Repertorio de Ensayistas y Filósofos

Carlos Rojas Osorio

 

"ARPINI: HOSTOS, HACEDOR DE LIBERTAD"

Con el título Eugenio María de Hostos, un hacedor de libertad [1] publica Adriana Arpini un extenso e importante estudio acerca del pensamiento y la obra de Eugenio María de Hostos, especialmente en los aspectos político, social, ético y jurídico. La autora introduce la obra con una presentación del marco teórico que va a usar para la interpretación del pensamiento de Hostos. Básicamente se trata de un método de análisis discursivo que se inspira en la semiótica de Kristeva y de Umberto Eco, en el discurso dialógico de Voloshinov y en las aportaciones de Arturo Andrés Roig al análisis del discurso. Esta presentación introductoria se ve completada en cada capítulo con mayores detalles sobre el método discursivo de análisis. La presencia de este marco discursivo de análisis del pensamiento hostosiano otorga una interesante novedad al estudio que la autora nos presenta. Ello le permite subrayar las aportaciones de Hostos al estudio del lenguaje y a la estrategia argumentativa en las discusiones políticas.

Un segundo capítulo se dedica a una presentación histórica del mundo antillano, escenario en el que se movió Hostos. Esta introducción histórica resulta decisiva si tenemos en cuenta que la obra de la Dra. Arpini se escribe en Argentina, donde es menos conocida la figura de Hostos. De modo que la contextualización histórica enriquece este estudio y le da un carácter más concreto para entender la obra y el pensamiento de Hostos. En este aspecto ocurre lo mismo que señalé en cuanto a la metodología discursiva, esto es, que se va completando en la medida en que se va exponiendo el pensamiento de Hostos. De ese modo el pensamiento del puertorriqueño universal va surgiendo al hilo de las circunstancias históricas y el fragor de las luchas en que se comprometió.

El título del libro Hostos, un hacedor de libertad resulta no solo sugerente sino indicativo de la trama argumentativa del libro. Hostos luchador por la independencia política de Cuba y Puerto Rico, líder de la emancipación mental de los pueblos latinoamericanos, abogado de la causa de una Humanidad liberada de toda forma de esclavitud es la imagen soberana que surge de la obra de la Dra Arpini.

La lucha liberadora de Hostos comienza durante los años de su estancia en Madrid. La autora nos presenta este aspecto apoyándose en la primera obra escrita por Hostos, la novela La peregrinación de Bayoán. En esta obra Hostos todavía defiende una solución autonomista de federación de las antillas con España. Hostos denuncia la situación en que viven las colonias españolas en América y se une a los liberales españoles, krausistas como él mismo, para la lucha contra monarquía de Isabel II. En los análisis de Hostos, nos dice Arpini, la ciudad simboliza la corrupción mientras que el campo significa la patria. “Al hablar del campo en estas páginas, Hostos se instala en la utopía. Su mirada no pretende develar el ser, al contrario vela por el deber ser. De ahí la visión armónica que nos muestra de la vida campestre y el desplazamiento del conflicto a la oposición campo/ciudad” (32). El campo es símbolo de la patria, no de la barbarie como en otros escritores latinoamericanos de la época de Hostos. En cambio, la ciudad es símbolo de la corrupción de la administración española en las colonias de América. “Para Hostos la escritura es una fuerza, un poder, pero de naturaleza diferente al poder que domina por la ´fuerza bruta´. Es la fuerza de la denuncia, el poder civilizador del proyecto” (34). Asimismo afirma: “Para Hostos como para Martí, Rodríguez, Sarmiento, la palabra tiene potencia realizativa, y la escritura, sobre todo a través del periódico, cumple una función pragmática” (42).

Hostos luchó contra la esclavitud. La abolición estuvo muy presente en el discurso, en el gesto y en la acción. Hay un humanitarismo en el pensamiento y en la conducta de Hostos. “Se trata del tinte ideológico enraizado en el humanismo krausista, frecuente entre los intelectuales progresistas de la península y del cual participa Hostos. Humanismo según el cual la dignidad del hombre, cualquiera que sea su raza, no puede quedar sometida a las ambiciones materiales de otro hombre” (47). El krausismo ofrecía un marco teórico desde el cual los abolicionistas antillanos se apoyaron. Escribe Hostos: “Cada individuo y cada pueblo debe en su lugar y tiempo vivir libre y propio de él; y todos deben estar con todos y por todos los modos humanos en efectiva asociación” (cit. p. 50). Los liberales españoles aplazaron el cumplimiento de la ley de abolición. Hostos escribe que “hablar a favor de los esclavos es concitar un peligro en las Antillas”. Denuncia la contradicción entre la palabra y la acción en los liberales españoles. Demuestra la iniquidad de la esclavitud, su uso político y la volubilidad liberal española. “Con ello radicaliza las tesis krausistas acerca de al libertad y la igualdad de los hombres y los pueblos, afirmando la autonomía individual y el derecho de autodeterminación de las islas” (52).

