Repertorio de Ensayistas y Filósofos

Mi relación con J.D. García Bacca y su filosofía de la música

Miguel Ángel Palacios Garoz

Señoras y señores:

Agradezco a la Universidad de Deusto y a los organizadores de este Congreso Internacional de Filosofía dedicado a Juan David García Bacca, al conmemorarse el centenario de su nacimiento, la oportunidad que me han ofrecido de hablarles a ustedes sobre mi relación con García Bacca y con su filosofía de la música.

Debido a mis estudios de Filosofía y de Música, venía interesándome por la interrelación de ambos campos de la cultura ya desde mi trabajo de licenciatura, presentado en 1974 bajo el título Estética de la música contemporánea. Cuando ese mismo año busqué un tema para mi tesis doctoral, me sentí atraído, como tantos otros miembros de mi generación, por conocer la filosofía de “la otra España”, la de los vencidos en la guerra civil de 1936, la filosofía de aquella “España peregrina” en busca de santuarios de libertad, de que hablaba el poeta y amigo de nuestro filósofo José Bergamín.

Así fue como entré en contacto por primera vez con la filosofía de García Bacca, leyendo la obra de José Luis Abellán Filosofía española en América (1936-1966). En este primer estudio sobre los filósofos del exilio republicano leí lo siguiente: «Juan David García Bacca es quizá la mente filosófica más poderosa de todas las que tenemos en América y una de las primeras figuras de la filosofía en lengua española de todos los tiempos» (Op. cit., p. 193). Y sin embargo, a lo largo de mi carrera universitaria nadie me había hablado de aquella “primera figura de la filosofía”, que todavía hoy es desconocida para muchos.

En el mismo libro de Abellán encontré el elogio que sobre García Bacca escribió, ya en 1945 y en México, José Gaos, otro de los filósofos españoles del exilio republicano: «Desde que anda por América lleva publicados un conjunto de volúmenes que mueven a pensar que “corre el riesgo” de ser el español más digno del nombre, que es renombre, de filósofo desde Suárez. […] Concurren en el autor dotes y adquisiciones absolutamente insólitas en una misma persona. Un saber que se extiende desde las lenguas clásicas y las vivas principales hasta las matemáticas y la física más altas y recientes, desde la filosofía y la teología escolásticas hasta el resto entero de la historia de la filosofía. Un sentido de la literatura y el arte que es frecuentemente incompatible con el talento necesario para llegar a poseer saberes como los acabados de mentar. […] García Bacca pasará, así, al rango de los grandes pensadores de lengua española que figuran al par entre los más grandes escritores de la misma» (Loc. cit.).

¿Qué es lo que me atrajo de su filosofía, al irla conociendo y estudiando en sus obras? ¿Qué es lo que me llevó al compromiso de dedicar a su investigación mi tesis doctoral? Creo que lo me que interesó fue su actualidad y proximidad: me hallaba ante una filosofía de la creatividad, a la altura de la ciencia y técnica actuales, y además pensada y escrita en español. A mis 23 años encontré en García Bacca a un maestro. Y, por añadidura, enseguida advertí una cierta afinidad entre nosotros: el interés, compartido por ambos, por la música y por la filosofía de la música. Así que decidí escribirle a Caracas, donde por entonces vivía ya jubilado de su cátedra, el 18 de junio de 1974, comunicándole mi propósito de realizar una tesis sobre su obra. Con enorme sorpresa y alegría por mi parte, su respuesta no se hizo esperar: llevaba fecha del 30 de junio.

Me referiré a mi relación personal con García Bacca durante 18 años (desde 1974 hasta su muerte en 1992), porque creo que para ahondar en el pensamiento de un filósofo ha de existir una cierta “sintonía” o “simpatía” con él a nivel vital y sentimental, y no sólo intelectual. O, como diría Ortega y Gasset, se trata de aplicar la “razón vital” y no la fría y pura razón. Entiendo que en mi caso así fue, como, a mucha distancia, ocurrió en la relación entre Sócrates y Platón, o entre Kierkegaard y Unamuno.

A aquella primera carta mía a García Bacca siguieron otras dos, y otra contestación suya enviándome algunas de sus obras. Después vino un paréntesis de unos diez años en aquella relación epistolar y en mi proyectada tesis doctoral, aunque sin perder yo nunca el interés por su filosofía, puesto que seguía adquiriendo y leyendo sus obras. La razón de tal paréntesis fue mi ocupación en otras actividades más inmediatas y urgentes por el momento.

