José
Luis Gómez-Martínez
"Hacia
un nuevo paradigma:
El hipertexto como faceta sociocultural de la
tecnología"
6. El
hipertexto y sus objetivos: para una teoría del hipertexto
En secciones anteriores usamos la analogía del río para ejemplificar el
concepto del hipertexto: el resultado de unas orillas (la técnica), que a
su vez son producto de la corriente (transformaciones socio-culturales)
que las modela. La raíz etimológica (textere) fortalece este
contenido. El término mismo, tiene un origen más reciente. Aarseth señala
que Theodor H. Nelson fue el primero en usarlo en 1965, pero que la idea
proviene del estudio “As we may think”, de 1945, de Vannevar Bush
(1994: 68). En cualquier caso, el término no se establece hasta
principios de la década de los años noventa, mediante la aceptación
global en la red del código de HTML (Hypertext Markup Language). A lo
largo de este estudio hemos caracterizado el hipertexto como una
estructura digital de múltiples lexias enlazadas entre sí, y que
establecen relaciones intertextuales en diversos niveles de
contextualización a través de medios verbales (signos de la escritura,
la palabra hablada, etc.), y no-verbales (imágenes y sonidos).
Una vez
establecidos estos parámetros generales, el hipertexto, como el texto
impreso, puede tomar infinitud de formas que lo adapten mejor a los múltiples
objetivos posibles. Los enlaces, por ejemplo, pueden estar contenidos en
una sola estructura, o sea, dirigiéndose únicamente a lexias encerradas
en la unidad de un hipertexto; o pueden conectar un hipertexto con otros
muchos que lo proyecten o complementen. El hipertexto puede centrarse en
una creación artística que siga los principios retóricos de un género
(por ejemplo, un poema que muestre la gestación de su universo a través
de efectos visuales y de la palabra hablada), o puede proyectarse en
relaciones interdisciplinarias que traspasen los elementos convencionales
de la retórica (al modo, por ejemplo, de la explicación de textos que
efectúa la crítica literaria). Es decir, la meta del hipertexto, como
del texto impreso, es la comunicación y el diálogo, por lo que responde
siempre a unos objetivos concretos, aunque no siempre se establezcan de
forma explícita. Estos objetivos serán los que determinen el formato que
tomará un hipertexto concreto. Objetivos tan distantes el uno del otro
como pueden ser los que buscan presentar en hipertexto una enciclopedia o
una tesis filosófica, demandarán igualmente estructuras peculiares. El
hipertexto filosófico quizás requiera un claro eje de argumentación,
que las distintas lexias del hipertexto se encargarán de subrayar,
mientras que la enciclopedia probablemente desee construir el hipertexto
de modo que cada lexia pueda ser considerada al mismo tiempo punto de
partida (centro del hipertexto) y punto de llegada. Habrá hipertextos
donde la figura del autor sea central (textos de creación, textos filosóficos),
y otros en los que pase a un lugar más secundario (una edición crítica
de un texto clásico, con lexias que establecen las variantes del texto y
sus relaciones itertextuales); habrá otros, en fin, en los que el autor
casi desaparezca (hipertextos con fines pedagógicos: ejercicios, estadísticas,
solución de problemas matemáticos, exposición geográfica, etc.).
Todas
estas consideraciones, que tomarán sin duda formas peculiares en el
hipertexto, son, sin embargo, compartidas tanto por el texto impreso como
por el hipertexto. El texto impreso tiene a su vez dimensiones que quizás
nunca pueda llegar a desempeñar el hipertexto (y en ellas radicará la
permanencia del libro). Pero el hipertexto, a su vez, aporta posibilidades
antes inéditas. Me refiero, por ejemplo, a su potencial de crear textos
interactivos. Recordemos, sin embargo, que el hipertexto no tiene que ser
interactivo, sólo puede serlo (los manuales técnicos son muestras
actuales de hipertexto que, por su naturaleza, nunca llegarán a ser
completamente interactivos). No obstante, es ciertamente la capacidad de
poder ser interactivo, la que ha potenciado el hipertexto en el mundo de
los negocios y del comercio, y comienza hoy día a revolucionar el mundo
de la enseñanza. Se ha intentado también la creación de textos
literarios (novelas) interactivos. Y esta capacidad del hipertexto ha
servido para emitir juicios críticos sobre su naturaleza que distorsionan
su realidad. El texto, nos dice Silvio Gaggi, deja de ser “un sistema
de comunicación en una dirección, en el cual la información y las ideas
se dirigen sólo del autor al lector, sino un sistema de comunicación en
el que todos los participantes pueden contribuir” (103). Esta
posibilidad del hipertexto se convertirá, sin duda, en una de sus facetas
centrales, pero de ningún modo con exclusión de las demás.