Hostos cuestiona la civilización del llamado mundo civilizado. Europa se presenta como el modelo de civilización. Civilización es libertad, igualdad, justicia. La ley de abolición es una burla a dichos ideales. La civilización es pues una pseudocivilización. La Dra. Arpini señala que Hostos amplía el concepto de esclavitud para referirlo a toda forma de “explotación social, política, económica, moral e intelectual” (55). La civilización implica la abolición de la esclavitud, la independencia, igualdad, libertad y justicia. Frente a ello, la barbarie implica esclavitud, coloniaje, desigualdad e injusticia. Hostos se adentra, pues, en un análisis político cuyo eje son los contrarios colonia/independencia. El sujeto de la civilización es el “nosotros”, puertorriqueños, antillanos. Pues somos nosotros los que reivindicamos los verdaderos valores de la civilización, frente a ello tenemos la pseudocivilización española. Arpini señala la “preeminencia del sesgo político que Hostos imprime a la totalidad de los trabajos de esta etapa” (57). Señala también la autopercepción de Hostos en su circunstancia política. “El es un colonizado de las Antillas que, en la metrópoli, lucha por la dignificación política de su tierra” (57). Se trata de una voluntad afirmativa que evoca la lucha de los forjadores de la independencia latinoamericana.

Arpini se refiere también al momento de la ruptura. Hostos abandona la idea de una posible federación con España y pasa a adoptar la idea de una federación antillana. La autora analiza con detenimiento el discurso de Hostos en el Ateneo de Madrid el día 29 de diciembre de 1868, discurso en el cual se produce la ruptura. “El momento nuclear del discurso hostosiano estriba, pues, en la idea de libertad, asumida dentro de una percepción optimista de la historia, según la cual, la humanidad evoluciona históricamente en el sentido de la progresiva ampliación de la libertad” (62).

Arpini pasa a analizar las categorías de barbarie y civilización tal como se presentan en el discurso hostosiano. Aclara que el término ´categoría´ proviene del discurso metafísico aristotélico. Categoría es ´predicación, atribución. Aristóteles estudia las categorías como modos universales de predicación. También Kant habla de categorías pero para referirse a los conceptos a priori del entendimiento. Y Hegel le dio el carácter de historicidad a las categorías. Con Arturo Andrés Roig nuestra autora defiende la idea del carácter social de las categorías. “Las categorías en cuanto compendios de la realidad, nos permiten conocerla, comprenderla, expresarla y valorarla” (71). Las categorías son, de acuerdo a Hegel, epítomes de la realidad. Son objetivaciones de la realidad desde un contexto social dado. La autora pasa, pues, a examinar algunas categorías sociales en la escritura hostosiana. Parte de las categorías de civilización y barbarie. Un ejemplo de la visión civilizatoria de Hostos es su promoción del ferrocarril andino que uniría a Chile con la Argentina. Dicha idea es un símbolo de su proyecto tantas veces acariciado de unidad latinoamericana. En la mente de Hostos ferrocarril significa progreso. Y el progreso es una ley de las sociedades humanas. Con ello participa de la idea ilustrada y positivista de la historia como progreso, como evolución hacia cimas de mayor perfección. Pero es también una idea krausista sobre la evolución armónica de la sociedad. Es preciso dejar atrás formas incompletas de vida y conquistar la civilización. El progreso que se lograría con el ferrocarril no es sólo material y económico, sino también intelectual y moral, pues contribuye a la unidad de dos pueblos e incluso es un instrumento de paz. La civilización avanza por sobre la geografía inhóspita y el egoísmo miope. Arpini observa cómo la significación de estas categorías de civilización y barbarie cambia y se resemantiza en contextos diferentes. Cambios que responden a un ajuste del discurso a la realidad, pues Hostos usa dichos términos en circunstancias muy diferentes y con fines políticos. Hostos representa un sector emergente de la sociedad que pone toda su esperanza en el progreso económico, social y político. Hostos describe con realismo escarpado el esclavismo y el colonialismo de las sociedades antillanas pero también proyecta luz sobre lo que habrán de ser las “verdaderas sociedades humanas”. “En los escritos de esta primera etapa barbarie es sinónimo de esclavitud en el doble sentido de sociedad que mantiene el régimen de explotación esclavista y de la sociedad esclavizada por el lazo colonial: ´esclavos azotadores de esclavos” (87). En contraposición a esclavitud Hostos nos habla de libertad e independencia. Las sociedades coloniales producen una imaginación enfermiza y un adormecimiento de la razón que constituyen un gran obstáculo para la superación de la barbarie. La visión de Hostos es de lucha y liberación. La lucha y la educación de la razón son medios civilizadores.