Cuando por fin pude retomar el proyecto de la tesis y el contacto epistolar con García Bacca, el 29 de octubre de 1984, le envié un índice y una introducción provisionales de mi trabajo, que había de versar sobre la influencia de la música en su filosofía. Con enorme generosidad y benevolencia me contestaba en su carta del 2 de diciembre del mismo año: «Su tesis me parece todo un ejemplo, por su estructura y por su tema. Y no justamente por lo que a mí se refiere. Que se lo agradezco cordialmente. En prenda de ello le remito mi última obra, cuyas páginas últimas están dedicadas a la música. Por ellas verá Ud. lo mucho que de mi pensamiento musical ha Ud. adivinado. Lo veo por su “Introducción”. Me complace además que Ud. haga una tesis sobre tema nuevo; no sobre los trillados de filosofía. Estoy convencido, y un poco tarde escarmentado, de que físicos, matemáticos, literatos, músicos saben más de filosofía nueva, a la altura de los tiempos, que los clásicamente llama­dos “filósofos”». Naturalmente, estas palabras de García Bacca me alentaron a llevar adelante mi proyecto de tesis: fueron “una inyección de entusiasmo y de fe en mi trabajo”, como le decía a García Bacca en mi respuesta del 24 de diciembre.

A partir de entonces, dediqué cinco años a la elaboración de la tesis doctoral y nuestra relación personal, ya ininterrumpida hasta la muerte de García Bacca, se plasmó en una veintena de cartas suyas y otras tantas mías, aparte de las dos entrevistas que mantuvimos en su último viaje a Madrid, en 1985, y de algunas breves conversaciones telefónicas.

La primera vez que vi y saludé personalmente a García Bacca fue el 23 de mayo de 1985, en el Salón de Actos del Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid, donde tenía lugar la presentación de la colección “Memoria rota. Exilios y heterodoxias” de la editorial Anthropos, cuyo primer volumen era El pozo de la angustia de José Bergamín. Presidió el acto García Bacca y habló de su amistad con Bergamín, que había fallecido dos años antes. A1 acto asistió también María Zambrano y fui testigo del entrañable reencuentro de ambos filósofos exiliados, después de muchos años. La intervención de García Bacca en aquel acto la conservo grabada en cinta y en mi memoria. Me impresionó su elevada estatura y su extremada delgadez, que, junto con su exquisita caballerosidad, me recordaban la figura del Quijote; su voz velada, su lucidez mental y su sentido del humor.

Recuerdo que se refirió a un texto que había encontrado expuesto en una tienda de fotocopias, y que decía así: «¿Con qué se tapan los errores culinarios? Con salsas. ¿Con qué se tapan los errores arquitectónicos? Con plantas. ¿Con qué se tapan los errores médicos? Con tierra». A lo que añadían José Bergamín y él lo siguiente: «Con qué se tapan los errores religiosos? Con dogmas. ¿Con qué se tapan los errores filosóficos? Con palabras».

Pero mi conversación más larga con él tuvo lugar unos días más tarde, el 10 de junio de 1985, en el hotel de la plaza de Colón donde se hospedaba con su familia. Por la mañana había tenido lugar, en el paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid, el solemne acto académico de su investidura como Doctor honoris causa. Sin duda estaba cansado del protocolo de la mañana, y, a pesar de todo, me recibió aquella tarde antes de regresar yo a Burgos.

Traía yo preparado todo un cuestionario para plantearle, e incluso llevaba una grabadora para recoger sus respuestas. Pero la entrevista se desenvolvió por otros cauces mucho más directos, humanos y personales, de manera que ni le planteé mis preguntas ni lo registré en mi grabadora. Inmediatamente, con toda naturalidad y como si nos hubiéramos visto otras muchas veces, se interesó por mí, por mi familia y por mi trabajo, animándome y dándome algunos consejos prácticos. A1 final, le entregué el cuestionario que llevaba escrito, con el compromiso suyo de contestarme por carta, y nos despedimos, con la convicción, por parte de García Bacca, de que nos volveríamos a encontrar de nuevo. Salí emocionado de aquella entrevista, con la seguridad de hallarme ante un auténtico maestro, a la par que un gran señor, lleno de sencillez, de generosidad y de humanidad.

