque no
tengo más remedio, responde a una necesidad interior”. Por tanto la
poesía revela la condición humana sin tratar de explicarla. Es a través
de su experiencia como manifiesta esa condición. Octavio Paz es un poeta
que piensa, no un pensador que escribe poemas.
No resulta, pues, necesaria la distinción entre una forma de
escribir u otra, en la obra de Octavio Paz, para realizar algunos apuntes
sobre su pensamiento literario. En todo caso, es capaz de dar el salto de
lo bien escrito, bien expresado y bien comunicado, a la plenitud del goce
estético. Consigue transmitir el misterio de una expresión artística,
algo enigmático, fascinante, que no se puede explicar, porque cuando se
intenta explicar o razonar un misterio se convierte en un problema. El
sentimiento que Paz pretende transmitir es algo que no queda en la misma
poesía, algo que la traspasa y es capaz de proporcionar una emoción estética;
importa la fascinación de la contemplación.
En el transcurso de su vida, ha
sido fiel a dos premisas fundamentales: la conciencia crítica, porque sólo
el renacimiento del espíritu crítico puede proporcionar un poco de luz
en la oscuridad de la historia presente, y la defensa enérgica de la
libertad del hombre, cuyo fin es siempre una reivindicación de los
valores esenciales del humanismo, porque el humanismo de Paz es siempre
comprometido sin dejar por ello de realizar un riguroso análisis (Paz,
1985: 7). No quiso ni pudo evitar vivir vinculado a un momento histórico
y hacerse eco de sus problemas. Fue un hombre que dialogó con su época
en serenidad y profundidad. Paz pretendió con su intervención que las
palabras permanecieran en libertad llenas de inocencia y confianza, que se
recuperara el concepto de persona y que esa persona libre consiguiera una
convivencia democrática con su voz y su voto.
Por otra parte su interés por
la poesía le induce a escribir una serie de ensayos en donde se plantea
cuestiones sobre lo poético y su sentido entre los hombres, a las que
responde viéndose como parte del movimiento poético moderno que comienza
con el Romanticismo.
Sus experiencias van despertando
en él una necesidad de comunicación que irá documentando con sus
lecturas personales y sus relaciones y viajes. Es, por tanto, un escritor
autodidacto, perfectamente documentado, cuya mente posee una claridad y
lucidez asombrosas. Esta consideración es importantísima para entender y
valorar su pensamiento literario y, sobre todo, su expresión artística.
Cuando Paz habla de sí mismo en
Pasión Crítica confiesa que no es protestante y que sus raíces están
en el barroco español, en el romanticismo y en el surrealismo (Paz, 1985:
21).
Parece sentir cierto desdeño por los clásicos, se mira más en Quevedo,
Góngora y sor Juana. Dice que Cervantes es el Homero de la sociedad
moderna y que no dirige su atención a Roma sino hacia el México antiguo,
hacia Fourier, hacia el “ninguna parte” de la India. También dice que
su libro consejero, “su hermano mayor”, es el diccionario de
Corominas. Le interesan las civilizaciones desaparecidas junto a los
libros de viajes y de historia. De la historia pasó a la arqueología y
de ahí a la antropología de la mano de Lévi-Strauss que le llevó a la
lingüística como otra manera de acercarse a la poesía. La lingüística
no puede explicar qué es un poema, pero sí puede decir cómo es, cómo
está hecho. Y Paz no supo distinguir entre leer, escribir y vivir. Para
él un texto es un tejido de experiencias y visiones, no sólo de palabras(Paz, 1985: 214).
Octavio Paz fue un hombre vital,
optimista y valiente; siempre se involucró en su crítica tanto literaria
como política. Creyó en la poesía, en la libertad y en el amor. El amor
como instante de vida plena, no le pide más. Amor que valora alma y
cuerpo sin estar vinculado ni al matrimonio ni a la procreación. Aceptó
la muerte asumiendo la evidencia y consideró que la felicidad se puede
alcanzar en este mundo siempre de forma momentánea en determinados
instantes en los que el hombre es capaz de detener el paso del tiempo.