Arpini nos dice que con el término barbarie Hostos hace una descripción de la realidad social que viven las Antillas y con el término civilización designa la nueva sociedad que se quiere lograr. Su descripción no es la del romanticismo, aunque guarde con ellas ciertos parecidos; ni siquiera es la de los ilustrados. Es más bien el humanismo krausista el que está presente en su ideario. Cierto racionalismo espiritualista comienza a emerger y a desplazar el iluminismo y los primeros albores del positivismo. El krausismo pensó la relación entre sociedad e individuo como una de tipo indisociable. Con el positivismo y el racionalismo espiritualista hay un desplazamiento de la idea de libertad hacia la idea del orden.

Los pueblos latinoamericanos tienen la disyuntiva entre civilización o muerte. Con motivo de la invasión de Estados Unidos a Puerto Rico y de la ocupación de la Isla, Hostos destaca la idea de la barbarie de los ejecutivos de la Federación que pretenden la conquista y el imperialismo. Arpini observa que en este contexto los significantes ´barbarie´ y ´civilización´ se han modificado. Civilización no es sólo educación y cultura, sino también orden, razón y ley. Como señalará Hostos en el Tratado de sociología ´la civilización´ es un estadio superior de la evolución de las sociedades a la que ningún pueblo ha logrado llegar en su plenitud. Salvajismo, barbarie y semibarbarie son estados inferiores de la evolución de las sociedades. Barbarie era también para Hostos el sistema educacional de las colonias españolas en América e incluso el Escolasticismo en la educación de la Edad Media europea. La civilización debe realizar los ideales del racionalismo armónico, el ideal de la Humanidad, el cumplimiento de los fines de la vida, la unidad de progreso material, intelectual y moral.

En la quinta parte la Dra. Arpini pasa a considerar la relación entre civilización y utopía. Después de la independencia política de España los países latinoamericanos, frente a las contradicciones que surgían, se vieron en la necesidad de pensar en la independencia mental. La utopía modernizadora se expresa a cabalidad en el Facundo de Sarmiento. Hay, sin duda, concepciones negativas de la utopía. El concepto de utopía puede tener una función crítico-reguladora, utilizando el discurso kantiano. La idea de la humanidad no es sino una objetivación anticipatoria del ideal de la plenitud. El imperativo categórico exige considerar a la Humanidad siempre como fin y nunca como mero medio. La realización del ideal de la Humanidad es la finalidad del decurso histórico, de acuerdo a la kantiana filosofía de la historia. El pensamiento finisecular puso en entredicho las utopías y predicó su muerte. La Sociedad Perfecta, se ha dicho, ya no hipoteca el pensamiento humano. Se considera que los modelos utópicos conducen al totalitarismo. Arpini piensa que se trata de la crisis de la idea de un orden ideal, como en otro tiempo se puso en crisis la idea de un orden divino. La función utópica conlleva la producción de mensajes que cuestionan los códigos vigentes y favorecen la creatividad. “Hemos caracterizado la utopía como una forma de producción simbólica del discurso, inserta en una determinada situación socio-histórica, respecto de la cual cumple la función básica de ruptura-apertura, en la medida que trabaja sobre el presente, en constante tensión hacia el futuro, explorando y anticipando dialécticamente lo ´otro´ posible, y presionando sobre los límites de lo imposible relativo de cada época” (108). Más que en el contenido, es preciso fijarse en la función y dirección que cumple la función utópica como función simbólica. Arpini parte de la tesis de Fernando Ainsa según la cual hay una intención utópica en la obra de Hostos. Componente esencial de la utopía hostosiana es su proyecto de unidad antillana y hasta latinoamericana. También forma parte de la utopía hostosiana la idea de un Estado Internacional que llegue a realizar la armonía entre los pueblos. El discurso intitulado “Ayacucho” es una muestra simbólica de la intención utópica hostosiana. El proyecto se formula como un Ideal a realizar. “Dentro del humanismo racional profesado por Hostos la noción de revolución tiene un sentido específico; ella implica retomar el camino progresivo de la razón, cada vez que éste es obturado por circunstancias ajenas a su propia naturaleza” (113). Cada esclavitud exige una liberación; cada injustica, una lucha reparadora. Ayacucho, dice Hostos, es el esfuerzo de toda la América hispana y el triunfo mental de sus líderes; es la batalla decisiva. En Ayacucho vence la justica contra la fuerza, la civilización contra el estancamiento, la libertad contra la tiranía. Ayacucho es el símbolo de la dirección del porvenir.