Una impresión semejante es la que se trasluce en el siguiente fragmento de una carta que Ana Nuño escribía a su padre Juan Nuño, discípulo de García Bacca en Caracas, al enterarse de la muerte del maestro: «De todas las personas que hasta el sol de hoy he conocido, creo que es la más extraordinaria. Mis recuerdos, sumados a lo que de él supe por vosotros, me han dejado la noción de un ser aparte, que, siendo radicalmente distinto de los demás, sin embargo encarnaba algo a lo que todos secretamente aspiramos. No la “sabiduría” de pacotilla, ni el conocimiento o la inteligencia, sino la rectitud y la coherencia, con un par, quizá no más, de convicciones que aquel hombre, sin proponérselo, hacía patente en los gestos aparentemente más insignificantes. No pretendo idealizarlo: supongo que, como cada quien, habrá sido capaz de mezquindades y cegueras. Pero intuyo, sobre la base de esas pruebas subjetivas, muy endebles pero tenaces, que él encarnaba algo que se parece a un ideal, y que no poco tiene que ver con España. O mejor dicho, con lo mejor que puede ofrecer España, que es a la vez mucho y muy poco, visto el escaso número de individuos en que ese ideal se ha encarnado y encarna» (Cfr. Juan NUÑO, “Homenaje a Juan David García Bacca. Mis recuerdos del viejo”. Episteme NS [Caracas], vol. 13 [1993], pp. 128-129).

A finales de febrero de 1988 la editorial Anthropos de Barcelona, por indicación de García Bacca, me envió fotocopiadas las aproximadamente 1.000 páginas del original mecanografiado de su Filosofía de la música, que no se publicaría hasta septiembre de 1990, dos años y medio después. Con ello pude completar la segunda parte de mi tesis, a la vez que hice una revisión del texto de García Bacca. También revisé su obra Sobre el Quijote y don Quijote de la Mancha. Ejercicios literario‑filosóficos, seleccionando, por encargo de García Bacca, las partituras de 18 ilustraciones musicales de la época de Cervantes, que se imprimieron en el libro.

Con todo ello nuestra relación fue estrechándose cada vez más. Si en las primeras cartas él se dirigía a mí como “estimado amigo” o “mi querido amigo”, ahora lo hacía con un “mi querido amigo y gran colaborador”. Y mi tratamiento hacia él, paralelamente, pasó a ser el de “mi querido amigo y maestro”.

El 31 de agosto de 1989 le comunicaba por carta a García Bacca que ya había concluido la redacción de mi tesis y le pedía que me escribiera el prólogo. Su respuesta del 7 de octubre era la siguiente: «Ante todo le digo que con muchísimo gusto haré un Prólogo a su tesis doctoral. Con gusto, y además casi como un deber por lo mucho —muchísimo— de paciencia, tiempo, energías, pensamiento y hasta afecto que Ud. ha puesto en el trabajo —trabajos— sobre mis obras, tantas ya, siempre pesadas y, aun a ratos y obras, difíciles de entender. Pues no hago concesiones a la comodidad mental y comodonería sentimental que predominan en el ambiente religioso, político, filosófico, teológico, no sólo en España, en sus universidades, sino en el mundo». Y efectivamente, después de leer las 858 páginas mecanografiadas de mi tesis doctoral, redactó el prólogo que me envió el 21 de febrero de 1990.

Por mi parte, la tesis doctoral la defendí en la Universidad de Valladolid el 4 de mayo de aquel mismo año, obteniendo la calificación de “cum laude”. Y, tras refundirla en una versión publicable, y después de diversos avatares editoriales, en 1997, gracias a la Universidad de Burgos y a la editorial madrileña Alpuerto, vio, por fin, la luz pública con el título Filosofía en música y filosofía de la música de Juan David García Bacca.

*   *   *

Tras esta amplia referencia a mi relación personal con García Bacca y a mi interés por su filosofía de la música, es el momento de centrarnos en esta última.

La filosofía de la música elaborada por García Bacca incluye una óntica y una ontología. La óntica de la música se ocupa de investigar el tipo de ente de lo musical: sus condiciones necesarias y suficientes, sus elementos y totalidades, sus categorías más propias.

