Ángel Ganivet

 

La inteligencia escindida: Ángel Ganivet

II
"Un alma dividida"

  
2.1 Hípope y Cínope, o dos antípodas de una inteligencia escindida

Ángel Ganivet oculta una mentalidad dialogística, clave de su producción y quizás de su vida. La presencia de un "monodiálogo" íntimo, como diría Unamuno, en casi todos sus escritos les presta una índole tornasolada, una seriedad guasona, que permea su forma y contenido. Forcejean dentro de Ganivet una tendencia heroica a idealizar la experiencia, por un lado, y una conciencia antiheroica de los límites humanos, por otro. La propensión "cínica", según la califica Ganivet, frena de un modo metódico la inclinación heroica e idealizadora, y viceversa, en una antifonía de dos voces que, en varias obras que el autor nunca publicó, reciben los nombres de Cínope y de Hípope. Hípope equivale a "dotado de voz de caballo", animal heroico entre los griegos homéricos. Cínope quiere decir, "con voz de perro", criatura asociada, desde Antístenes, con el cinismo, que renuncia a los placeres materiales, adopta una visión negativa de la vida y busca la autarquía, la autosuficiencia. Confirma esta interpretación de los dos nombres una carta del 8 de febrero de 1987, escrita por Ganivet desde Helsingfors a Navarro Ledesma sobre una obra que aquél no llegó a escribir con el título "Los coloquios de Hípope y Cínope": "Para mi obra he creado dos personajes: Hípope y Cínope. Hípope es un hombre noble, elevado en sus ideas y neto en sus intenciones, una especie de Parsifal civilizado; Cínope es un cínico, un hombre primitivo, tan bueno como Hípope, pero mucho más granuja, más pícaro [...]. Y ahora comprendes el título de la obra: Los coloquios de Hípope y Cínope. Estos coloquios deben de ser una creación espiritual helénica y cristiana, pero toda ella fresquísima, chorreando sangre, es decir, de actualidad" (Agudiez 80-81).

Ya en el otoño de 1896, Hípope y Cínope habían figurado en un "Epílogo que puede servir de prólogo" al Idearium español, epílogo que Ganivet decidió suprimir a última hora. Hípope, la voz heroica, ensalza a Ganivet y su libro, viendo al autor su amigo como al individuo destinado desde el bautizo a ser el "hombre más grande del siglo XX", y cuyo Idearium, por lo tanto, apunta hacia lo alto. Por otra parte, Cínope el cínico sospecha la mediocridad de Ganivet, y encuentra su propósito nada claro. Hípope defiende a Ganivet, sin embargo, aduciendo su desinterés por oposición a otros que escriben para cazar un ministerio. Muestra templanza en sus hábitos personales y dispone (como quisieran los antiguos) de una fortuna menos que mediana. Confiesa trabajar "día y noche" --como decía Newton de sí mismo-- sólo que en la construcción de unos "zancos espirituales" con que llegará al cielo. De donde desprende Cínope que Ganivet, vedada la grandeza, si aspirar a tener la cabeza en las nubes, no pasa de ser un "hombre bueno", un inocentón. Hípope lo niega, notando su afición a las faldas. Termina el diálogo entre Hípope y Cínope dudando de la seriedad de Ganivet-- en esto, se muestra discípulo de Platón-- aunque no de su famoso contraste entre las ideas "picudas" y las ideas "redondas", las primeras polémicas y las segundas conciliatorias y favorecidas en el Idearium.

El intercambio de ideas entre Hípope y Cínope refleja en Ganivet, amén de un agudo don de autoanálisis, una solidaridad con sus estudios clásicos-- sobre todo, con los de Platón y Séneca-- y una apertura a la sensibilidad de su propia época. Su vivencia de las humanidades en el instituto y en la universidad reforzó su afán heroico de idealismo. Ha escrito la experiencia casi mística de descubrir en el instituto los escritos de Séneca, confirmación del autodominio dentro de límites materiales que buscaba, "como quien, perdida la vista o el oído los recobraba repentina e inesperadamente y viera los objetos, que con sus colores y sonidos ideales se agitaban antes confusos en su interior, salir ahora en tropel y tomar la consistencia de objetos reales y tangibles" (Idearium 45-46). La lectura de Séneca había brindado al joven Ganivet una orientación en la realidad, el sentido de lo real, según se desprende de la referencia táctil. Pudo enamorarse de los arquetipos de las cosas, ensalzados en uno de sus textos predilectos, la República de Platón. Sintió una vocación de estudiar y, en un futuro remoto, de profesar, la Antigüedad clásica. El profesor universitario más influyente en su vida era el catedrático de Griego, D. Antonio González Barbín, descrito por Ganivet a Unamuno como al hombre que "más había contribuido a formar su espíritu" (Unamuno I, 614).

