"Yo soy yo y mi circunstancia
y si no la salvo a ella no me salvo yo"
(Meditaciones del Quijote, I: 322) (1)
"España era el problema y Europa la salvación"
("La pedagogía social como programa político", I: 520).
1.1. Formación básica
Nació José Ortega y Gasset en Madrid, el día 9 de mayo de 1883, en el seno de una
familia perteneciente a la burguesía liberal e ilustrada de finales del siglo XIX. La
familia de su madre era propietaria del periódico madrileño El Imparcial y su
padre, don José Ortega y Munilla, fue periodista y director de dicho diario.
El hecho de haber nacido "sobre una rotativa" (como el propio Ortega
confesará más tarde) y el de que se criase también en una familia tan íntimamente
conectada con la actividad periodística, hechos accidentales en principio, se van a
convertir, con el transcurso del tiempo, en algo esencialmente ligado al desarrollo de su
formación intelectual y a su forma de expresión literaria. Efectivamente, gran parte de
sus escritos filosóficos, e incluso gran parte de su actividad profesional, van a
desarrollarse en contacto con el periodismo. Hasta tal punto es esto así, que, al igual
que Ortega es recordado como uno de los más grandes filósofos en lengua castellana, debe
serlo también y esto no es de menor importancia como una de las mayores
figuras del periodismo español del siglo XX. Y ello, lo mismo como articulista de temas
culturales y políticos como impulsor de empresas periodísticas, algunas de las cuales,
como la Revista de Occidente, aún permanecen vivas.
Tras aprender las primeras letras en Madrid, con don Manuel Martínez y con don José
del Río Labandera, en 1891 el joven Ortega es enviado a estudiar el bachillerato al
colegio que los jesuitas regentaban (y siguen regentando) en la barriada malagueña de El
Palo. El que el niño Ortega recibiese su formación básica en un colegio de jesuitas y
en la ciudad de Málaga serán acontecimientos que marcarán también su formación vital.
En primer lugar, el contacto con los jesuitas y sus enseñanzas van a producir en
Ortega una reacción análoga a la que se había producido casi cuatro siglos antes en
otro brillante antiguo alumno de los jesuitas: R. Descartes. Descartes, sin dejar de
reconocer la deuda contraída con sus profesores de La Flèche, reaccionó contra la
formación recibida de ellos. De esta conciencia del poco fundamento de la ciencia
recibida nació su obra personal y, con ella, su proyecto de reforma de la filosofía
europea. Del mismo modo, también Ortega reaccionará contra la formación adquirida en su
infancia, a pesar de que él fue el "emperador" de su clase ("Al margen del
libro A. M. D. G.", I: 532-533). Y, aunque criticará el que los
jesuitas, "mordiendo las porciones más enérgicas de sus almas, han inutilizado
[...] a los que tenían que haber salido los hombres constructores de la cultura
nacional" ("Al margen del libro A. M. D. G.", I: 535), la
ironía de la historia hizo, precisamente de él, uno de los más eximios constructores de
la cultura nacional española del siglo XX.
En segundo lugar, el hecho de que su colegio estuviese situado en Málaga, "en el
imperio de la luz", quizás no sea tampoco un dato biográfico desdeñable (aunque
los estudiosos de Ortega hayan insistido poco en él), porque en esta ciudad fue
compañero el joven Ortega de los hijos de las más rancias familias burguesas
malagueñas, y ello le permitió tomar contacto con las clases dirigentes que habían
hecho de Málaga una de las primeras ciudades industriales de la España del siglo XIX. Y
también en Málaga tuvo que ser testigo del inicio del declive de esta burguesía culta,
industriosa e industrial, causado por la crisis económica producida por la plaga de
filoxera que, en menos de un lustro, arrasó los cultivos de vides que habían
proporcionado la infraestructura agrícola al despegue industrial de la Málaga
decimonónica y que había hecho de Málaga una ciudad cosmopolita, comercial y burguesa
al menos desde el siglo XVI. Justamente en 1905, el año en que Ortega viajará a Alemania
para ampliar sus estudios, un compañero suyo del colegio, Ernesto Rittwagen Solano, hijo
de una de esas familias burguesas, tuvo que emigrar a Estados Unidos para ganarse la vida
allí. Por lo demás, la suma de los efectos de la crisis de la filoxera y de la
imposibilidad de las industrias siderúrgica y textil malagueñas de para competir con las
surgentes industrias vascas y catalanas permitió el nacimiento de un proletariado
industrial urbano escorado hacia posiciones revolucionarias e izquierdistas. En este
sentido conviene recordar que, con el transcurso del tiempo, Málaga será la primera (y
única) circunscripción electoral española en la que un comunista consiga acta de
diputado, lo que ocurrió en 1934 cuando el Dr. Bolívar consiguió la suya. Quizás las
reflexiones sociológicas de Ortega no sean del todo ajenas a estas primeras vivencias
suyas en Málaga.