Condiciones necesarias de la música son sus fondos matemático, lógico y físico. Tales fondos son simplificados u ocultados psíquicamente por el oyente. Constituyen, pues, algo así como el cuerpo de la música: su condición de realidad, su lugar de aparición.

Mas las anteriores condiciones necesarias no bastan —no son suficientes— para explicar la realidad de verdad de lo musical. Su condición suficiente es la creatividad del músico —compositor, intérprete u oyente—. Las obras musicales son emisiones o emanaciones de la creatividad humana, que se explaya en los cuatro campos de variabilidad de las dimensiones físicas del sonido —altura, duración, intensidad y timbre— y que rellena de contenido concreto el mero formulario vacío de cada forma musical.

La óntica de la música desarrollada por García Bacca estudia también los elementos y totalidades musicales. Tanto sones o sonidos —ser musical— como pausas o silencios —no ser musical, en cuanto negaciones positivas y originales de sonido— son sus elementos reales, constituyentes de totalidades musicales como melodía, acorde y ritmo. A su vez, las melodías son totalidades continuas, unidades de sentido integradas de sones y pausas, formas (Gestalten) resaltantes sobre el fondo físico-matemático y contrastantes entre sí. El acorde es interpretado igualmente por García Bacca como totalidad o global sonoro, con original unidad de tenso coajuste o armonía. Y también el ritmo es una forma o Gestalt, integrada en este caso de acentos y duraciones diversas, que resalta sobre el fondo métrico del compás.

García Bacca culmina su óntica de la música estudiando tres categorías dialécticas que descubre en lo musical y que le sirven para interpretar su tipo de realidad. Se trata de las categorías de mismidad, transfinitud y totalidad. Mismidad es identidad potenciada por haber resistido variaciones y contradicciones concretas. Los temas de formas musicales como variación, fuga, sonata o sinfonía son por ello “mismos” y aun “mismísimos”, no simplemente idénticos. La fuga es también, para García Bacca, un caso ejemplar de transfinitud en música: es decir, de superación regulada y aprovechada de la finitud de unos temas musicales. La categoría dialéctica de totalidad se encuentra realizada en las ya mencionadas totalidades de melodía, acorde y ritmo, además de en las obras musicales —en mayor o menor grado— y especialmente en la forma sinfonía, en cuanto plan de totalidad musical absoluta. La realidad musical es, pues, dialéctica.

Pasamos ya a la ontología de la música, en la que García Bacca plantea la posibilidad de hablar en lenguaje natural del tipo de ente de lo musical; y a la vez, estudia el lenguaje musical, con su sentido propio y como lenguaje ontológico y antropológico.

En cuanto al primer problema que plantea la ontología de la música, García Bacca responde que no es posible hablar o tratar de música, pues ningún otro lenguaje es adecuado para ello. Só1o cabe tratarse con ella oyéndola.

Tal respuesta le lleva a nuestro filósofo a esclarecer el carácter diferencial del lenguaje musical, segundo problema de su ontología de la música. El lenguaje musical dice y aun expresa instrumentalmente, sin caer en la tentación de hablar lingualmente en palabras como el lenguaje natural. Mas, ¿qué dice y expresa la música? ¿Cuál es su múltiple sentido, no traducible a significado unívoco?

La música, según García Bacca, dice, expresa y da sentido a lo más profundo del universo y del hombre: es el lenguaje del yo, de la vida, de la creación, de los sentimientos y de los valores.

La música es para García Bacca un verdadero ejercicio ontológico y antropológico, postura que coincide con la de Schopenhauer. La música es ontología dicha en sones, en lenguaje musical artificial y con instrumentos inventados; ontología musical que dice y expresa lo que es la realidad de verdad —lo más profundo de ella: lo indecible e inexpresable en palabras—, mejor que la ontología natural, limitada a hablar en sonidos lingüísticos, en lengua natural. Como ejercicio de ontología, la música es para García Bacca incluso superior a las artes visuales y a la ciencia. Así pues, los músicos y sus obras e instrumentos son ontólogos; o, con otras palabras también empleadas por él, sismólogos, sismógrafos, altavoces y médiumes entre lo profundo del universo y el hombre.