De hecho, al inventar a Hípope y Cínope, Ganivet se une sin saberlo a su coetáneo, el helenista Unamuno, a la vez que a Baroja, a "Azorín", a A. Machado y a Valle-Inclán. que en obras posteriores, sin conocer a las dos criaturas de Ganivet, también se desdoblarán en figuras encontradas. El Unamuno maduro, por ejemplo, vive de una perpetua contienda entre su deseo de fe religiosa y su razón científica. Por eso en su famoso ensayo "El pórtico del templo" (1906), conversan Román y Sabino, éste el símbolo de su sed de ciencia, aquél el de su afán de creer. Sabino lamenta que en España sólo se inventen objetos inútiles, pero Román responde, "Inventen, pues, ellos y nosotros aprovecharemos sus invenciones" (Unamuno, III, 340). De manera análoga, Pío Baroja, en su novela más típica, El árbol de la ciencia (1912), intercala en la narrativa diálogos entre dos aspectos críticos de su yo, Andrés Hurtado el "filósofo" o amante de la verdad, y el tío Iturrioz, "biófilo" o amigo de la vida (216). En Luces de bohemia (1921-1924) aparecen dos desdoblamientos de Valle-Inclán, el viejo marqués de Bradomín, símbolo de su modernista fe en el arte por el arte, y el bohemio Max Estrella, encarnación de su madura arte satírica del esperpento, cuando el arte puro ya no satisface. ¿Cómo explicar la dualidad íntima, que se extiende a "Azorín", con sus momentos de voluntariosidad interrumpidos por rachas de abulia, y a A. Machado, con sus múltiples diálogos poéticos entre su desesperación presente y sus ilusiones pasadas? En cuanto cabe hablar de una Generación del 98, Ganivet pertenecía a ella por su mentalidad, por su sensibilidad y por su temática.

2.2 Crisis cultural de fines de siglo

2.2.1 La crisis nacional

La experiencia de Madrid, hervidero de ideas e incitaciones, sumió a esos pensadores en la crisis finisecular de que ninguno supo salvarse. El caso de Ganivet presentó más analogías con el de Unamuno que con los de los demás miembros de la Generación del 98. Ambos, huérfanos de padre y dueños de escasos recursos materiales, ignoraban a qué atenerse entre una superabundancia de estímulos ideológicos. La madre de Unamuno le había educado en la fe católica, mientras que Ganivet había participado en los ritos de la Iglesia de una manera mecánica. Unamuno, pues, perdió su fe en el Madrid de su adolescencia y siempre después buscaba modos de recuperarla intentando conciliarla con la ciencia o la razón. Ganivet, empero, cobró en Madrid la conciencia de echar de menos una fe que nunca tuvo. Unamuno en los 1880 y Ganivet entre 1888 y 92 asistían a los debates del Ateneo madrileño entre los partidarios de la ciencia y los tradicionalistas que veían los valores más básicos de la sociedad amenazados por la modernidad. Encontraba Ganivet la filosofía desprestigiada en consecuencia del caos de diversas corrientes en boga. Frente al idealismo de izquierda --el krausismo-- y el de derecha --el neotomismo-- militaban los múltiples positivismos importados a España durante el sexenio liberal. Los krausistas como Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Francisco de Paila Canalejas, Urbano González Serrano y Nicolás Salmerón, se dejaban positivar. Los neotomistas como el obispo Ceferino González permanecían intransigentes. Y el joven Ganivet, huérfano espiritual, lamentaba la falta de "ideas madres", de primeros principios o realidades arquetípicas, para guiarle como "brújulas [...] en el océano de la vida". Así escribió en su tesis doctoral "España filosófica contemporánea", y la sensación de perdimiento, de no saber qué hacer, qué querer, en un mundo social cuyos valores se desmoronaban. formaría el punto de partida del Idearium español sólo siete años después. La disertación, rechazada en la primavera de 1889 por el ponente, Nicolás Salmerón, echaba de menos en España una filosofía clara y antropocéntrica, una doctrina del hombre en su origen, naturaleza y destino. La poca profundidad y sistema de la tesis reflejaba la situación de crisis en que vivía su autor.

