Blanca Rodríguez
López
Ética de la verdad y de la mentira
(Seudología
VI, de Miguel Catalán)
Blanca Rodríguez López
CATALÁN, M.: Ética de la verdad y de la mentira. Seudología
VI. Editorial Verbum, 2015. Nada tiene de extraño que
filósofos e intelectuales tengan un tema favorito, del que no
sólo son especialistas, sino que además les apasiona y a veces
incluso parece que les obsesiona, tal es la cantidad de tiempo,
esfuerzo, trabajo, estudio y energía que le dedican. Nos pasa a
muchos. Cuando se trata de filósofos, tampoco es nada raro que
dicho tema sea el de la verdad, que ya desde los orígenes
presocráticos ha ocupado muchas mentes filosóficas, más o menos
profesionales, y ha dado lugar, en sus diversas vertientes
epistemológicas y morales a notables reflexiones, tratados y
discursos (en qué consiste, cuáles son sus límites, cómo puede
alcanzarse, su lugar en el universo moral etc.). Cuando el tema
es la mentira, la cosa cambia y hacer de ella el tema central de
la vida intelectual es casi (y sin casi) una originalidad.
Esto le sucede al filósofo y escritor Miguel Catalán, quién
interesado, especializado y apasionado por la mentira, le ha
dedicado tiempo, esfuerzo, trabajo, estudio y energía en
cantidades asombrosas, como no puede sino esperarse de un
intelectual trabajador, minucioso, perspicaz, agudo y erudito, a
cuya mirada pocas cosas escapan y cuya mente nada deja por
cuestionar. Si en su narrativa puede rastrearse sin dificultad
el tema, es en su obra filosófica donde aparece de forma más
notable. Y hay más. Igual que el emperador mogol Shah Jahan hizo
construir el Taj Mahl para su esposa favorita muerta, Catalán ha
construido para su tema favorito (que no está muerto sino muy
vivo) no un mausoleo sino toda una disciplina, la Seudología.
Según los diccionarios, que tanto gustan a nuestro autor,
pseudología es el nombre de un trastorno mental, que consiste en
creer sucesos fantásticos como realmente sucedidos (RAE). Pero
es también, despojada de la “p” inicial, y de manera más fiel al
propio término, y gracias a Miguel Catalán, un tratado general
sobre el engaño, la mentira, el mito y todo lo falso. Casi diría
yo una ciencia.
Este gran tratado general de la Seudología ocupa ya seis
volúmenes, de los cuales comentamos aquí el último. En los
anteriores había tratado Catalán muchos aspectos del asunto: las
utopías, el autoengaño, el secreto, el engaño de los dioses
múltiples y únicos. Como no puede ser menos, en el título de
casi todos los volúmenes anteriores aparecen términos que
designan su tema favorito, “mentira”, “autoengaño”, “burla”.
Pero en ninguno aparece el que tenemos ahora, que no solo
menciona la mentira sino su contrario, la verdad. Hay para esto
un buen motivo.
Difícil es hablar de la mentira sin hablar de la verdad, y en
todos sus volúmenes seudológicos habla Miguel de verdad y
mentira. Pero en este que nos ocupa hay algo que justifica la
inclusión del término “verdad” en el título. Hasta ahora, lo que
Catalán nos ha ofrecido ha sido, sobre todo, una cierta defensa
de la mentira o, por decirlo con más precisión, de algunas
mentiras. Ahora se trata sobre todo de un ataque a la verdad. Me
explicaré.
Ya en el segundo volumen de su tratado (Antropología de la
mentira) nuestro autor llamaba la atención acerca de lo que
llamó escándalo moral de la mentira. “Vista desde fuera”
comienza el prólogo de aquella obra, “la mentira es un enigma
intelectual y un escándalo moral” Ambas cosas, enigma y
escándalo, surgen al “observar la feliz convivencia de dos
realidades en apariencia incompatibles: me refiero al odio
universal hacia la mentira y a su práctica no menos universal”.
Toda su obra seudológica es un intento (brillante, valiente,
certero) de dar razón de ambos, enigma y escándalo, explicando
estas dos realidades. Simplificando la riqueza de sus textos
(por lo que pido mil perdones) podríamos decir que los tres
primeros volúmenes se ocupan de la práctica universal de la
mentira; analizando el autoengaño (esa práctica cuasi universal
que nos ayuda a levantarnos de la cama cada mañana, truco de
nuestro cerebro para maximizar las probabilidades de
supervivencia del organismo, y que solo se debilita en los
clínicamente deprimidos) y el secreto (imprescindible para la
preservación de la intimidad). Los dos volúmenes siguientes (La
creación burlada y La sombra del supremo) tratan del
engaño metafísico (la sospecha de la ilusión del cosmos, del
fraude de la vida). Este sexto volumen, Ética de la verdad y
de la mentira, se ocupa fundamentalmente de la primera
realidad: el odio universal a la mentira.