Más en concreto, la música es además ejercicio antropológico o metáfora vital, en cuanto que nos transporta del material sonoro a la vida humana misma ex­presada por medio de él: a su temporalidad, creatividad, mismidad, transfinitud y transcendencia. Y una vez más, tal antropología musical es, en opinión de García Bacca, superior y más adecuada expresión del ser del hombre que la de las mismas ciencias.

*   *   *

Pero no sería mínimamente verdadero mi breve resumen de la filosofía de la música de García Bacca, ni quedaría yo medianamente satisfecho de él, si todo se fuera en palabras: en tratar de música sin tratarnos con ella, como pedía nuestro filósofo. De modo que les he reservado, para la segunda parte de mi intervención, tres ilustraciones musicales, que acompañarán la lectura de unos significativos textos autobiográficos de García Bacca, tomados de unas Confesiones que escribió en los últimos meses de su vida y que publicó el año pasado la editorial Anthropos.

La primera ilustración musical es el segundo tiempo (Andantino) del Concierto para flauta y arpa, en Do Mayor, de Mozart. Mientras lo oímos, leeré un fragmento de las Confesiones de García Bacca, donde se refiere precisamente a este Concierto.

Vuelvo a mis CONFESIONES, a Venezuela. Relataré lo que resalte respecto de la rutina universitaria, constante años y más años.

Uno de mis mejores amigos era el Dr. Oscar Palacios Herrera. Había sido varias veces ministro; según bien merecida fama, correcto y eficiente. Ahora director de El Nacional: el gran diario, por fondo, forma, cultura.

Tenía en su residencia un apartamento dedicado —montado según la técnica— a la música. En él nos reuníamos tres amigos: los tres de música. En una de las sesiones, en 1975, aparte de otras obras, el aparato emitió el Concierto para flauta y arpa en Do Mayor, K. 299, de Mozart. Me sentí, como nunca anteriormente, extasiado; “todo —valga la frase— orejas”. Oía un tejido de sonidos transparente como un cendal, en el que los sonidos se presentaban, se los oía un instante, urgidos de salir de tal presente, para dar lugar a —dar a sonar— nuevos, sin que la oreja —yo “todo orejas”— pudiera detenerlos contra el compás de lo que la flauta, sin hablar, decía. Me sentía griego: arpa-flauta. ¿Qué más y mejor pudiera Apolo componer y dar al aire del Olimpo, para concierto digno de divinas orejas? En el silencio sonoro, desperté y, sin poderme refrenar, callar, exclamé: “¿Por qué, ¡coño!, he resultado filósofo y no músico?”. Sorprendidos mis dos amigos ante un Juan David tan diverso e imprevisible del conocido universitario y filosofante, cayeron en cuenta, aun antes que yo mismo, explícitamente, de que mi vocación era la de músico, contra mi profesión de profesor de filosofía.

Es ya categoría vulgar la de converso. Los grandes conversos, según la historia, se han convertido por unas palabras y por una visión   —relámpago auditivo o visual—. Y se hallaron siendo hombres nuevos: Pablo de Tarso, Agustín de Hipona. Apóstol, obispo.

Vocación, a costa de profesión. Pablo de Tarso: profesión, estoico helénico. Vocación, apóstol de las gentes. Agustín de Hipona: profesión, la de orador romano; vocación, obispo: el primer teólogo de la Iglesia católica, apostólica y romana. Como “obispo” —contracción del griego epí‑scopos— vigila (skopei) supervisa (epí) la ortodoxia.

¿Sería yo un convertido que deserta de la filosofía en favor de la música?

»Me recordé a punto de aquella escena, descrita en el diálogo Fedón, en que, obedeciendo Sócrates a ciertos ensueños en que se le mandaba componer música, puso en música unos poemas de Esopo, mas cayó en cuenta de que “la filosofía es ya, de por sí, música y la suprema”. Así que esa especie de dilema —o filósofo o músico— es falso. No sólo no son ex­cluyentes, sino complementarios y, aún más, idénticos. Mi vocación era, pues, “filósofo de la música” o “músico filoso­fante”. A la una, a la vez, al alimón. […]

En lo restante del diálogo, Sócrates no pone nada en mú­sica explícita, cantada o cantable o instrumentable, sino, fiel a su norma de que “la filosofía es, ya de por sí, música y la suprema”, filosofa sobre mortalidad, inmortalidad. ¿Iría cantándolo? No voy a permitirme en estas CONFESIONES ni respuesta, ni aun sugerencia a tal pregunta.

