Claudine Foos
"La (di)famacción
de la palabra.
Ensayos polémicos de ética y cultura"
¿Qué es presentar un
libro? Esta pregunta me asaltó al terminar de leer éste de Iris
Zavala. No puedo separarla del poso que lo leído dejó, de los
pensamientos que abrió o relanzó, pero, y sobre todo, de una
sensación de exigencia respecto de la transmisión: quería, en
este sentido, poder deciros lo que desde mi lectura quedó en ese
poso, decantado, temblando, como resto precioso.
Así, presentar este
libro implica no sólo un honor, sino también un compromiso que,
entiendo, no es otro que el del “bien decir”, El Bien decir –que
no el “decir bien”– no es el Decir-bello, no el elegante,
logrado, literario; tampoco la oratoria ni la retórica. Se
refiere más a un lugar, a una posición subjetiva, que a los
enunciados. La ética del psicoanálisis sitúa las cosas del lado
de la enunciación y no del lado de los enunciados. Así, hay
también una ética lectora, a la cual la autora hace referencia
en este mismo sentido. El reto consiste en decir, desde esa
óptica desde la cual uno ha leído. Ahora, bien es cierto que
transmitir desde ese lugar, el de la enunciación, es de por si
exponerse.
Bien, comenzaré
diciendo que desde mi lectura, Iris Zavala condensa en una frase
del prólogo el contenido de estos ensayos y aquello que los
recorre como hilo conductor, así, sostiene: “Es necesario tomar
en serio lo que saben los poetas: que toda obra literaria que
marca un acontecimiento prefigura el futuro, que en realidad son
cartas de amor; que la ética lectora es un acto de
transferencia, y que saber leer dialógicamente significa encarar
los síntomas sociales que estas obras perfilan”.
El libro hace un
recorrido a lo largo y ancho de esas obras como así también de
las manifestaciones artísticas en general ( no queda fuera ni la
música llamada “popular”) analizando sus tropiezos con las
dificultades contemporáneas, ubicándolos en sus coordenadas
socio-políticas desde lo que al decir de George Steiner es la
“era del epílogo”, la “perpetua postrimería”. Zavala no da
“soluciones”, uno se embarca en la lectura a la espera de
aquello de un camino a seguir, una propuesta de cambio, y
termina concluyendo que esa posibilidad resulta una tarea del
uno por uno, del trabajo singular e intransferible del sujeto
con su propia subjetividad, encadenados como estamos a la pura
repetición en un mundo que ha mercantilizado el deseo.
Hay un poema en su
libro Barro Doliente que parece una ratificación de esta
percepción:
No hay
respuesta.
No viene de ti
De mí misma
a mí misma
cruzará el temblor.
¡Soy mi libertad!
¡Soy mi esperanza!
Iris se esfuerza por
poner a cielo abierto el trampantojo de lo contemporáneo
oponiéndolo a la palabra poética y su carga de verdad, así,
rescata la escritura como “seducción de la verdad”. Propone
retomarla, para a continuación preguntarse ¿cómo hacerlo en un
mundo despoetizado? Su trabajo muestra el esfuerzo por
historizar lo valioso de la experiencia artística como metáfora
de la existencia mientras denuncia sin concesiones los ítems de
esta época: “La función del arte es inducirnos a subjetivarnos,
de tal forma que la historia de la literatura, por ejemplo, es
la historia de estos procesos. Pero, hoy, ¿somos intérpretes de
la subjetividad de nuestra época u objetos del mercado de los
goces?”. Lo que la frase no explicita es si es posible
subjetivar –desde una perspectiva artística– lo que la época
ofrece, en tanto el sujeto es borrado por la proliferación y el
empuje de dicho mercado. En efecto, “la globalización no funda
comunidades, sino centros comerciales, no produce ciudadanos,
sino consumidores” (1). Los ejemplos sobre el malestar
contemporáneo y sus síntomas en lo social pueden ser infinitos.
Ya Freud en El problema de la concepción del universo
(1932-33) se adelantaba a esta realidad contemporánea en estos
términos: “La fuerza del marxismo no estriba manifiestamente en
su interpretación de la Historia ni en la predicción del
porvenir que en ella funda, sino en la perspicacísima
demostración de la influencia coercitiva que las circunstancias
económicas de los hombres ejercen sobre sus disposiciones
intelectuales, éticas y artísticas. Con ello se descubrió toda
una serie de relaciones y dependencias totalmente ignoradas
hasta entonces”.
Y en 1970 en El reverso del Psicoanálisis, Lacan lo
retoma para decir: “La sociedad de consumo tiene sentido en
cuanto que, al elemento humano entre comillas, se le ofrece como
equivalente homogéneo cualquier plus de goce producido por
nuestra industria, un plus de goce, en realidad falso”.