La utopía hostosiana se expresa con perfecta nitidez en su concepto de civilización. Tres aspectos se muestran en el pensamiento utópico hostosiano: la integración latinoamericana, la organización nacional sobre la base de la emancipación mental y teniendo como medio la educación, y, finalmente, el más alto grado de civilización logrado en la formación de un Estado Internacional. La utopía de Hostos es un proyecto de progreso desde el salvajismo hasta la civilización completa. El carácter integrador que Hostos proyecta para la América meridional sigue la línea de la utopía bolivariana. Como Bolívar, Hostos quería apartar a nuestra América del poderío estadounidense: nacer bajo su égida es nacer bajo la dependencia. Hostos admira las instituciones democráticas estadounidenses, pero es consciente de la fuerza imperial que se cierne sobre las Antillas. La barbarie de la conquista estadounidense es un error histórico, una distorsión, una enfermedad. Para salvarse, Puerto Rico ha de tener efectiva conciencia de su situación y trabajar por su bien, por su civilización. Esta implica la organización jurídica del estado y una masiva promoción de la educación del pueblo. De la situación de hecho, la fuerza cumplida, sólo puede salirse por un plebiscito. Paradójicamente, para luchar contra la barbarie de la conquista y del imperialismo norteamericano hacen falta la fe en sus ideales democráticos.

La idea utópica de la formación de un Estado Internacional que Hostos promueve parece seguir la huella del Ideal de la Humanidad de Krause y, aún antes, de Kant. “El ideal de la humanidad, en cuanto aspiración a conquistar la solidaridad humana por medio de la voluntad racional, fue esgrimido por los krausistas españoles (republicanos), como herramienta ideológica que dio contenido y orientó el accionar directo sobre la realidad. Para nuestro puertorriqueño, la categoría de Humanidad designa el todo orgánico de la sociedad universal, es decir, presentes y futuros” (125). No hay que olvidar, como ya se recordó, que para Hostos el idea de una civilización completa aún no ha sido realizada por ninguna sociedad. El presente no nos satisface y podemos y debemos luchar por su superación. La utopía civilizatoria de Hostos es la expresión de la preburguesía emergente puertorriqueña en busca de la organización de su estado nacional. “La utopía humanista del Estado Internacional, que ni Europa ni Estados Unidos han podido liderar por el peso de su propia ´barbarie´, tiene para Hostos un lugar en América, y las Antillas están llamadas a jugar un papel fundamental como lazo de unión de razas, intereses e ideales: las Antillas ... serán un día la casa de los peregrinos de la humanidad (126). En la utopía de Hostos hay sospecha, conjetura, contingencia y posibilidad. Sus limitaciones vienen de su trasfondo ideológico krauso-positivista. “Efectivamente, el racionalismo armónico y evolutivo supone una ´dialéctica de la concordia´ en la que las diferencias y conflictos son minimizados como accidentes o ´enfermedades´ dentro de un proceso natural progresivo. Tal dialéctica condiciona la lectura hostosiana de la realidad y confiere cierta linealidad al análisis que deja en penumbra la densidad real del proceso histórico de Puerto Rico a fines del siglo XIX” (126). El utopismo de Hostos es uno de significado moral, un verdadero desafío ético. Arpini concluye: “Ahora bien, vistas desde nuestro presente, las ideas de Confederación Antillana y de Unión Latinoamericana, y aún el ideal ético de Humanidad significan mucho más que un sueño fabuloso de patriotas liberales y racionalistas, como Eugenio María de Hostos; expresan la conciencia de una experiencia común antillana y latinoamericana, y la vigencia del desafío que desde ´Ayacucho´ compromete a nuestros pueblos” (127).

La autora aborda el estudio de la escritura sistemática de Hostos y, en primer lugar, la moral. El positivismo concibe la ética como el estudio de la conducta objetiva; Hostos, en cambio, destaca la idea de una aprehensión directa de las realidades morales. Tanto el lenguaje como el pensamiento testimonian la existencia de realidades no-físicas, morales. Las ideas morales tienen carácter práctico. La conciencia moral es superior a la razón, la conciencia es el órgano supremo de la personalidad humana. Hostos no da importancia sólo a la moral subjetiva, sino también a la moral social o colectiva. “La moral hostosiana supone la existencia de sustancias éticas colectivas; familia, municipio, región, nación, sociedad internacional; concebidas como órganos sociales dentro de los cuales se desarrollo el individuo” (137). La moral hostosiana obedece a un principio universal Todos los fines de la vida racional, así en los individuos como en las sociedades, concurren a la realización o ejecución del plan mismo de la vida. Dicho principio, aclara Arpini, remite a la naturaleza concebida como principio ontológico. Hay un orden moral natural ante el cual la voluntad se doblega en cuanto la razón lo reconoce. También aquí, señala la autora, Hostos sigue la huella krausista. Se trata de la idea de una vida armoniosa como ideal que es válido tanto para los individuos como para las colectividades. En Krause hay una referencia explícita a la divinidad, lo cual está ausente en la formulación hostosiana. La moral constituye una ciencia y como tal tiene sus leyes propias. La moral es también un arte que los seres humanos practican espontáneamente como reglas que nos permiten diferenciar las buenas costumbres de las malas.