1.2. La vocación filosófica y regeneracionista
En 1897, terminado su bachillerato en Málaga, Ortega inició sus estudios
universitarios, primero en Deusto y poco después en Madrid. Justamente en una de las
épocas más dadas a la sensibilidad en la vida de un hombre, los quince años, el joven
Ortega fue testigo de un acontecimiento histórico de la mayor trascendencia,
acontecimiento que llevó a toda una generación de españoles a plantearse el problema de
España. Este acontecimiento fue la pérdida de los últimos restos del imperio colonial
español. En 1898, por la Paz de París, que daba término a la guerra
hispano-norteamericana, España tuvo que ceder, ante los jóvenes y potentes Estados
Unidos de América (a los que en su día había ayudado a alcanzar su propia
independencia), sus últimas posesiones coloniales: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Este
acontecimiento funcionó en España como un revulsivo de la conciencia nacional que llevó
a las mentes más lúcidas del momento (Miguel de Unamuno, Pío Baroja, Antonio Machado o
el propio Ortega) a plantearse el problema de la decadencia física y/o moral de España.
La generación marcada por el desastre nacional, la Generación del 98, centró gran parte
de sus esfuerzos intelectuales en la reflexión sobre la etiología y el diagnóstico de
la enfermedad de España.
Dentro del espíritu de su generación, Ortega toma conciencia del problema de España
y diagnostica que tal problema radica en el individualismo de los hombres y las regiones
de España, que no han sentido una inquietud común por los asuntos nacionales. De ahí
que proponga que la regeneración de España sólo puede venir de la mano de una toma de
conciencia entusiasta de una misión nacional. Para que esta misión pueda ser llevada a
cabo con éxito, Ortega propondrá la necesidad de la existencia de una elite intelectual
en la que él mismo se siente integrado que, tomando lo mejor del mundo
occidental, sepa "fomentar la organización de una minoría encargada de la
educación política de las masas" (Vieja y nueva política, I: 302). De este
modo es como el pensamiento del joven Ortega enlaza con el regeneracionismo y con uno de
los aspectos del krausismo español. Aunque los presupuestos filosóficos de Ortega y los
de los krausistas difieran notablemente en la realización política y cultural de tales
presupuestos ambos van a coincidir en varios puntos claves: que la situación de la
España de la época es negativa y por ello debe ser superada; que esta superación sólo
puede realizarse recurriendo a la aclimatación a España del pensamiento europeo, y que
para ello es necesaria la existencia de grupos dirigentes que permitan la puesta al día
de la cultura española.
1.3. La ampliación de su formación en Alemania
Justamente en este contexto de deseo de beber en las fuentes culturales europeas para
aclimatarlas a España, es donde hay que encuadrar el viaje de estudios que, al finalizar
su doctorado en filosofía con la tesis titulada Los terrores del año mil. Crítica de
una leyenda, Ortega hace a Alemania. Efectivamente, en 1905 marcha a Alemania para
continuar sus estudios, y visita las universidades de Leipzig, Berlín y Marburgo.
Precisamente en esta última universidad será donde conozca a los neokantianos H. Cohen y
P. Natorp, a los que considerará siempre sus maestros. También por este viaje de Ortega
a Alemania se puede establecer un cierto paralelismo con la estancia de Julián Sanz del
Río, fundador del krausismo español, en Heidelberg. Con ello Ortega continúa una cierta
tradición española que dura hasta los años cincuenta, momento en que la meca de la
filosofía pasa para los españoles a los países anglosajones. Esta tradición consistía
en que todo joven español que aspirase a una formación intelectual más completa que la
que podía proporcionar la universidad española debía viajar a Alemania.