Iris Zavala recurre una y otra vez al psicoanálisis, Freud, y
más concretamente a J. Lacan. Pero no lo hace como una de sus
tantas y variadas fuentes de lectura y meditación, de
esclarecimiento o disidencia. Lo hace desde el lugar de la
revelación de los mecanismos inconscientes que se juegan tanto
en el proceso de la creación como en las relaciones humanas. Es
desde allí que su lectura se torna afilada y por momentos
implacable. La autora hace del psicoanálisis un instrumento
precioso. Dejando de lado los prejuicios que pesan sobre el
mismo, muestra sin ambages su capitalización del discurso
analítico como arsenal ideológico filosófico y político frente
al malestar contemporáneo. Es evidente su lectura y estudio de
la obra de J. Lacan, quien junto a Bajtin, el gran pensador –y
“filósofo de la lengua" según su decir– ocupan un lugar
preeminente en este libro.
La autora nos habla
del poema y su relación con la verdad. En este punto, hay una
coincidencia fundamental con el psicoanálisis.
En efecto, cualquiera que haya tenido
una relación sostenida con la poesía sabrá de qué manera algunos
versos pueden resonar cada tanto como jaculatorias, letanía. No
en cualquier momento, no de cualquier forma. Es como un reflejo:
la insistencia del ser y su estela de goce. Algo de esto es lo
que sucede en el diván: un recuerdo, un olor, abre el escenario
de un mundo donde las palabras para nombrarlo surgen de un sitio
insospechado, inédito: he ahí el asombro. Analizarse es abrir
las compuertas al conjuro, al enigma. No se trata de cifrarlo ni
descifrarlo de antemano, es, ante todo, ese instante precioso e
iluminador de ver. Y esos son los efectos de verdad que el
psicoanálisis comparte con la poesía, porque, si algo contiene
en si mismo el poema es la capacidad de promover efectos de
verdad, que son siempre de deseo. Es la verdad de lo poético que
Paul Valery nombra cuando dice: “aquello que no existe sino en
el olvido de aquello que existe”
Poder crear es también
saber decir qué nos aqueja haciendo un uso de la lengua fuera de
las normas que la comunicación como tal sustenta. Así,
“comunicarse” y “comunicar” nada tienen en común con una sesión
de análisis y, por descontado, tampoco con la poesía. Poema es
todo aquello que está a años luz de querer comunicar lo que
fuere. El poema está allí como constancia del instante, por
ello, acontece, no puede ser convocado. Lo poético no se
entiende. Es por tanto imposible explicar un poema (2).
Y es lo poético una
característica en la escritura de Iris que aparece no sólo en la
novela, sino también en el Ensayo: su prosa, se lee teñida de
ese color. Pareciera no poder prescindir de la metáfora. Ya
Julia Manzano en un Ensayo sobre su obra poética nos llama la
atención sobre lo mismo.
El libro que nos ocupa
no es una excepción, las metáforas poéticas salpican el texto
aquí y allá. Así, por traer sólo un ejemplo, al hablar del
término lacaniano de “lalengua”, traduce al mismo como “eso que
habla y nos horada desde dentro, esa música… etc.”. Hay muchos
de estos ejemplos en toda la obra de la autora.
En Kiliagonía
(1980) Iris escribe:
El alma andaba
ocupada en soñar.
Colmo de perfecciones su pensamiento,
sutileza alada que construía torres de viento.
Pienso que La (di)famación
de la palabra –sin decirlo expresamente– apunta a la
libertad. Entendida ésta en relación a la creación. Recordé así
un texto de G. Steiner, Presencias reales, que estoy
leyendo. Allí, el autor sostiene que “sólo existe un terreno en
el que se desarrolla la experiencia de la libertad. En una
esfera de la circunstancia humana ser es ser en
libertad”. Siendo este terreno el del ámbito del encuentro
con la música, el arte y la literatura.
El poema, nos dice, la
sonata o la pintura podrían muy bien no ser: excepto por
el encargo, o la necesidad material, el fenómeno estético es
libre de no llegar a ser. Steiner opone este concepto al del
derecho, como su antítesis: "gozando de la opción de gastar su
ocio y sus recursos como desee, la abrumadora pluralidad
preferirá el bingo o el debate televisivo a Esquilo o Giorgione.
Este es el derecho absoluto de los no-libres que garantizan las
teorías liberales ligadas como están a la libertad de mercado”.
Es decir, está garantizado el derecho a un goce particular donde
el deseo como motor de la creación no tiene cabida.
Creo no equivocarme si
sostengo que la palabra poética es lo que permite a Iris Zavala
tejer el entramado de su pensamiento y su ética literaria. Es a
partir de esa enunciación que su pensamiento adquiere el
estatuto de la palabra plena, lo que posibilita su erudición
fuera del campo del saber yermo, vacío.
Para finalizar,
querría dejar las palabras de Iris resonando en un poema que he
leído como una evocación de lo que en su texto he visto
traslucir.
Soy como
un extranjero de viaje
que batalla
frente al espacio
en un interminable laberinto
de sueños.
(“Que nadie muera sin amar el mar”)
1)
A. Di Ciaccia
“ La ética en la era de la globalización”- El Psicoanálisis
4/5
2) Claudine Foos
“Poética del tiempo” Conf. Sede de Madrid de la ELP
Claudine
Foos
Barcelona abril 2010
© José Luis Gómez-Martínez
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