Después, quedan las obras.
El hombre moderno debe descubrir
un nuevo espacio sagrado, no religioso, que sea el punto de convergencia
entre la libertad, el amor y la poesía. Porque la condición humana vive
un drama sin respuesta tras el fracaso del cristianismo, sus mitos y sus
ritos. Ese vacío no lo ha podido llenar la política ni el deporte ni la
moda ni la publicidad, tampoco la filosofía, la ciencia o el arte. El
surrealismo trató de solucionar ese problema (Paz, 1974a).
Junto al surrealismo se puede
decir que sus maestros fueron los poetas de su lengua que le precedían
inmediatamente. Frente a la concepción lineal del tiempo, exaltó la
modernidad, el instante, lo transitorio, lo nuevo. El modernismo es un
verdadero comienzo que entronca nuestra cultura con la modernidad frente a
la tradición guiada por la mimesis, Paz afirmó la tradición de la
ruptura, la tradición de la vanguardia, en donde la idea de cambio es
esencial; pero la obra ha de ser única e inimitable. Así pues, se
produce un dualismo que enfrenta lo transitorio con lo inmutable, dualismo
ya observado en Baudelaire.
Quizá
la característica propia de la obra de Paz consista en haber sabido
insertar la tradición del pasado en la tradición contemporánea. Ha sido
capaz de unir escritura y vida moral, palabra y pensamiento. Importa mucho
observar cómo la pluralidad de direcciones tiene que ver con su vida y cómo
sus experiencias forman parte de su biografía literaria. Por eso es muy
difícil deslindar influencias, todo está entrelazado. “La poesía
moderna me descubrió la vitalidad y la actualidad del pensamiento mítico,
los mitos me llevaron a la antropología, la antropología me aclaró
algunos aspectos de la civilización de la India, la India me hizo pensar
en el México antiguo y en su destino contemporáneo”. Su originalidad
radica en su especial capacidad para transmitir un sentimiento artístico
que sobrepasa los aspectos meramente formales de sus obras y en su
peculiar modo de conectar con lo más íntimo del ser humano.
Sus años de la India resultaron
de profunda meditación sobre la concepción del mundo, la vida y el arte.
La India no entró en Paz por la cabeza sino por los ojos, los oídos y
otros sentidos. Su educación india no fue meramente libresca, fue, además,
sentimental, artística y espiritual. Por eso su influencia quedó
reflejada no sólo en sus escritos sino en su propia vida (Paz: 1995: 30).
La India es una gigantesca caldera y aquél que cae en ella no sale nunca.
Y Paz cayó en ella y nunca salió del todo.
Sin embargo es evidente que Paz
es un escritor occidental, y no puede dejar de serlo, sean cuales sean las
vicisitudes de su experiencia. Por ello la conclusión es que la poesía
de Octavio Paz significa un gran puente tendido entre Oriente y Occidente.
Se empapó de estructuralismo,
aunque su influencia fue superficial, ahondó en las filosofías de la
China, el pensamiento y la poesía del Japón, el budismo clásico y el
tantra, en base a lo cual comparó Occidente con Oriente, dejó atrás el
surrealismo, se apartó del existencialismo y compuso una síntesis ontológica
en su pensar y de arte combinatoria en su poética, como un acercamiento
de la realidad, que será una revalorización de la naturaleza y una
interacción del ser con el cosmos, en busca de una fraternidad humana y
de una unidad de hombre y mundo, y de los hombres entre sí, ambas cosas
negadas por la filosofía de la Europa moderna, dualista y antitética.
El escritor mejicano se interesó
por la filosofía porque quiso encontrar una sabiduría como la que
encontraron en la antigüedad los estoicos, pero no ha intentado nunca una
explicación filosófica de la poesía, sólo ha reflexionado sobre lo que
la poesía dice y cómo lo dice. Interesante resulta su valoración del
silencio. Al acabar el discurso filosófico, comienza el poético y, al
terminar el poético, puede oírse el silencio. Así, el silencio dice
algo que las palabras no pueden expresar.