Sócrates canta el diálogo en vísperas de su muerte. Para así, cantando dialécticamente, con dialéctica cantante, irse tranquilo de conciencia a otro mundo.

Un auténtico filósofo de la música, de música filosofante-y‑de filosofía cantante, ha de terminar su vida poniendo en música no fábulas de Esopo, ni tan sólo diálogos de Platón, sino un poema que, aun dicho en palabras, haya que cantar­lo. Leerlo no según lectura corriente sino según “lición”, que es canto.

Yo estoy también en vísperas de mi muerte. Las estadís­ticas me han dado ya por muerto. Y si vivo es a pesar de ellas. Así que ya estoy pensando, cantando interiormente, un poema, ensayándolo a trozos, a silencios. ¿Llegaré a tiempo para que tal poema sea una obra perfecta: con prin­cipio-medio-final?» (op. cit., pp. 89-91).

En el texto que acabo de leer, resaltando sobre el fondo sonoro del Concierto de Mozart, destacan dos características de la personalidad de García Bacca. La primera es que se sintió y fue por vocación filósofo-y-músico, filósofo de la música. Otro emocionante testimonio de tal sentimiento y vocación es el texto de su esquela, redactado por él mismo, que dice escueta y lacónicamente: «Juan David García Bacca ha muerto. Comenzó siendo filósofo. Terminó siendo músico.» Y en segundo lugar, también se sintió, de algún modo, griego, al menos como gran conocedor y admirador de la filosofía griega y traductor e intérprete de obras de los presocráticos, Aristóteles, Plotino y de todos los diálogos de Platón.

La segunda ilustración musical corresponde a la Chacona de la Partita nº 2 para violín solo, en re menor, de Bach. La forma de la Chacona es la de variación sobre un tema: en este caso, sobre un breve motivo de cuatro compases, Bach compone magistralmente hasta 63 variaciones diferentes. Caso ejemplar de dialéctica musical: de aplicación, al tema de la Chacona, de la categoría dialéctica de mismidad o identidad potenciada, tras resistir y superar tales y tantas variaciones. De modo que, al escucharse de nuevo el tema en las últimas variaciones, lo oímos como si resurgiera o resucitara a nueva vida —idea a la que volveré más adelante.

Con el fondo musical de la Chacona de Bach, les leeré lo que dice sobre ella García Bacca en sus Confesiones.

En mi formación para músico, para mi vocación, hay que distinguir entre music‑urgo y musicó‑logo. Lo primero sería, en mi historia, algo así como creerme taumat‑urgo: milagrero musical. He renunciado a ello; mejor, no ha sido jamás ocurrencia ni en mis momentos de extrema vanidad. Me contento resignado con ser musicó‑logo. Y efecto de ello es mi Filosofía de la música.

Dando una mirada (una oída) retrospectiva a la historia de mi oído, creo percibir que desde siempre he sido un poco sordo; sordera que ha ido aumentando hasta la sordera casi total actualmente. No oigo intensidades pp, p. Comienzo a oír a partir de mf, f, ff. Intensidades interpoladas a lo largo de una obra musical; me dan la impresión de oír una serie de huecos, intensidad ametrallada. Y concomitantemente, percibir el tema, melodía, frases ametralladas también. Uni­das, en los mejores casos, imaginativa-mente. Con imagina­ción sonora, tanta que llega a veces, raras, a alucinación.

Pesadillas o ensueños de oírme yo mismo ejecutando una obra mía —una sonata, unas fugas— o de verme dirigiendo una orquesta, percibiéndola, son breves y penosas alucinaciones. Mas alucinaciones auditivas, uno bien despierto, las he experimentado cuatro veces. Se oyen con la intensidad de un concierto en sala pública. Lo raro es que sea uno sólo quien lo perciba, y no persona alguna que esté cerca. Intensidad para él. Y se cree uno por ello gran músico. Tiene por dentro toda una orquesta y obras. Pero no actúa a voluntad, como en las orquestas y conciertos públicos, repetibles. Las alucinaciones musicales —hablo de las mías— sobrevienen imprevisiblemente en tiempo. Las primeras las experimenté a partir de 1980, conexas a un estado de mi cerebro propenso a alucinaciones visuales y olfativas. Dos visuales, dos olfativas. Con un tratamiento médico, general y especial, no me han sobrevenido ya auditivas sino una sola vez, lamentándolo.

