Enrique Prado
“El prestigio de la lejanía”
Enrique Prado
Si el lector quiere saber por qué le produce
satisfacción leer su periódico de siempre y encuentra anodino y poco
atractivo el de la competencia o por qué cuando un amigo compra un producto
parece encontrar siempre la mejor oferta en el momento oportuno o por qué
cuando las cosas nos salen mal terminamos por encontrar el lado positivo de
un asunto desdichado, entonces le recomendamos la lectura del Prestigio
de la lejanía. Le reconfortará comprobar que los límites de nuestra
condición humana, con ser personales e intransferibles, vienen motivados por
nuestra propia condición de seres mortales.
El Prestigio de la lejanía, ensayo que ha
obtenido el Premio de Ensayo Juan Gil-Albert y primero de una serie que
anuncia el autor sobre el tema del engaño, es un libro sobre la
ilusión y el autoengaño que nos invita ante todo a viajar. Pero no olvidemos
que los viajes son siempre interiores. Una lejanía que empieza en el propio
acto de comunicación con los demás. Acortar la distancia que nos separa del
mundo y de los hombres es un esfuerzo que el autor considera el núcleo de su
singular proyecto. De ese núcleo, que podemos considerar genuinamente
filosófico, comienzan a surgir ideas que poseen una potencia explicativa
indudable. La utopía, el autoengaño, la nostalgia, la distancia, el
egocentrismo, los conceptos de compensación y proyección, la idea de culpa y
de pecado, lo desconocido, el concepto de historia alternativa, de inversión...
son todas estas ideas el campo constitutivo de lo que Miguel Catalán da en
llamar literatura compensatoria. El autor nos va atrapando paulatinamente
por el modo en que desgrana estas ideas a la lumbre de anécdotas y noticias
sacadas de campos diversos como la novela, la literatura de viajes o la vida
cotidiana en la que todos terminamos por reflejarnos de una manera u otra.
El proyecto en el que se embarca Miguel Catalán es
singular. Frente a una ética del amor propio como núcleo generador de
contenidos éticos y políticos, el autor nos ofrece una filosofía de la
lejanía capaz de introducirse crítica y polémicamente en los más variados
campos, todos ellos de interés y actualidad. Una ética del amor propio
terminaría por diluir la idea de culpa lo que podría conducirnos a una
cierta voluntad de poder que acabara por redimirnos de cualquier
remordimiento; pero una filosofía generada en torno a la idea de lejanía
deja a la culpa un campo de análisis mucho más holgado y, en esto, se
muestra acorde con nuestras vivencias más íntimas. La carga emocional del
hombre posee un peso muy específico que no puede ser elaborado desde
cualquier aventura filosófica. Pero, en cualquier caso, toda aventura
filosófica está obligada a intentar averiguar el origen y los contenidos de
esa carga emocional. Miguel Catalán sitúa su núcleo generador en la relación
que se establece entre la imaginación y el juicio. Dilucidar este vínculo es
una tarea mucho más actual de lo que pudiera parecernos porque la tensión
dialéctica entre ambos es, seguramente, el origen de muchos mecanismos
compensatorios de los que da cumplida cuenta mediante ejemplos y
sustanciosas anécdotas. Esta tensión de la que hablamos está, sin duda, en
el origen de la pasión romántica que tomaba al paisaje como referente
inapelable y, por ello, claramente irracional como el autor bien nos cuenta.
Y, aunque de ello no hable explícitamente Miguel Catalán, quizás por una
contenida prudencia que alabamos, podemos decir que esa tensión es el
verdadero y único fundamento de algunos conflictos nacionalistas que parecen
abocados a no hallar una salida legítima. Sí habla de la utopía política, es
decir, de la construcción utópica de la otra ciudad en la que puedan
compensarse todos los vanos esfuerzos y frustraciones de la ciudad actual.
Los mecanismos generadores de esta literatura utópica tienen para Miguel
Catalán carácter antropológico, es decir, son componentes constitutivos de
nuestro continuo ajuste con la realidad y conforman el campo de esa
literatura compensatoria que el autor postula como una suerte de género de
géneros de carácter más bien filosófico que literario. Una literatura cuya
historia pasa por la República de Platón y las profecías de los
cuatro profetas mayores (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel), alcanza al
Inferno de Dante, a las utopías de Tomás Moro, Campanella, Bacon o
William Morris. Los géneros de esta literatura, entre los que se incluye la
literatura utópica, no serían géneros propiamente literarios sino
filosóficos, lo que con el tiempo devendría en una innovación de la
ontología y de la metafísica, que no de la teoría literaria. Esto supondría,
entre otras cosas, que el género llamado de ficción sería a su vez un género
de la literatura compensatoria sin menoscabo de que, a su vez, pudiera ser
considerado una suerte de género literario. La incorporación de estos y
otros géneros es algo que esperamos se produzca con el tiempo aunque no
dejará de ser labor ardua y posiblemente labor no de un investigador sino de
muchos. Tiempo hay para que el autor cree escuela y que a la par, con el
tiempo, nos presente sus nuevas investigaciones en torno a la ilusión y el
autoengaño. Sin duda, el camino emprendido por Miguel Catalán tiene la
virtud de generar esperanzas y de sugerir nuevos campos en los que la
filosofía y la reflexión parecen estar adentrándose.
[Fuente: texto inédito del profesor Enrique
Prado, presentador de la conferencia de Miguel Catalán La ilusión y el
autoengaño, impartida en el Paraninfo del Rectorado de la Universidad de
Vigo el 9 de junio de 2004]
© José Luis Gómez-Martínez
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