Hostos divide la moral en natural, individual y social. Los deberes naturales propenden a favorecer una conducta de conservación de la naturaleza y de armonía con la totalidad natural. La ciencia nos da el conocimiento que sirve de base racional a la moral natural. Hostos incluye también unos deberes de benevolencia. Tolerancia y rechazo del dogmatismo y la superstición como parte de la moral natural. La tolerancia se basa en el hecho de que lo absoluto es incognoscible y, por tanto, no puede haber ciencia de ello. Esta incognoscibilidad de los primeros principios y primeras causas la comparte Hostos con el positivismo. Tanto Comte como Spencer eliminan la metafísica y la religión como parte de las ciencias positivas. La autora amplía aquí la relación de Hostos con el krausismo. El krausismo habla de panenteísmo, es decir, afirma que Dios está en todo. “No es posible conocer racionalmente la totalidad de las causas del universo; de ahí que una moral objetiva, como la que pretende el autor, deba conocer sus limitaciones y abstenerse de juzgar acerca de las causas que caen fuera de las posibilidades de la razón. Frente a ellas solamente cabe el deber de pagar tributo de admiración y gratitud” (141). Lo importante, para Hostos, no es conocer la causa originaria, su sustancia o forma; lo que importa es el principio ético de la realización de la finalidad de la vida, comenzando por su conservación. El pensamiento de Hostos es dialógico e incorpora en él ideas tanto del krausismo como del positivismo. “Todo ello da lugar a una moral construida sobre la noción central de libertad. Es decir, de una voluntad que iluminada por la razón es causa eficiente del desarrollo armónico del orden moral en todas sus dimensiones, en cuanto relaciones del hombre con la naturaleza, consigo mismo, con la sociedad” (145). No se puede identificar la expresión hostosiana “moral positiva” con la de moral positivista., nos dice Arpini. Hostos se aleja de la moral del escolasticismo tradicional y trata de unificar voluntades para la libertad de los pueblos antillanos y latinoamericanos. De ahí el carácter fundamentalmente práctico de su ética.

Aunque Hostos nos habla también de una moral individual, no se refiere al individuo como un absoluto, como sí ocurre en el individualismo spenceriano. El individuo aparece integrado en diferentes organismos sociales de modo que la moral subjetiva se va trascendiendo hacia una moral objetiva que va a ser la moral social. El deber más importante de la conciencia individual es la educación de la propia conciencia, sólo se llega a ser ´hombre verdadero´. Por la conciencia se llega a ser hombre verdadero, asimismo, por la fuerza consciente se llega a través de los organismos sociales a la idea de la civilización. Arpini se refiere también a la evaluación que hace Antonio Caso de la moral hostosiana. La autora considera que Caso percibe la moral de Hostos como una de tipo positivista. Caso no tiene en cuenta que Hostos se refiere al ´hombre completo´ y no sólo a la razón en un sentido estrecho. Pues para Hostos la razón abarca sensibilidad, voluntad, y lo que normalmente llamamos racionalidad. La ética hostosiana se desarrolla dentro de lo que en la modernidad se considera como el paradigma del sujeto autónomo. Caso parece reprocharle a Hostos que no haya recibido las críticas que a ese sujeto autónomo se le dirigen desde el vitalismo y cierto irracionalismo.

Arpini dedica alguna consideración a la importancia que Hostos le atribuye al lenguaje y la argumentación. Posición que lo acercaría a los planteamientos más actuales. Hostos piensa que el razonamiento no es solo una operación mental sino también un acto de comunicación por el cual tratamos de convencer al oyente. Hay un vínculo entre el esfuerzo de argumentación y la moral social. Moral y civilización son esfuerzos de la razón en la interacción argumentativa. También alude la autora a las consideraciones de Hostos sobre el signo y la escritura. El lenguaje es un hecho social y se configura como sistema de signos. Reconoce la importancia de la escritura y afirma que “los esfuerzos de escribir fueron coetáneos con los esfuerzos por hablar”. Y agrega Arpini, que Hostos sostiene incluso la prioridad de la escritura como en las pinturas rupestres. Éstas manifiestas el deseo de hacer saber, es decir, de trasmitir ideas precisas y noticias. En otros términos, indican el propósito deliberado de escribir, porque escribir es noticiar y hacer saber (Gramática General, 173). Los mexicanos anteriores a la conquista y los egipcios, agrega Hostos, desarrollaron una escritura ideológica; y los chinos y peruanos desarrollaron la escritura propiamente tal. La escritura fue un esfuerzo decisivo en el desarrollo de la racionalidad, pues ella es un medio privilegiado de la comunicación humana. De ahí que a Hostos no se le pueda hacer la crítica que Derrida le hace a Saussure, esto es, reducir el signo sólo al signo fonológico y considerar la escritura sólo como escritura fonética. Estas consideraciones de Arpini es preciso subrayarlas pues constituyen una auténtica novedad en la exégesis del pensador boricua. Este interés por la semiótica de la propia cultura lo percibe Arpini no sólo en Hostos, sino en otros prominentes pensadores latinoamericanos como Andrés Bello y Simón Rodríguez, maestro de Bolívar.

