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El proceso de codificación

Todo intento de comunicación requiere necesariamente un proceso de codificación. Es decir, para comunicarnos necesitamos expresar nuestros pensamientos a través de signos externos y convencionales (entre ellos la palabra escrita y la palabra hablada), y estos signos necesitan ser compartidos entre las personas que desean comunicarse. Por ejemplo, en mi clase de introducción a la literatura yo pronuncio palabras según el código fonético del idioma español. Se asume en este intento de comunicación que los participantes —los estudiantes en la clase— conocen también el código fonético del español y pueden de ese modo comprender (interpretar) lo que yo pronuncio.

Este es sin duda un primer paso en el acto de comunicación; pero, decíamos al comienzo, estos signos son externos y convencionales, productos de un contexto socio-cultural. O sea, son signos (códigos) que no fueron creados por mí y que tengo que interpretar en mi intento de comunicación. Todos hemos experimentado en el momento de hablar o de escribir la sensación de que las palabras que usamos no llegan con frecuencia a expresar con exactitud lo que deseamos decir; por eso usamos constantemente expresiones como: es decir...; o sea...; quiero decir... Este proceso de comunicación/interpretación tiene tres dimensiones fundamentales: Por una parte el autor que habla o escribe; por otra el oyente o el lector que trata de interpretar lo que lee o escucha; entre ambas está el signo (texto o palabra) como puente entre el autor y el lector.

Aunque estos conceptos de autor, texto (signo) y lector, los estudiamos por separado, vamos a hacer aquí uso de un ejemplo que nos permita ver la complejidad del proceso de codificación en esas tres facetas. Utilicemos una frase del ensayo "Nuestra América" de José Martí, escrito hace ya más de un siglo (1891): "A los sietemesinos sólo les faltará el valor. Los que no tienen fe en su tierra son hombres de siete meses. Porque les falta el valor a ellos, se lo niegan a los demás."

El código: El término sietemesino de uso común y frecuente en el siglo XIX, ha perdido su sentido y significado en el siglo XXI. El contexto socio-cultural se ha transformado radicalmente. Se denominaba sietemesino a la persona que nacía a los siete meses de gestación. Sin los recursos médicos y medicinas que poseemos hoy día, un niño que nacía prematuramente a los siete meses tenía un pronóstico muy pobre de poder sobrevivir y, cuando lo conseguía, se le consideraba enfermizo y débil. Por ello el término sietemesino se usaba como sinónimo de débil, de cobarde. En el siglo XXI tendríamos dos razones para evitar su uso: por una parte, los avances en el cuidado médico permiten hoy día un desarrollo normal a quienes nacen prematuramente a los siete meses; por otra parte, consideraríamos su uso como una generalización inaceptable.

El autor: El ensayo "Nuestra América" tiene un objetivo liberador que se mantiene a lo largo del texto. Es obvio que su autor, José Martí, usa la palabra con un valor metafórico (en su época) sin conciencia de lo que podía tener de opresor. Es un buen ejemplo del uso de una palabra que no respondía al mensaje que quería expresar. Es decir, el autor, al expresar su pensamiento, usa el código socio-cultural de su época (en este caso del español del siglo XIX), pero sin que los signos se ajusten exactamente a lo que desea comunicar.

El lector: Esta frase de José Martí confronta al lector del siglo XXI con dos problemas: el primero será descubrir los múltiples significados que sietemesino tenía en el siglo XIX; luego deberá proceder a su interpretación en el texto de "Nuestra América" desde las diversas perspectivas que presenta el término en el contexto del ensayo (el sentido que podía tener para los lectores del siglo XIX y que puede tener para los lectores del siglo XXI).

(Gómez-Martínez)

Proyecto Ensayo Hispánico