El
hipertexto, repitámoslo, responde a una necesidad socio-cultural. El
potencial actual de lectura desborda los límites del texto impreso. La
explosión de publicaciones impresas anula el ideal de la modernidad de
poder abarcar todo. El canon tradicional se convierte en inoperante. La
globalización de nuestros procesos sociales, políticos, económicos, y
la movilidad que caracteriza a nuestra sociedad, requieren asimismo que se
disponga del texto sin limitaciones de espacio o tiempo. Cambian
igualmente las razones que motivan la lectura, a la vez que surge un
lector activo que demanda que el texto se escriba en función del lector.
Términos antes asociados con el discurso de la modernidad –centro,
jerarquía, linealidad– sufren ahora una re-conceptuación; empiezan a
entenderse desde la perspectiva del lector y, por tanto, a adquirir un
sentido dinámico. Lo que comenzó, nos dice Silvio Gaggi, “como modo de
facilitar una rica experiencia de lectura de textos convencionales,
modificará radicalmente al fin nuestra noción cabal de lo que es un
texto –y también de lo que es leer” (102). La transformación se ha
iniciado ya. La lectura en función del autor comienza a ser relegada a
sectores reaccionarios, o a tipos de lectura especializada. Afirmaciones
como la ya citada de Brent (“Estamos acostumbrados a leer el texto
impreso en su totalidad, [... ya que] sentimos miedo de perder algo
importante, alguna parte del argumento que es clave para comprender el
sentido del autor”), carecen ya de la validez con que las ofrecía el
discurso de la modernidad. Ningún texto es completo y, a la vez, los
procesos intertextuales de cualquier texto pueden iniciar secuencias mucho
más interesantes e importantes para el lector que las contempladas en su
momento por el autor.
El
hipertexto establece así una comunión más íntima con el lector, pues
la necesidad de participar activamente produce la percepción –en cierto
modo realidad– de que se está construyendo el texto, al optar seguir
una secuencia en lugar de otra posible. El hipertexto exige, además, otro
nivel de participación que se mantenía atrofiado en el texto impreso. Me
refiero a la necesidad de tener que juzgar en cada instante los méritos
de un hipertexto determinado. Según se multiplican los autores
(diariamente millones de nuevos textos en Internet), empezamos a
adquirir un sentido de responsabilidad ante el hipertexto. No basta con
que esté publicado para que la información merezca ser aceptada. Es
decir, el hipertexto surge como necesidad socio-cultural de una nueva
lectura y, a su vez, está forjando un nuevo tipo de lector.
Los
experimentos con el hipertexto, a veces radicales en su departir del texto
impreso, han creado en algunos estudiosos una sensación de vacío. También
ha creado, por qué no decirlo, cierto pánico de que vayan a desaparecer
las formas tradicionales en las que nos formamos y ante las cuales nos
sentimos cómodos. Pero el hipertexto no es un nuevo “género”
llamado a reemplazar los anteriores. El hipertexto, recalquémoslo de
nuevo, es únicamente un nuevo medio de comunicación más acorde con
nuestras necesidades actuales. Los géneros tradicionales no tienen por qué
dejar de existir, aunque sin duda experimentarán transformaciones. Las
retóricas –lenguaje común de expectaciones entre autores y lectores–
que los hacen posibles, seguirán modelando los géneros literarios en el
hipertexto. Lo mismo que el texto impreso potenció ciertos géneros –la
novela por ejemplo– e hizo que otros fueran poco a poco perdiendo
vigencia –como el género epistolar–, el hipertexto también creará
nuevos géneros literarios y modificará considerablemente otros. Con
todo, las implicaciones inmediatas más radicales del hipertexto son aquéllas que afectan al lector y a su necesaria participación activa en
el proceso de lectura. Cada vez más será el lector quien tenga que decidir
que tipo de lectura va a efectuar. El tutelaje que se ejercía a través
del texto impreso, que no sólo limitaba lo que se entregaba para la
lectura, sino que se indicaba igualmente cómo se debía leer, será mucho
más difícil de controlar en el hipertexto. Me refiero, por ejemplo, al
tutelaje que se realizaba a través de colecciones como la de Austral, de
Espasa-Calpe, que guiaba la lectura mediante el color de las cubiertas de
los libros; a través de ellos se le señalaba al lector que el texto debía
ser leído como poesía, novela, biografía, ensayo..., incluso si un
libro era o no clásico.