Dentro de esta rápida y esquemática
imagen intelectual de Octavio Paz, me voy a detener un poco en la
influencia de Heidegger por tratarse de un tema importante y menos
estudiado que otros.
El escritor mexicano partió de Heidegger para considerar a la poesía
como una visión reveladora del ser al realizarse en el abismo del tiempo.
A pesar del alto poder reflexivo que se observa en la obra de Octavio Paz,
no se puede decir que sea un poeta filosófico, aunque su poesía es
realmente inteligente y de ella se deduce una visión del mundo. En El
arco y la lira comenta (Paz,
1956a): “Me interesó la ontología de Heidegger como un fundamento -o más
exactamente- como un punto de partida para la elaboración de una poética.
No una estética ni una filosofía de la poesía; más bien, una visión
de la poesía como revelación del ser al desplegarse en la temporalidad
del lenguaje. La imagen poética es la instantánea aparición del ser;
una aparición que es también una desaparición: el tiempo se abre y ese
hueco es el lugar de la aparición/desaparición...”
En primer lugar hay que observar
que todo querer y desear tiene su raíz y fundamento en el ser mismo del
hombre, que es ya y desde que nace un querer ser, una avidez permanente de
ser
(Paz, 1967a: 128). Pero el ser no puede apoyarse en nada, porque la nada
es su fundamento. En consecuencia, no le queda más recurso que asirse a sí
mismo, crearse a cada instante (Paz, 1974a: 74-75). Se trata de comprender
el ser en sí mismo, en lugar de realizarlo en sus infinitas
manifestaciones. Nuestro ser consiste sólo en una posibilidad de ser
(Paz, 1979a: 85). Esta idea visionaria ha recorrido toda la obra de
Octavio Paz.
En segundo lugar es importante
observar que Heidegger manifiesta una cierta obsesión monista, una
tendencia a lo uno (la existencia se denomina “una” aunque no se
convierta en problema la comunicación de las existencias) que Paz
resuelve abriéndose a la otredad. El ser es, para Octavio Paz, de manera
radical, otredad (Paz, 1956a: 216). La conciencia de sí mismo como
carencia y la salida hacia lo extraño y entrañable es una relación que
dinamiza y amplía el escritor mexicano enriqueciendo su concepción y su
obra. El motor de ese movimiento es el deseo, un sentimiento impulsor que
proyecta al hombre continuamente fuera de sí (Paz, 1985: 182). El hombre
es deseo de ser porque se concibe como carencia de ser, o dicho de otra
manera: como un ser que está siendo y por lo tanto ha de perseverar
incesantemente en lo que es. Puesto que el ser del hombre no le es dado, y
que su ser es tiempo, es transcurrir, cuyo evasivo rostro es la otredad, sólo
a través del deseo se constituye. Ser es un querer ser(Paz, 1956a: 181).
En Octavio Paz ese deseo es el
eje entre el uno y el mundo, entre la soledad y la comunión (Paz, 1957:
95). El deseo es la forma que adopta nuestro ser y en él se hace patente
que “el ser implica el no ser; y a la inversa” (Paz, 1956a: 136). En
este sentido, la sugerente lectura de Paz parece reconciliar tácitamente
a Heidegger con cierto pensamiento oriental que se opone a la distinción
que desde Parménides trata de distinguir drásticamente entre ser y no
ser; este pensamiento que estaba en el budismo, pero también en Hegel
antes que en Heidegger, va más allá de ese dualismo al afirmar paradójicamente
ser y nada, o incluso su identidad: el ser es la nada.