El panorama filosófico que el joven doctor en filosofía por la Universidad de Madrid
encontró en Marburgo estaba presidido por el neokantismo, esto es, la doctrina
filosófica que postulaba la vuelta a Kant como modo de superar los callejones sin salida
a que había llegado la filosofía idealista alemana de la mano de Hegel y sus seguidores.
Pero, y aquí se rompe el paralelismo con Sanz del Río, así como el krausismo español
importó el pensamiento de Krause de forma monolítica y sin una actitud demasiado
crítica, Ortega llegó a Alemania con un espíritu más crítico y avispadono en
balde había pasado más de medio siglo de viajes de intelectuales españoles a
Alemania y su actitud ante los neokantianos no fue la de la beatería discipular,
sino una actitud ambivalente. De este modo, a la vez que reconoce la impagable deuda para
con sus maestros de Marburgo, también adopta una actitud crítica frente a ellos y frente
al propio Kant. La deuda y la crítica para con Kant y los neokantianos las resume
magistralmente con las siguientes palabras: "Durante diez años he vivido en el mundo
del pensamiento kantiano: lo he respirado como una atmósfera y ha sido a la vez mi casa y
mi prisión [...] Con gran esfuerzo me he evadido de la prisión kantiana y he escapado a
su influjo atmosférico". ("Kant", IV: 25).
Así pues, Ortega es consciente de que el pensamiento kantiano fue para él tan
necesario como lo es la atmósfera que respira cualquier hombre, pero también fue para
él una prisión de la que hubo de liberarse para poder construir su propia filosofía de
madurez. Además del significado que tuvo para su formación filosófica, su estancia en
Alemania también desempeñó una importante función vital, pues los años que Ortega
vivió allí, los años en que comenzó su madurez humana, fueron tan fructíferos que los
recuerdos de esta estancia quizás constituyan algunas de sus mejores páginas literarias.
Así, cuando tiene que describir El Escorial, en 1915, no puede alejar de sí la imagen de
la ciudad donde vivió el "equinoccio de su juventud", proporcionando una
descripción literaria de una belleza rara en el gremio de los filósofos:
"Permitidme que en este punto os traiga un recuerdo privado. Por circunstancias
personales yo no podré mirar nunca el paisaje del Escorial sin que vagamente, como la
filigrana de una tela, entrevea el paisaje de otro pueblo remoto y el más opuesto al
Escorial que quepa imaginar. Es una pequeña ciudad gótica puesta junto a un manso río
oscuro, ceñida de redondas colinas que cubren por entero profundos bosques de abetos y de
pinos, de claras hayas y de bojes espléndidos. En esta ciudad he pasado yo el equinoccio
de mi juventud; a ella debo la mitad, por lo menos, de mis esperanzas y casi toda mi
disciplina. Ese pueblo es Marburgo, de la ribera del Lahn" ("Meditación del
Escorial", II: 558-559).
A pesar de la profunda huella vital e intelectual que Alemania dejó en él, Ortega
regresa pronto a España, física e intelectualmente, pues para él, el viaje a Alemania
sólo puede tener sentido en la medida en que sirva para volver a España, de modo que
haya una ósmosis intelectual tal que España se impregne de Europa y, a su vez, España
impregne a Europa. De este modo, ya en 1910, exclamará: "queremos una
interpretación española del mundo [...]. España es una posibilidad europea. Sólo
mirada desde Europa es posible España" ("España como posibilidad", I:
138). A su regreso, en 1910, oposita y gana la cátedra de Metafísica de la Universidad
de Madrid, en la que sucede a N. Salmerón, y comienza su actividad universitaria como
catedrático antes de haber publicado ningún libro de filosofía. Ese mismo año casa con
doña Rosa Spottorno y, a partir de entonces, comienza su vida pública.
