José Luis
Gómez-Martínez
Teoría del ensayo
Je me suis presenté moy-mesmes à moy, pour
argument et pour subject. Ainsi, lecteur,
je suis moy-mesmes la matière de mon livre.
Michel E. Montaigne
12. CONTINUACIÓN DE LOS ENSAYOS EN ORDEN
CRONOLÓGICO
En el
transcurso de este estudio el nombre de Montaigne se repite una y otra vez como
ejemplificación de las características comentadas. Y es que Montaigne no sólo fue el
primero en usar la palabra "ensayo" refiriéndose a una nueva modalidad
literaria, sino que los Essais siguen siendo todavía hoy un modelo apropiado para
caracterizar el género ensayístico. Montaigne comenzó a escribir sus ensayos a los 38
años de edad, en 1571, y siguió escribiendo hasta 1592, año de su muerte. El mismo los
recogió en tres libros divididos en capítulos, donde cada uno de ellos está formado por
un ensayo dispuesto en orden cronológico según la época en que fue escrito. Montaigne
llama capítulos a cada uno de los ensayos, a pesar de que en ellos se trate de los más
diversos temas, sin establecer ninguna aparente conexión que los enlace. Lo importante en
los Essais no es, sin embargo, que se hable "Sobre la tristeza", o
"Sobre las costumbres de la isla de Cea", o "Sobre los coches", sino
que sea Montaigne quien lo haga. Y éste es precisamente el vínculo de unión: el hombre
de carne y hueso Michel de Montaigne. Es así como la división en capítulos adquiere
toda su trascendencia y queda justificada su disposición en orden cronológico, pues
Montaigne mismo dejó dicho en el prefacio del libro: "Así, lector, soy yo mismo la
materia de mi libro". Podemos de este modo decir que los Essais son la
verdadera autobiografía de Montaigne. No una autobiografía en el sentido tradicional, en
la que se da tanta importancia a lo mecánico y a lo externo, sino más bien una que
representa el crecimiento emocional e intelectual del hombre Montaigne implícito en los
ensayos. De ahí la importancia de reunir los escritos de un ensayista siguiendo el orden
cronológico de su fecha de composición, pues sólo así se nos hace comprensible la
evolución que tuvo lugar en el escritor como hombre. Es decir, podemos aplicar al
ensayista, con tanta propiedad como al poeta, las siguientes palabras de Octavio Paz:
"Los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía" (Los signos,
103).
En todo ensayo, por consiguiente, hay en potencia dos niveles de comprensión. Uno,
primerizo y en realidad incompleto, donde se considera el valor del ensayo per se,
sin relacionarlo al autor ni a su obra. Otro, más fecundo, que presupone el primero y en
el que el ensayo es estimado como proyección del autor. De este modo la lectura de España
invertebrada, publicada en 1921, puede hacerse independiente del hombre Ortega y
Gasset, y sin relacionarla a otras obras suyas. El libro, como verdadero ensayo, posee
desde luego un valor permanente, pero no hay duda de que adquiere su auténtica dimensión
al ser comparado con la Historia como sistema, que data de 1935, y con Una
interpretación de la historia universal, de 1948. Lo mismo podríamos decir de Facundo
o civilización y barbarie, de Domingo Faustino Sarmiento, publicado en 1845 y
cuyas reflexiones, aunque se proyectan en el ámbito argentino, tienen como verdadero
protagonista al mismo Sarmiento; pero el texto en sí es únicamente un primer capítulo
de su "autobiografía" intelectual que se complementa en Conflicto y armonía
de las razas en América de 1883-1888. Y es que si el ensayo es una forma de pensar
donde el ensayista fija sus reflexiones al modo de confesión íntima, el crecimiento de
su personalidad es también de interés para el lector, y, a veces, aspecto decisivo en la
interpretación particular que se dé a lo escrito.
Bástenos un ejemplo concreto como muestra de las múltiples dimensiones que tal
aspecto puede adquirir: Unamuno, en su apasionado egotismo, decidió escribir "como
quien habla o dicta, sin volver atrás la vista ni el oído, hacia adelante,
conversacionalmente, en vivo, como hombre y no como escritor" (Mi religión,
152); por lo que nos llega a decir: "Reclamo mi libertad, mi santa libertad, hasta la
de contradecirme si llega el caso" (Mi religión, 14). Y como el lector de
ensayos no va en busca de soluciones, esta sinceridad del Unamuno implícito le contagia y
le atrae con indescifrable fuerza, pero también le da conciencia de la íntima relación
que en lo sucesivo va a existir entre lo escrito y el hombre Unamuno que se proyecta. Por
ello en la lectura del ensayo "Mi religión" y de la novela, tan rebosante de
ensayismo, San Manuel Bueno, mártir, no nota el lector en ellos tanto la
contradicción implícita en ambas obras, como el hecho de que estén separadas por los
turbulentos años que van de 1907 a 1930. En "Mi religión" habla el Unamuno
todavía impetuoso que se cree con el deber de agitar a las masas: "Es obra de
misericordia suprema despertar al dormido y sacudir al parado, y es obra de suprema piedad
religiosa buscar la verdad en todo" (15). En San Manuel Bueno es el Unamuno
maduro, que ha vivido la trágica experiencia de seis años de destierro, durante los
cuales tuvo tiempo de meditar sobre su pueblo; es el Unamuno que al sentir cercana su
muerte ve desde nueva perspectiva la vida; y es, en fin, el Unamuno que ahora nos dice que
el pueblo "cree sin querer, por hábito, por tradición. Y lo que hace falta es no
despertarle" (Dos novelas, 24).
©
José Luis Gómez-Martínez. Teoría del ensayo. Segunda edición. México: UNAM, 1992 (Esta versión
digital sigue, con modificaciones menores, el
texto de la segunda edición española de Teoría del ensayo).
Se publica únicamente con fines educativos. Cualquier reproducción
destinada a otros fines deberá obtener los permisos correspondientes.