En esta época suenan por primera vez en sus escritos las voces de Cínope y de Hípope, aunque sin recibir tales nombres. En una narración lírica en primera persona, escrita durante la época madrileña con el título menos heroico, medio cínico de "El mundo soy yo o el hombre de las dos caras", se aprecian las contradicciones características de la madurez de Ganivet. Esta breve obra se divide en dos partes, cada una de las cuales describe el centro de Madrid desde un punto de vista diferente: el primero, cínico y desesperado y el segundo, heroico e idealista. La primera parte comienza con una profesión de creencia en "la desesperación suicida y en el odio al linaje humano". Como en el suicida Larra en "Día de difuntos" el narrador confiesa aquí, "Nos sentimos muertos y vivos". Cree vivir en un país de "holgazanes" y "estúpidos". En las calles de Madrid, siente que "todo se conjura contra mí". La estatua que domina la Plaza de Colón le "hace daño" porque está situada en Madrid "por idealismo, nada más que idealismo". El monumento de Isabel la Católica le parece irreconocible.

Con todo, en la segunda parte, frente al cielo estrellado, el pensamiento del narrador le parece haberse bañado en "el seno del espíritu universal", de donde, purificado, ha vuelto llevando consigo serenidad y hasta alegría. En otras palabras, se ha elevado a su Primer Principio, la platónica Idea del Bien, y regresado con la noticia de la idealidad cósmica. Por eso invierte las experiencias de Madrid que acaba de tener, idealizándolas y presentando su lado heroico. Ahora brilla el monumento de Isabel la Católica, "iluminado por el entusiasmo que despiertan las grandezas históricas". La estatua de Colón expresa "la fe y el valor fundidos en el alma del hombre" (Gallego Morell 1971: 13-17). La patria aún tiene la capacidad para mirar hacia atrás a su gloria pasada, que le presta respeto. En suma, Hípope ha sustituido a Cínope. Pero el diálogo entre los dos ha de continuar en adelante en los escritos de Ganivet.

2.2.2 La crisis europea

Se intensifican las oposiciones entre uno y otro con la primera inmersión de Ganivet, como vicecónsul de Amberes, en la crisis de la cultura allende los Pirineos. El idealismo filosófico se había hundido medio siglo antes con Hegel. Los positivismos que le habían sucedido cobraban fuerzas de los aciertos notorios en las ciencias y la tecnología. La burguesía, con su ética utilitaria, mandaba por doquier. Inglaterra, sede de esta tendencia, gozaba a la sazón de hegemonía en el mundo. Las otras naciones de Occidente seguían su ejemplo de forjar imperios en Asia y en África. Microcosmos de la Europa de entonces era Bélgica, cuyo rey Leopoldo II se apoderó del "Estado libro del Congo" en 1893. Pese a una declarada misión civilizadora, no ocultó a nadie los beneficios económicos que realizaba.

Así percibía Ganivet la situación durante la época de su viceconsulado (1892-1895) en Amberes. Allí cobró penosa conciencia del materialismo del mundo moderno, y empezó su lucha a brazo partido para admitir la idealidad en la vida. Fue entonces cuando tuvo contacto directo con el industrialismo del día, que contrastaba con su nativa Granada. Rechazó por falsos o materialistas casi todas las grandes corrientes de la Edad Moderna: el nacionalismo centralizador e imperialista, el socialismo deshumanizante, la democracia y el liberalismo, el progresismo, el cientificismo, la industrialización y la enseñanza general obligatoria. En cambio, sobre todo desde lejos, se sentía más vinculado que nunca al suelo de Granada. En sus escritos, la voz de Hípope realzaba el heroísmo pasado de la patria chica y de la nación, mientras que la voz de Cínope arremetía contra la poca idealidad de la España moderna y del Occidente entero de aquel entonces.
  

Nelson R. Orringer
University of Connecticut

[La versión original de este estudio, con una selección de textos de Ángel Ganivet, se publicó en 1998. Nelson R. Orringer. Ganivet (1865-1898). Madrid: Ediciones del Orto, 1998.]
 

© José Luis Gómez-Martínez
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