Interesado en la idea del ser
desplegándose en el tiempo (Paz, 1967a: 139), el ser como temporalidad,
Paz encuentra que la palabra poética es el modo más extremo de esa
posibilidad, y afirma en El arco y
la lira que la experiencia poética es la revelación de nuestra
condición original, es decir: el poder de la poesía consiste
precisamente en descubrir aquello que somos a través de un acto de la
imaginación. Inventamos al descubrir y al inventar nos descubrimos. La
imaginación poética, cuyo estímulo es la querencia de ser, descubre
mundos animados por la reversibilidad: el acto de decirlos nos funda. El
ser no es un bloque de experiencia ni una esencia latente en nuestra
memoria. Heidegger destaca el sentido de toda experiencia y detrás de sus
sentidos particulares, la presencia del ser (Ser y tiempo, 1927). No es que la poesía nos muestre como último
extremo de sus posibilidades, nuestra condición, sino que, dado que el
ser es algo que se está siendo –no que es y sobre lo cual se apoya
nuestra existencia- la poesía es el modo más poderoso de llevar a cabo
esa revelación que es una fundación.
Si la poesía tiene importancia para el hombre, la tiene porque se
trata de una de las vías más altas de su ser. ”La poesía es entrar en
el ser” (Paz, 1956a: 113). El deseo, el querer, se puebla de imágenes
en las que podemos reconocernos, aunque sólo sea por un momento. El
tiempo ostenta un rostro que, inmediatamente, desaparece. Esta visión
equivale a una eternidad rodeada de tiempo. Somos posibilidad, y mi
posibilidad niega que su logro esté en mí mismo. De ahí la búsqueda de
contemporaneidad y el deseo de mundo que vivifica la obra de Paz.
Trascender la soledad en comunión (Paz, 1988: 293), el lenguaje en poesía,
el extrañamiento en reconocimiento, el monólogo individual, de pueblos o
de culturas, en diálogo, el yo en el tú, el tú en la otredad que le
otorga el don de ser siempre en otro. “El mundo es relación porque es
tiempo que es movimiento que es tránsito que es cambio. Tránsito de una
cosa hacia la otra y cambio de una cosa en otra...El ser –un absoluto-
se relativiza, se vuelve devenir y se manifiesta en esto y aquello; esto y
aquello son relativo, son tiempo, son instantes, pero cada instante es
todo el tiempo, cada instante es una totalidad” (del ensayo sobre Jorge
Guillén).
En tercer lugar hay que destacar un
aspecto ya señalado por Juan Malpartida a propósito de la herencia de
Heidegger mundanizada por Paz. Para el existencialismo la existencia del
hombre concreto tiene prioridad en cualquier investigación acerca de su
esencia. Heidegger tuvo la originalidad de aplicar el método fenomenológico
a la ontología, método fundado sobre un análisis estático del fenómeno
de la presencia y que pretende ser más profundo que cualquier otra
filosofía dialéctica que realiza formas de presencia. La fenomenología
pretende mostrarnos la naturaleza escondida tanto en la conciencia humana
como en los fenómenos. La conciencia lo es siempre de algo y ese algo es
lo verdaderamente real para nosotros. A Husserl le interesa más el
contenido de nuestra conciencia que los objetos del mundo. Heidegger se
aparta de su maestro al afirmar que nuestra conciencia proyecta las cosas
del mundo y, al mismo tiempo, se encuentra subordinada al mundo debido a
la propia naturaleza de su existencia en él (Paz, 1967b: 116-118).
A pesar de ello manifiesta un
funcionalismo rígido en el que el hombre aparece solamente como un
conglomerado de maneras de ser. Sin embargo la actitud intelectual y
espiritual del poeta mexicano muestra que el mundo real de cada día,
donde vivimos y morimos, donde el ser y el no ser se engendran mutuamente,
está situado entre las personas. El legado de Heidegger a Paz se
mundaniza, se llena de mundo, como dice Malpartida, sin perder el desafío
ni la radicalidad. Octavio Paz recoge la meditación ontológica de
Heidegger para acercarse a la historia, al “entre”, a la mirada ajena,
a nuestra relación con la naturaleza, al diálogo del hombre consigo
mismo y con los otros. Sus respuestas ante los enigmas del ser son menos
filosóficas, pero no menos verdaderas. Nos encontramos en el mundo
existiendo sin saber por qué. Nos encontramos sueltos en el mundo, en un
tiempo y en un lugar que no hemos escogido pero que es nuestro mundo en la
medida en que nuestra conciencia lo proyecta. Ante esta situación a Paz
no le preocupa tanto la diferencia entre cómo existe el hombre (que se
hace) y el modo de ser de las cosas (que nos son dadas), sino las
manifestaciones y comunicaciones de los hombres entre sí. Aunque jamás
ha dejado de preguntarse por las realidades últimas, la obra de Paz
gravita esencialmente sobre un mundo hecho de relaciones. Su meditación
sobre lo poético no pretende ser una ontología. Por ello no le preocupa
tanto el ser como el mundo de imágenes que el deseo de ser despliega
encarnando poemas, cuadros, música o cualquier otra manifestación artística.