1.4. La vida pública
Si hasta 1910 la vida de Ortega permanece en el ámbito de lo privado, a partir de esa
fecha comienza la vida pública de don José Ortega y Gasset, repartida entre la docencia
universitaria y las actividades culturales y políticas extra-académicas. Tras una breve
segunda estancia en Alemania, en 1911, Ortega se entrega a su cátedra en el antiguo
caserón de San Bernardo. Pero las inquietudes políticas del joven catedrático de
Metafísica salen pronto a la luz, y en 1914 funda la Liga de Educación Política
Española, con la que intentará llevar a cabo sus proyectos regeneracionistas desde
posturas democráticas. Ese mismo año publica Meditaciones del Quijote, su primer
libro. En 1916 es cofundador del diario El Sol; y en 1923, justamente el año del
comienzo de la dictadura del general Primo de Rivera, funda y dirige la Revista de
Occidente.
Su enfrentamiento doctrinal con la política de la Dictadura lleva a Ortega, en 1929, a
dimitir de su cátedra universitaria y a continuar sus clases en la "profanidad de un
teatro", clases que más tarde se publicarán con el título de ¿Qué es
filosofía? Así, forzado por las circunstancias, Ortega se convierte en uno de los
primeros filósofos españoles que imparte su filosofía ante el gran público. Tarea que,
por otra parte, quizás fuese él el filósofo más indicado para llevar a cabo, pues en
él se daban parejas las dotes de un gran filósofo y la capacidad de hacer asequible la
filosofía a cualquier hombre culto.
En 1930, coincidiendo con la "dictablanda" del general Berenguer, contra
quien escribirá su famoso artículo titulado "El error Berenguer", que termina
con la famosa frase "Delenda est Monarchia!", Ortega recupera su cátedra y su
participación en la política activa va en aumento, hasta el punto de convertirse en el
centro de un grupo de intelectuales que propugnan el advenimiento de la II República
Española. Así, en 1931, llegada la República, funda, junto con Gregorio Marañón y
Pérez de Ayala, la Agrupación al Servicio de la República. Gracias a la Agrupación es
elegido diputado a las Cortes Constituyentes por la provincia de León; pero, una vez
más, se repite la paradoja de todo filósofo "metido en política", pues en las
Cortes se le oye pero no se le escucha ni se le sigue. La desilusión que le produce la
vida de diputado lo lleva pronto a retirarse de la política activa y a disolver la
Agrupación. Ortega, que debería haber escarmentado con lo que aconteció a Platón, tuvo
que ver su voz desoída para comprender que, por desgracia, no siempre las doctrinas
políticas de un filósofo son atendidas por los legisladores o por los gobernantes.
Con ello, Ortega vuelve de nuevo a la actividad académica y publica, en 1934, En
torno a Galileo. En 1935 recibe un homenaje de la universidad quien ya es la figura
más sobresaliente del panorama filosófico español del momento. También en 1935 publica
otro libro importante: Historia como sistema.
1.5. El exilio exterior e interior
Con el inicio de la guerra civil española, en julio de 1936, Ortega se autoexilia y
comienza para él una etapa de desazón vital que lo lleva a vagar por el mundo. Primero
viaja a París y Holanda, donde pronuncia conferencias en Leiden, La Haya y Amsterdam.
Más tarde viaja a Argentina, y allí vive hasta que, en 1942, fija su residencia en
Portugal, donde escribirá su trabajo Origen y epílogo de la filosofía, que en
principio era una reflexión hecha para que sirviese de epílogo a la Historia de la
filosofía de su discípulo Julián Marías.
Con el término de la II Guerra Mundial, en 1945, Ortega regresa a España, pero en los
diez años que tardará en llegarle la muerte, su actividad pública queda reducida al
mínimo dadas las circunstancias políticas españolas. En 1946 pronuncia un ciclo de
conferencias en el Ateneo de Madrid y ese mismo año se comienzan a publicar sus Obras
Completas. Puesto que sigue apartado de su cátedra, en 1948, junto con un grupo de
colaboradores y discípulos, funda el Instituto de Humanidades, con lo que, de nuevo, el
gran maestro que fue Ortega vuelve a ejercer su magisterio ante el público fuera de las
aulas universitarias y a invitar a "unos cuantos para trabajar en un rincón"
("Prospecto del Instituto de Humanidades", VII: 21).