El
hipertexto trae, pues, nuevos modos de comunicación imposibles de
capturar en el texto impreso. Me refiero, entre otros potenciales, a la
facultad de crear un hipertexto interactivo y a la facilidad con que se
puede integrar en el hipertexto recursos multimedia. Más significativo,
sobre todo en este momento de transición y en lo relacionado con las
humanidades y la creación literaria, es la apertura intertextual y
contextualizadora que nos permite desarrollar el hipertexto. Estas
diferencias, en algunos casos radicales, con relación al texto impreso y
que a la vez crean y responden a unas nuevas necesidades de lectura,
comienzan ya a exigir también un nuevo tipo de escritura. Necesitamos
liberarnos de la mentalidad-libro-impreso, o sea, tomar conciencia de
hasta qué punto nuestros modos de escribir –y también de pensar– se
deben a las exigencias del texto impreso. Al mismo tiempo, necesitamos
compenetrarnos con los requerimientos del hipertexto y así incrementar la
eficacia de nuestra comunicación. Nos enfrentamos a un cambio de
paradigmas que afecta tanto al lector como al autor. La cárcel del
libro-impreso, que nos hace ver el hipertexto como no-secuencial, como
carente de estructura y por lo tanto de un centro y línea argumental,
debe dejar paso al texto pensado y escrito para una estructura
hipertextual. Es decir, el texto que se estructura a través de lexias y
de enlaces, pero no en una orgía caótica de relaciones intertextuales,
sino siguiendo los objetivos que el autor desea comunicar. Es el autor,
como hemos mencionado ya, quien establece cuántas lexias va a incluir, y
es también el autor quien determina dónde y con qué frecuencia se han
de colocar los enlaces para destacar los objetivos de su hipertexto. El
hipertexto no es un conjunto arbitrario de lexias ni tampoco su estructura
necesita ser tan abierta que potencie que cada lexia pueda ser centro
–puede serlo así en ocasiones como en un diccionario o en una
enciclopedia. En realidad, lo mismo que sucede con el texto impreso, el
hipertexto requiere ciertos elementos mínimos. Landow identifica cuatro:
orientación, navegación, puntos de inicio y puntos de salida. Aunque
Landow los menciona en el contexto de los proyectos de hipermedia, todavía
siguen siendo los fundamentales una vez adaptados al hipertexto y que
podemos proyectar como sigue:
a)
Orientación.
Aquellos elementos del hipertexto que tienen que ver con estructuras de
ubicación, es decir, indicaciones que facilitan –se aseguran– que el
lector sepa en todo momento dónde se encuentra en el complejo de lexias
de un hipertexto.
b)
Navegación.
Además de los enlaces que unen a las diversas lexias, todo hipertexto
necesita igualmente estructuras de navegación que permitan al lector en
cualquier momento y en cualquier lexia que se encuentre, iniciar una
secuencia de pasos que le lleven a la lexia que desea leer.
c)
Puntos
de inicio. Desde la perspectiva del lector, cualquier lexia puede ser
el punto de inicio. Es decir, el lector puede llegar a un hipertexto a
través de un enlace que encontró en otra estructura hipertextual, y que
lo unía con la lexia que era pertinente para aquel hipertexto, pero que
puede resultar muy secundaria en la nueva estructura de la cual la lexia
forma parte. El autor necesita prever, por tanto, que cada lexia de su
estructura puede ser el punto inicial del lector, y estructurar los
enlaces en dicha lexia de modo que orienten y permitan la navegación
hacia las lexias centrales que fijan los objetivos que el autor desea
comunicar a través de su hipertexto.
d)
Puntos
de salida. Parte de la esencialidad del hipertexto es la de potenciar
un texto abierto. Es decir, que desde una lexia dada el lector pueda tener
acceso a otras estructuras de hipertextos. Estos puntos de salida,
relaciones complementarias al hipertexto, no deben crear situaciones de
rivalidad. El objetivo de comunicación y de comunicar algo que se propone
el autor, podría desvanecerse si el lector pudiera, quizás incluso sin
percibirlo, trasladarse de un hipertexto a otro. Estos puntos de salida
son necesarios y cada vez serán más fundamentales en cualquier
hipertexto, pero el autor es quién coloca dichos enlaces y ellos deben
estar en función de sus propios objetivos, tanto señalando que se sale
de la estructura, como facilitando el regreso a la misma.
© José Luis Gómez-Martínez
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