El mundo está colocado entre las personas. Todo poema, en última
instancia, es una metáfora que tiene que señalar algo más que mero
lenguaje. La poesía es forma que se abre, se hace espacio donde la
realidad tal cual, brota. La poesía significa tiempo que se manifiesta en
el ahora y presencia que reconcilia los tiempos pasado y futuro. Lo que el
poeta mexicano incorporó a su visión de la poesía y de la vida son los
opuestos reconciliados: ser y nada, plenitud y vacuidad, vida y muerte,
resolviendo la angustia del hombre ante la propia existencia y su fin.
“Lo otro” está siendo y dejando de ser, y su dejar de ser no es un
fracaso sino la característica de nuestra condición. Paz ha incorporado
a la muerte vivificándola porque no es ajena a nosotros: somos vida que
es muerte, muerte que es vida (Paz, 1957: 171).
Octavio Paz es un poeta
inclasificable, se alimentó de todo aquello que le permitió desorganizar
el mundo tal como es, para que reaparezca su asombrosa estructura
profunda, aquélla que nos concierne verdaderamente. Buscó la integración
y la integridad mediante un cruce de visiones y nuevos caminos (Paz, 1984:
80). Ambas nociones habían sido ignoradas por la religión, la sociología,
la política, la economía del capitalismo y del realismo socialista.
Partió de asumir una conciencia fundamental de América en lo que tiene
de nuevo y viejo mundo, junto a la América anglosajona y en relación con
Europa y las milenarias culturas, modos de ser y de vivir, de China, Japón
e India. Todo esto supuso un rechazo crítico de las categorías del
hombre moderno y de la modernidad y la búsqueda de una salida que
incluyese lo tradicional y lo nuevo, lo universal y lo particular. Un diálogo
de equilibrio mediante un sistema de relaciones donde lo mutuo sostenga
las divergencias. No fue un hombre satisfecho con las soluciones limitadas
al problema del ser y del mundo que dieron el racionalismo occidental, el
romanticismo, los simbolistas, los surrealistas, el existencialismo y el
estructuralismo. Rechazó los que consideró dogmatismos tiránicos: el
cristianismo, el marxismo y el nazi-fascismo. Y, en general, cualquier
ideología que, en su opinión, imponga una norma tiránica sobre la
libertad del individuo y el dominio de la imaginación.
Octavio Paz se apoyó siempre en
una vivencia real, se basó en ella, en el acto vital como encarnación de
la vida en el arte intentando descubrir la verdad en un alma y un cuerpo,
superando la visión parcial del hombre de la metafísica occidental para
llegar a la comunión y conjunción del cuerpo/no cuerpo, encontrada en
Oriente (Paz, 1969: 61).
Las influencias que Paz recibe
se pueden resumir y centrar en cuatro líneas muy claras que nutren toda
su obra. En primer lugar las culturas precolombina y española como
tradiciones heredadas. En segundo lugar la influencia americana que supone
sus raíces y la causa de la radicalización de su postura ideológica en
algún momento clave de su vida. En tercer lugar el mundo occidental y la
tradición cultural europea. En cuarto y último lugar la influencia
oriental como tradición adquirida.