Aunque se le permite vivir en España, él no se siente a gusto en su propio país, al
que tanto amaba y por el que tanto luchó. A partir de 1950 viajará de nuevo a la
Alemania de su juventud, donde ese mismo año mantuvo un debate filosófico con M.
Heidegger, en Baden Baden, sobre el hombre y su lenguaje. Continuó su trabajo sin
descanso y, en 1955, regresó definitivamente a España. Diagnosticado de cáncer
gástrico, y tras una operación sin esperanzas, murió en Madrid el día 18 de octubre de
1955.
Quizás el dato más revelador del significado filosófico y humano de la muerte de
Ortega lo proporcione el hecho de que, con motivo de su muerte, otro gran filósofo
español, pero de vida y obras tan distintas de las de Ortega, X. Zubiri, escribió uno de
sus raros artículos periodísticos. Efectivamente, el mismo día 18 de octubre de 1955 X.
Zubiri llamó al diario ABC para pedir que se le publicase una nota necrológica
sobre Ortega. Precisamente él, X. Zubiri, a quien la prensa rogaba continuamente su
colaboración sin recibirla, pedía ahora recordar la muerte de su maestro y compañero.
De este modo, el 19 de octubre de 1955 aparecía en ABC el artículo de Zubiri
titulado "Ortega metafísico", en el que se celebraba la obra del maestro con,
entre otras expresiones, la siguiente: "En el bracear denodado con la verdad de la
vida y de las cosas, Ortega nos enseñó in vivo la radicalidad con que han de librarse,
cara a la verdad las grandes batallas de la filosofía. Es lo que perennemente nos une a
su espíritu con plena admiración profundo respeto e íntimo cariño" (2).
Para terminar con este breve bosquejo biográfico de la figura de don José Ortega y
Gasset creo conveniente insistir en cómo la vida y la obra de Ortega fueron lo más
opuesto que imaginar quepa a las de la caricatura habitual del filósofo
ejemplificada magistralmente en la figura de Tales, quien, según cuenta
Diógenes Laercio, cayó en un hoyo por mirar a las estrellas. No es éste el caso de
Ortega, pues a él no se le puede acusar de que, por ensimismarse en sus reflexiones
metafísicas, olvidase "la verdad de las cosas y de la vida" en las que vivía
inmerso. Justamente el caso de Ortega es el contrario, de modo que en él filosofía y
vida están tan íntimamente unidas que prácticamente son inseparables. Fue en este
sentido un filósofo "comprometido", en el sentido pleno que el término
comprometido suele tener en la literatura filosófica existencialista. La
multiplicidad de sus intereses intelectuales lo llevó a emprender tal cantidad de
empresas culturales, que sería imposible dar cuenta cabal de ellas en un trabajo como
éste.
Quizás la mejor prueba de la hondura con que caló su pensamiento en los más diversos
ámbitos de la sociedad española la proporcione, con toda exactitud, la confesión de un
contertulio suyo, el otro Ortega, el torero Domingo Ortega, quien llegó a confesar que
desde que conoció y escuchó a don José Ortega y Gasset toreó mejor (3).
Me permitirá el lector citar aquí una anécdota que se cuenta del torero Ortega, que
muestra hasta qué punto calaron en él algunas de las doctrinas filosóficas del maestro
en filosofía y hasta qué punto las supo expresar el maestro en tauromaquia en el
lenguaje llano del hombre de la calle. Se cuenta que Ortega, el torero, tuvo una tarde
pésima en una corrida celebrada en La Coruña. La prensa gallega puso el grito en el
cielo, acusando al maestro de haber ido a La Coruña, de tan lejos, para hacer faenas tan
malas. Cuando el maestro leyó las críticas periodísticas a su labor, comentó a su
cuadrilla, con una frase que era digna de Ortega el filósofo: "Sevilla está donde
está, lo que está lejos es esto". Quizás sea imposible una expresión más
gráfica y exacta del perspectivismo del filósofo y, a la vez, más alejada de cualquier
tecnicismo filosófico.