La idea de civilización se ve reforzada en el pensamiento de Hostos por la idea de educación. Las sociedades progresan pasando de la barbarie hasta la civilización por el gigantesco esfuerzo educacional. La educación, agrega la autora, se convierte en el eje del programa civilizatorio hostosiano. La educación que Hostos promueve deja atrás el escolasticismo y el enciclopedismo y se adentra en una filosofía científica y racional de la educación. “Educación y escritura son herramientas para la construcción y para la lucha. Para la construcción de una identidad propia, de un nosotros que excede los lindes insulares para integrarse como nación antillana y contribuir a la unión latinoamericana” (158). Hostos usa la palabra con toda la fuerza que adquiere cuando cristaliza en la escritura, como arma para la lucha por la libertad y como medio para los simbolismos que van unidos a la identidad. Es importante entender el pensamiento de Hostos no sólo en sus posiciones teóricas sino también en las coordenadas de su tiempo y en los problemas con los cuales se enfrentó y para los cuales utilizó dichas teorizaciones. Teóricamente Hostos se inscribe en el racionalismo moderno y “recrea la problemática de la comunicación, a través de la argumentación intersubjetiva, y destaca la función social de la escritura en la construcción simbólica de la realidad. Todo ello con la intención de aportar a la construcción de un orden moral ´más justo” (159).

En la Moral social la autora subraya la presencia del krausismo. Hostos parte del hecho según el cual el desarrollo material y el moral no siempre van parejos y que de ahí surge el conflicto que aqueja en cada momento a la civilización. La expresión de Hostos es tan contundente como afirmar que debajo de cada epidermis late la barbarie. La civilización no es sólo esfuerzo de la razón, sino, y sobre todo, esfuerzo de la conciencia, concisfacción. Arpini subraya que no se trata sólo de un esfuerzo individual, sino que el progreso moral acaece tanto en el individuo como en la sociedad. Como Francisco Giner de los Ríos también Hostos va pasando por los distintos órganos sociales, desde la familia, el municipio, la nación hasta un estado universal, en esta consideración cada una de esas esferas tiene sus deberes específicos y sustancialidad propia. La Humanidad como término último del esfuerzo social, moral y civilizatorio es pensada por Hostos dentro del marco teórico de la filosofía de Krause y sus discípulos. Este ideal de la Humanidad tampoco es ajeno a la filosofía positiva de Comte. Arpini señala cierta convergencia de éste énfasis en las esferas sociales de la moral con la eticidad de que nos habla Hegel. Señala también el hecho de que la importancia de las estructuras sociales en la moral hostosiana no se da con detrimento del valor de la persona individualmente considerada. Hostos comparte con Kant el principio de la persona como un fin y no como un medio. La dignidad intrínseca de la persona humana es también, para Hostos, el fundamento del derecho. El derecho es un arma de lucha por un orden justo y una civilización superior. Para la defienda del derecho la mejor arma es la educación. “Armado el derecho con el deber, se convierte en la energía pacífica más eficaz para el despliegue de las potencias civilizatorias” (175). La educación es la mediación necesaria para que los individuos y los pueblos cumplan sus deberes y exijan sus derechos. Por la educación accedemos al óptimo desarrollo de la civilización. Arpini nos dice que esta confianza en la educación se halla en otros prominentes latinoamericanos como Simón Rodríguez y Domingo Faustino Sarmiento. “No escapa Hostos a esta aspiración, formulada desde la óptica del krauso-positivismo, pero asentada en la angustiosa realidad antillana donde emancipación política y emancipación mental son tareas simultáneas” (177).