Muchos defectos tienen aún mis oídos. Los padezco, pero no quiero que el lector pierda su tiempo con tales detalles míos. Uno sólo: mi oído me suena constantemente, diría a mezza voce y casi continuamente, a la Chacona de Bach. Me está sonando ahora, mientras escribo a máquina, y a pesar del ruido de ella.

No me suena sino rara vez a temas de Beethoven, de Brahms, Mozart, Rimski, y nunca a ellos espontáneamente, sino premeditadamente, si me ocupo de ellos. No son el tema de mi oído, su obsesión auditiva. Y me es una delicia lo de Bach que, en cierto grado, me compensa por otros muchos defectos (op. cit., pp. 95-96).

Las últimas páginas de sus Confesiones y algunos de los últimos esfuerzos de su vida los dedicó nuestro filósofo de la música a cumplir su propósito, antes formulado, de componer, como Sócrates en vísperas de su muerte, un poema a cantar, o al menos a recitar, y no meramente a leer. Es una glosa de la Oda a Francisco Salinas de Fray Luis de León, de la que oiremos ahora su primera y última estrofa, en las que se refiere precisamente a la música de Bach, cuya Chacona está sonando de fondo, como le resonaba constantemente en sus oídos a García Bacca, también mientras pensaba y escribía esta glosa.

«Filosofía y Música están íntimamente unidas, conforme se declaró aquí. “Filósofo de la Música” es, por tanto, la frase que me define en total, íntegramente.

»”Después de la fiesta del dios Apolo, me he puesto, obede­ciendo al ensueño, a componer música, que es más seguro no irme de aquí sin haber satisfecho a mi conciencia”. Pala­bras de Sócrates.

»Imitándole verbal y musicalmente, he compuesto un poema a cantar, y no sólo a leer:

El aire se serena
Y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
La música extremada,
Por vuestra sabia mano gobernada.
(Fray Luis de León)

El aire se serena
Y vibra de armonía no usada,
¡Oh Gran Bach!, cuando suena
La música extremada,
Por vuestra sabia mano gobernada.
(Juan David García Bacca)

[…]

¡Oh!, suene de continuo,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
Por quien al bien divino
Despiertan los sentidos,
Quedando a lo demás adormecidos.
(Fray Luis de León)

¡Oh!, suene de continuo,
¡Gran Bach!, vuestro son en mis oídos,
Por quien al son divino
Despierten mis sentidos,
Quedando a lo demás adormecidos.
(Juan David García Bacca)

(op. cit., pp. 108, 110-111)

Mientras “suena de continuo” la Chacona de Bach, oiremos otras dos estrofas de la Oda a Salinas de Fray Luis de León, con las glosas de García Bacca, que dedica respectivamente a Mozart y a Mahler. Refiriéndose al alma que “torna a cobrar el tino” al oír la “música extremada” del organista Salinas, canta Fray Luis:

Traspasa el aire todo
Hasta llegar a la más alta esfera,
Y oye allí otro modo
De no perecedera
Música, que es la fuente y la primera.

Recordando tal vez García Bacca el Concierto para flauta y arpa de Mozart, glosa la anterior estrofa del siguiente modo:

Tu música, Mozart,
Traspasa la térrea esfera, éntrase en el Olimpo
Donde las Musas, de Júpiter hijas,
Donde de Apolo la cítara
Dan al oído Música que es la fuente y la primera.
                                             (op. cit., p. 109)

La otra estrofa que quiero recitar la dedica nuestro filósofo a Mahler y a su Segunda Sinfonía (“de la Resurrección”).

¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo
Sin ser restituido
Jamás a aqueste bajo y vil sentido!
(Fray Luis de León)

Tu música, Mahler,
Es la de aquella frase tuya, última, de tu Segunda Sinfonía:
“No has nacido, Mahler, en vano,
No has vivido en vano,
Ni sufrido en vano”.
Resucitarás sin ser restituido a aqueste bajo y vil sentido.
(Juan David García Bacca)
                  (op. cit., p. 110)

Al concluir su obra De magia a técnica, publicada en 1989, escribía García Bacca: «Cómo se sienta el Autor de esta obra lo podrá atisbar el Lector por lo que leerá en el Colofón» (p. 212). Y la última página de tal Colofón (p. 218) reproduce precisamente el fragmento de la Segunda Sinfonía de Mahler en el que la soprano solista canta, con maravillosa melodía, la frase que acaba de recordar García Bacca. «¡No has nacido en vano, no has vivido en vano, ni sufrido en vano!». Esto es lo que sentía García Bacca al final de su vida, el último mensaje de sentido y esperanza que tal vez quiso transmitirnos, y lo que ahora les propongo escuchar en silencio, como recuerdo y homenaje a nuestro filósofo de la música.

La resurrección (Auferstehung) es, diciéndolo en palabra-acorde al estilo de García Bacca, conservación-y-superación dialéctica (la Aufhebung hegeliana) de esta vida tras la muerte. Conservación: «Nada has perdido. Tuyo es, sí, tuyo es lo que deseaste, aquello que amaste y por lo que luchaste», cantará la contralto en el poema Resurrección de Klopstock y Mahler. Superación de la muerte y elevación a nueva vida inmortal, expresada también en el texto del poema y por medio del prefijo auf- (equivalente a super-), presente en ambos términos alemanes: Auf-erstehung, Aufhebung.

Por otro lado, antes dije que el resurgir del tema tras las variaciones es un caso ejemplar de dialéctica musical. Añado ahora que es metáfora sonora y preludio bien real de la resurrección a nueva vida. Así que, al irse García Bacca de esta vida cantando interiormente el poema Resurrección y oyendo dialécticamente, cual ostinato, el tema con variaciones de la Chacona de Bach, anticipó en alguna medida su propia resurrección y se preparó para vivir una novísima vida inmortal escuchando “el son divino”.

Oigamos, pues, el fragmento final del último movimiento de la Segunda Sinfonía de Mahler, teniendo presente las siguientes notas escritas por el propio compositor:

Resuenan las trompetas del Apocalipsis. En medio de un inquietante silencio creemos oír el lejano canto de un ruiseñor, último y trémulo eco de la vida terrena. Un coro de santos y bienaventurados se escucha quedamente: “Resucitarás, sí, resucitarás”. ¡Aparece la Gloria de Dios! Una luz suave y maravillosa penetra nuestros corazones: todo está en paz y bendito. Nos irradia un omnipotente sentimiento de amor, trans-mitiéndonos un saber y un ser bienaventurados.

El texto del poema Resurrección de Klopstock y Mahler, que escucharemos cantar, dice así:

Resucitarás, sí, resucitarás,
ceniza mía, tras un breve reposo.
El que te llamó te concederá
vida inmortal.
Serás sembrada para florecer de nuevo.
El Señor de la cosecha ya viene
a recoger las gavillas
de los que hemos muerto.
Cree, corazón mío, cree:
nada has perdido.
Tuyo es, sí, tuyo es lo que deseaste,
aquello que amaste y por lo que luchaste.
Oh, cree, no naciste en vano,
no has vivido y sufrido inútilmente.
Lo que ha nacido debe morir
y lo que ha muerto debe resucitar.
Deja de temblar. Prepárate,
prepárate para vivir.
Oh, dolor que todo lo penetras.
Me he escapado de ti.
Oh, muerte siempre vencedora.
Ahora has sido tú la vencida.
Con las alas que he conquistado
me elevaré,
en un ardiente anhelo de amor,
hasta la luz que nadie ha contemplado.
Moriré para vivir.
Resucitarás, sí, resucitarás,
corazón mío, en un instante.
Lo que has superado
te conducirá a Dios.

Muchas gracias por su asistencia y su atención.

Miguel Ángel Palacios Garoz
Universidad de Burgos

 

[Fuente: Carlos Beorlegui, Cristina de la Cruz y Roberto Aretxaga, Editores. El pensamiento de Juan David García Bacca, una filosofía para nuestro tiempo (Actas del Congreso Internacional de Filosofía: Centenario del nacimiento de Juan David García Bacca). Bilbao: Universidad de Deusto, 2002.]

 

© José Luis Gómez-Martínez
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