“Magna quaestio est de mendacio”, como dijo Agustín de Hipona en
su Contra mendacium. Y lo es porque el mentiroso arriesga
su alma al desatender la prohibición absoluta de mentir, y por
tanto la obligación absoluta de la verdad. Indagar en el origen,
significado e importancia de esta prohibición absoluta de la
mentira solo puede hacerse analizando el origen, significado e
importancia de la obligación de la verdad. Por eso, en este
volumen la verdad ocupa un papel central.
Ya al comienzo de la obra (p. 16) Catalán nos adelanta una de
sus tesis principales “(...) el actual horror teórico a la
mentira no es sólo la otra cara del culto a la Verdad, sino el
vástago heredero del viejo horror mendacii o terror
espiritual al pecado contra la Verdad”. Así, con mayúsculas. En
el libro se rastrea este origen de los conceptos de Verdad y
Mentira, concebidos como realidades metafísicas, hasta el siglo
VI a.C., en los textos sagrados del Zend Avesta, debidos al
sacerdote iranio Zaratustra, siguiendo el hilo de su influencia
en las tres grandes religiones monoteístas: judaísmo,
cristianismo e islam, que consagran el dualismo absoluto entre
Verdad y Mentira, Bueno y Malo, el Espíritu Santo y el Maligno.
Miguel Catalán sigue minuciosamente las diversas ramas del
“árbol zoroástrico” (p.77) hasta llegar a Agustín de Hipona en
el primer capítulo de su obra, en cuyas últimas páginas analiza
por extenso la hipótesis del anfitrión debida a este autor y
atribuida falsamente en muchas ocasiones a Kant, y en este
recorrido se muestra por sus pasos cumplidos cómo la mentira,
hasta la más insignificante y amable, hasta la benéfica y
altruista (la del anfitrión que es interrogado por el paradero
de un hombre, culpable o incluso inocente, que se oculta en su
casa, por alguien que viene a darle muerte) se convierte en algo
absolutamente prohibido por temor a perder la vida eterna.
El segundo capítulo parte de donde acaba el anterior, y sigue el
rastro iniciado, yendo desde Tomás de Aquino hasta Habermas.
Destacan en este capítulo, el más largo e intenso de la obra,
las páginas dedicadas a Kant, a quien considera “epígono de la
tradición eclesiástica”, en quien reverdece el rigorismo de la
verdad ejemplificado en Agustín y que, siendo hijo (y
predilecto) del siglo de las luces “se encargará de trocar las
santas palabras en buenas razones” (p. 88), y cuya posición al
respecto de la obligación de la verdad y la prohibición de la
mentira (ambas absolutas) desmenuza y somete a un descarnado
escrutinio. En este capítulo aparece el argumento supremo de
Catalán frente a los que argumentan que la sociedad humana y la
comunicación misma perecerían si la verdad no imperara: qué más
prueba se requiere, sino que la sociedad existe y también nos
comunicamos con notable éxito, mintiendo, como lo hacemos, de
forma cotidiana. Casi apunta nuestro autor en la dirección
contraria: la más que probable desaparición de toda sociedad y
comercio humano si nos dedicáramos con fervor a decir la verdad
a todas horas, y a este efecto narra en unas páginas impagables
lo que sucede en la Ciudad de la Verdad, Veritas, concebida por
James Morrow en una novela igualmente impagable, en la que sus
habitantes no dicen sino verdad en todo tiempo y ocasión, y que
sólo puede ser lo que es: una sociedad de ficción.
Destripados los más ilustres exponentes del absolutismo de la
verdad, pasa a continuación, en el capítulo tercero, a
desentrañar el corazón del misterio, contestando a una pregunta
que a estas alturas ya urge y pica la curiosidad del lector,
según expresión castiza, con ganas. ¿Cómo es que mentimos y
abominamos la mentira? ¿No saben los rigoristas lo defendido
anteriormente, que todos mentimos y la sociedad no solo no
perece sino que florece? La solución al misterio la condensa
Catalán en una palabra: fariseísmo. Así, se analizan los
variados trucos y patrañas utilizadas para respetar la letra de
las normas y traicionar su espíritu. Centrándose en la norma que
nos atañe en esta ocasión, el capítulo cuarto versa sobre las
“artimañas seudológicas” que permiten a los rigoristas cumplir
en la letra (no mentir jamás) traicionando su espíritu (cosa por
lo demás necesaria para vivir): no llamar mentira a la mentira
que se considera correcta, escudarse en el sentido equívoco de
las palabras, la restricción mental y la ocultación de la verdad
en el refugio del silencio y la inacción son las estrategias
aquí analizadas. Y se muestra en el análisis algo que ya viene
el lector sospechando: cuánto se miente diciendo la verdad.