La autora retoma el tema de civilización y barbarie ahora desde la perspectiva de la ética hostosiana. Civilización alude también al deber ser. Estados Unidos muestra, dice Hostos, ser una nación civilizada, pero aún no es lo que corresponde al deber ser. Hay una distancia entre lo que es y el verdadero deber de civilización que connota calidades morales y no sólo económicas, materiales o racionales. Civilización implica la moralización de las costumbres en el seguimiento del eje fundamental del deber. “La respuesta hostosiana ante la problemática social pasa necesariamente por la ética” (181). Civilización es voluntad individual y colectiva para la realización de los fines de la vida y la sociedad. Las leyes de competencia de la vida y del desarrollo natural de la razón son, en el pensamiento de Hostos, extrahistóricas, “evidencia cierta ambigüedad en el pensamiento del autor y nos colocan frente al problema de la “moral objetiva” (181). La autora se pregunta si esta moral objetiva se emparenta de algún modo con la eticidad (Sittlichkeit) hegeliana o se trata más bien de una moral naturalizada al estilo de Herbert Spencer. La eticidad junto con el Derecho y la moral constituyen el autodespliegue del espíritu objetivo de acuerdo a la filosofía hegeliana. Lo que Hegel denomina moralidad (Moralität) es la moral subjetiva dependiente de la voluntad individual. Pero el énfasis de Hegel está en la eticidad, la cual se realiza en las instituciones sociales como la familia, la sociedad civil y el Estado. La autora le cuestiona a Hegel el hecho de que “la moralidad resulta subsumida, el individuo en el estado” (182). Spencer aplica su evolucionismo a la sociedad y a la moral; pero el estado no media entre el individuo y la vida real. Civilización es para Hostos una síntesis de lo moral y lo social. La posición de Hostos se aleja del individualismo spenceriano como del “estatismo” hegeliano (El individuo sólo tiene objetividad como miembro del Estado (184). La posición de Hostos es más cercana al krausismo. Escribe Hostos que la organización social, para ser buena, ha de tener en cuenta tanto el bien del individuo como el de la sociedad. Arpini agrega: “Advertimos, pues, un rechazo de la eticidad hegeliana por cuanto se la identifica con una concepción totalitaria del Estado. Desde la óptica del racionalismo armónico resulta intolerable la disolución del individuo en el todo social o en sus órganos. Los derechos del hombre son absolutos e imprescriptibles, derivan de su naturaleza” (185). Hostos sigue, pues, una perspectiva iusnaturalista. En ésta se contrapone lo universal de la naturaleza humana con “los modos de realización histórica de dicha naturaleza”. Para Hegel lo absoluto se daría al final de la historia; para el iusnaturalismo el absoluto es el punto de partida como fundamento, “y la historia como las concreciones humanas que acortan las brechas entre ser y deber ser, tanto por parte de los individuos como por parte de los órganos en que éste se integra sin diluirse” (185). La historia mostrará el camino del progreso de los individuos y de los pueblos hacia la Humanidad civilizada. La autora encuentra en los krausistas Tiberghien y Giner de los Ríos estas ideas que son también las que se pueden constatar en el pensamiento ético y jurídico de Hostos. La historia progresa del salvajismo a la barbarie y de la barbarie a la civilización. La civilización es para Hostos un Ideal, de ahí el acento valorativo de sus afirmaciones. El progreso del individuo se da insertándose en la sustancia ética colectiva sin que el individuo pierda su personalidad y valor intrínseco. La sustancia ética evoluciona también históricamente. “El progreso no se verifica como progreso ciego o providencialmente guiado, sino que es consciente, está en relación directa con el grado de ´conscisfacción´ que los hombres y los grupos sociales ponen de manifiesto en el cumplimiento del deber” (189). No hay astucia de la razón o de la naturaleza ni armonía preestablecida que garanticen el progreso. El progreso va cónsono con la conciencia del deber. “Esforzada tarea que mira al futuro, como ámbito de realización objetiva de un deber ser, trabajando y conquistando a diario por cada hombre desde su concreto ser histórico” (189).