Así pues, el objeto de la
filosofía debe ser el conocimiento total del hombre, del mundo y del
arte. La poesía es la única vía, para Paz, que entrega la totalidad de
nuestro ser en el mundo como una encarnación de una continuidad de
instantes en la realidad del lenguaje. Octavio Paz pretende conseguir una
situación intelectual que pueda aprovechar fructíferamente el poder
creativo. Para ello es necesaria una sociedad penetrada de pensamiento
fresco, inteligente y vivo, cuya actividad esté rodeada de un juego libre
de pensamiento. La poesía, el arte, será un acto gozoso, de plenitud, un
placer. Algo así como un erotismo ontológico, irradiación del ser
total, energía positiva que alienta, recrea, trasmuta al hombre y hace
posible la existencia en el mundo. Existencia compartida en comunión, no
en soledad (Paz, 1983b). Porque el escritor no sólo vive un diálogo
consigo mismo, sino con los otros (Paz, 1974a: 50; 1974b: 224). La poesía
es, pues, una forma de acercarse a “la otra orilla”, “allí donde
pactan los contrarios”, una forma de vencer la soledad, la pobreza del
yo encerrada en sí mismo. Y cuando se dice que la literatura es lenguaje,
lo será a condición de entender que, cuando se habla de lenguaje, se
habla de pluralidad de visiones del mundo.
Paz quiso que su poesía fuera
transparente en el sentido en que el lector pueda, mediante su lectura,
hacer desaparecer los signos y conseguir el goce estético. La
transparencia paradójica es el secreto de la poesía de Paz, la lectura
abolida, la desaparición de los signos. Su poesía intenta acceder al
otro lado de la realidad, lo que está más allá, y, cuando todo se
disipa, queda la transparencia que permite no caer en la locura. Los
surrealistas quisieron escribir con el lenguaje de los sueños, de algo más
allá de la realidad y quizá Paz en eso disiente de ellos, porque no
elude la realidad, no está fuera de ella sino que la usa como punto de
apoyo para traspasarla. Quiso conocerla y transformarla. Su eje fue la
correspondencia universal y la escritura poética se convierte así en
reflejo del universo(Paz,
1974b: 10).
La poesía de Paz está en
movimiento, el movimiento es su forma. Esto no supone padecer una sucesión.
Se trata de un movimiento estático porque su continua movilidad lo
inmoviliza. Es un tiempo vertiginosamente detenido. Tiempo que no sólo no
transcurre, sino que niega todo transcurrir (Paz, 1990a: 54).
El tiempo de Octavio Paz es el
presente, un presente perpetuo, clave de su obra. Su discurso en Estocolmo
se titulaba “La búsqueda del presente”.
Esta inquietud ha sido una constante a lo largo de todos sus escritos que
no ha sufrido variaciones esenciales como ha ocurrido con otros temas.
“El tiempo es una nota constante en todo lo que yo he escrito. Y es que
finalmente somos hijos del tiempo, esclavos del tiempo y rebeldes del
tiempo”. Y al reflexionar sobre el ahora, no renunciamos al futuro ni
olvidamos el pasado sino que el presente es el encuentro de los tres
tiempos (Paz, 1990a: 54; 1993a: 161).
Del mismo modo la mujer es sobre
todo su cuerpo, centro de vibraciones y resonancias que inmoviliza al
tiempo y lo ahonda en un presente puro. Ese instante significa plenitud
del deseo y correspondencia con el mundo. Es lo instantáneo como fijación
de un vértigo mediante una fijeza momentánea. Junto a ese instante mágico
de la fusión de opuestos, de revelación, comparable al éxtasis de los místicos
occidentales y a la fusión amorosa, se plantea el problema de su
necesaria disipación por tratarse de un instante. La poesía se dice y se
oye, es real y apenas decir que es real, se disipa. Por eso resulta
esencial la fijación de un instante en la percepción (Paz, 1974d: 30).
Constituye uno de los núcleos motores de toda la obra poética de Paz, la
esencia de su poesía. En ese instante la conciencia puede encontrarse a sí
misma.
Además, la poesía, al ser crítica
del lenguaje, es la forma más virulenta y radical de la crítica de la
realidad, aunque tenga su sentido dentro, esto es, no en lo que dicen las
palabras, no en algo externo, sino en aquello que se dicen las palabras
entre ellas.