El capítulo quinto contiene la propuesta positiva de Catalán,
tras la demolición hecha en los capítulos anteriores de la norma
de la verdad absoluta. Dicho en pocas (poquísimas) palabras, se
trataría de admitir, de una vez por todas, que ni la mentira ni
la verdad son en sí mismas morales ni inmorales (como no lo son
ni el chip ni la imprenta, nos dice el autor), sino que la
valoración moral depende de una combinación de las intenciones
que tenemos y los efectos que tienen nuestras palabras. Con la
conclusión de que tanto el campo de la mentira como el de la
verdad están sembrados de frutos variados. Nos recuerda Catalán
lo que ya sabemos de sobra (y los rigoristas intentan
desconocer): que hay “engaños bondadosos y sinceridad de mala
fe” (p. 175).
El libro culmina en su capítulo sexto con una reflexión sobre
nuestro tema de mano de las que son quizá las dos figuras más
emblemáticas de nuestra cultura, Don Quijote y su escudero
Sancho Panza, fanático de la verdad el primero, según mandan las
órdenes de caballería, mentiroso el segundo, como corresponde a
un villano, que miente con soltura por motivos diversos, entre
los que se encuentra la voluntad férrea de mantener a su amo con
vida, y también a sí mismo, en medio de las delirantes andanzas
a las que su amo le arrastra. Todos mienten en la obra de
Cervantes y no sólo Sancho, por diversión, por bondad y por
maldad, y por mil y un motivos. Todos menos Don Quijote, que no
miente ni tolera palabra fementida, pero que confunde la
realidad con sus propias ilusiones y atribuye la verdad del
mundo a embelecos de magos y otros engañadores.
Varias cosas he de advertir al lector, para que no se haga una
falsa idea del libro que comento. Todos los capítulos tratan de
muchas más cosas aparte de las aquí señaladas, y si no comento
más no es sólo por falta de espacio sino porque la riqueza del
libro, la erudición del autor y lo sinuoso, así como lo
profundo, del camino que recorre hacen difícil, si no imposible,
reseñar su obra con precisión salvo volviéndola a escribir, pues
de un territorio tan vasto y ameno sólo un mapa puede contener
todos los datos y detalles: el que coincide con el territorio
mismo. Mil cosas se me quedan pues en el tintero. Tampoco debe
el lector pensar que se trata por esto de un libro tedioso,
lleno de datos eruditos que se acumulan sin sentido, sesudo,
plúmbeo en su sabiduría. Todo lo contrario. Es, como todas sus
obras, un libro ameno, lleno de humor, de malicia siempre teñida
de humanidad y no dañina, delicioso en suma. Como siempre me
pasa con sus textos, más de una vez he tenido que interrumpir la
lectura, arrastrada por incontenibles ataques de risa.
Todos mentimos, los adultos, los niños, hombres y mujeres de
todas las culturas conocidas (y por conocer), pues la mentira es
humana. Como bien dice el autor, mienten también los primates,
nuestros parientes cercanos. Pero no hay engaños en este libro,
sino un desvelamiento detenido y detallado de esta gran verdad.
Lean el libro, para pasar un rato mejor que bueno y aprender
cosas buenas y verdaderas. Entre ellas, que el que afirma no
mentir nunca dice al menos una mentira más que los que
reconocemos mentir. Y que si intentas suprimir toda mentira,
pronto la mentira te parecerá verdad.
Casi se me olvida. Ética de la verdad y de la mentira
ganó el V premio Juan Andrés de ensayo e investigación en
ciencias humanas. Blanca Rodríguez López
Referencia: Miguel Catalán. Ética de la
verdad y de la mentira. Seudología VI.
Madrid: Editorial Verbum, 2015. 210 pp.
[Fuente: Blanca Rodríguez López. "Ética
de la verdad y de la mentira" (Seudología VI, de
Miguel Catalán)" Anales del Seminario de Historia de
la Filosofía Vol. 33 Num. 1 (2016): 337-339.]
Blanca Rodríguez López
Febrero 2017
© José Luis Gómez-Martínez
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