La autora pasa a bosquejar las bases de la sociología de Hostos; señala que varios autores han afirmado que el Tratado de sociología de Hostos, publicado en 1904, constituye la base fundacional de la sociología en Hispanoamérica. Para Hostos la sociedad es vida y la vida es organísmica. La sociedad se rige por leyes propias y su finalidad es la felicidad colectiva. El estudio de la sociedad es uno de tipo científico, porque la sociedad tiene leyes, y el objeto de la ciencia es el estudio de leyes. Ello no impide que el punto de partida sea la sociedad que tiene a la vista, con sus luchas y tensiones. Se inscribe en la lucha anticolonialista e independentista de las Antillas. El positivismo está presente en la sociología hostosiana. Pero la autora señala diferencias importantes. Ese espíritu de resignación que sale de las leyes sociológicas comtianas no aparece en Hostos. La moral nos enseñó la necesidad de la actividad consciente en la lucha por los derechos y en la búsqueda del ideal de la civilización. En Comte hay un antiliberalismo en el cual el individuo es asfixiado, y ya se ha visto que ello no ocurre en el pensamiento de Hostos. Explícitamente Hostos afirma que su teoría social y política es más juiciosa que la de Comte. La autora señala que el krausismo, especialmente con el belga Tiberghien, hizo críticas explícitas a la teoría social y política de Comte, críticas que se tradujeron a lengua castellana. No necesariamente Hostos las conoció, pero uno y otro autor están dentro del marco de la filosofía krausista. El concepto de organismo no necesariamente tiene que ser spenceriano; en Hostos es también de inspiración krausista. Organización significa unidad en la variedad y armonía de las partes que conforman una totalidad. La revolución no es salirse de la norma, como en la sociología comtiana. En Hostos “se trata de restablecer las condiciones de racionalidad que hacen posible la evolución progresiva de la vida social en pos del ideal” (213). El progreso social a veces requiere el recurso a las revoluciones. Hostos privilegia el ideal, la civilización, y ve como accidentes históricos las realidades que tiene ante la vista. Parece deshistorizar su explicación a favor de la universalidad del método. De ahí la importancia del concepto de ´orden´ en su sociología, aunque haya continuas resemantizaciones en sus enfoques. Pero la idea de orden depende de su consideración de la sociedad como organismo. La sociabilidad es una condición natural del ser humano. No obstante, las leyes sociales no son sólo naturales, hay leyes propias del orden social. Y algunas de esas leyes dependen de la voluntad humana. Pero la civilización completa no se ha dado aún en ninguna parte del planeta. Por ello, como ya se ha visto, el pensamiento de Hostos se mueve también en un plano utópico.

Hostos diferencia el carácter natural de la asociación del modo de formación de los gobiernos, los cuales dependen de un pacto social. Su teoría depende más bien del iusnaturalismo y supone una concepción racional del estado. No obstante, el iusnaturalismo no tiene en cuenta las sucesivas esferas concéntricas que se desarrollan en la sociedad desde la familia hasta la sociedad de naciones. La organización del estado es un momento dentro del proceso de organización social. El derecho positivo se apoya en el derecho natural. El ordenamiento jurídico depende de la libertad, el progreso y la autonomía. El derecho debe ajustarse al desarrollo de la vida de una sociedad. El estado es complemento de la vida social, no sujeto absoluto. La naturaleza hizo racional y responsable, y por lo tanto, libre al ser consciente, no pudo imponerle las leyes morales como le impuso las físicas, porque entonces, en vez de un ser libre ...hubiera hecho un esclavo de fatalidad irreparable (LDC. 121-122). De ahí que, como en Spinoza, el individuo conserva sus derechos naturales cuando entra en el pacto gubernamental y sólo delega en el estado algunas funciones que se le encomiendan. La autora destaca el hecho de que en su enfoque sociológico y jurídico Hostos no es sólo descriptivo sino que la parte proyectiva es también decisiva.

Una parte de este estudio se dedica al tema de Hostos ante la historia de las ideas latinoamericanas. En esta sección la autora pasa revista a las múltiples obras y ensayos dedicados a la interpretación de la obra de Hostos. Cuestiona, con razón, a quienes sólo quieren ver en el discurso hostosiano un representante del positivismo en Latinoamérica. A lo largo del libro Arpini ha mostrado con insistencia la presencia del krausismo en el pensar hostosiano, de modo que con conocimiento de causa puede arremeter contra las interpretaciones puramente positivistas. La autora destaca del krausismo en Hostos la presencia del ideal de la Humanidad, el método seguido en la sociología y la relación entre la moral y el derecho. Una conclusión obvia que podemos sacar es que, sin desconocer los estudios acerca de la presencia del krausismo en Hostos, la autora nos da por primera vez una visión detallada del krausismo hostosiano. El esquema que nos presenta es el siguiente: en su juventud en España Hostos asimiló las ideas de los krausistas españoles que en ese momento se difundían con mucho vigor; posteriormente incorpora en el dialogismo interno de su discurso ideas del positivismo tanto de Spencer como de Comte y, finalmente, en su etapa final parece enfatizar el aspecto ético de su pensamiento convirtiéndolo en eje central. No se puede sino estar de acuerdo con la autora en tan bien formulada hipótesis interpretativa. Una exégesis tan amplia y profunda del boricua pensador y ´hacedor de libertad´ hacen de ésta una de las mejores obras en que se aborda su estudio.

 Carlos Rojas Osorio
Actualizado, septiembre 2013

 

[1] Adriana María Arpini, Eugenio María de Hostos, un hacedor de libertad, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 2002, 373pp.

 

© José Luis Gómez-Martínez
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