Su concepción del mundo y de la
vida y su sentido de lo poético, pasan a ser internacionales. Se pierden
los pasos, se borran las fronteras, se transfiere de un idioma a otro, se
produce el salto a lo universal. El escritor
mexicano es un ejemplo de la dualidad americanista/cosmopolitista, afirma
su originalidad latinoamericana, su tradición, al mismo tiempo que su ser
como parte de una tradición universal. Porque es cosmopolita quien en
todas partes se acomoda, sin arraigar en ninguna; es universal el que
arraigado y bien arraigado en lo suyo, se interesa en lo que le es ajeno,
superando así su localismo. El primero es superficial, el segundo aspira
a las profundidades. El universalismo de Paz responde a una concepción
del mundo en que partiendo de asimilar y expresar lo propio en
profundidad, se comunica a ese nivel con todos los hombres, con el hombre
a secas, sea de donde fuere, movido por el deseo de trascender las
limitaciones de la superficie.
El anhelo de universalidad de Octavio Paz le impulsa a llegar en lo
particular, en lo nacional, a la dimensión en que conecta con el fondo
humano común. Fue un poeta de mundo con el brillo cosmopolita que estos
poseen, sin dejar de ser por ello mexicano e incluso precolombino. Fue un
poeta contemporáneo y a la vez tuvo conciencia de pertenecer a su propia
generación, no precisamente joven en la actualidad.
Siempre resultó admirable su
actitud abierta ante cualquier posibilidad que le ofreciera la técnica
actual.
Ni su postura crítica frente a los desastres del progreso ni su edad, le
impidieron valorar el aspecto positivo de los avances tecnológicos e
incluso usarlos en los últimos años de su vida. Paz creía que las
relaciones entre poesía y los nuevos medios de comunicación no han sido
exploradas. En nuestro siglo la poesía se ha convertido en un arte
marginal y minoritario. La televisión la ha eliminado de sus pantallas.
El poeta mexicano consideraba que la aparición del cable y del vídeo-casette
puede ser el elemento nuevo que permita el encuentro entre la verdadera
literatura (crítica de la sociedad y de sí mismo) y la televisión, pero
desconocía las formas en que se manifestará ese encuentro. Él quiso
hacer un experimento expresando la lectura de su poema Blanco mediante un
vídeo. Lo realizó en Círculo de Lectores en el acto de presentación de
su ensayo Vislumbres de la India.
Dijo: “Ahora van ustedes a ver mi poema”. Consistió en una
manifestación realmente nueva y algo extraña. La luz se apagó y apareció
un punto blanco como una palabra en la punta de la lengua. Se parte del
silencio presignificativo en tránsito al silencio posterior a la palabra.
La pantalla era también una palabra en la que las rimas de la luz
proyectaban su aliento semejante. Y la voz de Octavio Paz, alternando con
las de Eduardo Lizalde y Guillermo Sheridan, se movía de un color a otro
color realizando un viaje de un silencio de luz a otro silencio, acompañado
de músicas orientales, percusiones y sonidos de la imaginería tántrica.
Lenguajes todos ellos que desembocan en otro silencio significante. El
primero, en realidad, no significa nada y el segundo termina con una
interrogación. Al final sólo queda la transparencia pero, en medio de
los dos silencios, está comprendida toda la realidad del pensamiento. Por
todo ello se puede afirmar que Paz sigue siendo, tras su muerte, un
escritor, un poeta, de actualidad. Su contribución a la cultura en lengua
española, su independencia de criterio y la función edificante de su
obra literaria en el pensamiento moderno, ha sido fundamental.
La obra de Paz, ensayos y poesía,
forman un todo crítico y participan de un signo idéntico: la elaboración
de un conocimiento, de un saber, por naturaleza antidogmático, de los
problemas humanos. Poesía que es crítica del lenguaje, ensayos que son
crítica del mundo o, mejor dicho, de las estructuras dentro de las cuales
el lenguaje se inserta. Las civilizaciones como obra del lenguaje, el
lenguaje como obra de las civilizaciones. Carlos Fuentes cree que no hay
escritor actual de la lengua castellana que, como Octavio Paz, haya sabido
sumar en sus escritos tal pluralidad relativa de experiencias. Hijo de México,
hermano de América Latina, hijastro de España, hijo adoptivo de Francia,
Inglaterra e Italia, huésped familiar y afectivo de Japón y la India,
bastardo (como hoy lo somos todos) de los Estados Unidos, Paz, abierto a
todos los contactos de la civilización, nos asegura que los ghettos de la
cultura en castellano no son eternos.
El premio Nobel otorgado en 1990
fue un reconocimiento tardío a su labor como insigne crítico, poeta y
voz de la conciencia, no sólo de México, sino de toda la humanidad
latinoamericana y, aún más, se puede afirmar que la obra del escritor
mexicano constituye un inhabitual y apasionado testimonio de la humanidad
entera.
Sus cenizas serán enterradas en
el Panteón de Hombres Ilustres de México D.F.
BIBLIOGRAFÍA
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-(1973b), Apariencia desnuda. La obra de Marcel Duchamp, Madrid, Alianza
Editorial, 1991.
·
-(1974a), La búsqueda del comienzo. Escritos sobre el surrealismo, Madrid,
Fundamentos, 1983.
·
-(1974b), los hijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia, Barcelona, Seix Barral, 1990.
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-(1974c), Versiones y diversiones,
Mexico, Joaquín Mortíz, 1990.
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-(1974d), El mono gramático, Barcelona, Seix Barral, 1990.
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-(1974e), Teatro de signos/transparencias, selección y montaje de Julián
Rios, Madrid, Fundamentos, 1974, 2ª edición.
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-(1978), Xavier Villaurrutia en persona y en obra, México, Fondo de Cultura
Económica, 1978.
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-(1979a), In/mediaciones, Barcelona, Seix Barral, 3ª edición, 1990.
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-(1979b), El ogro filantrópico,
Barcelona, Seix Barral, 1990.
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-(1982), Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe, Barcelona, Seix
Barral, 1989, 3ª edición.
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-(1983a), Tiempo nublado, Barcelona, Seix Barral, 1990.
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-(1983b), Sombras de obras, Barcelona, Seix Barral, 1986.
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-(1984), Hombres en su siglo y otros ensayos, Barcelona, Seix Barral,1990.
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-(1985), Pasión crítica, Baarcelona, Seix Barral, 1990, 2ª edición.
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-(1987), México en la obra de Octavio Paz, Madrid, Fondo de Cultura Económica,
1988, Tomos I y II: edición de Octavio Paz y Luis Mario Schneider, Tomo
III: edición de Octavio Paz.
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-(1988), Primeras letras, Barcelona, Seix Barral, 1990.
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-(1990a), La otra voz. Poesía y fin de siglo, Barcelona, Seix Barral, 1990.
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-(1990b), Pequeña crónica de grandes días, Madrid, Fondo de Cultura Económica,
1990.
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-(1990c), Obra poética, 1935-1988, Barcelona, Seix Barral, 1990.
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-(1991a), Convergencias, Barcelona, Seix Barral,1991.
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-(1991b), Hijos del aire, Octavio Paz y Charles Tomlinson, Barcelona, Ambit
Serveis Editorials, 1991.
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-(1992), Al paso, Barcelona, Seix Barral, 1992.
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-(1993a), La llama doble. Amor y erotismo, Barcelona, Seix Barral, 1993.
·
-(1993b), Itinerario, México, Fondo de Cultura Económica,1993.
·
-(1995), Vislumbres de la India, Barcelona, Seix Barral, 1995.
Mª
del Carmen Ruiz de la Cierva
Universidad Autónoma de Madrid.
[Comunicación para el Congreso
Internacional: Octavio Paz. La Cultura Hispánica en el fin de siglo,
Filología Española IV, Universidad Complutense, Madrid, 19 de abril de
1999.
Publicada en México en la encrucijada, Universidad Complutense,
Madrid, Gondo, 2000: 173-181.]
© José Luis Gómez-Martínez
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